A la palabra “mística” le pasa como a muchas otras palabras griegas que han sido asimiladas por el latín y después por las lenguas romance: tiene muchos registros semánticos, algunos pueden parecer contradictorios, es decir, significan una cosa y la contraria. Veamos la etimología de la palabra. Mística viene de del griego mystikós (“relativo a los misterios”). Y de mystes (“iniciado”). Místico y misterio se relacionan con el verbo myein (“cerrar, estar cerrado”). Lo primero que nos viene a la cabeza al hablar de mística es la mística barroca, la de la contrarreforma, San Juan de la Cruz, Santa Teresa, etc. Pero la mística cristiana posee muchos sentidos y aun siendo totalmente admirables y admirados estos autores, en este caso nos resultará más interesante explorar la mística medieval.
La mística cristiana posee muchos sentidos, pero en este caso nos resultará más interesante explorar la mística medieval.
Como sabemos, toda tradición contiene un aspecto exotérico –exterior, al alcance de todos- y un aspecto esotérico –interior, secreto, al alcance de unos pocos iniciados-. La mística cristiana medieval puede considerarse el aspecto esotérico de la tradición: la parte profunda e interior del cristianismo, cultivada por los monjes en el interior de los monasterios y no en las iglesias, abiertas a todos. Deberíamos hacer un esfuerzo por estudiar este aspecto interior de la mística, y no entenderla como algo desencarnado y exterior. Sólo así podremos hallar el núcleo del misterio. Uno de los obstáculos que primero encontramos es que el cristianismo es una religión muy mezclada con enfoques históricos. Quizás es por eso que hoy en día nos sentimos atraídos por otras religiones, sobre todo orientales: la visión histórica del Cristianismo olvida y deja de lado su sentido más profundo –el aspecto esotérico-. Y, sin embargo, se trata de la tradición que nos es más cercana. En uno de los versículos de El Mensaje Reencontrado, leemos “Si no penetramos la enseñanza de nuestra fe, ¿cómo penetraremos las enseñanzas de las doctrinas extranjeras?” (MR, XXXIII, 25). Cuando, con el cambio del primer milenio, los místicos cristianos vieron que finalmente no llegaba el fin del mundo ni el Apocalipis –otra palabra de origen griego que significa “revelación”-, se refugiaron en el interior, en los monasterios, a estudiar y tratar de penetrar “la enseñanza” de su fe.
La mística cristiana medieval puede considerarse el aspecto esotérico de la tradición: la parte profunda e interior del cristianismo
Como hemos dicho, El Mensaje Reencontrado es un libro cerrado. Sus doce primeros libros son muy concisos, de versículos breves. El versículo 54 del libro XI, dice: “La única perfección es ascensión, descensión y reposo” ¿De qué nos está hablando? Otro versículo ofrece un margen de reflexión más amplio al respecto: “Algunos Nombres de Dios consumen y otros riegan: algunos nombres de Dios matan y otros dan la vida; algunos nombres de Dios suben y otros bajan” (MR XXIX, 46). ¿Qué es lo que sube? ¿Qué baja? El Libro de la Contemplación, de Ramon LLull, nos sugiere algo más al respecto. Veamos un comentario de Amador Vega sobre esta obra luliana:
“Con su movimiento de descenso, Llull dignifica el camino hacia la tierra y el mundo, en un acto de amor cósmico que sitúa en su lugar apropiado la experiencia mística del cristianismo. […Así] muestra dos modos posibles de cristología: una de la «encarnación del descenso» y otra de la «pasión del ascenso». El camino que va a seguir Llull, aun estando construido sobre este modelo, va a suponer todavía una nueva ruptura, pues quiere integrar el elemento racional junto a aquel emocional y devocional. La amancia asume la comprensión previa de la ciencia como la experiencia intelectual de Dios…, para proyectar en un segundo momento, con la certeza de la experiencia y con la gracia divina el amor al otro.”
La experiencia mística es también la de un descenso. Más concretamente, “la encarnación del descenso”. No es, por tanto, una experiencia desencarnada. También es encarnación. Todo consiste en subir al cielo a buscar algo y regresar –descender- para luego volver a salir de uno mismo –ascender- y volver a entrar.
La experiencia mística es también la de un descenso. Más concretamente, “la encarnación del descenso”.
Dice el versículo 30 del libro XI de El Mensaje Reencontrado: “La más pequeña experiencia de Dios vale más que todas la teologías del mundo”. No se trata de cualquier experiencia de Dios, se trata de una en concreto: la del ascenso, el descenso y el reposo. Y esa experiencia de Dios sólo la podemos tener a través del mensaje de Jesucristo, porque si no pasa por una revelación concreta, no es una verdadera experiencia de Dios. Siempre tiene que pasar por una encarnación, y esa es la del Hijo: para eso ha venido, viene y vendrá.
