Esta entrada recoge los extractos dedicados a la tradición egipcia del libro «Las estatuas vivas. Ensayo sobre arte y simbolismo» de R. Arola, y que se refieren al simbolismo de las estatuas que hablan.

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Desde la más remota antigüedad y de un confín al otro de la tierra, los hombres han creído en la existencia de cabezas o estatuas encantadas dotadas de la facultad de hablar de modo divino. Infinitas leyendas de estatuas animadas se acumulan en el imaginario de todas las civilizaciones. Tanto en la China como en la India se tienen noticias de muñecos articulados anteriores al siglo VI a C. que cumplían funciones sagradas. En la misma época aparecen ejemplos de estatuas parlantes de mandíbula móvil en Egipto. También deberían mencionarse los sacrificios practicados entre los pueblos llamados primitivos para vivificar a sus ídolos. En la edad media europea los ejemplos se multiplican, como el misterioso Baphomet de los templarios, o la cabeza parlante que supuestamente poseyó Gerbert d’Aurillac y que le ayudó a convertirse en el Papa Silvestre II. Según la tradición, esta cabeza fue heredada por Roger Bacon, quien a su vez la legó a Alberto Magno. Ya en la Edad moderna, no debe olvidarse la cabeza encantada que don Quijote halló en Barcelona. Los ejemplos son infinitos, pero nos centraremos en la tradición egipcia

Desde la más remota antigüedad y de un confín al otro de la tierra, los hombres han creído en la existencia de cabezas o estatuas encantadas dotadas de la facultad de hablar de modo divino

Con sus propuestas artísticas, los artesanos egipcios de la época de los faraones sentaron las bases de lo que sería el arte de realizar estatuas animadas capaces de emitir oráculos, la magia era su herramienta más importante. Tradicionalmente, Egipto ha sido considerado la cuna de la magia y su cultura es muy rica en ejemplos al respecto. De entre ellos nos gustaría destacar los que se refieren a la estatua de Osiris, el único dios que experimentó la muerte. Según la leyenda, Osiris fue un rey que murió a manos de su hermano Tifón, quien envidiaba su trono. Este personaje encerró a Osiris en un sarcófago, hecho a su exacta medida, durante una fiesta celebrada en su honor. Posteriormente su cuerpo fue descuartizado por los camaradas de Tifón, pero Isis, su hermana y esposa, lo reconstruyó pieza a pieza y después de llorar sobre él, Osiris resucitó.

El mito de Osiris representa el sentido más profundo de las estatuas vivas, pues su imagen, reconstruida por Isis, simboliza al hombre resucitado, es decir, aquel que ha conocido la muerte y la ha vencido, adquiriendo la vida eterna. Los grandes misterios de Egipto estaban centrados en la muerte y la resurrección de Osiris, como los del cristianismo se basan en la muerte y resurrección de Jesucristo. Así pues, las estatuas vivas relacionadas con el mito de Osiris nos conducen directamente al núcleo más interior de su significado.

El mito de Osiris representa el sentido más profundo de las estatuas vivas pues su imagen, reconstruida por Isis, simboliza al hombre resucitado.

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Estatua de Osiris sentado, circa 664 – 332 aC, Bronce con incrustaciones de oro. Museo del Louvre.

El dios Thoth, al que los griegos identificaban con Hermes y los romanos con Mercurio, llamado, así mismo, Trismegisto por tener la triple sabiduría, fue el mítico inventor de la escritura, la agricultura y las artes, lo que le lleva a ser considerado también el creador de las estatuas vivas y el conocedor de los secretos de su resurrección de Osiris. Precisamente, un texto de Hermes Trismegisto constituye la base para comprender el sentido tradicional de las estatuas osiríacas fabricadas por los sacerdotes egipcios; dice así:

–Respecto al tema del parentesco y la asociación que une a hombres y dioses, conoce pues, oh Asclepio, el poder y la fuerza del hombre. Igual que el Señor y Padre o, para darle su nombre más alto, Dios, es el creador de los dioses del cielo, así el hombre es el autor de los dioses que residen en los templos y se satisfacen con la vecindad humana: [el hombre] no sólo recibe la luz, sino que a su vez la da, no sólo progresa hacia Dios, sino que crea dioses. ¿Te admiras, Asclepio, o también tú estás falto de fe como la mayoría?

