Clase de RAIMON AROLA del curso de extensión universitaria de la Universitat de Barcelona titulado “SIMBOLOGÍA. Procesos prácticos”. La primera edición fue en 2016-2017. Ahora en ARSGRAVIS lo recreamos en forma de distintas entradas en la web, de manera gratuita y abierta a todos los interesados.

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RESUMEN DE LA CLASE

Este itinerario está dedicado al simbolismo de la semilla, una consecuencia inevitable del anterior, dedicado al cielo, puesto que cuando el cielo desea encarnarse y multiplicarse en la creación necesita de la semilla: el lugar idóneo donde alojarse. Tal sería el sentido de este símbolo: un potencial fijado en un punto, a la espera de desarrollarse e iniciar toda una serie de nuevos procesos.

La propuesta podría resumirse en un doble movimiento, una doble intencionalidad, por un lado el espíritu busca coagularse, por el otro, la materia busca volver a su  origen, unirse al espíritu universal de donde procede, un movimiento que es el origen de cualquier crecimiento. Entre estos dos impulsos, la semilla, que contiene la fuerza generadora del cielo y la posibilidad coagulante de la tierra, será fundamental.

Las antiguas Venus prehistóricas son imágenes perfectas de la naturaleza terrestre que recibe el influjo de las fuerzas celestes y las coagula en una matriz. La relación entre la tierra y el cielo podría calificarse de amorosa, y AMOR es el título de un grabado alquímico perteneciente a un tratado titulado Escalier des sages ou la philosophie des anciens de 1687 en el que su autor, Barent Coenders van Helpen, describe las diferentes etapas de la obra de los filósofos. En él, se ve a una ninfa recostada al lado de un río, con las cualidades de frialdad y humedad, que recibe los rayos del sol, caliente y seco, que la fecundan. En la parte superior aparece la palabra AMOR como acrónimo de una frase latina que vemos en la parte inferior del grabado: Author Mundi Omnipotens Rex, es decir: “El Rey Omnipotente autor del mundo”. El amor es lo que reúne las diferentes cualidades elementales y lo que permite la unión de la fuerza celeste con la terrestre para fecundar la semilla.

Para ampliar el significado de la semilla utilizaremos ejemplo diferente del acostumbrado al tratar de su simbolismo. Lo haremos a partir de un trabajo de Wassily Kandinsky titulado Punto y línea sobre el plano que escribió cuando estaba dando clases en la Bauhaus. Se trata de un libro posterior a su otra obra quizá más conocida titulada De lo espiritual en el arte, donde explicaba su teoría sobre la abstracción.

En el momento de su redacción, Kandinsky estaba muy influido por la teosofía, hay que recordar que en De lo espiritual en el arte se refirió a Helena Blavasky, al hinduismo, al pensamiento no racionalista, etc. Fue entonces cuando tuvo la idea del punto como el motivo plástico por excelencia, algo absolutamente brillante y fundamental para el devenir del arte del siglo XX y XXI. Todo empieza en un punto, antes es el silencio, mientras que el punto es la rotura de este silencio.

El punto se relaciona con la semilla en el sentido de que es algo en potencia. El punto, como la semilla, contiene implícito todo su desarrollo posterior. A partir del punto, Kandinsky explica cómo debe ser el arte surgido de una nueva visión y que al mismo tiempo es generador de una nueva realidad y escribe: Naturalmente, la nueva ciencia artística solo puede surgir cuando los signos se vuelvan símbolos, es decir, cuando el punto devenga un símbolo, y el ojo y el oído puedan saltar del silencio a la palabra.

Para explicar el significado del punto, Kandinsky muestra dos imágenes en relación: la primera reproduce una célula humana y la otra, una galaxia. El microcosmos y el macrocosmos. Cosmos quiere decir “orden” en griego; se trata de un orden que se expresa en lo más pequeño y en lo más grande, en lo interior y en lo exterior. Con estas imágenes, Kandinsky da a entender que el punto no es un elemento estrictamente plástico, sino que posee otros significados que se reflejan en sus pinturas en las que el punto se expande, se contrae y significa sobre el plano básico, el sonido, la potencia aparece en la nada, en el silencio.

Se trata de pasar del signo al símbolo, como decía Kandinsky, o lo que es lo mismo, de la semiótica a la simbología. Pasar a un contenido mucho más amplio, mucho más lleno, en definitiva, más trascendente. Así, podemos referirnos al punto como la imagen del sonido primordial, la sílaba OM, por ejemplo, o como la expresión del FIAT bíblico. Robert Fludd representa este punto original como una paloma que expande su luz a través del plano oscuro, al igual que el sonido del tambor se expande como la primera vibración del cosmos que origina la vida de toda la creación.

Este mismo sentido aparece en una miniatura carolingia en la que se muestra la primera palabra del Génesis: In principium, “en el principio”, una frase en la que, según los sabios cabalistas, están contenidas en potencia todas las demás palabras de la Biblia.  En la imagen que presentamos puede verse la I de In principium como el axis mundi que une el cielo con la tierra, mientras que la N representa la unión de los dos principios, el fuego y el agua, simbolizados por dos triángulos, uno con el vértice hacia arriba y el otro con el vértice hacia abajo. Imágenes de la unión de las potencias del cielo y de la tierra que provocarán la germinación de semilla.

