Imaginemos una noche estrellada, la oscuridad envuelve todo lo terrestre, el impulso de dirigir la mirada hacia arriba es espontáneo, quizás es el llamado del lugar de origen del hombre, allá en el firmamento junto a las ancestrales deidades. La placentera sensación al admirar la bóveda celeste es hoy la misma que la que nuestros antepasados experimentaron hace miles de años, el hombre en su esencia no ha cambiado, las mismas emociones y pasiones lo dominan. Justamente el sentimiento de pertenencia a un todo, a la Naturaleza, fue lo que motivó a que el hombre mesoamericano, una vez recuperado de la sobrecogedora impresión del cielo nocturno, hiciera uso de su innata capacidad de observación para reconocer regularidades y concatenaciones diversas de los astros. Esto le permitió establecer su cosmovisión basada en las condiciones reales en el cielo y generar un sistema para el seguimiento del tiempo, es decir, un calendario. A partir de este momento se pudo introducir un principio de orden en su sociedad para organizar las actividades fundamentales como el ceremonial religioso, las tareas agrícolas e incluso las actividades bélicas. La actitud del hombre mesoamericano ante el cielo era sin duda de profunda veneración, ahí moraban los dioses creadores de todo el Universo, y se identificaban a las principales deidades en forma de constelación, planeta o Vía Láctea.
La actitud del hombre mesoamericano ante el cielo era sin duda de profunda veneración, ahí moraban los dioses creadores de todo el Universo, y se identificaban a las principales deidades en forma de constelación, planeta o Vía Láctea.
El comprender cómo se comporta el cielo fue una forma de culto y correspondió a los sacerdote-astrónomos la tarea de estar atentos a ese proceder, ellos eran los intermediarios entre los dioses celestes y la sociedad, de ellos dependía que ésta recibiera todas necesarias dádivas divinas. Una expresión de dicho culto consistió en poner toda obra humana en armonía con los principios de orden espacial y temporal derivados del movimiento de los astros. De esta manera, la traza urbana de ciudades, la orientación de los principales edificios, las proporciones de plazas públicas quedaron acordes al precepto calendárico-astronómico que rigió por varios milenios en Mesoamérica.
Para el observador de la Naturaleza resulta obvio que la única manera de establecer direcciones definitivas en el paisaje es a través del cielo. El movimiento aparente de la bóveda celeste define claramente la dirección norte por medio de la posición del eje de rotación terrestre proyectado en el plano del cielo. El sentido de rotación nos proporciona las direcciones este-oeste, que resultan ya señaladas, como la posición de la salida y puesta solar en los días de los equinoccios. La proyección del punto norte del cielo, en la actualidad muy cerca de la estrella Polaris, la más brillante de la constelación de la Osa Menor, hacia el centro de la Tierra nos indica el punto sur del cielo que por encontrarnos en el hemisferio norte, no se puede observar por quedar debajo del horizonte. Sin embargo, algunas constelaciones brillantes y llamativas nos podrían indicar la dirección aproximada de ese punto sur, como por ejemplo, la constelación de la Cruz. Si por algún momento pudiéramos “apagar” el cielo, es decir, desaparecer estrellas, planetas, la Vía láctea, etc, la bóveda celeste se convertiría en un inmenso domo oscuro, sin ninguna posibilidad de siquiera sugerir la existencia de una rotación y por lo tanto todas las direcciones en el paisaje serían equivalentes y no se manifestarían rumbos preferenciales.
Para el observador de la Naturaleza resulta obvio que la única manera de establecer direcciones definitivas en el paisaje es a través del cielo.
