Reconstrucción del artículo de Raimon Arola aparecido el 5 de Agosto de 2023 en el complento Cultura’s de La Vanguardia. «Hay lugares y espacios que transmiten al visitante una fuerza especial. Connotados espiritualmente, incitan al viajero a ir más allá de lo que observa, como los aquí consignados».

Referencia de la publicación: https://www.lavanguardia.com/cultura/culturas/20230805/9106603/catalunya-simbolica.html

Presentación

Vivimos en un mundo donde viajar es algo común, pero no lo es el ánimo con que el que se emprenden dichos viajes, por eso, intentaremos presentar unos viajes aparentemente iguales a los demás pero en el fondo, muy distintos. Visitar un monumento o detenerse en un detalle del mismo nos puede emocionar por su belleza o, simplemente, por ser algo distinto a las formas culturales que conocemos, pero también podría ser debido a su carácter simbólico, un aspecto que no se agota en las connotaciones artísticas o sociales y por eso en nuestra propuesta hemos escogido distintos ejemplos que van desde la prehistoria a la actualidad, pasando por el mundo clásico, el medioevo, la ilustración y el modernismo.

Como hemos dicho, un viaje simbólico incluye las referencias culturales de cada lugar visitado, pero va más allá, propone experimentar la presencia invisible que da forma a lo visible. El símbolo es el encuentro entre mundo material y el mundo espiritual y los siete ejemplos que hemos escogido para este viaje simbólico son ricos en este sentido, pero quedarían reducidos a una anécdota sin la predisposición del espectador a adentrarse en el “sentido” de lo que mira y admira. Sin embargo, este “sentido” no depende de lo exterior, sino que es necesario reconocerlo en el propio ser humano. Recordemos que la palabra símbolo proviene de un verbo griego que significa “re-unir”. Se trata de una palabra especialmente rica en interpretaciones y una de ellas se refiere a un modo de acercarse al mundo y comprenderlo. Una experiencia de conocimiento del universo distinta a la de los estudios académicos y las prácticas religiosas.

La simbología es un modo de conocimiento, pero que nada tiene que ver con lo que se muestra en las novelas de Dan Brown, como El código Da Vinci, que tanto éxito han tenido. El protagonista de dichas novelas es un estudioso de los signos secretos de distintas tradiciones, más cercano a la criptología que al simbolismo. El viaje que proponemos no es un descubrimiento esotérico de los lugares escogidos, sino una interacción con ellos, una vivencia espiritual. No se penetra en ningún misterio ocultado por alguna sociedad secreta y que proporciona ciertos poderes. El simbolismo en general, y, el del viaje en particular, es una experiencia concreta y trascendente que permite a quien la vive establecer unos vínculos con el mundo invisible no apreciables a primera vista.

La experiencia del viaje simbólico debe llevarnos a una vivencia que renueve la actual superficialidad del viajar

El barcelonés Juan Eduardo Cirlot, autor del primer diccionario de símbolos mundial, editado en 1958, y que después ha sido traducido a múltiples lenguas, es un referente imprescindible en relación a la idea de simbolismo que planteamos. Citaremos las palabras con las que Cirlot cerró el prólogo a la primera edición de su Diccionario de símbolos tradicionales, como se llamó al principio, y que nos parecen una inmejorable declaración de intenciones respecto al símbolo: “Indiferentes a la erudición por ella misma, sentimos animadversión hacia todo aquello que sólo proporciona un saber, sin influir in mediatamente en la vida. Esa influencia se traduce en modificación y rememoración de lo trascendente. […] Es evidente que el simbolismo… no podrá pasar los torreados umbrales del escepticismo”.

El auténtico simbolismo muestra sin demostrar, utiliza lo cotidiano para trascender

Una de las maneras más simples y, al tiempo, más profundas para saber qué es un símbolo, sería establecer la diferencia entre un signo y un símbolo. El margen semántico es estrecho, pero un ejemplo puede ser útil: una cruz es un signo y un símbolo a la vez. Es un signo que sirve para identificar a la religión cristiana, es decir, que un grupo humano lo ha asociado a una forma y a un significado. Pero la cruz también es un símbolo que poco tiene que ver con el cristianismo, ya que aparece en múltiples culturas y épocas. René Guénon escribió un libro muy importante sobre ello titulado Le symbolisme de la croix, donde habla del significado de la unión de la horizontal y la vertical como realidades cercanas a un inconsciente colectivo nacidas de la experiencia presencial del ser humano en el mundo. En el primer caso, se trata de un significado convenido y cerrado, en el segundo, el significado está abierto pues depende de la experiencia personal de quien viva este símbolo. La visión consciente i la trascendente se unen en un conocimiento que aflora en un momento determinado.

