Clase de RAIMON AROLA del curso de extensión universitaria de la Universitat de Barcelona titulado “SIMBOLOGÍA. Procesos prácticos”. La primera edición fue en 2016-2017. Ahora en ARSGRAVIS lo recreamos en forma de distintas entradas en la web, de manera gratuita y abierta a todos los interesados.

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RESUMEN DE LA CLASE

Este itinerario debería comenzar con un “buenos días”, independientemente de cuál sea la hora en que se lea este escrito o se visualice el vídeo, y ello porque el símbolo de la noche implica una salida final a la luz del día. Por eso, su simbolismo es especial, apasionante y a la vez complejo por la dualidad implícita que conlleva: es oscuridad y también luz, bien y mal, es arriba y también es abajo…

Es necesario atravesar la noche para llegar a la luz del día nuevo. Una luz de la que ya hablaban los egipcios en relación a su viaje por las regiones del más allá, después de la muerte física, por eso el título real del Libro de los muertos egipcio es: Libro para salir a la luz del día, esta es la auténtica traducción. Y, también, es el significado de las ceremonias de iniciación, puesto que en cualquier salida a la luz o nuevo nacimiento, es necesario un paso previo por las tinieblas, ya se presenten éstas en forma de noche y oscuridad, muerte iniciática, caos, laberinto, ser monstruoso o bajo cualquier otro aspecto sombrío.

En la tradición occidental cristiana la iniciación corresponde al bautismo. Mediante el bautismo uno se hace cristiano y entra a formar parte de la Iglesia, entendida como una reunión de iniciados, evidentemente nos referimos solo al sentido del ritual. A partir de este momento se puede decir realmente la oración de los hijos de Dios, el Padrenuestro. En el bautismo se da un nuevo nombre al que va a iniciarse lo que significa que va a nacer un hombre nuevo a una nueva vida.

Una imagen de Ferdinand Hodler (1853-1918) muestra a la Verdad, como una hermosa joven desnuda rodeada de unos seres abatidos por el peso de las tinieblas y la noche. Con esta obra, Hodler recrea la idea simbólica tradicional de la verdad que emerge de un oscuro pozo en forma de una epifanía luminosa. La noche representa la ignorancia de cuya oscuridad emerge la luz de la verdad. También alude al infierno, no en un sentido moral, sino como un lugar profundo y tenebroso donde languidece la semilla de la luz divina. La oscuridad sería aquello inferior y más alejado del ser-de-Dios, tal como aparece reflejado en la tela que el Bosco dedicó a este tema, en ella se ven unas extrañas tinieblas que podrían ser de fuego pero también de hielo. El infierno es un lugar terrible que, sin embargo, se debe visitar pues es donde se halla el secreto del ser humano. Jesucristo, como otros maestros, ha bajado allí para recoger su secreto.

En el Salterio de Henry de Blois, de la segunda mitad del s. XI, se representa el infierno como unas fauces abiertas entre dos bestias y un ángel, que posee una llave para abrir sus puertas a la misericordia de Cristo. Otra imagen del infierno, en este caso post-dantiana, es de Giovanni de Módena, de 1410 y en ella se personifica este lugar como un ser monstruoso e insaciable que se alimenta de las almas de los malvados, es decir, de aquellos que conscientemente se separan de la gracia divina.

Las tinieblas inferiores se han representado popularmente en forma de animales mitológicos como el dragón y otras bestias que arrojan fuego por la boca y que aparecen en las procesiones de las vigilias de las festividades cristianas, sobre todo en el Corpus Cristi. El fuego que escupen por sus fauces alude a la idea alquímica de que para alcanzar la purificación de los metales, o la gloria del cuerpo puro, se debe sufrir ineludiblemente la acción purificadora del fuego.

En la obra de los alquimistas, la oscuridad aparece como parte del proceso de purificación y coagulación y que se divide en tres etapas: nigredo, albedo y rubedo. Corresponden a los  colores negro, blanco o rojo que adquiere la materia a lo largo de las operaciones en el atanor. El mismo dragón es un símbolo alquímico de la materia pues representa a los cuatro elementos: fuego, aire, agua y tierra. Esta materia sufre la acción del fuego que calcina todas sus impurezas y destruye el compuesto de la creación caída para devolverlo al caos original, se trata de un proceso de descomposición o putrefacción en el que se separa lo puro de lo impuro o la luz de las tinieblas, para finalmente coagular esta luz en un cuerpo puro. Es una operación relacionada con Saturno, un dios oscuro que implica tanto pesadez como profundidad. No existe la obra alquímica sin pasar por la noche, sin pasar por el color negro.

