Imágenes escondidas en las letras capitales de un libro de Ramon Llull que resumen su ‘Ars Magna’ y su ‘Testamentum’, y que describen las operaciones alquímicas o el arte divino. Texto de Raimon Arola.

 

PRESENTACIÓN

Según la historiadora Michela Pereira, Llull fue además de por su propio Ars, una figura muy importante en la historia de la ciencia medieval. abriendo el camino para las posteriores investigaciones de Paracelso, y si bien no se sabe mucho acerca de la difusión de la alquimia pseudo luliana en el siglo XIV debido a la falta de manuscritos de la época, en el siglo siguiente este corpus floreció con gran cantidad de manuscritos conservados, algunos bellamente iluminados y guardados en las Bibliotecas de Florencia, Londres, Oxford y Yale.

Debido al interés de la época por la alquimia los manuscritos alquímicos atribuidos a Llull se encuentran entre las colecciones de reputados lulianos hasta el punto de que Bernardo de Lavinheta incluyó el Ars operativa medica así como extractos de Rupescissa en su enciclopedia luliana cosa que influyó en gran manera en el pensamiento de los sabios renacentistas, desde Pico de la Mirandola, que enseñaba aspectos del pensamiento luliano en sus círculos, hasta Giordano Bruno o Heinrich Alsted.

El manuscrito que presentamos, datado en 1475, se encontró precisamente en Florencia. Contiene varios tratados alquímicos pseudo-lulianos. En sus ilustraciones se representa a Llull, con barba y un hábito franciscano, en diferentes escenas alquímicas dándole el estatus de alquimista y utilizando escenas agrícolas para mostrar distintos aspectos de la obra alquímica.

El trabajo sobre la tierra alquímica, representado por el labrado y la siembra, los árboles y frutos que surgen de ella, bajo el aspecto de los árboles de ciencia del método luliano, la paciencia del labrador que solo puede esperar a la que tierra dé sus frutos y que se ha comparado a la del alquimista ante su atanor que no pueda abrir una vez ha depositado la materia en su interior, so pena de perder toda la obra, y que debe esperar a la cocción sea completada sin añadir nada de su parte. Finalmente, la fe y la paciencia del alquimista tienen su recompensa y Raimon aparece llevando en sus manos una retorta con el elixir dispuesto a ser destilado y sublimado.

Como hemos dicho, estas  ilustraciones son extraordinarias, por su belleza, evidentemente, pero también porque aúnan los árboles que aparecen en sus tratados auténticos con las escenas alquímicas de los tratados alquímicos pseudo-lulianos ejemplarizadas como una ciencia agrícola, si bien su fruto es el propio Salvador. Un ejemplo sería la imagen de una palmera con unos frutos a un lado y, en el otro, doce esferas, como el número de las operaciones alquímicas: destilación, mixtión, sublimación, el azufre, el agua de la piedra, los menstruos de la tierra condenada.

Un rey, la “causa primera” señala la palmera, al pie de la cual se encuentra un recipiente con el “licor extraído del caos”. Por este término, los alquimistas expresan la materia en estado de putrefacción porque todos sus elementos están confundidos en ella. Simbólicamente se asimila la palmera al fénix como símbolo de la piedra filosofal al rojo hasta el punto de Dom Pernety escribió: “Phoenix es también el nombre de la palmera que porta dátiles”.

Foenix era el pájaro fabuloso, de colores rojo, púrpura y oro, que vivía en Etiopía, la tierra negra. En el momento de su muerte, el nuevo fénix renace de sus cenizas y encierra el cadáver de su padre en un tronco hueco de mirra. Los alquimistas estuvieron muy atentos al simbolismo de este pájaro cuyo culto estaba  presente entre los egipcios, y que equipararon la tierra negra de Etiopía a la nigredo, y el árbol hueco, a su atanor. El fènix es también uno de los símbolos para representar a Jesucristo, el resucitado.