Para los mesoamericanos el Sol fue sin duda el astro más importante por su brillantez y la regularidad en su movimiento aparente. Era la más pura manifestación del movimiento y fue deificado, los mexicas lo concebían como la esencia de lo sagrado: “in teotl quitoznequi tonatiuh”, dios quiere decir Sol1. Cuando éstos deseaban expresar gráficamente lo sagrado en sus jeroglíficos utilizaban precisamente un disco solar como en los casos de los toponímicos Teotlalpan (sobre la tierra sagrada) y Teotlachco (en el juego de pelota sagrado). El período básico de observación del Sol es precisamente el año, en el transcurso de él se pueden reconocer los principales eventos solares como los solsticios, los equinoccios y los pasos cenitales del Sol. Los mesoamericanos erigieron estructuras arquitectónicas para indicar estos eventos a través de su alineación, ya sea a la salida o al ocaso solar, en esos momentos astronómicamente tan importantes. Algunos ejemplos se pueden citar:
El conjunto arquitectónico en la Plaza de la Estela en Xochicalco se constituyó en un observatorio para calibrar la duración exacta del año solar. De pie en la estela, el observador podrá registrar la salida del Sol precisamente en el eje de simetría del templo de enfrente en el día del equinoccio de primavera y en el de otoño. Al llegar el día del solsticio de verano, el disco solar se desprenderá del vértice norte del templo y seis meses después, en el día del solsticio del invierno, el disco solar se elevará del vértice sur. En los días del paso del Sol por el cenit en Xochicalco, el disco solar coincide con el borde norte del santuario del templo. Aquí se tiene un horizonte controlado para el seguimiento detallado del movimiento solar cada día y así poder ajustar la cuenta del tiempo a dicho movimiento.
El conjunto arquitectónico en la Plaza de la Estela en Xochicalco se constituyó en un observatorio para calibrar la duración exacta del año solar.
La pirámide más grande del mundo, por su volumen, la Gran Pirámide de Cholula está orientada a la puesta solar en el día del solsticio de verano. No sólo la pirámide, sino también la traza de la ciudad, prehispánica y actual, señala en esa misma dirección.
Otra práctica mesoamericana para indicar eventos astronómicos importantes fue la orientación de pirámides para lograr escenificar hierofanías, es decir, la iluminación dirigida para intensificar el contenido ritual de algún momento particular del año. El ejemplo más célebre es el de El Castillo en Chichén Itzá. Aproximadamente una hora antes del ocaso, en el día del equinoccio, los nueve cuerpos de esta pirámide, que por cierto posee 365 escalones distribuidos en sus cuatro escalinatas y la plataforma superior, proyectan su sombra sobre la balaustrada de la escalinata norte. Así se forma el cuerpo luminoso, a través de porciones triangulares iluminadas, de una serpiente cuya cabeza pétrea se encuentra en el arranque de la escalinata. El primer triángulo se forma en la parte más alta de ésta y poco a poco va completándose, dando la impresión de un descenso de la serpiente de luz como Kukulcán, la serpiente emplumada. Tal tipo de hierofanía se da también en El Castillo de la última gran metrópoli maya antes de la llegada de los españoles, en Mayapán. Esto sucede no en los días del equinoccio, sino en los del solsticio, aunque por desgracia las cabezas pétreas ya no se encuentran al pie de las escalinatas. La Pirámide de la Luna en Teotihuacan y el llamado Edificio 19 del Grupo del Arroyo en El Tajín, también muestran la hierofanía equinoccial, pese a que no existe ninguna cabeza serpentina.
Otra práctica mesoamericana fue la orientación de pirámides para lograr escenificar hierofanías… Así se forma el cuerpo luminoso, a través de porciones triangulares iluminadas, de una serpiente cuya cabeza pétrea se encuentra en el arranque de la escalinata.
Los días del paso cenital del Sol se registraron sobre todo utilizando cámaras oscuras construidas a partir de cuevas naturales acondicionadas con mampostería o en el interior de estructuras arquitectónicas. Una chimenea o tubo vertical dentro de tales cámaras puede mostrar el momento en el que los rayos solares caen perpendicularmente haciendo que la sombra coincida con la base de todo objeto. Sin embargo, además de esa función, los observatorios cenitales fueron construidos con tal cuidado, considerando la geometría específica de cada cámara, que permiten señalar ciertas fechas fundamentales para el sistema calendárico mesoamericano, como veremos más adelante. Tomando en cuenta que se tiene un marco de referencia fijo en esa geometría, también se pudo llevar el seguimiento del tiempo calibrando la duración del año solar. Los observatorios cenitales más conocidos son2: las cuevas astronómicas de Teotihuacan, una de las cuales posee una estela marcador; la cueva astronómica de Xochicalco y la cámara astronómica en el interior del Edificio P de Monte Albán.