Lamentablemente, la Iglesia actual ha perdido la idea de qué es Cristo. Sólo la cristología a la que se refiere Amador Vega en su comentario puede mostrar las dos vías de esta experiencia de Dios: “la encarnación del descenso” y “la pasión del ascenso”. En este sentido, el “Señor” del Mensaje Reencontrado puede identificarse con el Cristo, el ungido: el que ha recibido el misterio iniciático por excelencia. La idea, en apariencia evidente, de que el cristianismo necesariamente tiene que pasar por Cristo resulta que no es tan evidente para la Iglesia actual, y tiene que venir a recordárnoslo un personaje como Louis Cattiaux: el Señor del Mensaje Reencontrado no es un Dios universal, es Nuestro Señor y, por tanto, sólo puede existir en presente. De lo contrario, no sería un enviado.
El Señor del Mensaje Reencontrado no es un Dios universal, es Nuestro Señor y, por tanto, sólo puede existir en presente.
Y esta es la base de la profunda experiencia de los místicos medievales como el Beato de Liébana, o los monjes del más cercano monasterio de Sant Pere de Rodes. Para ellos la visión de Juan del Apocalipsis sería su texto secreto. Y ¿quién abrirá este libro cerrado? El cordero de dicha visión no es otro que Jesucristo, el enviado: la encarnación en presente.
Es a partir de El Mensaje Reencontrado que Louis Cattiaux renueva el misterio cristiano. El libro no es una teología, tampoco es un libro ceremonial -como ha terminado siendo el catolicismo, que ha perdido el sentido original de sus rituales. Se trata de un libro que, aunque cerrado, habla en un lenguaje llano de la presencia, sólo aquel que ha tenido esa experiencia mística concreta puede comprender el libro.
La cristología es toda una ciencia de la salvación, lo que verdaderamente importa es el otro mundo. Sin la presencia en la consagración de las especies, sin experiencia mística, no hay cristianismo alguno. Por tanto, la salvación no tiene que ver con esa idea vaga e imprecisa sobre algo que ocurre después de la muerte. La cristología mística no habla de este mundo, no es una ética. Y Louis Cattiaux es taxativo al respecto, pues insiste en que él habla de una realidad otra que ha experimentado y ha visto, y que no pertenece a este mundo. Así, no se separa de la humanidad, desencarnándose, sino que se acerca a ella por el canal del amor. Jesucristo es hombre y Dios, esto es algo increíble. Quizás por eso aparecen tantas herejías en la historia del cristianismo: unos se decantan más por la vertiente humana de Dios y otros por la divina, todo ello está en el límite de la ortodoxia.
Sin la presencia en la consagración de las especies, sin experiencia mística, no hay cristianismo alguno.
En el Mensaje Reencontrado, las únicas citas que provienen de un libro no revelado son las de La Imitación de Cristo, de Tomás de Kempis, ésta es un ejemplo: “En todo y por encima de todo, reposa en Dios, ¡oh, alma mía!, porque él es el reposo eterno de los Santos”. A partir de esta cita, podemos recuperar la idea de la ascensión, la descensión y el reposo, que se refiere a la paz de otro mundo. Kempis explica continuamente cómo separar el grano de la paja, cómo extraer las pepitas de oro sepultadas debajo de una montaña de mugre. No olvidemos que Cattiaux quiso usar el siguiente subtítulo para el Mensaje…: “La esencia, la substancia, y la ganga”. La esencia y la substancia son análogas al padre y a la madre, al yang y al ying… La propuesta de El Mensaje Reencontrado es verdaderamente apasionante.
¿Y qué podemos hacer nosotros, que no hemos experimentado la esencia y la substancia? Nos queda la búsqueda, la quête. Pero se trata de una búsqueda con dirección. Resulta muy sugerente en este sentido la invención del Grial: en el momento en que el cristianismo se da cuenta de que no es posible conquistar Tierra Santa, decide ir en busca de la Sangre de Cristo y transportarla a Bretaña. Se trata de una sangre viva que dirige toda la búsqueda de los caballeros cruzados descrita por Chrétien de Troyes. También la celebración del Yom Kippur de los judíos –el día del perdón- recoge en el sacrificio de un carnero el sentido de la búsqueda de esa sangre.
Se trata de una sangre viva que dirige toda la búsqueda de los caballeros cruzados descrita por Chrétien de Troyes.
