Extractos de una conferencia que C. G. Jung pronunció en uno de los encuentros del Eranos-Kreis o Círculo de Eranos que tuvieron lugar durante largo tiempo en una villa de Ascona, en los que C. G. Jung participó, dándoles un sello particular. Edición, Lluïsa Vert

Antecedentes del Círculo Eranos

Ascona, a orillas de lago Maggiore en Suiza, tiene el mérito de ser el único lugar de Europa donde eruditos y participantes interesados no universitarios pudieron reunirse durante muchos años e intercambiar ideas sin las restricciones impuestas por los límites académicos. Sucedió en unos encuentros estivales a los que Eric Newman lo calificó como “el pequeño eslabón de la aurea catena”, es decir, la transmisión de la tradición hermética a la que han pertenecido los sabios de todos los tiempos y que empezó con Hermes Trismegisto. Estos encuentros fueron conocidos con el nombre de Círculo de Eranos.

A sus reuniones acudieron Mircea Eliade, Gershom Scholem, Rudolf Otto, pero también el premio Nobel de física Erwin Schrodinger, Paul Tillich, Ernst Benz o Karl Ranher, D. T. Suzuki, Martin Buber, Henry Corbin, Joseph Campbell y Antoine Faivre entre tantos otros. A pesar de todo ello, no ha sido hasta ahora cuando se ha despertado el interés general por el tema.[1] Incomprensiblemente no existe ninguna referencia a Eranos ni en los libros de historia de las religiones ni en los de filosofía ni siquiera en las enciclopedias.

Ascona tiene el mérito de ser el único lugar de Europa donde eruditos y participantes interesados no universitarios pudieron reunirse durante muchos años e intercambiar ideas sin las restricciones impuestas por los límites académicos

Originalmente, Eranos fue concebido por Olga Fröbe-Kapteyn como un fórum de intercambios entre las religiones y la espiritualidad de Oriente y Occidente. Y lo que en un principio pretendía ser un diálogo entre dos formas de ver dicha espiritualidad se amplió no solo a la psicología o la historia de las religiones sino también a la historia del arte, a las ciencias naturales y también a los temas herméticos y esotéricos, que algunos autores como Steven Wasserstrom atribuyen a la atmosfera creada alrededor de Henry Corbin, Gershom Scholem o Miecea Eliade.[2]

Algo que tampoco debería resultar extraño, pues el interés de Olga Fröbe-Kapteyn por estos temas empezó muy pronto en ambientes cercanos a la Teosofía y a la búsqueda de la Sabiduría. Rabindranath Tagore, Alfred Adler, Thomas Mann o Rudolf Steiner participaron en reuniones anteriores a la creación de Eranos e incluso la misma Alice Bayle dio sus charlas en villa Gabriella hasta que las dos personalidades, la de Olga y la de Alice, chocaron y dejaron de hacerse dichos encuentros para más tarde convertirse en lo que se conoce como los encuentros del Círculo de Eranos.

El interés de Olga Fröbe-Kapteyn por estos temas empezó muy pronto en ambientes cercanos a la Teosofía. Rabindranath Tagore, Alfred Adler, Thomas Mann o Rudolf Steiner participaron en reuniones anteriores a la creación de Eranos.

En aquel momento Olga Fröbe-Kapteyn ya conocía a Jung a quien disgustaba el pensamiento teósofo y que por eso la animó a crear algo más abierto y quizá más erudito. Rudolf Otto tuvo la idea de denominar Eranos a los encuentros estivales anuales que se estaban proyectando, un nombre especialmente apropiado pues eranos se refiere a una comida fraterna en la que cada uno traía su propio alimento, en este caso intelectual, y lo compartía con los demás.