El contenido simbólico cautiva tanto al hombre del siglo XXI como al de la Edad media

La Sagrada Familia de Gaudí es un ejemplo obligado es un edificio religioso, pero que sea religioso no significa que sea más o menos simbólico, tampoco las obras artísticas religiosas son simbólicas siempre, ni mucho menos. El simbolismo busca la unión de la realidad finita con la infinita, la del cuerpo con el espíritu, y esto es lo que consiguió Gaudí tanto en sus obras religiosas como en las laicas, el simbolismo presenta una forma y un contenido. El contenido es la fuerza del alma del mundo que algunos artistas saben atraer y fijar en su creación. Lo que resplandece en la Sagrada Familia o en el Park Güell no es una liturgia concreta sino la percepción de lo invisible que el arquitecto de Riudoms supo plasmar en sus obras y que, intuitivamente, el viajero atento recibe cuando las contempla.

 

SIETE MIRADAS A LA CATALUNYA SIMBÓLICA

El dolmen de Vallgorguina. La aventura de morir

Junto al dolmen de Vallgorguina se encuentran, a veces, personas celebrando cultos paganos, sobre todo, en las noches de luna llena. Se trata, sin duda, de una degeneración del sentido originario. Nada más lejos de su función, a no ser que el culto a los muertos esté ligado a los aquelarres. Al contrario, el espacio que albergaba a los dólmenes, como el de Vallgorguina, era un lugar especialmente sagrado. Aprovechamos para dudar de su pretendido cambio de lugar, nos parece un sinsentido sobre el que no hace falta detenerse.

Construidos unos 3.000 o 2.000 años antes de nuestra era, los dólmenes, o las cámaras funerarias de los pobladores de Europa, eran contemporáneas de las grandes pirámides de Egipto y, sin duda, poseían el mismo simbolismo. La construcción de un cielo terrestre que el difunto pudiera completar su viaje al más allá. En la cueva artificial formada en el interior del dolmen, que, a su vez, estaba cubierto de tierra formando una montaña, el cuerpo mortal se descomponía y aparecía el cuerpo inmortal. Eran el lugar donde ocurría el gran viaje de la muerte que ya fuera el jefe del poblado, o el faraón en Egipto, emprendían para conducir a su linaje a lugar de su origen primero.

El culto a los muertos era complementario al culto de los dioses celestes. En la aventura de la muerte, el jefe y su pueblo se reunían con sus ancestros convertidos en dioses celestes. Por eso, la contemplación del dolmen de Vallgorguina nada tiene que ver con brujerías o estados psíquicos, sino con la percepción de lo trascendente y lo sagrado de los hombres, mal llamados, primitivos.

 

Font del Geni Català. La sorpresa de lo cotidiano

 El 1 de junio de 1856 se inauguró, en el Pla de Palau, la Font del Geni Català, como homenaje al capitán general, marqués de Campo Sagrado. En la parte inferior están representadas las cuatro provincias catalanas, así como los ríos Llobregat, Ter, Ebro y Segre que fluyen de las fauces de cuatro leones; culmina la fuente un joven desnudo y alado con una estrella de cinco puntas sobre su cabeza. Es obra de Josep Anicet Santigosa y representa la quintaesencia de Cataluña. Este genio es sublime y volátil, como indican sus alas, pero también es sólido y fijo, según indica el áncora que aparece a su lado. A partir de estas cualidades preside el encuentro de las provincias catalanas, como sucede en los esquemas alquímicos que representan el centro de los cuatro elementos o la quintaesencia.

