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La magia
Durante el siglo XX las complejas disquisiciones sobre la religión, sus valores y sus engaños, han convertido las formas espirituales de las sociedades arcaicas en una tabla de salvación para el simbolismo, puesto que lejos de ser pobres e incipientes, cada día es más evidente, son formas plenas cuyo contenido refleja la totalidad del espíritu humano. Además, su proximidad a la naturaleza ha permitido recuperar el pensamiento mágico propio de cualquier tradición, pero que demasiado a menudo ha sido enterrado por pensamientos valiosos, pero ajenos a la experiencia personal de la vida del espíritu.
Sin la experiencia personal no es posible reconstruir el universo simbólico que se fundamenta en las correspondencias entre las distintas partes de la creación. Reseguir los hilos del tejido que reúne las partes en un todo es la obra de la magia. Lejos de los prejuicios que pesan sobre esta palabra, magia, su acepción más importante es aquella que permite a los individuos compartir los nudos del gran tejido que es el mundo, sumergirse en ellos y activarlos. De esta forma, el pensamiento analógico, lejos de ser arbitrario y subjetivo, es un saber, como hemos dicho, pleno. Pico de la Mirándola en el siglo XV afirmaba que: “La magia es la parte práctica de la ciencia natural”, y esta práctica es el pensamiento simbólico.
Religión de la naturaleza
Se cuenta, poco importa si es verdad, que durante una visita a las cuevas de Altamira, Pablo Picasso exclamó: “Después de Altamira (o de la cueva de Lascaux) todo parece decadente”. Extraña afirmación si recordamos que las famosas pinturas de la gran sala se han datado entre 15 000 y 12 000 años de nuestra era, entonces, ¿qué quería significar Picasso? Sin duda que en su origen el arte era perfecto pues cumplía estrictamente su función, y, por ello, no es mejorable. Pero entonces la cuestión es, ¿cuál era esta función? La misma que la que aquí denominamos función simbólica, pues permite el diálogo del hombre con la naturaleza, para defenderse si es hostil y para agradecer si es beneficiosa, y, en definitiva, para establecer una convivencia entre semejantes. El arte simbólico es el arte mágico; sentencia Louis Cattiaux: “El origen del arte no es resultado de una necesidad estética como generalmente se cree, es el resultado de una necesidad de dominación mágica”.
Aquí el simbolismo y la magia son una misma cosa, pues se entienden los símbolos como las imágenes, visuales, sonoras, corporales, etcétera, con los cuales el hombre se reúne con la vida de la naturaleza, que no ve como algo separado a la suya, pues, obviamente, no lo es.
Este simbolismo primordial es la religión de la naturaleza, quizá más conocido bajo el término animismo. El hombre arcaico, de la prehistoria o de sociedades escondidas que han llegado hasta la actualidad, no solo ve las formas exteriores de su entorno, sino, también, su alma. La palabra animismo describe esta visión de lo interior que la antropología ha estudiado con ahínco los último cincuenta años, desde Claude Lévi-Strauss a Robert M. Torrance, sobre todo al enfrontarse a la figura de los chamanes, es decir, los mago o médium de la sociedades arcaicas que viaja del mundo infernal al mundo arquetípico y de éste al infernal. Asciende y desciende para encontrarse con los ancestros, para obtener las medicinas secretas para el cuerpo y el espíritu, para acompañar a los miembros de su tribu o pueblo en los pasos importantes de la vida: los ritos de paso, que acompañan todo cambio de lugar, estado, posición social, edad, etcétera, pero, básicamente, para guiarlo en el viaje post mortem, función que en la religión grecorromana asume Hermes, o Mercurio, pues actúa como psicopompo (de psyche, ‘alma’ y pompós, ‘el que guía’). El chaman conoce el más-allá donde habitan los ancestros inmortales. Convive con la secreta alma de la naturaleza, por eso siempre se asocia con un animal (la parte de la naturaleza que posee alma).
En su Filosofía Oculta, Agrippa de Nettesheim describe los peldaños de las escaleras que reúnen lo superior con lo inferior, lo hace a partir de los números, así explica la escala del uno, del dos, del tres, cuatro, etcétera. Esta escalera, que siempre es la misma más corta o más amplía, en las culturas arcaicas se representó por medio de elementos verticales como el menhir, el tótem, incluso de determinados árboles sagrados que representaban el axis mundi. Contemplar los esquemas de Agrippa y hacerlo como lo hacían los magos arcaicos, es vivir la ciencia simbólica de las correspondencias, y no solo como elementos de un cosmos orgánico, si no también, como la ciencia trascendente del conocimiento de los dioses.