Los encuentros de Ascona

El primer encuentro tuvo lugar en 1933, cada sesión tenía una duración de unos ocho o diez días, durante los cuales todos los participantes convivían juntos, una proximidad que alentaba una atmósfera de discusión dialéctica. Cada año un nuevo tema era presentado y cada pensador deliberaba durante dos horas acerca del mismo y después los demás participantes añadían sus puntos de vista, lo que originaba un ambiente inusualmente libre y creativo. Las conferencias se daban durante las mañanas y solo unos cuantos podían quedarse a comer después en villa Gabriella mientras que los demás, normalmente alojados en las dependencias de Monte Verita, no volvían hasta la mañana siguiente. En estas comidas es donde tenían lugar las charlas y los intercambios más interesantes pues se celebraban solo con los conferenciantes y algunos invitados, siendo Jung la figura central y no solo porque todos lo aceptaran, sino porque todos le conocían y a sus ideas también.

En el encuentro que se celebró en el año 1945, Jung disertó sobre un tema básico, la fenomenología del espíritu, su simbolismo y sus manifestaciones.[3] En una de sus charlas, la que aquí reproduciremos en parte, se refirió al espíritu y su relación con el mercurio de los alquimistas. Su conocimiento de los textos clásicos de la alquimia y la tradición hermética es indiscutible, y la libertad de pensamiento que reinaba en los encuentros de Eranos también. Aún en nuestros días es difícil tratar de temas herméticos en las aulas de las universidades por eso nos parece que el valor de este escrito es muy significativo.

 

Jung y la alquimia

Jung empezó su exposición sobre el simbolismo de mercurio relatando un cuento titulado “El espíritu en la botella” una variante del genio de la botella de los cuentos orientales, pero, en este caso, el poderoso espíritu encerrado en la botella enterrada bajo un árbol es Mercurio y lo que intenta en primer lugar es matar a quien se atreva a liberarlo. Éste es un problema del que numerosos alquimistas han tratado en sus escritos, su mercurio, dicen, primero es un veneno, aunque después se convierta en una poderosa medicina. Mercurio también es el gran enigma de la alquimia, pues como Jung dice: “es huidizo, el que siempre escapa a la captura, un verdadero tramposo que llevó a la desesperación a los alquimistas”. [4]

Mercurio es el gran enigma de la alquimia, pues como Jung dice: “es huidizo, el que siempre escapa a la captura, un verdadero tramposo que llevó a la desesperación a los alquimistas».

En la segunda conferencia Jung recoge lo que los antiguos alquimistas y gnósticos pensaban de la figura del mercurio. Jung recurre a la opinión del filólogo Richard August Reitzenstein, “que reconoció el contenido ideológico, mitológico, o sea, gnóstico de la alquimia”, [5] un nuevo aspecto que se añadió al concepto de la alquimia como una pre ciencia o una pre química. En realidad, y como afirma Wouter Hanegraaff, la alquimia tiene estas dos vertientes además de otra, soteriológica, a la que Jung llama “antroposofía de la gnosis y, de acuerdo con su esencia, plantea una teoría propia de la redención”.[6]

Antes de comenzar su ponencia, de la que solo reproduciremos dos apartados, Jung se refiere brevemente a los autores y los textos que utilizó: en primer lugar, los autores antiguos, es decir, textos griegos y algunos árabes publicados por Marcellin Berthelot. Corresponden al periodo entre el s. I y el VIII. Después, los latinos antiguos que parecen provenir de la escuela filosófica de Harran de dónde se presume que procede el Corpus Hermeticum. Y también los que provienen de la influencia árabe como Geber o Avicena. Un periodo desde el s. IX hasta el XIII. Por último, los autores latinos modernos que son la mayoría y que abarcan desde el s. XIV al XVII, después de esta época Jung advierte de la decadencia de la alquimia por lo que excepcionalmente utiliza algún texto del s. XVIII.

 

Fenomenología de Mercurio

En su disertación Jung se refiere a los distintos aspectos y manifestaciones del mercurio alquímico, desde el mercurio entendido como la plata viva o agua. el mercurio como fuego, cómo espíritu y alma, es decir, el aire, el mercurio doble, etc., para finalizar como su personificación como dios y como la sustancia arcana de los alquimista o primera materia.