Un ejemplo temprano de una alineación astronómica adecuada a conceptos relacionados con la cuenta del tiempo es el de la Pirámide Circular en Cuicuilco. Con sus dos rampas colineales de acceso esta pirámide está orientada a la salida del Sol los días 23 de marzo y 20 de septiembre, que difieren por dos días de las fechas de ambos equinoccios. En la madrugada de aquellos días el disco solar se desprende de la cúspide de un cerro, de forma casi semiesférica, llamado Papayo. La posición de este accidente del paisaje señala justamente lo que podría llamarse el equinoccio temporal, a diferencia del equinoccio usual que corresponde al punto medio de los extremos solsticiales en el horizonte. Los días citados marcan el momento medio temporal entre el día del solsticio de invierno y el de verano, lo que correspondería a la cuarta parte del año. Que los cuicuiltecas para 500 a. C. hubieran ya determinado astronómicamente la posición de su gran pirámide y además su alineación solar para esas fechas con trascendencia en la cuenta del tiempo, manifiesta claramente la notable perspicacia de los observadores mesoamericanos.
No sólo el Sol motivó la alineación de edificios. La Luna y el objeto celeste nocturno más brillante después de ésta, Venus, fueron considerados también al elegir la orientación de aquéllos. Por ejemplo, el Palacio del Gobernador en Uxmal se construyó alineado a la posición en el horizonte donde Venus surge más hacia el sur, justamente indicada por una pirámide en la ciudad vecina de Cehtzuc3. En reforzamiento de la trascendencia de este planeta para el edificio, se elaboró un gran mosaico tridimensional a todo lo largo de su parte superior. Grandes mascarones antropomorfos ahí muestran el glifo maya de Venus en sus párpados inferiores.
No sólo el Sol motivó la alineación de edificios. La Luna y el objeto celeste nocturno más brillante después de ésta, Venus, fueron considerados también al elegir la orientación de aquéllos
Una alineación lunar lo podemos encontrar en la isla del Cozumel. El sitio de San Gervasio fue un lugar de peregrinaje de los devotos de la diosa maya de la Luna, Ixchel. Ahí se encuentra su santuario que es una pequeña pirámide cuyo recinto superior constaba de dos cuartos contiguos. En el cuarto frontal se tenía un ídolo parlante que servía a manera de oráculo para contestar todas las preguntas que hacían los creyentes. Esta pirámide está orientada a la puesta de la Luna en su parada mayor norte, que es análoga a la posición del Sol en el ocaso del solsticio de verano pero en el caso lunar tal posición extrema está desplazada aproximadamente diez diámetros solares más hacia el norte. Por la complejidad del movimiento aparente de la Luna, la parada mayor se alcanza sólo cada 18.6 años. En esos momentos se tendría la iluminación directa de la representación de Ixchel en el Tierra por los rayos lunares al ponerse en el horizonte su imagen celeste.
Aunque las orientaciones astronómicas están ampliamente representadas en Mesoamérica, no son las más abundantes. En épocas tempranas el observador prehispánico se percató de diversos eventos singulares que definían direcciones particulares en el paisaje. Reconociendo su importancia las adoptó para añadir un valor ritual adicional a cada estructura arquitectónica alineada a lo largo de ellas. En el transcurso del tiempo la trascendencia y prestigio del calendario, como una manera altamente evolucionada de observación astronómica, fue en aumento. El calendario llegó entonces a establecer alineaciones basadas en varias propiedades de él. Como se sabe, el sistema calendárico mesoamericano consta de dos cuentas, una solar, conocida como Xiuhpohualli, de 365 días dividida en 18 períodos de 20 días más 5 días adicionales y de otra ritual, conocida como Tonalpohualli, de 260 días organizada en 20 trecenas. Ambas cuentas empezaban al mismo tiempo pero después de 260 días se desfasaban y cada cuenta avanzaba independientemente. Sin embargo, había que esperar 52 años de 365 días para que de nuevo las dos cuentas coincidieran y empezarán otra vez simultáneamente. En ese período de años la cuenta ritual se había completado 73 veces, es decir, se cumple la relación . En ocasión del fin y del inicio de cada período de 52 años se efectuaban solemnes ceremonias en las que se encendía el llamado Fuego Nuevo. Una peculiaridad de la variante zapoteca del calendario es que dividía la cuenta ritual en cuatro partes de 65 días; a cada una de éstas se le llamaba Cocijo y se le consideraba una deidad a la que se le debía dar ofrendas, se trataba de la deificación del tiempo.
