Extractos de algunos de los capítulos del libro de Raimon Arola, «La cábala y la alquimia en la tradición espiritual de Occidente (ss. XV-XVII)». Lola Josa

blanc«Prefacio»

No es nuestra intención el profundizar en la historia de la alquimia, sino seguir su propio juego, es decir, buscar el significado de las leyendas creadas por los adeptos, su intención más profunda. ¿Por qué es un cabalista judío quien enseña los misterios alquímicos a Nicolas Flamel?, ¿qué tienen en común la cábala y la alquimia? Creemos que las respuestas a tales preguntas nos mostrarán el camino más seguro para acercarnos a los misterios de la alquimia, que, por otra parte, son los grandes misterios iniciáticos de todas las tradiciones.

«El lugar de Dios»

¿Qué es y dónde está el corazón o «el lugar de Dios» donde se aloja o se fija el universo infinito? No es posible acercarse al planteamiento de la cábala alquímica sin contestar, aunque sea teóricamente, a estas preguntas. Emmanuel d’Hooghvorst en un fragmento ya citado escribió: «Pocos hombres parecen sen­sibles a la hipótesis alquímica, quizá por falta de imaginación». Cuando d’Hooghvorst precisa «por falta de imaginación» es más que probable que se refiera a «la imaginación creadora» que tanto estudió el gran filósofo de las religiones Henry Corbin (1903-1978). Si nos referimos a Corbin en este apartado introductorio se debe a que sus investigaciones se centraron en precisar qué era propiamente la experiencia de Dios y cómo se podía concebir un lugar de unión entre la realidad sensible y la realidad inteligible. A este lugar lo denominó mundus imaginalis o la realidad imaginal; un lugar que acostumbraba a definir con una frase de Mohsen Fayz: «donde se corporifican los espíritus y donde se espiritualizan los cuerpos». En este lugar del encuentro se realiza lo que los alquimistas denominan su Gran Obra. […] A partir del «lugar de Dios» crece el hombre de luz, transfigurado y majestuoso, y con él la palabra revelada, por eso ha sido dicho que «el lugar de Dios» es el lugar de la profecía.

«La cábala cristiana»

Primero se debe experimentar la cábala –con las implicaciones que pudiera tener con la magia y que más adelante analizaremos– y sólo después se puede operar alquímicamente. […]       El interés por la lengua sagrada no fue el único motivo que provocó el fervor de los cristianos por las enseñanzas cabalísticas. En los medios académicos florentinos, donde se estudiaban todas los legados culturales conocidos, Giovanni Pico della Mirandola, conde de la Concordia (1463-1494), llamado el ‘fénix de su tiempo’ o ‘el príncipe encantador del Renacimiento’, propuso unas extrañas sugerencias que confirmaban la divinidad de Cristo por medio de una terminología propia de la cábala judía. […] Lo más sorprendente es que dicha proclama surge repentinamente y con todos los contenidos establecidos desde el principio, como la semilla contiene al árbol completo. Los cabalistas cristianos posteriores a Pico della Mirandola desarrollaron sus tesis, las elaboraron, las matizaron y añadieron nueva información, pero en ningún caso las variaron sustancialmente. […] Los humanistas se entusiasmaron al constatar que en los propios textos de la cábala judía se señalaba continuamente la necesidad de la actualización de la Torá escrita y, utilizando su lengua y su metodología, recuperaron el misterio cristiano. Sin embargo, la propia Iglesia, después de ciertas dudas, condenó también la iniciativa de Pico della Mirandola y sus seguidores. […] La cábala cristiana no fue solamente un anexo entre las diferentes fuentes de conocimiento a las que tuvieron acceso los humanistas de finales del siglo xv, sino que significó el reconocimiento y la actualización de la revelación divina.

«La tradición alquímica»

La historia de la alquimia está por hacer, pues si bien es cierto que se han escrito obras importantes al respecto, aportando los documentos conocidos e hilvanándolos con rigor, sin embargo la propia naturaleza de los documentos es terriblemente equívoca, sus autores han falseado conscientemente los datos que deberían servir para ubicarlos en la historia. […] Por todo eso, más que intentar abordar la historia de la alquimia occidental que condujo a su unión con la cábala, parece lógico indagar en el sentido propio del fenómeno de la pseudoepigrafía alquímica, pues la historia y los temas están íntimamente relacionados. No existen diferencias fundamentales entre, por ejemplo, un texto atribuido a Pitágoras y el mismo texto citado por Bernardo que vivió en el siglo xv. Para empezar este recorrido por la tradición alquímica que nos conduce a la época de nuestro ensayo, nada más propio que acercarnos a Hermes Trimegisto. […] No fue únicamente un personaje, sino que su nombre se refiere también a la sustancia de la obra, la misteriosa primera materia. Varios alquimistas posteriores lo confirman […]. A partir de estas consideraciones, podemos comprender por qué los artistas herméticos han afirmado que el fundador de su escuela fue Hermes Trimegisto, un hombre, un dios, pero también su materia. La historia legendaria de la alquimia se remonta siempre al primer hombre, tal como está explicado en la Biblia, pero al relato de Moisés debe añadírsele una relación directa con la tradición egipcia, sobre todo con la figura de Hermes Trimegisto, de manera que el centro de interés sea la tierra mítica de Egipto.

[…] La alquimia es el lugar de encuentro de todas las creencias, aquello que tienen en común, el secreto de la relación de Dios con los hombres y de los hombres con Dios. Éste es, sin duda, el dato más destacable de la tradición alquímica de Occidente, lo cual conlleva una extrema dificultad y un enorme peligro cuando se intenta trazar una historia crítica. Para los estudiosos contemporáneos, el contexto histórico es la llave que permite comprender la realidad más profunda de los documentos que se analizan, pero en el caso de la alquimia la historia enseña muy poca cosa, pues las variaciones en el tiempo son escasas y de poca consideración.

