Fragmento de un estudio de Pierre Hadot titulado “El Velo de Isis” que trata sobre las distintas maneras de comprender y contemplar la naturaleza, hemos escogido la idea de la ‘Naturaleza-Poeta’ que se expresa a través de símbolos. Algunas fotografías de lo más pequeño y lo más grande nos ayudan a entender el discurso. Edición, Raimon Arola y Lluïsa Vert.

 

El tema de la Naturaleza-Poeta se mezcla, a partir del siglo XVII, con el tema del lenguaje de la Naturaleza, lenguaje que no funciona con palabras y discursos, sino con signos y símbolos, representados por las formas de los diferentes seres. La Naturaleza no solamente compone un poema, sino un poema cifrado. Las cifras del lenguaje de la naturaleza se presentan como «signaturas» o como jeroglíficos. El término «signatura» aparece en el siglo XVII con Paracelso y Della Porta. Se trata, en primer lugar, de signos, -de características, de apariencias, que revelan las propiedades, sobre todo medicinales, de las plantas gracias a la analogía de la forma exterior de estas plantas con la forma exterior de las partes del cuerpo humano. Pero, rápidamente, el término revistió significaciones más profundas. Para Jacob Böheme, que escribió el libro De signatura rerum, la Naturaleza entera es el lenguaje de Dios, y cada ser particular es, en cierto sentido, una palabra de ese lenguaje, una palabra que se presenta bajo la forma de un signo, de una figura, que se corresponde a lo que Dios expresa en la Naturaleza.

Las cifras del lenguaje de la naturaleza se presentan como «signaturas» o como jeroglíficos.

La noción de jeroglífico, es decir, de signo o símbolo que representa una esencia, se encuentra, por ejemplo, en el libro de Thomas Browne titulado Religio medici. Siguiendo la tradición cristiana, distingue dos libros divinos, la Biblia y el mundo. Pero, para él, el mundo ha sido escrito, no por Dios, sino por la Naturaleza, su servidora. Atentos sobre todo a la Biblia, los cristianos, dice, han prestado poca atención al libro escrito por la Naturaleza, y son los paganos quienes mejor han sabido leerlo, uniendo las letras sagradas, mientras que los cristianos hacían caso omiso de los «jeroglíficos». También para Hamann, ahora en el siglo XVIII, la Naturaleza es «un libro, una letra, una fábula […], una palabra hebrea que se escribe con simples letras, a las que el entendimiento debe añadir puntos». Para Kant son las formas vivas, comprendidas como símbolos, como dibujos significantes, las que son las cifras del «lenguaje cifrado» de la naturaleza.  Estas bellas formas, continúa, no son necesarias para los fines internos de los seres naturales. Parecen, pues, hechas para el ojo humano. Gracias a ellas, en cierto sentido, la Naturaleza «nos habla simbólicamente».

(Continua el texto de Hadot después de las imágenes)

(Continuación del texto de Hadot:)

Para Goethe, igualmente, la Naturaleza se revela a través de los símbolos, de unas formas que son como jeroglíficos. En su libro titulado La metamorfosis de las plantas, habla del jeroglífico de la diosa que hay que saber reconocer y descifrar en el fenómeno de la metamorfosis de las plantas.

La metamorfosis de las formas es la escritura sagrada de la diosa, es decir, de la Isis-Naturaleza, de la que pronto hablaremos. El lenguaje de la Naturaleza no es un discurso en el que las palabras están separadas unas de otras. Lo que nos revelan los fenómenos naturales no son máximas o fórmulas de la Naturaleza, sino configuraciones, dibujos, emblemas, que solamente piden ser percibidos:

Me gustaría renunciar totalmente a la palabra y, como la Naturaleza orgánica, comunicar cuanto tenga que decir por medio de dibujos. Esa higuera, esa lombriz, ese capullo […], son «firmas» trascendentales. (Goethe).