En el transcurso de la última década la investigación arqueoastronómica ha identificado tres familias de alineamientos calendárico-astronómicos4,5. Para ilustrar esta práctica de origen puramente mesoamericano describiremos en detalle un ejemplo representativo de cada familia y citaremos en forma concisa algunos otros ejemplos de diversas regiones de Mesoamérica.
La Pirámide del Sol en Teotihuacan fue el principal templo en esa gran urbe, su eje de simetría y su perpendicular, es decir, la Avenida de los Muertos definen la traza urbana. La alineación solar al frente de esta pirámide se da en el ocaso de los días 29 de abril y 13 de agosto. Por otra parte, en la madrugada de los días 12 de febrero y 29 de octubre, la pirámide se alinea al Sol naciente. Como resulta obvio, esas fechas no corresponden a ningún evento astronómico importante como equinoccios o solsticios. La importancia de esta elección radica en que ambas parejas de fechas dividen al año solar en una proporción que se obtiene a partir de ciertos números calendáricos. Si nos colocáramos en la cúspide de esta impresionante pirámide y observáramos todas las puestas solares, empezando a partir del 29 de abril con la primera alineación en el año, tenemos que observar 52 puestas solares antes de que el Sol alcance el solsticio de verano, el 21 de junio; el disco solar entonces llegará a su posición extrema norte en el horizonte. A partir de esta fecha, tendremos que observar a lo largo de otros 52 días cómo regresa el Sol a su segunda alineación, una vez transcurridos este número de días, el 13 de agosto. Continuando el seguimiento del Sol en su ocaso, notaremos que conforme avanza el año la puesta sucede más hacia el sur alcanzando en el día del solsticio de invierno su posición extrema sureña, el 22 de diciembre. Lentamente el disco solar irá regresando día con día en el horizonte de tal forma que finalmente el 29 de abril del siguiente año el Sol completará su ciclo de movimiento aparente y nuevamente se pondrá alineado a la Pirámide del Sol. Contando el 13 de agosto, la 260 ava puesta de Sol llegará justamente el 29 de abril del siguiente año. Por lo anterior, podemos concluir que los teotihuacanos escogieron la orientación de su gran pirámide para mostrar su pertenencia al sistema mesoamericano de medición del tiempo. La relación 104/260 está definida a partir del período de coincidencia de ambas cuentas expresado en días y de la duración de la cuenta ritual. Esta misma relación se da con la alineación de la Pirámide al Sol en la madrugada pero con respecto al solsticio de invierno. Probablemente este tipo de alineación no lo inventaron los teotihuacanos sino que lo adoptaron de los pueblos del sureste mesoamericano. Otros ejemplos de estructuras que están alineadas al Sol en las mismas fechas que la Pirámide del Sol en Teotihuacan son: El Templo Superior de los Jaguares en la Cancha del Juego de Pelota en Chichén Itzá. La ventana central del Observatorio de El Caracol, en esta misma ciudad. La Casa E del Palacio de Palenque. El Templo Mayor de Tula. El Edificio de los Cinco Pisos en Edzná. El Observatorio Cenital de Xochicalco está construido de tal forma que el primer día en el que los rayos solares penetran hasta el suelo de la cámara de observación es el 29 de abril y el último día después del cual ya no alcanza a incidir el haz luminoso sobre el suelo es el 13 de agosto. Estamos frente a una manera mesoamericana de orientar edificios, podríamos decir que se trata de una orientación en el tiempo, el Sol brinda el escenario maravilloso para indicar que las fechas importantes han llegado.
Estamos frente a una manera mesoamericana de orientar edificios, podríamos decir que se trata de una orientación en el tiempo, el Sol brinda el escenario maravilloso para indicar que las fechas importantes han llegado.
