Clase de RAIMON AROLA del curso de extensión universitaria de la Universitat de Barcelona titulado “SIMBOLOGÍA. Procesos prácticos”. La primera edición fue en 2016-2017. Ahora en ARSGRAVIS lo recreamos en forma de distintas entradas en la web, de manera gratuita y abierta a todos los interesados.

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RESUMEN DE LA CLASE

Terminaremos en el mismo lugar donde empezamos: en el cielo, aunque ahora hablamos de un cielo distinto, un cielo corporificado o coagulado. Se trata pues de un retorno: un viaje espiritual que nos devuelve a nuestro lugar de origen o a nuestro estado original, un proceso que refleja la fijación o la corporificación del Alma del mundo en el hombre, el único ser de la creación capaz de albergarla cuando es completo o andrógino.

El ser humano es el inicio y el final de cualquier viaje de búsqueda por la geografía sutil. Louis Cattiaux escribió una sentencia al respecto: La naturaleza luminosa es la primera y más bella manifestación del Señor. El hombre puro es la última y más perfecta creación de Dios y de la naturaleza. He aquí el resumen del Universo (El Mensaje Reencontrado, §  8, 11). Cattiaux explica en otra el viaje que debe realizar el ser humano para alcanzar este estado: El hombre desciende dentro de la tierra y asciende al cielo, a fin de conocer la totalidad misteriosa de su ser (El Mensaje Reencontrado, §  8, 6). En este descenso y ascenso se descubre la creación y su Creador. El hombre, o su devenir espiritual, es la imagen del proceso simbólico en su totalidad, el destino de todos los itinerarios a través de las tres etapas a las que nos hemos referido: creación, caída y regreso o restauración.

Adán y Eva fueron expulsados del Paraíso por comer del árbol del conocimiento del bien y del mal, desobedeciendo así a su Creador. Este acontecimiento separó al ser humano de su naturaleza luminosa y lo alejó del estado edénico en el que se hallaba. Incluso, como se explica en una leyenda del Islam, después de su expulsión del Paraíso, los dos cayeron en distintos lugares de la tierra y no fue hasta mucho más tarde, cuando se reencontraron. En una obra de Franz von Stuck de 1890, titulada: “La expulsión del Paraíso” se ve a Adán y a Eva, desnudos y avergonzados, saliendo del jardín paradisíaco. Lo pintura muestra lo que sigue a esta salida: todo lo que era frondoso se convierte en árido, lo que era espléndido y luminoso se va a convertir en pobreza y sequedad. Pero la separación de la primera unidad, de lo divino y lo humano, tiene un sentido y es que la divinidad se hizo hombre para que el hombre se hiciera Dios, o en palabras de Cattiaux: Si plació a Dios hacerse hombre, ahora corresponde al hombre rehacerse Dios (El Mensaje Reencontrado, §  9,2). Este sería el secreto del hombre y de Dios. El proceso de simbolización es la búsqueda de la unidad original, del ser completo.

En la tradición judía se representa la separación por medio de la diáspora del pueblo de Israel. A principios de la era cristiana los romanos invadieron Palestina, destruyeron el segundo templo de Jerusalén y comenzó lo que se conoce como la gran diáspora del pueblo judío por toda la cuenca del Mediterráneo. En la actualidad, de aquel templo solo queda el muro de contención, conocido como el muro de las lamentaciones pues allí acuden los judíos a lamentarse por la destrucción del lugar santo que albergaba la presencia de Dios en la tierra. La expulsión de Adán y Eva del Paraíso y la destrucción del templo poseen el mismo simbolismo que se refiere a la separación del ser humano de Dios. Por eso, durante la Pascua, los judíos repiten esta frase: “El año que viene en Jerusalén” una frase con un sentido mesiánico que refleja el retorno al origen. La búsqueda del hombre consiste en recobrar su estado adánico o en reconstruir el templo, que en el fondo es la reconstrucción del hombre caído en el mundo del caos.

