Clase de RAIMON AROLA del curso de extensión universitaria de la Universitat de Barcelona titulado “SIMBOLOGÍA. Procesos prácticos”. La primera edición fue en 2016-2017. Ahora en ARSGRAVIS lo recreamos en forma de distintas entradas en la web, de manera gratuita y abierta a todos los interesados.

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RESUMEN DE LA CLASE

La montaña posee un simbolismo muy especial ya que es el lugar de la tierra que está más cerca del cielo y también el primer punto donde el cielo puede unirse con la tierra. Es un lugar de encuentro, de reunión, de hierofanía. Es también la imagen de un cuerpo, un cuerpo sutil, pues su forma recuerda a la pirámide que desde la base se sutiliza hasta su cúspide. Se trata de una tierra pura donde la unión entre lo inferior y lo superior es posible y donde los hombres que la habitan disfrutan de la presencia de los dioses, tal como lo afirma Louis Cattiaux en uno de sus aforismos: El Sabio se glorifica únicamente de estar en Dios, es decir, que reposa y calla lo más a menudo posible, ya que la unión de los hombres en Dios sólo puede realizarse sobre la montaña santa en la unidad del silencio reposante (El Mensaje Reencontrado, 8, 56). Se llega a esta montaña después de haber pasado por la noche, el caos e, incluso, por el infierno. Dicho de otro modo, desde la oscuridad y lo inferior surge un cuerpo puro, en el sentido del griego pyr que significa fuego, un cuerpo purificado por el fuego que se eleva hacia la cúspide.

Una ilustración de William Blake muestra una forma que recuerda a la montaña. En ella se ve al Creador que surge de la oscuridad anterior a la creación con un compás con el que trazará las grandes directrices de su obra. Este enorme utensilio, un símbolo básico en la masonería, sirve para expresar el pensamiento o la sabiduría divina que al medir tanto el espacio como el tiempo ordena el caos dando origen al ritmo de la vida.

Idéntica forma triangular aparece en una montaña situada en el Tíbet que posee una gran carga simbólica, se trata del monte Kailash del que nacen los grandes ríos sagrados. Se cree que Shiva reside en su cumbre y es tanta su identificación con este dios que incluso se la considera como su materialización. En algunos credos del hinduismo se la ve como el lugar donde está situado el paraíso y último destino de las almas. El color dorado que adquiere gracias a la luz solar la convierte en un cuerpo de oro, el metal de la incorruptibilidad y la pureza.  Si se comparan las dos imágenes, se intuye la manifestación de la sabiduría divina, representada por el compás, concretada en un cuerpo puro, simbolizado por la montaña.

Un esquema de la tradición sufí con influencias platónicas muestra un triángulo que desde el vértice superior o punto original, el Absoluto, se expande hacia la manifestación pasando por el mundo de los arquetipos,  el de los símbolos, el de las formas fenoménicas para terminar manifestándose en el mundo de las sombras. Desde lo uno hasta lo múltiple, desde el centro hasta la periferia, hacia el mundo de la exterioridad, en el que la diferencia entre las partes es total. Pero este proceso no solo va desde la cúspide hasta la base sino que puede y debe ir también a la inversa, es decir, desde el mundo de las sombras hasta el Absoluto, esto sería la iniciación. El esquema muestra también el lugar donde se producen las manifestaciones divinas, los grandes encuentros que fundamentan las diversas tradiciones.

Una de las manifestaciones más conocidas sucedió en la montaña del Sinaí, donde Moisés ascendió para recibir las Tablas de la Ley tras su travesía por el desierto. Se trata del monoteísmo absoluto pues el Señor, el Dios único, da la Escritura sagrada a Moisés para que la transmita a su pueblo. Los cabalistas explican que de los cuarenta días que Moisés estuvo en el Sinaí, treinta y nueve estuvo hablando con el Señor sobre el sentido profundo de la Torá mientras que lo que en ella está escrito le fue dado solo en un día. Lo importante es lo que se dijo, pues es la llave para entender lo que está escrito. Se trata de la enseñanza oral que después Moisés transmitió a su hermano Aaron, pero en secreto, de boca a oído. Los cabalistas la denominan la Torá be al pe, o sobre la boca. Posteriormente, esta enseñanza se transmitió de Aaron al Sanedrín y después a los diferentes sabios cabalistas por los siglos de los siglos.

En la cima de otra montaña se levanta el castillo de Montsegur, el último bastión cátaro legendariamente relacionado con el Santo Grial. Y, si bien históricamente eso es falso, simbólicamente es interesante pues cátaro también significa puro, un lugar de pureza en cuya cima se guardaban y se transmitían los sagrados misterios que conformaron la espiritualidad occidental de la Edad Media. Unos misterios que después se perpetuaron a través de corrientes más secretas.

La montaña es, simbólicamente, la escalera que se eleva desde el mundo de los hombres hasta el lugar donde residen los dioses. En este sentido es el centro del mundo como señala Joseph Campbell en su obra Imágenes del mito, pues al ascender por la escalinata de un recinto sagrado, situado generalmente en el lugar geográfico más alto: la mente del peregrino se eleva desde su punto de partida terrenal hasta estados trascendentes. La búsqueda de la trascendencia es lo que da sentido al camino desde la base hasta la cumbre.

En un esquema de Ramon Llull se ve una escalera (Llull utiliza en numerosas ocasiones este símbolo ascensional) que sirve para acceder al edificio de la Sabiduría. Los escalones representan los distintos niveles de la creación, desde los elementos y los minerales hasta los ángeles y por último Dios en el umbral del templo de la Sabiduría. La cima de esta escalera aparece iluminada por el sol, indicando que allí se produce el encuentro entre las dos luces a las que ya hemos aludido en otros itinerarios, la interior y la exterior o la más inferior y la superior. En la tradición oriental predomina el sentido inmanente mientras que la occidental es más trascendente, pero en ambos casos el simbolismo sería el mismo y la iluminación se produce por la unión de las dos luces. Simbólicamente, la escalera, la montaña y la cima son lo mismo: el lugar de la manifestación de la luz corporificada.