Otra familia de alineaciones mesoamericanas se puede ilustrar con el Templo Mayor de Tenochtitlan. El sitio donde se erigió el principal edificio mexica fue sujeto a una cuidadosa selección y su orientación fue de capital importancia para los tlatoanis: “… esta fiesta caía estando el Sol en medio del Uchilobos que era equinoccio y porque estaba un poco tuerto (el Templo Mayor) lo quería derrocar Motecuhzoma y enderezalo”6. El frente del Templo Mayor veía hacia el ocaso solar pero como el santuario superior poseía dos aposentos separados por un estrecho pasillo, era posible la observación hacia el oriente. El aposento en el norte estaba dedicado al dios Tlaloc y el del sur al dios de la guerra con atributos solares, Huitzilopochtli. La alineación solar del Templo Mayor sucede el 9 de abril y el 2 de septiembre, en esos días ambos dioses verían directamente desaparecer al disco solar enfrente de ellos. La alineación en la madrugada sucede los días 4 de marzo y 9 de octubre. Haciendo el mismo ejercicio de observación durante un año como en el caso de la Pirámide del Sol, notaremos que desde la primera alineación el 9 de abril transcurrirán 73 días para que llegue el día del solsticio de verano; 73 días después de éste tendremos la segunda alineación el 2 de septiembre. A partir de esta fecha, las puestas solares serán cada vez más hacia el sur llegando al día del solsticio de invierno, el 22 de diciembre; lentamente el disco solar emprenderá su regreso en cada ocaso hasta que finalmente alcance la siguiente alineación el 9 de abril del siguiente año. El tiempo transcurrido entre la alineación del 2 de septiembre y la del 9 de abril es justamente 219 días, es decir, tres veces 73 días. En forma similar, las alineaciones en la madrugada el 4 de marzo y el 9 de octubre dividen al año solar en los mismos múltiplos de 73 días pero respecto al día del solsticio de invierno. Nótese que el 73 es la quinta parte de 365 y representa las veces que debe transcurrir el Tonalpohualli para alcanzar al Xiuhpohualli una vez que se completaron 52 años de 365 días. Se trata por lo tanto de una alineación definida por otro número calendárico fundamental. Otros ejemplos de esta familia son: La Pirámide de Los Nichos en El Tajín, lo cual demuestra claramente su sospechada trascendencia calendárica. La Gran Pirámide de Xochitecatl en sus dos últimos cuerpos construidos por los olmeca-xicalanca. El Templo Calendárico de Tlatelolco con lo que se refuerza la importancia de los glifos grabados en sus tableros. El Gran Mascarón Solar en el Patio Hundido en Copán muestra al dios Kin con sus llamativos atributos y dos grandes glifos de Venus flanqueándolo. La alineación solar del mascarón al amanecer sucede en las mismas fechas que en el Templo Mayor de Tenochtitlan. Aquí los sacerdote-astrónomos mayas nos indican una directa relación con Venus: su periodo sinódico de 584 días se puede obtener acumulando ocho veces 73 días. Es decir, esta familia de alineaciones es la única que permite calibrar tal periodo a través del registro de eventos de salida y puesta solar en sus fechas asociadas.
La tercera familia de alineaciones parece ser exclusiva de la región zapoteca. En la plataforma norte de Monte Albán se encuentra el Templo Enjoyado o Embajada Teotihuacana, llamado así porque muestra elementos arquitectónicos de estilo teotihuacano, además se excavaron cerámica y objetos de fuerte influencia teotihuacana. Sin embargo, su orientación no tiene ninguna relación con la gran urbe del norte. La alineación solar sucede en la madrugada del 25 de febrero y del 17 de octubre. Ambas fechas están separadas por 65 días del día del solsticio de invierno, es decir, por un Cocijo. La alineación hacia el poniente en este caso no se da porque el edificio está adosado al Complejo del Vértice Geodésico que alcanza una considerable altura. En el Patio I del Grupo del Arroyo en Mitla, en su cuarto norte, se tiene un dintel pintado con una escena de obvio significado astronómico: un disco solar entre dos estructuras escalonadas se encuentra atado por sendas cuerdas que sostienen dos personajes. Uno de ellos se encuentra descendiendo de un cielo estrellado y su pie parece surgir de éste. El otro, con cuerpo de cuchillo de pedernal, parece colgarse de la cuerda. Esta parte del dintel, que es la central, puede interpretarse justamente al considerar la alineación rasante, es decir, su iluminación por los rayos solares cuando inciden a lo largo del mismo. Esto sucede en la madrugada del 25 de febrero y del 17 de octubre. Por lo tanto los personajes pueden identificarse con los Cocijos que mantienen estático al disco solar, como en apariencia sucede en los solsticios; la separación de 65 días en torno al solsticio confirma la conexión simbólico-calendárica del diseño. En este caso, sí se tiene alineación rasante en el ocaso, la que sucede los días 17 de abril y 25 de agosto, nuevamente separados por un Cocijo de 65 días del solsticio de verano.