En una ilustración de un antiguo libro anónimo de principios del s. XV titulado Viajes de Juan de Mandeville, aparecen astrólogos y geómetras que miden el cielo y la tierra. Se trata de una alusión a la primera operación necesaria para ordenar el caos originado por la caída o primera separación. El caos no tiene medida ni forma por eso es necesario introducir en él el número, peso y medida para reconstruir el orden de la creación. Es la obra que simbólicamente tiene lugar en las logias masónicas en las que todo está encaminado a la reconstrucción del templo de Jerusalén. En una imagen de este templo ideal se conjugan dos triángulos, uno con el vértice hacia arriba, simbolizando el fuego, lo masculino o el azufre y otro con el vértice hacia abajo que simboliza lo complementario, el agua, lo femenino y el mercurio. A ambos lados aparecen las dos columnas del templo. Arriba y abajo está escrito: lo superior y lo inferior. Sobre la columna de la derecha aparece un sol y la palabra “fuego” en hebreo, esh; sobre la de la izquierda, la luna con la palabra “agua” en hebreo, maim; cuya unión significa “cielo”, shamaim. En los cielos aparecen los tres signos zodiacales de la primavera, Aries, Tauro y Géminis y más abajo los siete planetas que se corresponden con los siete minerales o sales cuyos símbolos aparecen sobre la mesa. Un modo de mostrar que la obra del ser humano consiste en reunir el cielo con la tierra o lo de arriba con lo de abajo, tal como aparece expresado en la Tabla de esmeralda. Del sol surge una inscripción con la palabra Padre y de la luna, la palabra Madre, con lo que es lógico pensar que en el centro estará el Hijo en el que se reúnen el sol y la luna, la madre y el padre, lo femenino y lo masculino, el mercurio y el azufre, lo superior y lo inferior: en definitiva, la reunión de lo separado. Esta imagen remite a la relación simbólica entre el hombre y el templo, como residencia de la divinidad.

El templo, como la montaña, representa el centro del mundo. En un grabado aparecen estos elementos en medio de los cuatro puntos cardinales y los cuatro ríos. Para los judíos, Jerusalén es y era el centro del mundo y su templo, el centro del centro. Solamente allí, como representación del axis mundi, podía pronunciarse el sagrado Nombre de cuatro letras, el Tetragrama. En el grabado, el eje del mundo pasa por el centro del templo y une el arriba y el abajo, el cielo y la tierra. Debajo del plano donde se asienta la montaña está el sheol, el mundo discordante, la oscuridad y el caos. El axis mundi es el centro inmóvil de lo que gira, es decir, del universo.

El símbolo de la circunferencia con el punto en el centro se utiliza también para representar al sol pues él es tradicionalmente el centro o el corazón del universo, como explica René Guénon: El punto en el centro del círculo se ha tomado también, probablemente desde una época muy antigua, como una figura del sol, porque éste es verdaderamente, en el orden físico, el Centro o el “Corazón del Mundo”; y esa figura ha permanecido hasta nuestros días como signo astrológico y astronómico usual del sol. Quizá por esta razón los arqueólogos, dondequiera encuentran ese símbolo, pretenden asignarle una significación exclusivamente “solar”, cuando en realidad tiene un sentido mucho más vasto y profundo; olvidan o ignoran que el sol, desde el punto de vista de todas las tradiciones antiguas, no es él mismo sino un símbolo, el del verdadero “Centro del Mundo’ que es el Principio divino.

El simbolismo apuntado por Guénon es compartido por la imagen apolínea del hombre nuevo, el hombre divinizado. Una antigua fotografía de 1893 en la que se muestra el descubrimiento de una estatua de Apolo en Delfos que surge, erguida, del interior de la tierra donde había permanecido oculta hasta entonces sería una imagen de este símbolo solar y también la del hombre nuevo. En un grabado de 1618 que pertenece a la Atalanta Fugiens de Michael Maier aparece un personaje que con un compás que traza un círculo en un muro en cuyo interior están un hombre y una mujer, símbolos del andrógino, limitados por otro círculo inscrito dentro de  un cuadrado que a su vez está dentro de un triángulo. Con esta imagen se representa el orden nuevo introducido en el caos por la medida, como aparece escrito en el epigrama de la imagen: Haz con el macho y la hembra un círculo, de ahí un cuadrado, de él un triángulo; haz luego un círculo y tendrás la Piedra de los filósofos.

