‘LightBox’ es el título para un jardín de luz que brilla en el nuevo escaparate del restaurante ‘Il Giardinetto’ y que ha sido diseñado por Isern Serra y Sylvain Carlet. Edición, R. Arola y L. Vert.

blanc.1A través de un pequeño círculo, como si de un calidoscopio se tratara, el escaparate del restaurante Il Giardinetto, en Barcelona, ha mostrado durante unas semanas una brillante fiesta creada por Isern Serra y Sylvain Carlet. Estamos hablando de un jardín en miniatura, un bosque de bambús de un verde intenso, donde  podía contemplarse el infinito, pues una única pieza lumínica se reproducía, incansable, en un pequeño mundo de espejos. Brillos de color que vivifican las reproducciones muertas, como las que aparecen en las fotografías,y evocan el sonido, el olor, el gusto… de este jardín secreto.0-giard-1110-giard-2imagen1 0-giard-5 0-giard-6

En su Diccionario de los símbolos, Jean Chevalier escribió que los jardines significaban en casi todas las tradiciones el recuerdo de un mundo ideal o de un paraíso perdido: “…imágenes y resúmenes del mundo, como lo son aún en nuestros días los céle­bres jardines japoneses y persas. El jardín del Extremo Oriente es el mundo en peque­ño, pero es también la naturaleza restaurada en su estado original, o la invitación a res­taurar la naturaleza original del ser. ‘¡Qué placer, escribe el poeta chino Hi K’ang, pa­searse por el jardín! Doy la vuelta a lo infini­to…’.

Dar la vuelta a lo infinito parece ser la propuesta de Serra y Carlet para este ordenado jardín en el que los bambúes se multiplican infinitamente como signo de buen augurio, pues éste es también uno de los sentidos simbólicos que posee la caña del bambú, como explica Ramón Andrés en su Diccionario de música, mitología, magia y religión: “… el seco y fuerte crepitar de esta caña en el fuego sirve para ahuyentar el mal” y añade lo siguiente en su entrada sobre esta planta: “Su tallo, firme y enhiesto, vacío en su interior –expresa la vacuidad del corazón- es para el budismo, y señaladamente dentro del taoísmo, un espejo de aspiración espiritual. Es la imagen de la firmeza, de la elevación y del sonido que aleja y diluye el deseo”.

Un sonido o una luz, como la luz verde de la ‘LightBox’ que vibra en el interior de una caja negra, tan negra quizá como la noche extraordinaria que vivió el escritor, científico y alquimista inglés Thomas Vaughan, alias Eugenio Filaleteo (s. XVII) y que tiene mucho que ver con la luz verde. Este autor cuenta en uno de sus tratados una experiencia visionaria en la que se encontró, sin saber cómo, en un desconocido jardín nocturno que se iluminó de pronto con unos maravillosos reflejos verdosos. Esta luz anunciaba la aparición de la hermosa Talía, la musa siempre verde, que habita en el Templo de la naturaleza y lo ilumina con su luz pura. Ella es a quien han  buscado todos los viajeros de lo absoluto, los filósofos estudiosos de la naturaleza. Si bien, hay que aclarar que la naturaleza que buscaban estos sabios no era la misma que puede verse con los ojos exteriores. Ésta última, la que el hombre común admira, es solo el vestido de la interior, de la luz de vida que anima y ordena todos los procesos naturales y que es invisible para el común de los mortales.

Quizá por eso, los visionarios, y en concreto los del Islam tan estudiados por Henry Corbin, dicen que el lugar de sus visiones es la verde tierra de Hûrqalyâ, el mundus imaginalis, un lugar donde los cuerpos se espiritualizan y los espíritus toman cuerpo, donde se percibe el sentido oculto de las cosas y donde suceden los acontecimientos de la historia espiritual del hombre. Esta terra lucida, contiene todas las bellezas de nuestra tierra pero en estado sutil, luz pura sin sombra. Allí es también donde reina un personaje legendario llamado Al-Khadir o Kidr, que en la tradición musulmana realiza las mismas funciones que Gabriel en la tradición cristiana o Hermes en la tradición hermética. Él posee y transmite la ciencia divina y por eso se le considera también el señor y distribuidor del Agua de vida, conocida en la alquimia como el elixir de la inmortalidad. Al-Khadir simboliza tanto el iniciador como el maestro interior. Se le representa siempre vestido de color verde, su propio nombre significa «el que verdea», y una leyenda cuenta que con su sola presencia hizo reverdecer, es decir, devolver la vida, un desierto.

El color verde testifica pues la capacidad visionaria de ver las cosas de la tierra de Hûrqaliâ, de contemplar la luz pura vivificante y vivificada. En este sentido quizá podría decirse que en la calle de la Granada, un mínimo recuerdo de estos mundos extraños se ha vuelto visible para quien quiera verlo.

[Fotografías de Anna Huix, vídeo de Poldo Pomés]

 

al-khidrAl-Khadir