Reflexiones sobre la historia bíblica de san Juan y Salomé a partir de obras de Gustave Moreau, Oscar Wilde y Emmanuel d’Hooghvorst que apuntan al sentido esotérico de una historia extraña y paradójica Edición, Raimon Arola.

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El Evangelio según san Mateo explica la historia de Juan y Salomé de esta manera: “En aquel tiempo Herodes el tetrarca oyó de la fama de Jesús, y dijo a sus siervos: Éste es Juan el Bautista; él ha resucitado de los muertos, y por eso maravillas se manifiestan en él. Porque Herodes había prendido a Juan, y le había aprisionado y puesto en la cárcel, por causa de Herodías, esposa de Felipe su hermano, porque Juan le decía: No te es lícito tenerla. Y quería matarle, pero temía al pueblo, porque le tenían como a profeta. Mas celebrándose el cumpleaños de Herodes, la hija de Herodías danzó delante de ellos, y agradó a Herodes; por lo cual él prometió con juramento darle cualquier cosa que ella pidiese. Y ella, siendo instruida primero por su madre, dijo: Dame aquí en un plato la cabeza de Juan el Bautista. Entonces el rey se entristeció, mas por causa del juramento, y de los que estaban sentados con él a la mesa, mandó que se la diesen, y envió decapitar a Juan en la cárcel. Y fue traída su cabeza en un plato, y dada a la damisela, y ésta la presentó a su madre. Entonces vinieron sus discípulos, y tomaron el cuerpo y lo enterraron; y fueron y dieron las nuevas a Jesús”. (Mateo, 14, 1-12 / cf: Marcos 6:14-29 y Lucas 9:7-9).

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La aparición de Gustave Moreau 

Erika Bornay, en su libro Las hijas de Lilith [1], escribe que los artistas de fin-de-siècle [XIX] proyectaron: “en la joven hija de Herodías su especial sensibilidad, iban a recrearla, haciendo de ella el summum de las perversidades, seducciones y poder letal” y afirma que fue entonces cuando su figura se convirtió en una especie de prostituta mística.

La primera paradoja la encontramos en la extraña imagen de la cabeza aureolada de san Juan en manos de Salomé pintada por Gustave Moreau. Se trata de un encuentro paradójico entre la belleza de este mundo (Salomé) y la del mundo por venir (Juan).

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Bornay se refiere a la pintura del artista francés con estas palabras: “Moreau, en su indagación sobre el tema de la belleza satánica en los mitos primitivos iba a convertir al personaje de Salomé en el eje y centro de su obra. [… Una] famosa variante de este tema es la acuarela ejecutada por Moreau en 1876 y que lleva por título «La aparición», en la que Salomé… señala con espanto la cabeza aureolada y sanguinolenta del Bautista que se ha elevado de la bandeja colocada sobre las baldosas y la mira fijamente. J. P. Reverseau afirma que Moreau se inspiró para esta versión en la escena de la danza de Salambó, la novela de Flaubert que fue una de las lecturas favoritas del pintor. Como Salambó, la hija de Herodías, aparece una vez más como princesa oriental en un exótico espacio arquitectónico, decorado con azulejos y ara­bescos y una divinidad hindú en el altar del fondo, […] el propio Moreau escribirá que para él Salome representa: «el eterno femenino, una ave ligera, a menudo siniestra, que atraviesa la vida, una flor en la mano, en busca de su vago ideal. A menudo terrible”.

«Terrible» quizá porque el brillo que desprende la cabeza del profeta nos muestra otra belleza distinta de la carnal, invisible a los ojos exteriores, y que es la belleza de la luz que se manifiesta después de la muerte.

El beso, según Oscar Wilde

En el monólogo final de Salomé, tragedia en un acto de Oscar Wilde [2], se resume la intención del artista inglés. Trata de cuando Salomé besa los labios del profeta, ya decapitado, y afirma que: el misterio del amor es más grande que el misterio de la muerte. Estas palabras de la princesa reflejan un conocimiento profundo de los misterios de la vida y la muerte pues es con el amor como se puede superar la muerte.