Seguimos este itinerario a partir de otra tradición aunque su significado sea el mismo, por lo que podría decirse que es la analogía entre las distintas tradiciones la que crea el discurso simbólico. Nos adentraremos en la tradición clásica a partir de las uniones de Zeus –un nombre que significa vida y luz–, con distintas mortales, en este caso, la imagen nos muestra la unión de Zeus con Leda. Las historias míticas nos explican la encarnación o la materialización de la fuerza celeste en la diversidad de la creación terrestre. Siempre se trata del mismo relato: dos elementos opuestos y complementarios que deban unirse y formar una sola cosa que se representa en y por medio de la semilla.

Según la cosmología clásica, los vientos cumplían esta misión fecundante, cada viento representaba unas cualidades elementales que al unirse con sus complementarias terrestres daban lugar a la creación. Entre todos ellos, el más importante y el que ha sido más mencionado y representado es, evidentemente, el viento de primavera, el llamado céfiro que  con su soplo devuelve la vida a la naturaleza y hace que germine toda la creación agostada por el frío del invierno. Tanto las imágenes de la tradición cristiana como las clásicas o paganas se refieren exactamente a lo mismo en relación al simbolismo de la semilla.

Un símbolo que se relaciona con un significado complejo y trascendente y que proviene de la tradición musulmana. En la segunda sura del Corán se cuenta la creación del hombre y la rebelión de Iblis: por lo visto, el más bello de todos los ángeles no quiso adorar a una criatura de barro que había de ser el origen de la corrupción en la tierra. Por ello, fue expulsado del Paraíso y cayó en lo más hondo de la creación. Este descenso a las tinieblas del príncipe de los ángeles se relaciona con la caída de Lucifer, el portador de luz, como aparece en una ilustración de Gustavo Doré para el Paraíso perdido de Milton. En ella se ve como la luz celeste, representada por Iblis o Lucifer, va a enterrarse entre las tinieblas más profundas de la tierra, en lo más íntimo. Y allí permanece como una semilla de luz, recordemos que Lucifer significa “el  portador de luz”, que espera las lluvias primaverales de la bendición para manifestar toda potencia que contiene. Existe una leyenda que relaciona la caída de Lucifer y la esmeralda que adornaba su frente, con el famoso Grial. Se cuenta que este vaso fue tallado de esta esmeralda caída del cielo que se recuperó para contener la sangre de Cristo.

La luz caída que languidece en el fondo de la creación y que desea reunirse con su origen tiene que ver con lo infernal, no en un sentido moral, sino como aquello inevitable y necesario para haya creación. La relación entre lo celeste y lo infernal, en el sentido de lo inferior, se refleja en los mitos como por ejemplo en el de Perséfone, la hija de Deméter.

Cuando Hades rapta a Perséfone y se la lleva a su morada, Deméter baja del Olimpo para buscarla. Después de muchas aventuras llega a un acuerdo con Hades para que Perséfone permanezca la mitad del año con su esposo en el reino inferior y la otra mitad en el Olimpo con su madre. Con ello se alude al ciclo vegetativo, origen de todos los misterios. Y Deméter fue quien instauró los misterios de Eleusis, los más importantes de la Antigüedad, donde los que querían ser iniciados descendían al interior de la tierra para conocer los misterios de la semilla, pues las grutas simbolizan tanto el interior de la tierra como la entrada en ella.

Observar el proceso de crecimiento de una semilla es conocer el secreto de la naturaleza y las fuerzas que en ella actúan. Unas fuerzas antagónicas y complementarias al mismo tiempo, pues mientras una intenta elevarse, buscando la luz del sol, la otra se dirige hacia el centro de la tierra, para asentar sus raíces pues sin ellas nada se mantendría. Se trata del diálogo entre el cielo y la tierra, origen de la creación.  Dos espirales con dos direcciones serían un ejemplo de estos procesos, una de ellas, que se repliega sobre sí misma, simboliza la coagulación; el movimiento de la otra es de apertura y representa la disolución o la espiritualización de la materia.

El pasaje bíblico que relata la tentación de Adán y Eva por la serpiente, se refiere a este doble movimiento mostrado por las espirales. Según la tradición rabínica, la serpiente les dijo que si comían del fruto del árbol serían inmortales y esto, dicen los rabinos, no era mentira sino una media verdad, pues cuando se corporifica el espíritu, luego se debe disolver y cuando se disuelve el cuerpo deberá coagularse después en la pureza. Estos dos impulsos complementarios nos remiten al solve et coagula alquímicos. El movimiento y la relación de los mundos hasta su reposo.

Los participantes en los misterios de Eleusis contemplaban una espiga de trigo como símbolo de la realización a la que aspiraban, comparable al elemento principal de la ceremonia egipcia que se celebraba al inicio de la primavera y que se conocía como el levantamiento del djed, una columna antropomórfica que representaba a Osiris, el dios que muere y resucita. Esta columna que se levantaba hacia la luz del día sería el símbolo idóneo de la nueva creación incorruptible o divina, que aparece después de una disolución o muerte del compuesto anterior. Así, de una semilla de árbol nacerá un árbol, de una semilla animal nacerá un animal y de una semilla divina nacerá un dios, se trata del segundo nacimiento o iniciación propuesta en todas las tradiciones.

Terminamos este itinerario con una referencia al mito de Adonis, otro dios que muere y resucita. Adonis era tan hermoso que la misma Afrodita, la diosa del amor, se enamoró de él. Este dios nació del incesto de Mirra, quien, tras una serie de circunstancias acabó convertida en árbol, el árbol de la mirra. El nombre de Adonis está relacionado con el hebreo Adonai, mi Señor, que es como se denomina respetuosamente al impronunciable Tetragrama. Adonis simboliza la perfección de la belleza nacida de aquella semilla original que cuando germina y se convierte en un árbol, da el fruto perfecto, la culminación de toda la creación.

Resumen realizado por Lluïsa Vert