Era costumbre el uso de los tambores en los viajes de los magos, en especial de los chamanes y, por suerte, podemos escuchar algunos auténticos que estremecen el alma. Sobre su función veamos tres autores, primero Jean Chevalier quien en su diccionario de los símbolos escribió: “El tambor está asociado a la emisión del sonido primordial, origen de la manifestación y más en general del ritmo del universo. […] El tambor es como una barca espiritual que permite pasar del mundo visible al invisible. Está ligado a los símbolos de la mediación entre el cielo y tierra”. Segundo, Robert M. Torrance quien comenta que el sonido del tambor representa el eje del mundo: “La entrada a estos reinos subterráneos (como igualmente a los cielos) podía efectuarse por un agujero situado en el centro de cada plano verticalmente ordenado, por el que pasa el eje del mundo desde la Estrella Polar hasta el centro de la tierra”. Y, finalmente, Marius Schneider: “Hablan todos los tambores, los divinos y los humanos, por ser los portadores de aquel lenguaje místico creador que mediante los sonidos ritmados atraviesa el cosmos. Los himnos y los metros,… crean, liberan y devoran. Los tambores son los “carros”, los metros son los “constructores”. Cantar es crear”.
Los mundos invisibles que recorre el chaman son el mundus imaginalis o el alma que reúne el cuerpo con el espíritu y el espíritu con el cuerpo. Así comprendemos el sentido etimológico de la palabra religión por Lactancio hace derivar la palabra ‘religión’ del verbo latino religare: “Obligados por un vínculo de piedad a Dios estamos “religados”, de donde el mismo término ‘religión’ tiene su origen”.
El Chamanismo
Los chamanes frente a otros hechiceros, magos o curanderos, eran los que poseían el “domino del fuego”. En medio de la noche, el chaman utilizaba las llamas y el humo del fuego como eje de su ascensión a los distintos planos de la realidad. Hacemos hincapié al respecto para explicar como la magia arcaica dio paso (o convivió) con los mitos, pues en muchos pueblos se llegó a identificar al fuego con un dios. Así ocurrió por ejemplo en la India, cuando en los vedas se personifica en el dios Agni, el dios que nace cada vez que se enciende un fuego (tiene la misma raíz indoeuropea que el término latino ‘ignis’ y el español ‘ígneo’). Sus atributos son muchos y diversos, aquí nos importa se verticalidad que con los siglos se relacionó con el Shiva lingam, el falo de Shiva que se convirtió en deidad principal del hinduismo. El lingam es, una vez más, el eje central que reúne los mundos y se asienta sobre el ioni, es decir, la vulva de su esposa, unión omnipresente en todo el subcontinente índico.
Los símbolos se entrelazan para mostrar la unión de la dualidad primordial: el fuego y el agua, el hombre y la mujer, el yang e yin (que veremos en la clase dedicada a la inmanencia oriental), etcétera.
En un curso de simbología nos importan tanto los estudios eruditos de la historia de las religiones, como la experiencia directa del hombre con los símbolos de su tradición. Por ejemplo, y sin movernos de la India, es fundamental la ceremonia de incineración de los muertos, donde el cuerpo y el espíritu del difunto ascienden mediante el fuego y después, las cenizas se unen con el agua.
Del encuentro del fuego y el agua aparecieron las imágenes simbólicas, como los mandalas que unen el triángulo masculino (con el vértice hacia arriba) con el femenino (con el vértice hacia abajo), como en el Sri Yantra.
Mitología
Por todo ellos, los símbolos que crearon los pueblos arcaicos, demasiado estudiados como piezas artísticas o documentos antropológicos, permiten al hombre del siglo XXI recuperar la alianza con los elementos naturales y, lo que aquí es lo más importante, reconstruir el saber de Dios como algo experimental y cósmico. Es un proceso realmente difícil, demasiados estudiosos han separado a Dios de la creación. No hacer distingos entre la función de un chaman y la de un sacerdote judío, por poner ejemplos extremos, solamente es posible desde la profundidad del simbolismo, puesto que unifica las distintas formas de experiencia espiritual con el Espíritu del hombre que, en ocasiones se denomina Dios. Escribe Cattiaux: “La única vía que conduce a la posesión de Dios es el conocimiento de la naturaleza y del hombre” (‘El Mensaje Reencontrado’ 2, 86).