El auténtico simbolismo muestra sin demostrar, utiliza lo cotidiano para trascender. Es el caso de la Font del Geni Català. Para Juan Eduardo Cirlot la estrella de cinco puntas “es el símbolo de la totalidad material (cuaternario) más el centro o quintaesencia”. Cirlot evita utilizar la palabra “pentáculo”, que según el Oxford Dictionaries, sería: “un talismán u objeto mágico en forma de un típico disco inscrito con un pentagrama u otra figura”. Así en un lugar cotidiano aparece el símbolo mágico por excelencia, y nos permite comprender que hay muchos niveles de magia y que es una función esencial del ser humano, nada que ver con hechicerías o encantamientos.

 

La letra A de Joan Brossa. La poética infinita

Un tema de la poesía visual que Brossa trató especialmente fueron las letras y, sobre todo, la letra A. Justo después de morir, en 1999, el arquitecto Daniel Freixes diseñó un monumento a partir de una propuesta del poeta: A de cinema. Parece simple, corporificar la letra A sobre una columna y otra sobre el tejado del museo del cine en Girona, sin embargo, el efecto es grandioso.

La letra A es la primera de todos los alfabetos, el alfa, la aleph, etc., su simbolismo es extenso, según los cabalistas es la letra de la unidad primordial, representa el antes de la creación. Pero es en Jorge Luis Borges donde encontramos el sentido más esencial. En 1948, este autor publicó El Aleph, uno de sus cuentos más bellos y misteriosos.

El cuento conduce al lector a una situación excepcional en la que el narrador, el propio Borges, contempla en un sótano oscuro un objeto al que denomina Aleph. Leemos el comienzo: “Arribo, ahora, al inefable centro de mi relato, empieza aquí, mi desesperación de escritor. Todo lenguaje es un alfabeto de símbolos cuyo ejercicio presupone un pasado que los interlocutores comparten; ¿cómo transmitir a los otros el infinito Aleph, que mi temerosa memoria apenas abarca? …” Algo muy similar a lo que pretendía Brossa en sus poesías corpóreas: “Empecé a hacer poesía visual como una necesidad de cruzar el límite de un lenguaje y alcanzar un terreno menos codificado, más universal”.

 

Las gárgolas de la Seu Vella. El desorden necesario

 Los personajes que forman las gárgolas de la antigua catedral de Lleida son de una extrañeza especial. El gótico gusta de representar a los seres inferiores de la creación, dragones, demonios, panes, etc., que fueron concebidos como imagen del desorden necesario y complementario al orden natural. Para el hombre medieval el monstruo es una anomalía podría decirse normal, un inevitable y misterioso testimonio de la imaginación y del poder de la creación divina. El monstruo es lo otro de la belleza y armonía angélica, de tal modo que se acabó relacionando lo otro con lo diabólico.

Las gárgolas, si bien son poco visibles, poseen un contenido simbólico extraordinario que cautiva al hombre del siglo XXI igual al del siglo XIV. Las formas que se contemplan en las alturas catedralicias, habitan en lo más profundo del espíritu humano. Aparecen como manifestaciones de un mundo imaginal que no participa del ordo divino sino del caos inferior y representan el lado oscuro inherente a la creación.

Son representaciones profanas situadas en el exterior del templo que ponen de manifiesto y enaltecen lo sagrado del interior. En el sentido más simbólico, los seres malignos que se ocultan bajo apariencias tan extrañas son necesarios para la manifestación de la belleza sagrada, pues lo siniestro es lo anterior a lo diestro, no son antagónicos, lo virtuoso necesita que lo maligno lo soporte en este mundo, de lo contrario solamente son ideas desencarnadas.

 

La ermita de la Mare de Déu de la Roca. Naturaleza y arte

En el cristianismo primitivo y medieval los ermitaños, los ascetas y los monjes fueron tanto o más importante que las jerarquías eclesiásticas. Los solitarios que se separaban del mundo lo hacían para forzar la segunda venida de Cristo por medio de sus meditaciones o ejercicios espirituales. En la Edad Media la espera del retorno de Cristo se conjugó con la aparición de imágenes de la Virgen, encontradas en lugares simbólicamente muy concretos, en una cueva, al lado de una fuente…

El caso de la ermita de la Mare de Déu de la Roca del s. XIII, situada en Mont-roig del Camp es un ejemplo extraordinario. Excavada en una roca de piedra arenosa de color rojizo, la Mare de Déu reposa al fondo de una cueva. Presente y oculta, la Virgen, coronada, sostiene al Niño Salvador con un brazo y un cetro con el otro. El santuario es rematado con un templete consagrado a San Ramón. Creemos que el lugar tan sugestivo es parte del simbolismo de esta ermita y de otras muchas.  Lo abrupto del lugar, la roca, la cueva, señalan la presencia del Niño-Dios en este bajo mundo, un lugar donde los que se sienten desterrados lo acogen con impaciencia. En otras palabras, se trataría de la presencia del Cielo en la Tierra.