Los esquemas de este manuscrito son los que aparecen también en su Ars Magna y en su Testamentum. Por la combinación de las letras del alfabeto y de las figuras geométricas, Llull pretendía ofrecer un método infalible, de origen divino, susceptible de revelar los secretos de la naturaleza, del hombre y de Dios, por eso escribe: “poseo un Arte general ofrecido nuevamente por un don del espíritu, gracias al cual puede conocerse toda cosa natural”. Este Arte, este manuscrito es el testimonio, fue aplicado a la alquimia que utilizó  el sistema de combinaciones luliano para describir, o más bien ocultar, los procesos del arte hermético. Como hemos dicho, este sistema influyó tanto en Paracelso como en Giordano Bruno.

A continuación mostramos las imágenes y por último unos fragmentos del libro «La cábala y la alquimia en la tradición espiritual de Occidente» dedicados a Ramon Llull

 

 

IMÁGENES

 

Miniaturas de un manuscrito  pseudo luliano guardado en Biblioteca Nacional de Florencia. https://archive.org/details/b.-r.-52/page/n11/mode/thumb

TEXTO

Fragmentos del libro «La cábala y la alquimia en la tradición espiritual de Occidente» dedicados a Ramon Llull

Durante los siglos XIV y XV aparecieron en Europa un gran numero de obras alquímicas atribuidas al beato Ramon Llull (1236-1316). Pero hasta el siglo XIX no se demostró que dichos textos alquímicos nada tenían que ver con los escritos del personaje histórico. Sin embargo, los letrados que vivieron el final de la Edad Media y el principio de la Europa moderna no contemplaban separación alguna entre los textos auténticos y los apócrifos. Era creencia común el considerar a Ramon Llull como el fundador de la escuela de quienes practicaban la alquimia pues, sin lugar a dudas, en los textos alquímicos a él atribuidos se puede observar una considerable coherencia con su pensamiento. En el origen de esta escuela alquímica, Llull –o el adepto desconocido que utilizó su nombre– describió con excelente precisión el sentido antiguo de la física, creando el sistema o arte alquímico luliano que se convirtió en el eje fundamental de los adeptos de la cristiandad latina. En la Concordance Mito-Phisico-Cabalo-Hermétique, seguramente escrito por Saint Baque de Bufor, leemos lo siguiente:

Sobre el modelo de los templos egipcios y sobre los de los druidas, Ramon Llull, célebre Filósofo hermético, formó una escuela en la que enseñaba los grandes principios de la Ciencia de la Naturaleza a cuyos preceptos añadió el conocimiento gradual de la materia y las manipulaciones que exigía cada gradación. Los últimos grados a los que llegaba la materia no eran enseñados más que en los lugares más secretos de su escuela y sólo a los discípulos a los que, después de distinguirse por su aplicación y celo, se les juzgaba dignos de ser elevados al venerable grado de maestro. Después del ascenso a este grado eminente se les instruía ampliamente respecto al poder que las adaptaciones propias de la piedra filosofal podía elevarles. [1]

Eugenius Philalethes, un famoso alquimista inglés anterior a Saint Baque de Bufor, afirmaba que el arte de Llull era el fundamento de su escuela y acerca de su maestro escribió lo que sigue:

Ramon Llull, un hombre que ha estado en el centro de la Naturaleza y que, sin duda alguna, ha comprendido gran parte de la Voluntad Divina, me ha otorgado la orden terrible de no prostituir sus principios: «Te juro por mi alma que serás condenado si revelas estos secretos. Pues todas las cosas buenas proceden de Dios, y sólo a él se deben. Por consiguiente, reservarás y guardarás este secreto para Dios, este secreto que es suyo» […]. Creo en Ramon Llull y, en la medida de mi fe, me preocupo por mi salvación. Pero si esto no te satisface, tú, quienquiera que seas, permíteme que te murmure unas palabras al oído.[2]