«La unión explícita»

Los autores de dichas obras eran continuadores de las enseñanzas de Paracelso, pero en 1606, cuando se publicó la Cabala Chymica, el maestro hacía sesenta y cinco años que había sido enterrado en el cementerio para pobres de San Sebastián de Salzburgo. Lo que ocurrió a lo largo de tantos años, cómo y qué se interpretó de sus enseñanzas, por qué se mantuvieron más o menos ocultas y por qué en un momento determinado, que podría situarse en las últimas décadas del siglo xvi, se publicaron sus obras y se generó una oleada ingente de paracelsianismo, son motivos suficientes para proponer una aproximación histórica. El paso desde florecimiento de la cábala cristiana, a finales del siglo xv, hasta la eclosión del hermetismo, a principios del siglo xvii, se podría comparar al desarrollo ocurrido en las artes plásticas. […] En los mismos términos se podría hablar de los seguidores de Agrippa (1486-1535) y Paracelso (1493-1541), contemporáneos de Miguel Ángel (1475-1465) y Rafael (1483-1520). Y, así como el desarrollo de la pintura durante el cinquecento estuvo señalado por las maneras establecidas por Rafael y Miguel Ángel, el devenir de la espiritualidad hermética estuvo marcado por las obras de Agrippa y Paracelso.
[…] Sin poseer la clave de acceso, o el espíritu de Elías, no es posible adivinar el sentido profundo de las palabras de los sabios. En la unión del hombre y el espíritu de Elías encontramos el fundamento secreto de la perennidad intemporal de la tradición cabalística y alquímica. El principio de la sabiduría divina era la reunión con la eternidad, lo que los maestros hebreos denominan «el temor del Señor», la barrera que los sabios debían afrontar para alcanzar los santos misterios, pues significaba el encuentro de este mundo con el mundo divino. […] La recuperación de la figura de Elías por parte de Paracelso y sus seguidores se relaciona con la necesidad reformadora de los círculos rosacruces. De hecho, la espera de otra venida de Elías significaba el comienzo del reino del Espíritu Santo, pues, si el profeta tisbita fue el puente entre el Viejo y el Nuevo Testamento, debía serlo también entre el Nuevo Testamento y el siguiente, es decir, «el segundo advenimiento del Cristo».

«El legado»

La importancia de las grandes recopilaciones alquímicas no debe ensombrecer el más autentico y provechoso de los legados, es decir, aquél que dejaron los auténticos adeptos y que no se formuló como un compendio sistemático, sino siguiendo su propia inspiración. Nombres como Basile Valentin, El Cosmopolita y Jean d’Espagnet escribieron en esta época para testimoniar a la posteridad la verdad del misterio de la alquimia y como veremos, tampoco en dichos autores la alquimia está separada de la cábala. […] La ruptura definitiva entre el conocimiento y la espiritualidad, o entre Dios y la Naturaleza, se produjo a finales del siglo xvii, coincidiendo con los últimos escritos de Eugenius Philalethes, quizá por eso se ha dicho que él fue el último conocedor de los misterios de la cábala alquímica. Después de la desaparición de este amante de la sabiduría perenne, Occidente se quedó huérfano. La magnifica síntesis de los conocimientos tradicionales que se había producido a partir del Renacimiento llegó a su fin.

«Postfacio»

A lo largo de los últimos capítulos ya hemos apuntado que a partir de la manifestación pública de los misterios de las sociedades secretas, la espiritualidad occidental tomó un rumbo muy distinto del que había seguido con anterioridad. Y esta inflexión generó no solamente una historia, sino también una teoría. Nuestra opción ha sido seguir la segunda vía, pues, finalmente, la historia se llena de contenido cuando conduce a una filosofía intemporal, es decir, no histórica, incluso legendaria, al igual que hicieron, por ejemplo, los conocedores de principios del siglo xvii con los textos atribuidos a Nicolas Flamel. Ahora bien, la filosofía de la cábala alquímica no es inocua, muy al contrario, obliga a replantearse la noción que delmisterio posee el hombre del tercer milenio y el resultado es que prácticamente no existe, pues, por mucho que los pretendidos continuadores de la cábala alquímica utilicen un lenguaje parecido al originado en las escuelas de Paracelso y Agrippa, no significa que expliquen lo mismo. El núcleo del misterio que debería vivificar dicho lenguaje posiblemente desapareció de Europa después de Philalethes. […] A partir del sigloxvii, la espiritualidad occidental tomó otro rumbo y las manifestaciones de la cábala química entraron en un periodo que podíamos denominar de manierismo conceptual. Ello significa que sus enseñanzas y conclusiones, aunque siguieron alimentándose de las mismas tesis y repitiendo parecidos conceptos, perdieron el espíritu vivo que las animaba convirtiéndose en envoltorios vacíos. No fue hasta la mitad del siglo xx cuando el espíritu de la cábala alquímica apareció de nuevo. En la misma época en que Eliade, Jung, Burckhardt y los discípulos de Fulcanelli replanteaban el sentido espiritual de la alquimia que, desde la aparición de la ciencia moderna hasta entonces, se había considerado tan sólo como una prequímica y que Scholem y Ashlag ordenaban con rigor lo que debía entenderse por cábala, se generó en París otra leyenda en la que aparecen los mismos elementos que originaron la cábala alquímica, la leyenda de Louis Cattiaux…

 

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