Aquí reproduciremos el fragmento que trata de “Mercurio como fuego” y también el que se refiere a “Mercurio como doble naturaleza”. Lo hacemos sin el aparato crítico, pero debemos decir que, en su escrito, Jung cita una cantidad de tratados alquímicos increíble entre los mejores y con más prestigio. Desde El acuario de los sabios, a la Filosofía reformada de Mylius, de El anfiteatro de la eterna sabiduría de Heinrich Khunrath al Rosario de los filósofos. Pasando por la Aurora consurgens o las obras de Basilio Valentin, Ireneo Filaleteo, o de estudiosos de la alquimia antigua como el citado Berthelot.

En su escrito, Jung cita una cantidad de tratados alquímicos increíble entre los mejores y con más prestigio.

Estos dos apartados son prácticamente un resumen de los que los alquimistas han dicho de su mercurio, y nos parece notable que en las jornadas del Círculo de Eranos, estos temas pudieran ser tratados con tanta profundidad.

 

Mercurio como fuego

Muchos tratados señalan a Mercurio ―escribe Jung―, como fuego simplemente. Es un fuego “elemental” (ignis elementaris) o “nuestro fuego natural más seguro” (noster naturalis ignis certissimus), con lo cual se indica su naturaleza “filosófica”. El aqua mercurialis es un fuego “divino”. Este fuego es fuertemente vaporoso (vaporosus). El Mercurio es el único fuego en todo el procedimiento. Es un fuego “invisible, que obra en secreto”. Un texto dice que el “corazón” de Mercurio se encuentra en el polo norte y él (Mercurio), es como fuego (¡aurora boreal!). Mercurio es de hecho, como indica otro texto, el “fuego universal y resplandeciente de la luz natural, que trae en sí el espíritu celeste”. Esta cita es de importancia para la interpretación de Mercurio, ya que lo relaciona con el concepto de lumen naturae, segunda fuente del conocimiento místico, al lado de la revelación sagrada en las Escrituras. Con esto se pone de manifiesto el antiguo papel de Hermes como dios de la revelación. Aun cuando el lumen naturae, concedido originalmente por Dios a la criatura no es de naturaleza anti divina, sin embargo, su esencia se consideró abismal.

Mercurio se relaciona con el concepto de lumen naturae, segunda fuente del conocimiento místico, al lado de la revelación sagrada en las Escrituras. Con esto se pone de manifiesto el antiguo papel de Hermes como dios de la revelación.

El ignis mercurialis está, por otra parte, ligado al fuego del infierno. Parece, sin embargo, que nuestros “filósofos” no consideraban al infierno o a su fuego como absolutamente extra o anti divinos, sino que lo concebían como un ordenamiento intradivino, lo cual debe ser así, si, por otra parte, dios ha de ser tenido por coincidentia oppositorum; lo cual significa que el concepto de un dios que todo lo abarca debe encerrar también en sí, su contradicción; aunque la coincidencia no podrá ser muy radical, pues entonces dios se anularía. El postulado de la coincidencia de la antinomia ha de completarse con su antítesis, para llegar a la paradoja absoluta y, por ende, a la validez psicológica. El fuego mercurial se encuentra, en estado líquido, en el “centro de la Tierra”, en el vientre del dragón. A ello se refieren los versos de Benedictus Figulus:

Visita el centro en la tierra / En el globo te recibirá el fuego.

En otro tratado se dice que este fuego es el “fuego secreto del infierno, la maravilla del mundo, la combinación, en lo inferior, de las fuerzas superiores”. Mercurio, la luz ostensible de la naturaleza, es también el fuego del infierno, el que, en forma milagrosa, no es otra cosa sino una combinación o sistema de lo superior, es decir, de las fuerzas celestiales, espirituales, en lo inferior, es decir, en la esfera ctónica, o sea en este mundo material que ya en tiempos de San Pablo se consideraba gobernado por el diablo. El fuego del infierno, la energía propia del maligno, aparece aquí como clara contraposición a lo superior, espiritual y bueno, y es, en cierta forma, de una sustancia esencialmente idéntica.