La alquimia no puede comprenderse sin conocer la identidad de los elementos que los auténticos adeptos utilizan, puesto que se trata de elementos puros y no vulgares, por eso es necesario que algún maestro transmita el secreto. Si el rastro filosófico y alquímico de la escuela de Llull es difícil de seguir, se debe a que se expandió en el interior de círculos cerrados, por medio de la enseñanza oral o, como escribía Philalethes, «murmurando al oído». La alquimia luliana parece un terrible despropósito cuando se accede a ella por primera vez, pues sin conocer los elementos con los que opera, lo que podríamos llamar, el alfabeto, no hay manera humana de comprender algo. En el Ars magica, el autor escribió:

Primero conviene que conozcas la materia más apropiada con la que se compone nuestra medicina de propiedad cierta. Notablemente has de entender, después de razonable y natural consideración, que ella no es otra cosa que naturaleza pura de fino metal, salida y extraída por arte de magisterio y por obra natural en acto manifiesto, a partir de una substancia sutil y pura: la plata viva fijada y hecha resplandecer por el ingenio de la naturaleza y en sus propias mineras.[3]

Cuenta la leyenda que el beato Ramon Llull no creía posible la transmutación de los metales. Lo consideraba un producto de la imaginación de los hombres, pero en cierta ocasión durante 1293, se encontró en Nápoles con Arnau de Vilanova, con quien mantuvo una agria disputa respecto a la alquimia hasta que este último para convencer al beato mallorquín, realizó una transmutación metálica en su presencia. Ante la demostración evidente, Llull se convenció de tal modo que a partir de entonces se dedicó plenamente al conocimiento de los fundamentos de la naturaleza, consagrando los últimos años de su vida a escribir los secretos más escondidos de la alquimia basándose en su ars magna.

En la actualidad existe una total unanimidad entre los historiadores al afirmar que los textos alquímicos atribuidos a Ramon Llull no salieron de la pluma del beato. Como mucho se puede aceptar la hipótesis que fueron escritos por alguno de sus discípulos, por lo que el autor anónimo que redactó el famoso Testamentum y el Codicilium no utilizó el nombre de Llull de manera arbitraria, sino intencionadamente, pues de alguna forma se consideraba continuador de su sistema filosófico y, sobre todo, de su arte, el ars Raymundi. Cualquier consideración acerca de la alquimia luliana pasa necesariamente por el estudio del ars Raymundi propuesto por el beato, porque los alquimistas, que nos legaron en sus escritos la ciencia de la naturaleza, lo utilizaron…

Llull y la alquimia

…Los alquimistas identificaron el ars Raymundi con el proceso alquímico que se desarrollaba en el interior de su atanor, es decir, la segunda parte de la Gran Obra, que comienza cuando se ha recibido la primera materia. Emmanuel d’Hooghvorst resume dicho proceso con las siguientes palabras:

Llega entonces el tiempo de aquella lenta y dulce cocción o fermen­tación, sobre la que los maestros dicen: «¡Que no te canses de cocer!», pues esta labor parece no tener fin. Es una larga prueba para el discí­pulo que vela junto a su atanor; no tendrá otro consuelo que la espe­ranza y la fe, la fe del carbonero, por supuesto.[8]

El mismo autor propone un ejemplo visual para explicar la segunda operación: «Si se visita el palacio de Jacques-Coeur en Bourges, podrá verse un bajorrelieve donde está representado un alquimista que cubre su atanor»,[9] pues es Dios quien realiza todas las operaciones. Por eso en el Testamentum se afirma:

Vosotros sabéis que toda cosa tiene tres principios, a saber: el artificial, el ejemplar y el material. El primer principio radical artificial, es Dios, fundador de todo. El segundo principio, llamado ejemplar viene de Dios, se le llama sabiduría. El tercer y sucesivo principio, es llamado materia creada por Dios; es decir, la Sabiduría puesta en movimiento por Él mismo, y es el elemento principal, que llamamos Hylé.[10]

