Texto procedente de la «Teogonía» de Hesíodo con una glosa de Raimon Arola sobre el simbolismo de estos seres mitológicos. Del libro «Textos y glosas sobre el arte sagrado»

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Texto de la invocación de Hesíodo

Comencemos nuestro canto por las Musas Helicónides, que habitan la montaña grande y divina del Helicón. Con sus pies delicados bailan en torno a una fuente de violáceos reflejos y al altar del muy poderoso Cronión. Después de lavar su piel suave en las aguas del Permeso, en la fuente del Caballo o en el divino Olmeo, forman bellos y deliciosos coros en la cumbre del Heli­cón, airosamente impulsadas por sus pies. De allí parten envueltas en densa niebla y marchan al abrigo de la noche, lanzando al viento su maravillosa voz.

Celebran con himnos a Zeus portador de la Egida, a la venerable Hera Argiva calzada con doradas sandalias, a Atenea de ojos glaucos, hija de Zeus portador de la Egida, a Febo Apolo y a la asaetadora Artemis, a Poseidón que abarca y sacude la tierra, a la augusta Temis, a Afrodita de ojos vivos [A Hebe la de áurea corona, a la bella Dione, a Eos, al alto Helios y a la brillante Selene], a Leto, a Jápeto, a Cronos, el de retorcida mente, a Gea, al espacioso Océano, a la negra noche y a la res­tante estirpe sagrada de sempiternos inmortales.

Comencemos nuestro canto por las Musas Helicónides, que habitan la montaña grande y divina del Helicón.

Precisamente ellas enseñaron una vez a Hesíodo un bello canto en tanto apacentaba sus ovejas al pie del divino Helicón. Y he aquí las primeras palabras que me dirigieron las diosas, las Musas Olímpicas, hijas de Zeus portador de la Egida: «¡Pastores del campo, triste oprobio, vientres tan sólo! Sabemos decir muchas mentiras con apariencia de verdades; y sabemos, cuando queremos, proclamar la verdad.»

Tal dijeron las hijas bienhabladas del poderoso Zeus. Y me dieron un cetro después de cortar una admirable rama de florido laurel. Infundiéronme voz divina para celebrar el futuro y el pasado y me encargaron alabar con himnos la estirpe de los felices sempiternos y cantar­les siempre a ellas mismas al principio y al final. Mas ¿para qué abstraerse en tales relatos alrededor de la enci­na o la roca? ¡Ea, tú!, comencemos por las Musas que a Zeus pa­dre con himnos alegran su arrogante corazón dentro del Olimpo, narrando al unísono el presente, el futuro y el pasado.

Comencemos por las Musas que a Zeus pa­dre con himnos alegran su arrogante corazón dentro del Olimpo, narrando al unísono el presente, el futuro y el pasado.

Infatigable brota de sus bocas la grata voz. Se torna resplandeciente la mansión del muy resonante Zeus pa­dre, al propagarse el delicado canto de las diosas y re­tumban la nevada cumbre del Olimpo y los palacios de los Inmortales. Lanzan al viento su voz inmortal y con su canto alaban primero —desde el origen— la augusta estirpe de los dioses que engendró Gea y el vasto Urano y a los descendientes de aquéllos: los dioses dadores de bienes.

Luego, de Zeus padre de dioses y hombres [al co­mienzo y al final de su canto, las diosas celebran], cómo sobresale con mucho entre los dioses y es el de más poder. Y al ensalzar la raza de los humanos y de los violen­tos Gigantes regocijan el corazón de Zeus –dentro del Olimpo– las Musas Olímpicas, hijas de Zeus portador de la Egida.

Se torna resplandeciente la mansión del muy resonante Zeus pa­dre, al propagarse el delicado canto de las diosas y re­tumban la nevada cumbre del Olimpo y los palacios de los Inmortales.