Mercurio, la luz ostensible de la naturaleza, es también el fuego del infierno que no es otra cosa sino una combinación de lo superior, es decir, de las fuerzas celestiales en lo inferior, o sea en este mundo material que ya en tiempos de San Pablo se consideraba gobernado por el diablo

No resulta, pues, contradictorio, lo que se dice en otro tratado, de que el fuego mercurial es aquel en el que “dios mismo arde en amor divino”. No nos engañamos seguramente al percibir en estas observaciones dispersas el aliento de la más auténtica mística. Ya que Mercurio mismo es de la naturaleza del fuego, éste no le hace nada, permanece inmutable “en toda su sustancia”, lo cual tiene importancia para todo el simbolismo de la salamandra. Sobra anotar que el mercurio no se comporta de esta manera, sino que se evapora con el calor, lo cual era conocido por los alquimistas desde muy antiguo.[7]

Mercurio de doble naturaleza

Mercurio es ―escribe Jung―, conforme a la tradición de Hermes, polifacético, mutable y engañoso, varius ille mercurius (aquel voluble Mercurio), dice Dorneus y otro le llama versipellis (que cambia su figura, astuto). En general pasa por “doble” (duplex). Se dice de él que «recorre el globo terrestre y disfruta de la compañía de los buenos y de los malos». Es “los dos dragones”, es “el gemelo” (geminus), surgido de “dos naturalezas” o “sustancias”. Es el gigas geminae substantiae, según el texto aclaratorio de San Mateo, XXVI. Este capítulo contiene la institución de la eucaristía, con lo cual se pone de manifiesto la analogía con Cristo.

De ese mercurio doble se dice de él que «recorre el globo terrestre y disfruta de la compañía de los buenos y de los malos».

Las dos sustancias de Mercurio son concebidas como desiguales, o sea, opuestas; como dragón “vuela sin alas”, y en una parábola se dice de él: “en esta montaña se encuentra un dragón siempre despierto, llamado el pantofthalmos (provisto de ojos en todas partes) porque está lleno de ojos en los dos lados del cuerpo, adelante y atrás, y duerme en parte con los ojos cerrados y en parte con los ojos abiertos”. Mercurio se distingue como “el vulgar y el filosofal”, y está constituido por “pegamento seco de tierra y líquido espeso, húmedo”. Dos elementos son pasivos en él, la tierra y el agua, y dos activos, aire y fuego. Es bueno y malo.

Una descripción clara se encuentra en la Aurelia Occulta: “Soy el dragón impregnado de veneno, que está en todas partes, y al que fácilmente se puede alcanzar. Aquello sobre lo que descanso y que descansa en mí, será captado por aquel que oriente su búsqueda según las reglas del arte. Mi agua y mi fuego destruyen y reúnen; de mi cuerpo extraerás al león verde y rojo. Pero si no me conoces bien, destruirás tus cinco sentidos con mi fuego. Mi nariz exhala cada vez más fuerte un veneno que ha causado la muerte a muchos. Por ello necesitas separar con arte lo burdo de lo fino, si no quieres deleitarte con la pobreza extrema. Te regalo las fuerzas de lo masculino y de lo femenino, así como también las del cielo y de la tierra. Con valor y amplitud de mirar has de manejar los misterios de mi arte, si me quieres vencer con la fuerza del fuego en lo cual muchos han sufrido daños en sus bienes y su trabajo. Soy el huevo de la naturaleza, sólo conocido por los sabios, los que, piadosos y modestos, obtienen de mí el microcosmos, preparados por Dios, el Altísimo, para todos los hombres, pero concedido sólo a los menos, mientras los más lo ansían inútilmente: a fin de que con mi tesoro puedan hacer bien a los pobres y no subordinen su alma al oro perecedero. Soy llamado Mercurio por los filósofos; mi consorte es el oro (filosofal); soy el viejo dragón, que se encuentra por doquiera en el globo terrestre, padre y madre, joven y anciano, muy fuerte y muy débil, muerte y resurrección, visible e invisible, duro y blando; bajo a la tierra y subo al cielo, soy lo superior y lo inferior, lo más ligero y lo más pesado; con frecuencia se invierte en mí el orden de la naturaleza, por lo que respecta a color, número, peso y medida ; en mí está encerrado, salgo del cielo y de la tierra; soy conocido y no existo por completo ni en absoluto; en mí lucen todos los colores y todos los metales, gracias a los rayos del sol. Soy el carbunclo del sol, la nobilísima tierra aureolada, por medio de la cual puedes transformar en oro el cobre, el hierro, el estaño y el plomo”.