Así se resume el ars Raymundi. De Dios no procede tan sólo la sabiduría, sino que también es Él quien la pone en movimiento para que actúe en la materia, por eso se entiende que los auténticos alquimistas afirmen constantemente que su arte es divino, la intervención del hombre abortaría todo el proceso de gestación. La alquimia luliana, al igual que la filosofía del beato Ramon Llull, fue dictada por Dios; el autor sólo transcribe el devenir de la Naturaleza divina, por eso la alquimia según Ramon Llull se trataría:

…del deseo de perfección de la naturaleza, que va de generación en corrupción y de corrupción en generación; ya que su instinto o deseo no viene inmediatamente del creador de la naturaleza, pues, si así fuera, la cosa sería hecha por el creador y no por la naturaleza y entonces sería perfecta sin destrucción. Por eso, puesto que el instinto o deseo viene de la naturaleza, ella no puede hacer una cosa perfecta si no es perfeccionada por la ciencia de Dios o divina intelectual; así como la naturaleza humana es rectificada por la inteligencia divina, como la obra del aprendiz lo es por el maestro. Por lo cual puedes entender la naturaleza de los elementos primeros después de la división de la tercera substancia primordialmente creada [la quintaesencia después de los cuatro elementos…]. Dichos cuatro elementos así creados permanecieron puros y claros a causa de la clara parte de la naturaleza de la que fueron creados, hasta llegar al tiempo del pecado que salió de la naturaleza y que aún dura en el tiempo de anatole [‘repetición’] después del pecado. Desde entonces, mueren los hombres y los animales, y lo nacido de la tierra se seca destruyéndose la generación, yendo de corrupción a generación y, después, de generación a corrupción; así pues, lo que ha contagiado y corrompido a los elementos resuelve los cuerpos impuros. A causa de dicha corrupción toda cosa viva tiene poca duración, pues la naturaleza no puede hacer una cosa tan perfecta de su materia gruesa y corrompida como hacía al comienzo. Por el contrario, allí donde la naturaleza más continúa operando, más en imperfección participa con gran corrupción, por la materia menos pura de los elementos que encuentra cada día. Pues, lo que ahora pone para mudar su compuesto, antes lo ponía para componer sus partes con un mayor ligamento. Por esta doctrina, hijo, puedes entender la palabra filosófica que se consumará al fin del mundo, cuando Jesucristo vendrá a juzgar este siglo con el fuego del cielo que quemará todo lo que no pertenezca a la pureza de dichos cuatro elementos. Lo que está compuesto de malo y de impuro se confundirá en abismo, y lo que el fuego encuentre compuesto de virtud pura, bajo su espera reposará viva y sempiternamente. El mal impuro caerá sobre los condenados y toda virtud pura sobre los bienaventurados. Ahora puede elucidar tu consideración que al final todo irá a su propio lugar de donde primero vino.[11]

El misterio de la alquimia es el mismo que el misterio de la salvación del hombre, tan sólo se salvará aquello que haya alcanzado en este mundo su pureza primera, lo otro será aniquilado, pues, según el pensamiento más profundo de la Alquimia, lo que no es puro no puede ser eterno ni estar junto a Dios. Louis Cattiaux expresa lo mismo al escribir: «Todos los sabios y todos los genios del mundo sólo examinan el mundo y sólo conocen el mundo tenebroso; así pues, se contentan con las recompensas irrisorias del mundo y van al olvido y a la muerte del mundo como los animales que despre­cian y explotan».[12]

Los textos alquímicos de Llull son de lectura enojosa, como si estuviera escondiendo el secreto más sublime de cuantos existe; uno de los motivos que genera mayor desconcierto al lector son los esquemas lulianos basados en los alfabetos del arte y las larguísimas disquisiciones sobre las partes que los constituyen, sin embargo, detrás de los indescifrables esquemas se encuentra la realidad más profunda del pensamiento alquímico luliano; es decir: el Arte inspirado ordena por él mismo sin la intervención del hombre, la realidad caída, dejando a un lado aquello que no sirve para nada, la paja, y poniendo en el otro lado el grano, lo que permitirá reconstruir el Cuerpo del hombre nuevo. La dificultad es un procedimiento para alejar a los pusilánimes- tal como dice el mismo Llull al principio del Testamentum:

Por eso, a todo hijo de la doctrina, ordenamos y prohibimos, so pena de anatemización y maldición divina, que quiera revelar nuestro dicho secreto, antes lo guarde y lo tenga bien secreto, que nadie lo sepa, ya que nunca ningún filósofo ni nadie ha dicho o puesto por escrito lo que por mí se encontrará escrito en la segunda parte de este libro, dicho y llamado práctica. Te lo mostraremos si eres un leal hijo nuestro. Y no lo quieras revelar a los enemigos contra natura, más tenlo secreto y que ellos no sepan nada de él. Que nunca salga de la palabra humana lo que de él encontrarás en la segunda parte.[13]

El arte alquímico de Ramon Llull conoció una expansión extraordinaria a partir de la primera obra de este género que se conoce, el Testamentum, cuyo primer manuscrito está datado en 1330. Desde dicha fecha hasta a finales del siglo xv, Michaela Pereira ha catalogado, provisionalmente, 334 manuscritos de filiación luliana.[14] Los grandes autores del arte de transmutar los metales han afirmado unánimemente que todo está escrito en los libros de Llull, animando a los discípulos a estudiarlos, principalmente el Testamentum, el Codicilium y también el Liber secretis naturae seu de quinta essencia atribuido al propio Llull o a otro alquimista de la época llamado Rupescissa (Joan de Rocatallada), que se presenta como una continuación de las dos obras anteriores. En dicha obra se insiste en la naturaleza de la quintaesencia: «Los filósofos llamaron a esta naturaleza cielo»,[15] pues ningún cuerpo es tan perfecto como el espíritu. En otro lugar explica con más detalles la misma idea, que de hecho se repite en múltiples ocasiones, pues, la gran aportación del lulismo a la alquimia fue, sin lugar a dudas, la definición precisa de la quintaesencia o materia incorruptible.

Hemos conocido por divina inspiración, que por continuas ascensiones y descensiones se realiza la separación de la quintaesencia que buscamos, del cuerpo corruptible y de los cuatro elementos y esto ocurre así, porque lo que esté sublimado dos o mas veces es tanto mas sutil, mas glorificado y mas exento de la corrupción de los cuatro elementos que lo que sólo ha sido sublimado una vez ; de este modo, lo que se sublimará hasta mil veces por una continua ascensión y descensión, llegaré a un tal punto de glorificación que el compuesto sería tan incorruptible como el Cielo o la materia del Cielo. Por ello es llamado quintaesencia y es en relación al cuerpo lo que el Cielo en relación al mundo y tanto como el Arte se acerca a la naturaleza mas semejante a ella se vuelve.[16]

Notas

[1] Concordancia mito-físico-cabalo-hermética, pp. 55-57 .

[2] Tratado del cielo terrestre, pp. 30-33.

[3] Ars magica, pp. 94-96.

[4] Ramon Llull y el secreto de la vida, p. 21.

[5] La filosofía oculta, p. 266.

[6] Antologia Filosòfica, p. 72.

[7] Codicillus seu Vade Mecum, p. 830.

[8] El Hilo de Penélope, t. i, p. 20.

[9] Ibídem, p. 53.

[10] Testamentum, p. 17.

[11] Testamentum, p. 15.

[12] El Mensaje Reencontrado xxiv, 50.

[13] Testamentum, p. 11.

[14] Cf. The Alchemical Corpus Attributed to Raymond Lull.

[15] Libro de los secretos de la naturaleza o quinta esencia, p. 39.

[16] Citado en el texto anónimo, La tumba de Semiramis, sellada herméticamente, p. 11.