En Pieria las alumbró Mnemósine, señora de las co­linas de Eleuteras, unida al Padre Cronida, para que fueran olvido de males y remedio de preocupaciones. Nueve noches se unió con ella el prudente Zeus su­biendo a su lecho sagrado, lejos de los Inmortales. Y cuando llegó el momento, después de dar la vuelta las estaciones –con el paso de los meses– y de cumplirse muchos días, nueve jóvenes de iguales pensamientos –interesadas sólo en el canto y con un corazón exento de dolores en su pecho– dio a luz Mnemósine, cerca de la más alta cima del nevado Olimpo.

Allí forman alegres coros y habitan suntuosos pala­cios. Junto a ellas viven, entre fiestas, las Gracias e Hímero. Y una voz deliciosa dejan salir por su boca, cuan­do cantan las normas y sabias costumbres de todos los Inmortales, lanzando al viento su encantadora voz.

Así marchaban entonces hacia el Olimpo, orgullosos de su bello canto, inmortal melodía. Retumbaba en tor­no la oscura tierra, al son de sus cantos, y un delicioso ruido subía de debajo de sus pies en tanto marchaban al palacio de su padre. Reina aquél sobre el cielo y es dueño del trueno y del llameante rayo, desde que venció con su poder al padre Cronos. Por igual repartió todas las cosas entre los dio­ses y fijó sus prerrogativas.

De esto trataba el canto de las Musas que habitan las mansiones olímpicas, las nueve hijas nacidas de Zeus: Clío, Euterpe, Talía, Melpómene, Terpsícore, Erato, Polimnia, Urania, y Calíope la más importante de todas. Ella es la que asiste a los venerables reyes: Al que las hijas del poderoso Zeus honran, advirtiendo que des­ciende de los reyes, vástagos de Zeus, a éste vierten sobre su lengua una dulce gota de miel y de su boca fluyen melifluas palabras. En él se centra la mirada de todas las gentes cuando interpreta las leyes divinas con sentencias justas. Y con seguras palabras en un momento resuelve sabiamente la mayor querella. Aquí radica la sabiduría de los reyes, en que hacen cumplir en el ágora los actos de reparación –en favor de las personas ofen­didas– fácilmente, con persuasivas y complacientes pa­labras.

Calíope la más importante de todas. Ella es la que asiste a los venerables reyes: Al que las hijas del poderoso Zeus honran, advirtiendo que des­ciende de los reyes, vástagos de Zeus

Cuando ese rey se dirige al tribunal, como a un dios le propician con dulce respeto las gentes y él brilla en medio del vulgo.¡Así de sagrado es el don de las Musas para los hombres! De las Musas y del flechador Apolo descienden los aedos y citaristas que hay sobre la tierra. Y de Zeus, los reyes. ¡Dichoso aquel de quien se prendan las Musas! Dulce le brota la voz de la boca. Pues si alguien víctima de una desgracia, con el alma recién desgarrada, se consume en la aflicción de su cora­zón, luego que un aedo servidor de las Musas cante las gestas de los antiguos y ensalce a los dioses felices, habi­tantes del Olimpo, al punto se olvida de sus penas y ya no se acuerda de ninguna desgracia. ¡Rápidamente cam­bian el ánimo los regalos de las diosas!

¡Salud, hijas de Zeus! Otorgadme el hechizo de vues­tro canto. Celebrad la sagrada estirpe de los sempiternos Inmortales: los que nacieron de Gea y el estrellado Ura­no, los que nacieron de la tenebrosa Noche y los que crió el salubre Ponto. [Cantad también de qué forma nacieron al comienzo los dioses, la tierra, los ríos, el inmenso ponto de agita­das olas –allá arriba– los brillantes astros y el espacio­so cielo.] Y cómo los descendientes de aquéllos, los dioses otorgadores de bienes, se repartieron las riquezas, cómo se dividieron los honores y cómo por primera vez habi­taron el abrupto Olimpo. Inspiradme esto, Musas que desde siempre habitáis las mansiones olímpicas; y decidme lo que hubo antes de aquéllos.