Joan Miró, que pasaba las vacaciones cerca de la ermita, la pintó en varias ocasiones. Respecto a ello, explicó en una de sus entrevistas: “Hay un magnetismo en las cosas que me atraen. Me siento llamado por ellas. Noto sus gritos muchas veces. Los símbolos que, según los estudiosos, se hallan en mi pintura son hallazgos suyos”. En el caso de la ermita de Mont-roig, arte y religión se presentan estrechamente unidos a la naturaleza. La ermita situada en un lugar tan especial ya es propiamente un símbolo.

 

El templo de Tarraco. El rostro de dios

Del esplendor de la antigua Tarraco, exceptuando el recinto amurallado, quedan pocos vestigios y dispersos. Por eso al pasear por la ciudad se debe evocar el pasado. No es difícil si se considera su topografía; nos centramos en la parte alta, en torno a la actual catedral. Allí se levantaba el gran templo dedicado a Júpiter o al emperador Augusto. El visitante debía ascender por un pendiente importante hasta alcanzar la cima de la montaña sagrada donde residía el Padre Omnipotente, el origen simbólico de la creación. Su rostro con la faz barbuda y cuernos, aparece en un medallón del Museu Nacional Arqueològic de Tarragona, por lo que se le relaciona con Amón o Aries, el carnero celeste que se levanta en el cielo al principio de la primavera, un signo vegetativo que origina anualmente una nueva creación.

Nos importa también la ascensión por la empinada calle de la Misericordia y las propias escaleras de la catedral. El sentido simbólico de la ascensión de una montaña, el lugar más alto de la tierra donde se une con el cielo para conocer al creador, pues como explica Lucrecio: «…somos oriundos de una semilla celeste; el cielo es nuestro padre común: cuando la tierra nutricia, nuestra madre, ha recibido las gotas por él destiladas, queda fecundada y da a luz las esplendorosas mieses, los árboles lozanos y el género humano…».  El mito y el ritual de los romanos es una vía a la comprensión del ser humano.

 

Ábside de Santa Maria d’Àneu. La fiesta ritual

Al margen de algunas pinturas que quedaron escondidas tras los retablos barrocos en algunos pequeños pueblos de la montaña, poco queda del esplendor interior de las iglesias románicas. Un fragmento del ábside del monasterio de Santa Maria de Aneu, en el Pallars Sobirá, nos muestra la “fiesta” propia de la liturgia del siglo XI. Bajo la escena de la epifanía, con los reyes magos fuera de la mandorla principal, aparecen dos serafines, ángeles de fuego ―según la etimología hebrea―, que junto a otros ángeles canta el Trisagio a la Santísima Trinidad con el que se prepara la Eucaristía; está escritas las abreviaturas: «S(AN)C(TU)S S(AN)C(TU)S S(AN)C(TU)S». El himno procede de una visión de Isaías y en cristianismo sirve para unir los fieles con los sacerdotes para celebrar la nueva venida de Jesucristo.

Creemos que así deberíamos contemplar el arte de los templos románicos, con cantos, a la luz de las velas, con el humo del incienso, el brillo de las joyas y ornamentos y con los corazones de la asamblea unidos por el acontecimiento que está sucediendo en el momento presente. Las jerarquías celestiales, los serafines y los arcángeles, unidos a los fieles, completan la Iglesia mística que contempla alborozada las revelaciones de Isaías o Ezequiel.

Esta fiesta litúrgica es lo que se contempla en el fresco de Santa Maria d’Àneu. La fiesta por excelencia: Dios hecho hombre i el hombre retornando a Dios. El símbolo único que después de los siglos se ha interiorizado y ha devenido silencioso, pero que fue una celebración solemne como el recreo o la recreación del mundo.