La editorial Herder recupera un libro de culto, ‘El mensaje reencontrado’, del pintor y poeta francés, donde recogía el mensaje universal que aprendió de los antiguos y clásicos alquimistas. Lo cuenta Raimon Arola en Cultura/s de La Vanguardia

 

TEXTO DE RAIMON AROLA

Cuando una mañana de invierno de 1952, Louis Cattiaux –en cuya tarjeta de visita ponía “pintor, poeta y boticario”– entró en la iglesia de San Martín de Limal, en pleno país valón, observó un instante el altar, después, se dirigió a la estufa que calentaba la basílica y se arrodilló ante el fuego. Allí, bajo la mirada impresionada de sus amigos, permaneció inclinado adorando las llamas en las que se reflejaba la imagen del furor divino que atraviesa todas las religiones y cuyo símbolo Cattiaux renovaba en su adoración a la incandescencia del fuego.

En aquella época, en el París de las novedades artísticas y los movimientos de vanguardia, Louis Cattiaux, el pintor, estaba terminando “su libro”, El Mensaje Reencontrado ―que ahora presentamos en la edición de Herder―, donde recogía el reencuentro interior con el mensaje universal. Este mensaje lo aprehendió de los antiguos y clásicos, alquimistas. No de la alquimia vulgar, la que está en boga actualmente, sino de la alquimia según la cual el ser humano puede a partir de su cuerpo animal resucitar en el cuerpo espiritual (el soma pneumatikon que enseñaba san Pablo). Para los nobles alquimistas, el núcleo de toda tradición estaría en el conocimiento del cuerpo nuevo y, por consiguiente, en la comprensión de la universalidad de todas las religiones auténticas. Cattiaux construyó su libro desde esta sabiduría. Para llegar a ella no son necesarios estudios en escuelas reconocidas, ni títulos académicos, ni formulas eclesiásticas, sino un corazón puro y una gran libertad, la libertad de la relación directa con Dios…

En la primera mitad del siglo XX, en Europa, la alquimia parece haberse desligado de las tradiciones religiosas, en vez de, como sería natural, fundirse con ellas. Cattiaux, un pintor sin estudios superiores ni carrera eclesiástica, reencontró la auténtica alquimia: la palingenesia. Curiosamente, en El Mensaje Reencontrado Cattiaux no usa el lenguaje propiamente alquímico: mercurio, sal, azufre, etc., pero en cada versículo se manifiesta el carácter sublime de la alquimia olvidada, por ello su mensaje es “reencontrado”. Reinterpreta los temas básicos del espíritu como nuevas verdades que cuestan aceptar, incluso comprender, por los sabios que se han instalado en las formas y no en la vida interior. Para ello es necesaria, lo hemos mencionado, la libertad en la pureza.

La vida de Louis Cattiaux, y de su libro, es libertad pura, una libertad que nace de la seguridad de que lo que escribía en El Mensaje Reencontrado correspondía a una experiencia espiritual interior y no subjetiva. Ser libre en el subjetivismo es relativamente simple, además está de moda, pero ser libre en la vida interior es muy distinto, la soledad es el resultado. Pocos comprenden el mensaje antiguo explicado con un lenguaje distinto, pocos son los que estudian las palabras de los sabios antiguos para encontrar en ellos su experiencia viva, como Cattiaux en El Mensaje Reencontrado. La libertad y la potencia primeras ―escribe en el versículo 18, 58―son como la salida de la conciencia individual y como la inmersión en la conciencia divina, donde Dios actúa y reposa eternamente.

La libertad es, insistimos, un camino arduo. Como escribió su amigo Charles d’Hooghvorst, Cattiaux era un testigo vivo de la tradición universal, pocos lo conocieron, pocos lo frecuentaron, la mayoría lo rechazó. Una persona libre que muestra abiertamente su espiritualidad acostumbra a ser cuestionada y atacada desde el inicio de los tiempos; antes sería un hereje, ahora, un desconocido. ¿Cómo puede ser una experiencia personal algo universal? A partir de esta pregunta los humanos prefieren las reglas establecidas, los lenguajes repetidos… La libertad no es hacer lo que nos viene en gana, es vaciarnos de nosotros mismos para dejar actuar a Dios, pues en Él está la libertad completa. Olvidarse de las opiniones circunstanciales y abrirse a la luz que reposa en nuestro interior gracias a la visita de cierto espíritu secreto y celeste. En este sentido Cattiaux escribió:

¿Cómo habríamos pensado por nosotros mismos en escribir un Libro que nos ha tomado los doce mejores años de nuestra juventud según el mundo, que ha exigido mil cuidados y retirarse de la vida ambiente, que ha provocado el juicio y la rebelión de los nuestros, que nos ha valido la pobreza, que nadie quiere aceptar, que deja indiferente al mundo, que aburre a nuestros allegados, que ofende a los religiosos, que nos hace pasar por desequilibrado y que sólo engendra, hasta ahora, el silencio y el abandono? ¿Cómo habríamos pensado por nosotros mismos en perder nuestra vida en este mundo para ganarla en Dios? (21, 65)

El libro de Cattiaux es la apertura a la libertad para la que el ser humano fue creado. La libertad de la salvación. La base imprescindible de toda religión y filosofía. La tradición universal y viva. La alquimia transformante que reconoce al primer y al último ser. El que tenga ojos que vea. El que tenga oídos que escuche.