 –Estoy confundido, oh Trismegisto; pero me rindo de buen grado a tus argumentos, y tengo al hombre por infinitamente dichoso, puesto que ha obtenido una tal felicidad.

–Cierto, merece que se le admire, aquel que es el más grande de todos los seres. Es una creencia universal que la raza de los dioses ha surgido de la parte más pura de la naturaleza y que sus signos visibles no son, por así decirlo, más que cabeza, en lugar y sitio del cuerpo entero. Pero las imágenes de los dioses que modela el hombre han sido formadas de dos naturalezas, de la divina que es más pura, infinitamente más divina, y de la que se halla más acá del hombre, quiero decir de la materia con que lo han fabricado; además sus figuras no se limitan tan sólo a la cabeza, sino que poseen un cuerpo entero con todos sus miembros. Así, la humanidad, que siempre recuerda su naturaleza y su origen, lleva la imitación de la divinidad hasta el punto que, al igual que el Padre y Señor ha dotado a los dioses de eternidad para que le fuesen semejantes, así el hombre modela sus propios dioses a semejanza de su imagen.

–¿Te refieres a las estatuas, oh Trismegisto?

–Sí, las estatuas, Asclepio. ¡Mira cómo tú mismo careces de fe! Son estatuas provistas de alma, sentido, llenas de espíritu, y que realizan una infinidad de maravillas; estatuas que conocen el porvenir y lo predicen por sortilegios, inspiración profética, sueños u otros métodos; que envían a los hombres las enfermedades y los curan, que otorgan, según nuestros méritos, el dolor y la alegría.[1]

Un ejemplo ilustrativo de la resurrección de Osiris se encuentra en una ceremonia que se realizaba el día trigésimo del mes de koiak, aproximadamente el 25 de diciembre según el calendario alejandrino. Durante dicha fiesta se levantaba una columna antropomórfica, llamada djed, que simbolizaba al propio Osiris. El acto festivo consistía precisamente en el levantamiento de esta columna, que, como el muerto Osiris, primero yacía en el suelo. Una vez puesta en pie, se celebraba el acontecimiento con gran júbilo.

Durante dicha fiesta se levantaba una columna antropomórfica, llamada djed, que simbolizaba al propio Osiris.

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En realidad, la columna simbolizaba la espina dorsal de Osiris, que para los egipcios tenía un carácter sagrado, tanto que incluso llegaba a reemplazar al cuerpo del dios. Se la consideraba la sede de la inmortalidad y por eso la llamaban djed, que significa ‘estabilidad’. Según S. Mayassis, este simbolismo se relacionaba con: «la existencia del fuego vital que reside en la espina dorsal».[2]

El primer significado de la palabra djed corresponde al sentido propio de la palabra latina statua, que quiere lo mismo y que deriva del verbo stare, que significa ‘estar en pie’. En definitiva, una estatua es aquello estable, que está en pie. En ambos casos se trata de simbolizar la estabilidad perfecta del mundo incorruptible en el que la muerte no tiene cabida. El significado profundo del arte estatuario se funde aquí con el propio devenir mítico del hombre, puesto que la estatua representa su cuerpo imperecedero.

El significado profundo del arte estatuario se funde aquí con el propio devenir mítico del hombre, puesto que la estatua representa su cuerpo imperecedero.

En las paredes de una cámara dedicada a Osiris en el gran templo de Isis, en la isla de Filae, se muestra la resurrección del dios, relacionándola con el crecimiento de los vegetales. Osiris es la luz del sol, escondida y sepultada en la tierra, que retorna hacia su origen siguiendo el mismo proceso del grano cuando germina.

Así se entiende que en el festival de la siembra, también en el mes de koiak, los sacerdotes enterrasen representaciones de Osiris de llenas de mantillo y grano. Al desenterrarlas al cabo de un año, las semillas habían germinado en el interior de la imagen de Osiris, apareciendo dicha germinación como un presagio o, mejor aún, como la causa del crecimiento de las cosechas.

El grano-dios, o la semilla osiríaca, es el sol sembrado en la tierra. El cuerpo del hombre es el recipiente que contiene este sol sembrado. He aquí el simbolismo básico de las estatuas, pues ellas son envoltorios inertes de algo vivo. En su interior están dispuestas las semillas que germinarán, la estatua sólo es el recipiente. El grano está encerrado dentro de una imagen, como la semilla divina dentro de un hombre, pero no comparten el mismo destino. La semilla debe morir para que la estatua viva renazca. Jesucristo hablando a unos griegos –quienes conocían los ritos de Deméter en Eleusis– les dijo: «En verdad os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, él solo queda, más si muriere muchos frutos lleva» (Juan 12, 24).