«Soy llamado Mercurio por los filósofos; mi consorte es el oro; soy el viejo dragón, que se encuentra por doquiera en el globo terrestre, padre y madre, joven y anciano, muy fuerte y muy débil, muerte y resurrección, visible e invisible…»

Debido a su doble naturaleza, a Mercurio se le califica como hermafrodita. En algunas ocasiones se declara su cuerpo femenino y su espíritu masculino, y en otras se declara lo contrario. El Rosarium Philosophorum, por ejemplo, tiene ambas versiones. Como Mercurio “vulgar” es un cuerpo masculino muerto, y en cambio, como “nuestro” Mercurio es femenino, espiritual, vivaz y donante de la vida. Se le denomina también esposo y esposa, o novia o amada y novio o amado. Las naturalezas opuestas de Mercurio se designan con frecuencia como Mercurius sensu strictiori y sulphur (azufre), de los cuales el primero es femenino, tierra y Eva, y el segundo masculino, agua y Adán. Según Dorneus es el “verdadero Adán hermafrodita”, y según Khunrath “fue engendrado por el semen hermafrodita del macrocosmo”, en forma de “un parto casto de la materia hermafrodita”. Mylius le llama “monstruo hermafrodita”. Como Adán es el microcosmo mismo, o más bien, el “corazón del microcosmo”, o tiene éste “en sí mismo, en donde también se encuentran los cuatro elementos y la quinta esencia, a la cual se le llama el cielo”.

La denominación coelum de Mercurio no procede del firmamentum de Paracelso, sino que se encuentra ya en Johannes de Rupescissa (siglo XIV). La expresión homo para designar a Mercurio es sinónimo de microcosmos, por ej.: “el hombre filosofal de sexo ambiguo” (ambigui sexus). En la muy antigua Dicta Belini se le designó como “el hombre que asciende del río”, apoyándose, probablemente, en la visión de Esdras. En Splendor Solis (siglo XVI) se encuentra una imagen que corresponde a lo anterior. Esta representación podría remontarse hasta el filósofo babilonio Ostanes. La denominación de Mercurio como el “hombre elevado”, coincide con este antecedente. Su denominación como Adán y microcosmo se encuentra en muchos lugares, pero en la ficción de Abraham, el judío se le llama, sin ningún sentido figurado, Adam Cadmon.

Como Adán es el microcosmo mismo o lo tiene  “en sí mismo, en donde también se encuentran los cuatro elementos y la quinta esencia, a la cual se le llama el cielo”. La denominación coelum de Mercurio no procede del firmamentum de Paracelso, sino que se encuentra ya en Johannes de Rupescissa