El proceso alquímico aparece explicado simbólicamente en muchos mitos antiguos, y respecto a ello hay que recordar que el héroe mitológico era aquél que había bajado a los infiernos y había salido indemne de allí, sólo él podía recibir este nombre. Orfeo, Pitágoras y tantos otros hicieron este viaje terrible que es el tema de una pintura de Rubens; en ella aparecen Orfeo y Eurídice así como Plutón y Proserpina, los señores del inframundo.

En las tribus primitivas, como la de los Selk’nam de la Tierra de Fuego, la iniciación es propiamente un ritual de paso: de niño a hombre o del mundo profano al sagrado. Esto es también lo que se representa en los rituales masónicos en los que el aspirante llega al lugar de la iniciación con los ojos vendados, símbolo de que hasta entonces ha estado viviendo en el mundo de las sombras y la oscuridad. En un determinado momento del ritual, se levanta la venda y penetra en el mundo de la luz y el orden.

René Guénon dijo que todo esoterismo es necesariamente iniciático y tenía razón pues una iniciación nada tiene que ver con una ceremonia exterior o un estado de ánimo sino que se refiere siempre a un segundo nacimiento. El autor desarrolla ampliamente este tema en su obra Apercepciones sobre la Iniciación. Insistimos en que se trata de una muerte y de un renacimiento, de una puerta, de un umbral, con su correspondiente guardián que, en muchos casos, aparece representado como un animal terrible. Desde la antigüedad se conservan relatos que se refieren a este viaje iniciático de muerte y renacimiento, el Libro de los muertos sería un buen ejemplo de ello. En él, el muerto o el iniciado aparece identificado con Osiris, el dios que según explica su leyenda muere y resucita.

En los frescos de las tumbas egipcias pueden verse representaciones de la diosa Nut, la noche, en forma de una figura femenina que envuelve y limita el mundo de los hombres y cuyo cuerpo parece un camino bordeado de astros, como una representación de la Vía Láctea. Las extremidades del cuerpo de la diosa, que se apoyan en la tierra, parecen aludir a las dos puertas citadas por Macrobio en su Comentario al sueño de Escipión, que comunican el mundo de los dioses con el de los hombres. Están situadas en lugares opuestos en el zodíaco, una en Cáncer y la otra en Capricornio y por una de ellas bajan los dioses para encarnarse y por la otra suben los hombres que han logrado convertirse en dioses. El viaje por la noche egipcia implica el juicio de Anubis, es decir, por una psicostasis o pesaje de las almas, en el que el corazón del muerto debe pesar, al menos, como la pluma de Maat, la verdad. Si durante su vida, el muerto amó la verdad y la buscó, su corazón pesará igual o más que la pluma de la diosa y superará el temido juicio.

El Bardo-Thodröl es otro libro de los muertos, pero en este caso tibetano, en el que también se explican tanto el viaje como las palabras que el muerto debe conocer para atravesar la región de las sombras. La muerte, tanto la física como la iniciática, es un momento de tránsito.

La noche posee dos sentidos, uno es el que conoce la mayoría del género humano y en el que este paso carece de cualquier potencial salvífico o generador y se limita al terrible contacto con el dios de la destrucción representado por Shiva. Pero pose otro, iniciático, en el que de esta primera destrucción surge una nueva y más perfecta construcción.

En un grabado extraordinario de Robert Fludd aparece la relación entre la luz y la oscuridad, entre el día y la noche, ésta última denominada en el grabado Alef tenebrosum (habría que recordar aquí el maravilloso relato de J.L Borges sobre el Alef) Esta es la noche mistérica en la que se esconde la primera letra del alfabeto hebreo. La misma letra que al final del viaje se convertirá en el Alef lucidum, el alef luminosa, en la que se manifiesta todo el esplendor de la creación.

Por último nos referiremos a san Juan de la Cruz que quizá fue quien cantó con más acierto la noche mística como sinónimo de iniciática, sobre todo en su famosa obra Subida al Monte Carmelo. Pero en este caso escucharemos uno de sus poemas que pertenece al Cantar del alma que se huelga de conoscer a Dios por fe y en el que se refiere a la visión de una fuente luminosa que es tan caudalosa que riega cielos e infiernos aunque es de noche.

Resumen realizado por Lluïsa Vert