El grano-dios, o la semilla osiríaca, es el sol sembrado en la tierra. El cuerpo del hombre es el recipiente que contiene este sol sembrado.

Cuando la semilla sepultada, u Osiris, se despiertan de nuevo a la vida por medio del agua celeste, representada por lágrimas de Isis, la semilla germina, el cuerpo se endereza y aparece la palabra. El lenguaje del hombre caído no es sino una parodia del lenguaje sagrado pues, si bien utiliza vocablos, en ningún caso puede crear por medio de ellos. El hombre de este mundo denomina las cosas, pero no es capaz de darles forma, carece de la magia de la palabra.

Como hemos apuntado, Hermes Trismegisto fue el inventor de la escritura por lo que Jámblico le dio el epíteto de «señor de la palabra».[3] Para los egipcios, Hermes era el mensajero de Ra, quien representaba el pensamiento primero y la mente creadora. La palabra es la expresión del verbo mental y original de Ra.

San Agustín, recogiendo la sabiduría clásica, delimitó perfectamente la identidad entre Hermes y la palabra. En su explicación analiza la etimología de Mercurio (Hermes), considerado no como dios, sino como la palabra misma, y escribe: «Se dice llamado Mercurio porque ‘corre en medio’ (medius currens), al igual que la palabra corre en medio de los hombres. Por esta razón en griego se llama Hermes, porque la palabra, o la interpretación que se hace de la misma, se dice hermeneia […]. Se llama mensajero, porque mediante las palabras se expresan los pensamientos».[4]

«Se dice llamado Mercurio porque ‘corre en medio’ (medius currens), al igual que la palabra corre en medio de los hombres…»

Recordemos que la resurrección de Osiris se representaba por medio del enderezamiento del djed, que simbolizaba la espina dorsal, es decir, el «medio» del hombre. Por eso la palabra, es decir, Mercurio o Hermes, es el que «corre en medio» del hombre, por la espina dorsal.

Esta afirmación expresa uno de los puntos básicos del hermetismo pues ya Horapolo en su Hieroglyphica, al referirse al iniciado explicaba: «Si quieres expresar «hombre iniciado en los misterios», pinta una cigarra. Pues ésta no habla por la boca, sino que emitiendo su sonido a través del espinazo, entona un bello canto».[5]

La palabra del iniciado en los secretos de Hermes nace de  en «medio» de él, de aquí el significado de unas estatuas con capacidad de hablar. Las estatuas son un símbolo de la columna vertebral enderezada, «están de pie», como el djed al que antes nos hemos referido, son la representación de Osiris resucitado. El muerto Osiris representa la palabra perdida que debemos encontrar, entonces se convertirá en el oráculo, la palabra viva, la auténtica estatua animada.

La palabra del iniciado en los secretos de Hermes nace de  en «medio» de él, de aquí el significado de unas estatuas con capacidad de hablar. Las estatuas son un símbolo de la columna vertebral enderezada,

Para terminar apuntemos que el misterio de la muerte y resurrección de Osiris no sería posible sin la intervención de Isis, la esposa, hermana y madre de Osiris que representa la vida del cielo que concurre a ayudar al dios muerto. Sin ella, sin el agua de la gracia, no es posible renacer como la estatua viva y eterna, imagen del hombre nuevo. Del hombre-dios. Por eso a Osiris a veces se le representa bajo la forma de un djed y a Isis bajo la de la cruz ansada o ankh, el símbolo de la vida pura.

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NOTAS

[1] Obras Completas de Hermes Trismegisto (“Asclepio” § 23-24) ed. Muñoz Moya y Montraveta, Barcelona, 1987,  t. ii, pp. 57 y ss.

[2] Le Livre des morts de l’Égypte ancienne est un livre d’initiation, B.A.O.A., Atenas, 1955; pp. 313 y ss.

[3] Citado por A. J. Festugière, en La révélation d’Hèrmès Trismégiste, ed. Belles Lettres, París, 1950, vol. I, p. 73.

[4] San Agustín, «La Ciudad de Dios» en Obras de San Agustín, Madrid, 1964; t. xvi, p. 372.

[5] Hieroglyphica (jeroglífico núm. 55), ed. Akal, Madrid, 1991,  p. 413.