Lo que nos revelan los fenómenos naturales no son máximas o fórmulas de la Naturaleza, sino configuraciones, dibujos, emblemas, que solamente piden ser percibidos

No parece oír aquí un eco de la prosopopeya de la Naturaleza en Plotino: «Me callo y no estoy acostumbrada a hablar». Pero la Naturaleza de Plotino se contenta con contemplar las Formas eternas y, dice Plotino, las líneas de los cuerpos nacen de su mirada, mientras que la Naturaleza de Goethe inventa las formas en las que se manifiesta. Las formas naturales se conciben igualmente como una escritura cifrada en Novalis. Se impone citar aquí el principio de los Los discípulos en Sais entero:

Los hombres marchan por distintos caminos; quien los siga y compare, verá surgir extrañas figuras; figuras que parecen pertenecer a aquella escritura difícil y caprichosa que se encuentra en todas partes: sobre las alas, sobre la cáscara de los huevos, en las nubes, en la nieve, en los cristales, en la configuración de las rocas, sobre el agua congelada, dentro y fuera de las montañas, de las plantas, de los animales, de los hombres, en los resplandores del cielo, sobre los discos de vidrio y de resina, cuando se frotan y se palpan; en las limaduras que se adhieren al imán y en las conjeturas del azar… Se presiente la clave y la gramática de esa escritura singular; pero dicho presentimiento no quiere concretarse en un término, ni adaptarse a una forma definida; y parece no acceder a convenirse en la clave suprema.

Dos voces se elevan entonces, dos tipos de oráculos que anuncian la actitud que se debe tener con respecto a los jeroglíficos de la naturaleza. La primera dice: el error está en intentar comprender; el lenguaje de la naturaleza es, podríamos decir, expresión pura: habla por hablar, la palabra es su ser mismo y su gozo. El otro dice: la escritura verdadera es un acorde en la sinfonía del universo. Se podría decir que las dos voces afirman en el fondo lo mismo: el jeroglífico no debe comprenderse de manera discursiva; debe percibirse, como una forma dibujada o como una melodía.

El lenguaje de la naturaleza es expresión pura: habla por hablar, la palabra es su ser mismo y su gozo o la escritura verdadera es un acorde en la sinfonía del universo

Poema, y poema redactado en una escritura cifrada, así es también la Naturaleza para Schelling:

Lo que llamamos naturaleza es un poema cifrado en maravillosos caracteres ocultos. Pero si se pudiera desvelar el enigma, reconoceríamos en él la odisea del espíritu que, burlado prodigiosamente, huye de sí mismo mientras se busca; pues mediante el mundo sensible, como por palabras, como a través de una niebla sutil, el sentido ve el país de la fantasía al que aspiramos.

Hay aquí, evidentemente, un trasfondo idealista que existía también probablemente en Novalis. La Naturaleza es ya el espíritu todavía inconsciente de sí mismo. La escritura cifrada de las formas vivas es ya el lenguaje del Espíritu.

La Naturaleza, decía Franz von Baader, «es un poema audaz, cuyo sentido, siempre el mismo, se manifiesta en apariencias siempre nuevas». También él invita al hombre a descifrar el «jeroglífico divino», a «adivinar, sentir y presentir en la Naturaleza el gran ideal de Dios».

«La Naturaleza es un poema audaz, cuyo sentido, siempre el mismo, se manifiesta en apariencias siempre nuevas».

La metáfora del jeroglífico y de la signatura es, pues, una variación sobre el tema del secreto de la Naturaleza. A decir verdad, no todos los filósofos que han empleado esta metáfora han concebido de la misma manera el desciframiento de la escritura cifrada. Algunos, como Böheme, Schelling, Novalis o Baader, piensan que la Naturaleza nos hace conocer parte del «ideal de Dios», otros, como Goethe, piensan más bien, como habremos de repetir, que esta escritura es un enigma, no podemos ir más allá, no podemos descifrarla, horrorizados como estamos por la gravedad y el silencio de la Naturaleza.

 

*Imágenes seleccionadas y ordenadas por Josep Maria Jori y Mònica Lou para un trabajo académico..

Facultad de Bellas Arte de Barcelona