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Salomé: Aquí, soldados. Bajad a la cisterna y traedme la cabeza de ese hombre. Tetrarca, Tetrarca, ordénales a tus soldados que me traigan la cabeza de Jokanaan.
[Un enorme brazo negro, el brazo del verdugo, sale de la cisterna, trayendo en una bandeja de plata la cabeza de Jokanaan. Salomé la levanta. Herodes oculta su rostro en su túnica. Herodías sonríe y se abanica. Los nazarenos caen de rodillas y comienzan a rezar.]
¡Ah!, no me dejabas besar tu boca, Jokanaan. ¡Bueno! Ahora la besaré. La morderé con mis dientes como se muerde un fruto maduro. Sí, besaré tu boca, Jokanaan. Lo dije; ¿acaso no fue así? Lo dije. Ah! La besaré ahora… ¿Pero por qué no me miras, Jokanaan? Tus ojos que eran tan terribles, que estaban tan llenos de rabia y de desprecio, ahora están cerrados. ¿Por qué están cerrados? ¡Abre los ojos! ¡Levanta tus párpados, Jokanaan! ¿Por qué no quieres mirarme? ¿Acaso me temes, Jokanaan, y por eso no me miras…? Y tu lengua, que era como una roja serpiente escupiendo veneno, ya no se mueve, ya no suelta palabras, Jokanaan, esa víbora escarlata que arrojó su veneno sobre mí. ¿Es extraño, verdad? ¿Cómo es que la roja víbora ya no se mueve…? No querías tener nada conmigo, Jokanaan. Me rechazaste. Dijiste cosas terribles contra mí. ¡Hablaste de mí como si fuera una ramera, como a una mujer perdida, a mí, Salomé, hija de Herodías, princesa de Judea! Bueno, yo aún vivo, pero tú estás muerto, y tu cabeza me pertenece ahora. Puedo hacer con ella lo que me plazca. Puedo arrojarla a los perros y a las aves del cielo. Lo que los perros dejen, las aves devorarán… ¡Ah, Jokanaan, Jokanaan, eras el único hombre que amé! Todos los otros me resultaban un fastidio. ¡Pero tú eras hermoso! Tu cuerpo era una columna de marfil alzada sobre bases plateadas. Era un jardín lleno de palomas y lilas de plata. Era una torre de plata guarnecida con escudos de marfil. No había nada en el mundo tan blanco como tu cuerpo. No había nada en el mundo tan negro como tu cabello. Y en todo el mundo no había nada tan rojo como tu boca. Tu voz era un incensario que esparcía extraños perfumes, y cuando te miraba escuchaba una curiosa música. ¡Ah! ¿Por qué no me miraste, Jokanaan? Tras el manto de tus manos y tras el manto de tus blasfemias ocultaste tu rostro. Pusiste sobre tus ojos la venda de aquel que quiere ver a su dios. Bueno, ya has visto a tu dios, Jokanaan, pero a mí, a mí, tú nunca me viste. Si me hubieras visto me habrías amado. Yo te vi, y te amé. ¡Oh, cuanto te amé! Aun te amo, Jokanaan, sólo te amo a ti… Estoy sedienta de tu belleza; estoy hambrienta de tu cuerpo; y ni el vino ni las manzanas pueden apaciguar mi deseo. ¿Qué haré ahora, Jokanaan? Ahora que ni las inundaciones ni los grandes océanos pueden calmar mi pasión. Yo era una princesa, y tú me despreciaste. Yo era una virgen, y tú me arrebataste la pureza. Yo era casta, y tú llenaste mis venas con fuego… ¡Ah! ¿Por qué no me miras? Si me hubieras visto me habrías amado. Sé muy bien que me habrías amado, y el misterio del amor es más grande que el misterio de la muerte
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El baile de Salomé según Emmanuel d’Hooghvorst [3]

Hasta aquí todo parece indicar una historia terrible sin ningún sentido. Sin embargo, la reflexión de Emmanuel d’Hooghvorst sobre la decapitación del Bautista a partir de la tradición cristiana antigua y medieval reflejada en el Portal de la Gloria de la catedral de Rouen, revela la gran paradoja de este relato. Vuelve del revés, como el baile de Salomé, un símbolo que entendido a partir de una lectura exterior parece un sinsentido pero que, a partir de otro punto de vista, esconde el misterio de la profecía viva y nos da la clave para entender los dos apartados anteriores. El escrito de D’Hooghvorst es parte de un artículo sobre la carta del Tarot XVI, llamada «La Maison Dieu» o «La Torre» en la que aparecen dos personajes bailando con la cabeza abajo. En este caso se trata, según d’Hooghvorst de: …dos locos que bailan cabeza abajo como dos niños alegres. Es la danza llamada de Salomé o de David ante el arca. 

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Salomé significa ‘reposo del Señor’. La figura reproduce el tímpano del portal izquierdo, llamado Portal de san Juan de la catedral de Rouen. En el nivel superior del tímpano, vemos el amortajamiento del santo precursor. En el nivel inferior, el festín de Herodes, la danza de Salomé, la decapitación de san Juan, y la entrega, por parte de Salomé a Herodías, de la cabeza cortada. 

Salomé  también baila cabeza abajo. Se puede apreciar, un poco más arriba de sus rodillas, el huevo filosofal sobre un soporte de piedra. El parentesco de inspiración entre el escultor y el imaginero (del Tarot) parece evidente.

La decapitación de Juan Bautista ha sido a menudo comentada por los Padres quienes la evocaron en su polémica contra los judíos de la época. Leemos en Orígenes (siglo III): “Mira este pueblo en el que alimentos puros e impuros son examinados, mientras que la profecía presentada en bandeja a modo de alimento es despreciada”.  La cabeza de Juan Bautista representaría, pues, el principio de la profecía, de la que se habrían privado los judíos por la decapitación del santo. Efectivamente, Orígenes añade: “Decapitan la palabra profética tras haberla encerrado en una prisión, no conservando más que una palabra cadáver, mutilada, que ya no tiene ninguna parte sana, dado que no la entienden”.  Esta reflexión es todavía de actualidad y aplicable a mucha gente… Relacionaremos este fragmento con el de la decapitación de Polidoro en la Eneida. 

También David bailaba ante el Arca del Señor.  Su esposa Micol le vio bailar y le menospreció en su corazón. Le dijo: “¡Qué gloria hoy para el rey de Israel haberse desnudado a los ojos de las siervas y de sus siervos, como se desnuda un juglar!”. Al bailar también él, cabeza abajo ante el arca, había desnudado su fundamento…

En este mismo sentido el autor de El Mensaje Reencontrado escribió: “Heme aquí barrido, andando sobre la cabeza […] con gran escándalo para los bien pensantes”.

Para Cris Jiménez, en reconocimiento a su TFG

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NOTAS

[1] http://www.catedra.com/libro.php?codigo_comercial=162022
[2] https://es.wikisource.org/wiki/Salom%C3%A9_(Wilde)
[3] http://www.arolaeditors.com/index.asp?sc=ficha&isbn=8496639037

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