 

Glosa a la invocación de R. Arola

En la admirable Antigüedad griega y romana, los artistas y los poetas y artistas invocaban la ayuda de las Musas antes de comenzar su obra. En la actualidad nadie, o casi nadie, cree en esta ayuda y cuando los estudiosos analizan los textos antiguos consideran aquellas invocaciones como fórmulas convencionales de la época, sin mayor im­portancia. Pero quizá, la intención de los antiguos sabios fuera muy distinta y en sus invocaciones a las hijas de Zeus encontrasen realmente la ayuda idónea para el buen fin de sus obras. Esta ayuda es el principio de un Arte que no está construido por la sabiduría de los hombres, sino por la sabiduría del cielo.

En la Antigüedad griega y romana, los artistas y los poetas y artistas invocaban la ayuda de las Musas antes de comenzar su obra.

Cuando las Musas, como dice Hesíodo, vierten so­bre su lengua una dulce gota de miel no es el rey, ni el poeta, como mortales, quienes hablan, sino que es la divinidad quien dicta. Las palabras de las Musas pasan a través del hombre y éste se contenta con tan sólo transcribirlas, darles el peso de la forma, pues sabe que la belleza y la verdad no dependen de él.

El auténtico creador es quien, como dice el texto que acabamos de ver, se eleva hasta los suntuosos palacios en los que residen las Musas. El poeta bebe en la fuente de este palacio para escribir sus ver­sos. Así lo describe Hermes Trimegisto en su Himno Se­creto: «Te doy gracias, Padre, energía de las Fuerzas; te doy gracias, Dios, Fuerza de mis energías.  Tu Verbo te canta a través de mí, recibe por mí el Todo en palabras, como sacrificio espiritual. Esto es lo que gritan las Potestades que están en mí; cantan el Todo, cumplen tu querer, tu voluntad viene de ti y vuelve a ti, el Todo».

El creador es quien, como dice el texto, se eleva hasta los suntuosos palacios en los que residen las Musas

El poeta antiguo encarna a un dios en su creación, permitiendo que el dios inmanifestado e incognoscible se exprese a través de él, de esta manera se entiende por qué el Arte Sagrado sirve a Dios, con sus adoraciones y alabanzas. Del cielo provienen la belleza y verdad que llenan de contenido sus cantos y al cielo vuelven.

Diodoro de Sicilia explica la etimología de Musas de la siguiente manera: Han sido denominadas Musas por el hecho que ellas inician a los hombres, es decir, por el hecho que enseñan las cosas bellas y desconocidas a los ignorantes. Las pala­bras de estas diosas contienen no sólo una estética en su armonía y perfección, sino que también poseen sabidu­ría y verdad, por eso el poeta que recibe el favor de las Musas es, así mismo, un sabio conocedor pues, gracias a ellas, ha recibido el conocimien­to y el amor que emanan del Dios incognoscible. Por eso, en su texto, Hesíodo dice: Las Musas narran al unísono el presente, el pasado y el futuro que pertenecen a Dios.

Han sido denominadas Musas por el hecho que ellas inician a los hombres, es decir, por el hecho que enseñan las cosas bellas y desconocidas a los ignorantes

Sabido es que en la Antigüedad la poesía se confundía con la profecía pues ambas eran instrumentos del cielo. Plutarco, en relación con los Oráculos de Delfos, escribió lo siguiente: «El dios de aquí [Apolo] se sirve de la Pitia para llegar a nuestros oídos, de la misma manera que el sol se sirve de la luna para alcanzar nuestros ojos». (Obras morales y de costumbres, 404-D)

Así, en las invocaciones a la Sabiduría celeste, representada por las musas, se hallaría el origen del Arte sagrado. Y no sólo la poesía bebía de la inspi­ración del cielo, sino que gracias a su ayuda, se construyeron los templos, las pinturas, las músicas y las danzas. En el Antiguo Testamento es el Señor quien indicaba a Moisés o a Salomón cómo debía construirse el Tabernáculo o el Templo, así, en Éxodo 25-40 está escrito: «Mira y haz las cosas conforme se te ha mostrado en la montaña». También en la tradición islámica se cuenta que la alquibla de la mezquita del Enviado fue estable­cida por el arcángel Gabriel, por lo que es definitiva e inmutable.

 

G.-Moreau.-Hesiodo-y-la-MusaHesíodo y la Musa, por Gustave Moreau (Museo de Orsay, París. 1891).