Ya que en otro lugar expuse esta inequívoca extensión de la antropología gnóstica a la alquimia, sobra aquí una referencia especial al aspecto correspondiente de Mercurio. De todas maneras, debo recalcar que el concepto antropológico coincide con el concepto psicológico del yo. Esto se desprende en forma ostensible de las doctrinas del atman y del purusha, así como de la alquimia. Otro aspecto de la condición antitética de Mercurio es su caracterización como senex (anciano) y como puer (niño). Hermes, como figura de anciano, determinada arqueológicamente, se acerca sencillamente a Saturno, relación que en la alquimia tiene un papel muy importante. Mercurio contiene las contradicciones más marcadas, por un lado, tiene parentesco indudable con la divinidad y por el otro se le encuentra en las cloacas. En Rosinus, el arabizante de Zósimo, hasta se le llama el terminus ani. En el gran Bundahisn se dice que el ano de Jaruda es como “el infierno en la tierra”.[8]

Como punto final de sus aportaciones, Jung escribe un “Resumen” en el que, como es lógico, insiste en la vinculación del conocimiento del espíritu con la alquimia y en la complementariedad de la piedra filosofal con la figura arquetípica de Cristo. Este es un tema sobre el que podría discutirse muchísimo, pues otro estudioso de la alquimia, Emmanuel d’Hooghvorst, contemporáneo de Jung, dirá lo siguiente respecto al oro de los alquimistas:

“La alquimia no es una receta. Es una escuela filosófica que no admite más que la experiencia sensible como criterio de verdad. El alquimista quiere tocar para saber. Que esta experiencia sea de naturaleza secreta, no desdice en nada el carácter sensualista de tal filosofía, la más antigua y materialista del mundo… Es finalmente una filosofía del oro. A propósito del oro, no digas: ¡Es mi alma! Sería errar lejos del magisterio en falsa doctrina. Pero el oro es una trampa y la alquimia también.”[9]

El propio Jung, al final de su estudio, se refiere a esta trampa de la alquimia protagonizada precisamente por Mercurio. Nos parecen tan interesantes sus palabras que acabaremos con ellas:

“El hombre moderno está de tal manera ofuscado, que fuera de la luz de la razón nada más alumbra su mundo… Mercurio, el dios ambivalente, como lumen naturae, como servator, o como salvator, solo va en ayuda de aquella mente que actúa de acuerdo con la luz más elevada que ha recibido la humanidad y que no se confía, olvidándose de ella, solo en su cognitio vespertina. Porque en este caso, el lumen naturae, se transforma en un peligroso fuego fatuo, y el psicopompo en un seductor diabólico…

Mercurio, el dios ambivalente, como lumen naturae, como servator, o como salvator, solo va en ayuda de aquella mente que actúa de acuerdo con la luz más elevada que ha recibido la humanidad y que no se confía en su cognitio vespertina.

Hermes es precisamente un dios de los ladrones y de los impostores, pero también un dios de la revelación y dio su nombre a una filosofía clásica, a la hermética. Visto desde un ángulo histórico, se trataba de un momento psicológico de gran importancia, aquél en el que el humanista (Francisco) Patricio propuso al papa Gregorio XIV introducir la filosofía hermética en la doctrina de la Iglesia, en lugar de la filosofía de Aristóteles.” [10]

Éste es un deseo que todavía está pendiente de realizarse, pero si se hiciera sería, quizá, el inicio de un nuevo renacimiento del que tanto necesita la época actual.

Biblioteca de C. G. Jung

Notas

[1] H. Th. Hakl, Eranos. An Alternative Intellectual History of the Twentieth Century, Routledge, 2013.

[2] S. Wasserstrom, Religion after religión, Gershom Scholem, Mircea Eliade, and Henry Corbin at Eranos, Princenton University Press, 2000.

[3] Esta conferencia se recogió en: C. G. Jung, Simbología del espíritu, FCE, México, 1962.

[4] Ibídem, p. 68

[5] Ibídem, p. 69.

[6] Ibídem.

[7] Ibídem, pp. 72-74.

[8] Ibídem, pp. 79-83.

[9] E. d’Hooghvorst, El hilo de Penélope I, Arola, Tarragona 2000, pp. 322-323.

[10] C. G. Jung. Simbología cit., 108-109.

.