En el Patio I del Grupo del Arroyo en Mitla, en su cuarto norte, se tiene un dintel pintado con una escena de obvio significado astronómico: un disco solar entre dos estructuras escalonadas se encuentra atado por sendas cuerdas que sostienen dos personajes.
Cuando Rubén Morante analizó el observatorio cenital del Edificio P de Monte Albán encontró precisamente que en estas últimas fechas se daba la primera y la última entrada extrema del haz de rayos solares a la cámara de observación7.
En otros edificios zapotecos se indican reiteradamente, a través de sus alineaciones, las fechas citadas con anterioridad confirmando así la importancia del intervalo de 65 días para la variante zapoteca del calendario8. Por otra parte, es justo señalar que en la región zapoteca también se erigieron estructuras alineadas de acuerdo a las otras dos familias descritas.
A través de este breve recorrido hemos mostrado claramente el excepcional y fundamental papel que jugó la Astronomía en las sociedades mesoamericanas. La observación del cielo representó un medio necesario para concebir una cosmovisión que estableciera la relación del hombre con la Naturaleza. La ancestral práctica de seguir el movimiento de los astros condujo a la invención de un sistema calendárico que acompañó al hombre prehispánico por varios milenios y le permitió generar ciertos patrones espaciales y temporales con los cuales orientó sus principales estructuras arquitectónicas e incluso sus ciudades. Puso así sus obras materiales en armonía con principios de orden provenientes de las deidades que habitaban en el firmamento. El agudo ingenio del hombre mesoamericano al observar a la Naturaleza en conjunto, incluyendo al firmamento, le permitió alcanzar impresionantes logros en las diversas áreas del conocimiento, como en la Astronomía, lo que en parte aún podemos admirar hoy en día.
♦
Referencias
Artículo publicado en la revista Universidad de México, UNAM, No. 627, septiembre, 2003, pp. 47-55.
En la actualidad el autor es investigador titular del Instituto de Investigaciones Estéticas de la Universidad Nacional Autónoma de México.
Las fotografías que ilustran este artículo fueron tomadas por el autor.
♦
N o t a s
1Fray Bernardino de Sahagún, Códice Matritense del Real Palacio, Libro I, 1577, f51.
2Rubén B. Morante López, “Las Cámaras Astronómicas Subterráneas”, Arqueología Mexicana Vol. VII, No. 47, 2001, pp. 46-51
3Ivan Šprajc, Venus, Lluvia y Maíz, Colección Científica, No. 318, INAH, México, 1993, pp. 75-79.
4Jesús Galindo Trejo, Arqueoastronomía en la América Antigua, Conacyt-Editorial Equipo Sirius, México-Madrid, 1994,
5Jesús Galindo Trejo, “La Astronomía Prehispánica en México” en Lajas Celestes: Astronomía e Historia en Chapultepec, CONACULTA-INAH, México, 2003,
6Fray Toribio de Benavente Motolinia, Memoriales 1527-1541, ed. N. J. Dyer, El Colegio de México, México, 1996, p. 170.
7Rubén B. Morante López, “Los Observatorios Subterráneos” en La Palabra y el Hombre, abril-junio, Universidad Veracruzana, Xalapa, 1995.
8Jesús Galindo Trejo, “Calendario y Orientación Astronómica: una práctica ancestral en Oaxaca Prehispánica” en La Pintura Mural Prehispánica en México, ed. Beatriz de la Fuente, UNAM, 2003, en Prensa.