En un grabado de Marco Antonio Raimondi, copia de un fresco de Rafael, aparece a Apolo rodeado por las nueve musas en la cima también luminosa del monte Parnaso. Pueden  verse algunos laureles, el símbolo de Dafne, el gran amor de Apolo, y unos pequeños cupidos con unas coronas con las que homenajearán a los personajes que logren ascender hasta la cúspide del monte y gozar de la unión entre el cielo y la tierra.

Un grabado alquímico de una obra del s. XVII llamada Tratado de la piedra filosofal, muestra la sublimación alquímica, es decir, la elevación de la primera materia en el vaso de los alquimistas para recibir las influencias superiores y desprenderse de sus elementos menos sutiles que impedirían esta unión. Se trata de una operación secreta que combina la inmanencia con la trascendencia. En el grabado aparecen dos personajes, el padre, que simbolizaría el cuerpo y el hijo filosófico que representa el espíritu; en un determinado momento el hijo se separa de su padre y siguiendo a su guía asciende a una montaña que según el texto sería la montaña de las Indias: La alta montaña de las Indias está situada en el vaso de los sabios, en ella vuelan el hijo y su guía, el espíritu y su alma. A partir de este grabado comprendemos que la subida a la montaña del Sinaí o a la de Montsegur, con su relación con el Grial, poseen un contenido más amplio y profundo que el meramente histórico.

En el mundo moderno, entre los siglos XVII y XIX, la tradición hermética se pierde o se desvirtúa y el arte recoge su legado. Los artistas, los pintores, los literatos saben expresar en sus obras el simbolismo ascensional o de la montaña como en la obra de Caspar Fiedrich, un extraordinario paisaje propio del romanticismo, en el que se recrean los misterios de la sublimación alquímica al disponerse verticalmente, es decir, de manera contraria a cómo se había hecho hasta entonces.

La cueva es lo interior y el complemento de la montaña como apunta la representación de René Guénon en su libro Símbolos fundamentales de la ciencia sagrada. Y aquí nos encontramos con un nuevo símbolo: la montaña invertida  o la cueva. En el interior de la cueva se encuentra el secreto, la fuerza que se debe sublimar, aquello que asciende de lo más bajo, del mundo de las sombras, y que al manifestarse genera los tesoros de la creación. Es también la imagen del volcán, otro símbolo extraordinario, que siendo tierra, el elemento más pesado y bajo, alberga al elemento más sublime y volátil, el fuego. Paradoja de que en lo más bajo está el principio de lo más alto, lo divino.

El Anfiteatro de la eterna sabiduría de Henrich Khunrath, contiene un grabado con un volcán que también es una isla. En el interior de dicho volcán aparece un texto escrito que corresponde a la Tabla de Esmeralda atribuida a Hermes Trismegisto, que hemos visto anteriormente. En este texto, que se refiere al misterio de la alquimia, aparecen las siguientes frases: Sube de la tierra al cielo y se apropia de las luces de lo alto, después desciende sobre la tierra. Y en ello está la fuerza de lo más alto y lo más bajo. Difícilmente se podría explicar el sentido del símbolo de un modo más claro: la unión de lo que está arriba y lo que está abajo. Una imagen complementaria a la montaña hermética sería la fotografía del Mont Saint Michel, un monte que cuando sube la marea se convierte en una isla. En ella se levanta un monasterio con el campanario en su cumbre desde donde surge el sonido metálico de las campanas que remite a la obra alquímica: un metal puro que suena o que habla.

Y es que la montaña simbólica es también una isla porque está aislada, separada de las cosas de este mundo. Para acceder a ella se necesita de una visión interior, del famoso “sensorium” de Karl von Eckartshausen. Allí se encuentran los minerales o los metales aún no especificados con los que se trabaja en la obra alquímica. El acróstico V.I.T.R.I.O.L., iniciales de la frase: Visita Interiora Terrea Rectificando Invenies Occultum Lapidem (Visita el interior de la tierra y rectificando encontrarás la piedra oculta), resume dicha obra.

El punto central de la montaña simbólica se asemeja al punto Hara de la tradición oriental, en donde se concentra toda la energía del cuerpo. En una imagen se compara un triángulo inscrito en un círculo con los diez puntos de la tetraktys con una estatua de Buda, en la que se han superpuesto dichos puntos con el punto Hara central. Buda en la postura de meditación es esta gran montaña que ningún accidente climático puede mover. Es el centro inmóvil de lo que se mueve, es decir, el universo representado por el círculo. La gran imagen del Buda de Kamakura es precisamente una representación del Buda Amida, el Buda de la Tierra pura, que quiere salvar a todos los seres sin excepción.

En un grabado de la montaña de Montserrat aparece la Virgen con el Niño, quien sostiene una sierra en su mano.  Él es quien sierra o abre la montaña. Montserrat significa montaña serrada, un símbolo masónico por excelencia. Primero la piedra bruta se talla para convertirla en una piedra cúbica, estable. Después este cubo se sutiliza en una pirámide, el primer cuerpo platónico, puro y sin sombra. Si relacionamos esta imagen con la pintura de William Blake del principio podemos entender que lo que descendió a las sombras de este mundo para traer orden y medida retorna a su origen en la misma forma original, pero corporificado en un cuerpo de metal puro.

Resumen realizado por Lluïsa Vert