La mitología griega, como el conjunto del pensamiento de los pueblos indoeuropeos, desplegó un arte y una literatura simbólica extraordinaria en la que se asociaba la interioridad de la naturaleza con los misterios de la regeneración del hombre por medio de leyendas o mitos. Emmanuel d’Hooghvorst seguidor de Louis Cattiaux (y así conocedor del simbolismo alquímico que ocupara la última parte del curso), insiste una y otra vez en sus reflexiones sobre la Odisea de Homero, que los mitos no son simple literatura, si no que esconden el misterio último del pensamiento simbólico; a saber, la regeneración del hombre cuando las formas exteriores se desvanecen y la vida interior se manifiesta en su completitud, lo que en la tradición griega se conoce como la apoteosis o elevación al rango de los dioses, y relaciona las enseñanzas de Homero con las de un contemporáneo suyo, Elias; escribe: “Habíamos señalado al comienzo de este estudio que los poemas homéricos eran contemporáneos del profeta Elías. Aunque la tradición de la regeneración física del hombre sea muy antigua, pues data de principios de la humanidad, no es sin embargo patrimonio exclusivo de Israel. Así pues, los misterios de la palingenesia o nuevo nacimiento son universales, al igual que la tradición y la enseñanza que a ellos se refieren”.
Misterios de Eleusis
Los mitos de los pueblos arcaicos llegaron a las culturas posteriores con todo el valor espiritual de la búsqueda del hombre arcaico. La búsqueda de la vida pura y perenne. Nos detenemos en el famoso mito del rapto de Perséfone. El tema es bien conocido, comienza con la división de la creación entre los tres hijos varones de Cronos una vez que han vencido la terrible guerra conocida como la Titanomaquía. Lo explica Homero en boca de Poseídon: “Tres somos los hermanos nacidos de Rea y de Cronos: Zeus, yo y el tercero Hades, que reina en los infiernos. El universo se dividió en tres partes para que cada cual imperase en la suya. Yo obtuve por suerte habitar siempre en el espumoso y agitado mar, tocáronle a Hades las tinieblas sombrías, correspondió a Zeus el anchuroso cielo en medio del éter y las nubes; pero la tierra y el alto Olimpo son de todos…” (Ilíada XV, 185 y ss).
Con esta división Hades (o Plutón) no encontraba ninguna mujer que quisiera convivir con ella en “las tinieblas sombrías” y entonces decidió raptar a Perdéfone, su sobrina, la hija de Deméter. A partir de este momento, Deméter viaja a la tierra para retornar a su hija al Olimpo, tal como explica el famoso Himno a Deméter. Durante su paso por la tierra, Deméter instauró los famosos Misterios de Eleusis, un rito secreto que permitía a quien lo practicara conocer la inmortalidad. Los documentos que nos han llegado son escasos, puesto que no se escribía sobre ello, pero su dimensión histórica es importante –a modo de ejemplo apuntemos que la masonería moderna se reconoce como continuadora de esta iniciación.
Según Eliade, los Misterios de Eleusis proclaman la estrecha relación entre la agricultura y la esperanza de una existencia bienaventurada más allá de la muerte, y escribe: “En última instancia, el rapto –es decir, la ‘muerte’ simbólica– de Perséfone tuvo consecuencias decisivas para los hombres. En adelante, una diosa olímpica y benévola habitará temporalmente en el reino de los muertos. Gracias a ella quedaba anulada la distancia infranqueable entre el Hades y el Olimpo. Mediadora entre los dos mundos divinos, podía intervenir en el destino de los mortales. Utilizando una expresión favorita de de la teología cristiana, se podría decir: felix culpa! La fracasada inmortalidad de Demofón [el hijo del rey de Eleusis que Deméter quería convertir en dios] provocó la epifanía resplandeciente de Deméter y la instauración de sus misterios”.
Recordar finalmente la relación de los ritos báquicos y los shivícos como origen del teatro en Grecia y en la India respectivamente. Otra forma como han perdurado los misterios de las religiones de la naturaleza.
Conclusión
- El conjunto del mito del rapto de Perséfone, y el ritual que se asociaba a él, no son distintos al viaje que en estado de trance hacían los chamanes, aquellos magos auténticos que conocían la puerta estrecha que une el cielo y el infierno, el Olimpo y el Hades, y, en última instancia, el hombre con Dios.
- Los mitos antiguos en general eran formas mágicas que conciliaban a los hombres con la vida interior de la naturaleza, aquella en que la relación entre los elementos no es destructiva, si no aquella en que los elementos (los dioses) se complementan en la unidad homogénea de la vida que no perece.
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