Para terminar, recogemos las palabras del Maestro Eckhart, un dominico alemán que vivió entre los siglos XI y XII (como Dante, como Rumi, y muchos otros místicos). Dado que este personaje debía predicar ante unas monjas que no entendían el latín, se vio obligado a traducir todo el corpus cristiano, un trabajo titánico que lo llevó a crear toda una concepción renovada del cristianismo. En uno de sus sermones, advierte:
“… el hombre debería permanecer tan pobre que ni él mismo fuera un lugar, ni lo tuviera, en donde Dios pudiera actuar. En la medida que el hombre conserva un lugar en sí mismo, entonces conserva todavía diferencia. […] Lo que soy según mi nacimiento debe morir y aniquilarse, pues es mortal; por eso debe desaparecer con el tiempo. En mi nacimiento eterno nacieron todas las cosas y yo fui causa de mí mismo y de todas las cosas, y si yo hubiera querido no habría sido ni yo ni todas las cosas; pero si yo no hubiera sido, tampoco habría sido Dios: que Dios sea Dios, de eso soy yo una causa; si yo no fuera, Dios no sería Dios. Esto no es preciso saberlo.
Otra idea del Maestro Eckhart es extraordinaria: “pido a Dios que me libre de Dios”, que me libere de cualquier idea preconcebida de Dios, porque los prejuicios limitan. Cualquier imaginación de Dios será incorrecta si no proviene de una experiencia concreta. Por eso Eckhart habla de Dios como una “nube incandescente”. Dios no puede estar presente sin una existencia consciente. A Louis Cattiaux le gustaba explicar que el patrón de los alquimistas es el apóstol Tomás, pues él daba fe del cuerpo de Cristo, un cuerpo glorioso. Louis Cattiaux, alguien “sin oficio ni beneficio” fue quien renovó el misterio. Y lo que nos queda es compartir esta quête.
Ciclo dedicado a la obra de Louis Cattiaux, El Mensaje Reencontrado
La propuesta de este ciclo es mostrar que el mensaje que revivifica Cattiaux, es el mismo que el de las grandes manifestaciones espirituales (en este ciclo entradas en la cultura occidental). A modo de ejemplo de lo que se pretende mostramos el siguiente versículo: “No hay una verdad nueva. Solo hay formas y expresiones nuevas de la vida eterna muy oculta y muy evidente”. (El Mensaje Reencontrado, libro II, versículo 61)
Si bien El Mensaje Reencontrado puede parecer ajeno a las formas tradicionales, es muy al contrario, pues cómo se explicará en este curso, las fuentes son las mismas de siempre, pero experimentadas de nuevo.
A cargo de:
Raimon Arola, doctor en historia del arte por la Universitat Autònoma de Barcelona y profesor de la Universitat de Barcelona.
Pere Sánchez Ferré, doctor en historia moderna y contemporánea por la Universitat de Barcelona.
Sesiones
“La mística cristiana” por Raimon Arola
La mística responde a la experiencia divina. Está escrito en El Mensaje Reencontrado: “La más pequeña experiencia de Dios vale más que todas las teologías del mundo” No obstante hay que diferenciar entre las clases de experiencias, ya que normalmente son psíquicas y no responden al encuentro con el Dios encarnado.
“La cábala judaica” por Pere Sánchez Ferré
La cábala no se fundamente en conocimientos intelectuales sino en una revelación que otorga Dios, y es el instrumento privilegiado para penetrar el sentido oculto de los libros sagrados y de nosotros mismos. El Mensaje Reencontrado contiene un sentido oculto y lo acompaña una forma de cábala.
“La tradición hermética” por Raimon Arola
René Guénon señaló que El Mensaje Reencontrado era un libro hermético, ya que en él se recogen distintas tradiciones. No obstante, a diferencia de Cattiaux, consideraba que el hermetismo era cósmico y no metafísico
“El fenómeno iniciático” por Pere Sánchez Ferré
El fenómeno iniciático es un hecho divino y los rituales que a él se refieren siempre aluden a una realidad sagrada, como la recepción de la luz o la apertura del sentido interior. Estos misterios, basados en la experiencia, están presentes en El Mensaje Reencontrado.
“El arte visionario” por Raimon Arola
A lo largo de los últimos siglos, la creación artística ha sido el lugar donde se ha manifestado la experiencia divina. Cattiaux sigue esta estela y llega hasta el final. “La pacificación de todo el Ser es lo que conduce a la visión interior y a la unión divina” (El Mensaje Reencontrado., libro XIII, versículo 4).
“La alquimia” por Pere Sánchez Ferré
La alquimia no se enseña, sino que, como la cábala, se transmite, ya que Dios es quien revela la Primera Materia. Las etapas, formas, estados y procesos de la ciencia de Hermes don el fundamento de El Mensaje Reencontrado.
Biblioteca Pública Arús (BPA) www.bpa.es/agenda