Es necesario insistir en que el hombre nuevo, el Adán regenerado, es macho y hembra, es andrógino pues en él se consuma la reunión posterior a la separación provocada por la caída. Se trata de un ser doble, el Rebis, que integra ordenadamente los elementos contrarios, como aparece en otro grabado de 1574 en el que se ven los cuatro humores que dividen una figura humana, que es hombre y mujer. En sus manos sostiene dos matraces, uno hacia arriba y el otro hacia abajo de los que surgen dos pájaros que simbolizan el fijo y el volátil de la obra alquímica y que reflejan su proceso. El fijo, el pájaro de color negro se eleva, es decir, la materia se sublima, y el volátil de color blanco desciende, es decir, el espíritu se corporifica. Es la imagen de la reunión entre el hombre y la mujer, el cielo y la tierra, el fijo y el volátil, etc. Es también la imagen del símbolo completo, cuando la comunión entre el Creador y la criatura es total. El andrógino como ser completo y realizado aparece en todas las tradiciones y como ejemplo sirva una imagen de Krishna que podría ilustrar uno de los fragmentos del Bhagavadgita o La canción del Señor, en el que Krishna le explica a Arjuna que en él se encuentra la totalidad del universo pues de sus cabellos nacieron los vegetales, de sus manos, las formas de la creación, etc. Krishna es el microcosmos por excelencia.

En un grabado de Heinrich Khunrath (1560-1605), que pertenece a su obra Anfiteatro de la eterna sabiduría, aparecen los distintos estados de la obra alquímica, desde el caos inferior hasta la figura del Rebis en la parte superior, que se identifica con la primera materia de los alquimistas. El proceso alquímico empieza a partir de la primera materia o de la unión de los opuestos, lo que indica que no hay alquimia ni primera materia sin la reunión del cielo y la tierra.

Un ideograma chino que alude al hombre se representa con una cruz en el centro de dos pinceladas, una superior, el cielo, y otra inferior, la tierra. Lo que las une es la cruz que representa al ser humano, la reunión y el centro del universo. El punto, del que se hablaba al principio de estos itinerarios, aparece aquí como la unión entre la vertical masculina y la horizontal femenina, como la unión entre el cielo superior y la tierra. El mismo punto puede verse en un grabado rosacruz del s. XVIII, de una estética completamente diferente. En su centro aparece un corazón con la cruz que vincula los diferentes niveles del universo, la luz y la oscuridad, el cielo y el infierno.

Adán y Eva simbolizan la unión entre lo masculino y lo femenino: el andrógino primordial, si bien en la tradición cristiana jamás se ha manifestado este símbolo de un modo explícito. Sin embargo, las dos magníficas figuras de Durero aluden sin duda el ser completo, el llamado hombre de luz de Henry Corbin o el hombre interior de Cattiaux: El conocimiento del hombre interior proporciona la iluminación y la posesión de Dios (El Mensaje Reencontrado, §  8, 2). Cualquier hombre, si dejara aparecer su luz, enseñaría como un Dios y resplandecería como un astro (El Mensaje Reencontrado, §  6, 49). El hecho de ser Dios y hombre supera toda ciencia, ya que es la más completa experimentación del todo en el todo (El Mensaje Reencontrado, §  8, 60).

Para representar el todo, Horapolo en sus Hieroglyphica dibujó el ouroboros, un dragón que se muerde la cola, indicando con ello que el principio es lo mismo que el final. En el interior del círculo formado por el dragón están Venus y Marte, el principio femenino y el masculino que flanquean al rey, el sol místico que aparece en el centro, él es resultado de la obra alquímica, el hijo filosófico, la unión, el todo, el hombre nuevo.

Una caligrafía japonesa nos remite a este final que es como el comienzo, pero con un proceso en medio proporciona la iluminación. Quizá es a lo que se refería el maestro zen Taisen Deshimaru cuando escribió lo siguiente respecto al satori: La luz de la luna es muy poderosa, pero puede ser reflejada por una minúscula gota de agua o de rocío sobre la hierba. Si alcanzamos el “satori”, no estamos en un estado de espíritu especial. Al contrario de lo que piensan muchos occidentales, el “satori” significa la vuelta a las condiciones normales del espíritu. Otro filósofo japonés contemporáneo, Kitaro Nishida, se refiere a este retorno al origen que según él constituye el núcleo de la verdadera religión.

La vuelta al estado original de Deshimaru alude, indudablemente, al estado de Adán y Eva antes de la caída, a la unión de lo masculino y lo femenino. Una unión que no podría manifestarse sin la medida a la que antes nos hemos referido, sin un cuerpo nuevo, un cuerpo de luz, un cielo corporificado en el andrógino alquímico, el símbolo completo por excelencia.

Resumen realizado por Lluïsa Vert