Un gran compendio de imágenes herméticas que Johann Daniel Mylius publicó en 1618 bajo el título de «Obra médica-química» y que más tarde se ha conocido popularmente como los «Sellos de los Filósofos». Presentación de R. Arola

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Johann Daniel Mylius publicó en 1618 una obra titulada Obra médica-química. En la edición de 1625, a este extenso tratado sobre medicina espagírica y filosofía hermética se le añadieron diez páginas con ciento setenta emblemas, cada emblema está dedicado a un adepto de la filosofía hermética, desde Hermes al propio Mylius, dichas páginas son un compendio exhaustivo de imaginería alquímica.

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Los emblemas de la Obra médica-química se conocen también como los “Sellos de los filósofos” y están ordenados siguiendo una mítica historia de la alquimia, que, a su vez, es una réplica de la historia de la humanidad.

El primer personaje que aparece es, obviamente, Hermes Trimegisto y el último, el propio Johann Daniel Mylius. Entre ambos se encuentran los autores más importantes que escribieron sobre el arte hermético, así como otros no identificados o anónimos. La procedencia de dichos autores es pagana, musulmana, judía y cristiana, es decir, los más grandes filósofos químicos reunidos para enseñar la universalidad de las operaciones que conducen a la revelación concluyente, o la parusía crística. El emblema dedicado al propio autor va acompañado del siguiente lema: “Johann Daniel Mylius de Wetter, discípulo de la sabiduría filosófica”, con el epígrafe siguiente: “Esto es, seguir los caminos divinos y el magisterio llevando por compañero a Nuestro Señor Jesucristo”. La imagen representa al autor rezando ante la esfera del universo sostenida por un águila imperial, lo cual podría interpretarse como el universo fijado en lo más sublime de la creación. Sobre la esfera cósmica se ven las letras griegas alfa y omega, sugiriendo una lectura mesiánica del fin de los tiempos.

En la serie de imágenes de la obra de Mylius se crea un dédalo de minúsculos símbolos, dieciséis emblemas en cada página in-folio, que describen los matices de la Gran Obra. Los universos ocultos se manifiestan en representaciones incomprensibles sin la ayuda de Dios. Niños asesinados, cuerpos descuartizados, corazones sostenidos por una mano, fuentes mágicas, flechas celestes, espejos cósmicos, falos floridos, soles terrestres, montañas con ojos y ojos en los mares, luchas desiguales, seres incombustibles, animales fantásticos, andrógenos alados, jardines ocultos, matraces con leones, águilas trifáceas, dragones, parejas de reyes copulando, y un infinito etcétera. Ante tal panorama no podemos dejar de mencionar la relación que existe entre Proteo y la materia del arte alquímico, pues ésta, como el dios marino, puede tomar todas las formas y figuras de la creación. D’Hooghvorst escribió sobre ésta relación: “Es a él (Proteo) a quien encontramos en los cuentos mágicos operando todas las metamorfosis. Se transforma en cualquier cosa: león, serpiente, árbol, fuego. Se convierte en un adivino que lo revela todo a quien consigue cogerle en una trampa, tanto el pasado como el porvenir. Es el mercurio vulgar o universal”. (E. d’Hooghvorst, Hilo de Penélope I, p. 33)

Al igual que sucede con Proteo y con la materia alquímica, los símbolos que la representan se multiplican indefinidamente en los detalles visuales, en los lemas y en los epigramas, pero nunca pierden su coherencia, pues aún siendo tan heterogéneos, tan cercanos al sinsentido, un aspecto que luego se recogió el surrealismo, lo único que explican es qué cosa es la primera materia y cómo se opera con ella. Nicolas Valois escribió unas palabras que pueden servir como resumen de esta idea: “Deja a un lado la diversidad de palabras, pues todas estas cosas no son más que una sola operación”. (N. Valois, Los cinco libros, p. 69)

Es fácil deducir que cada sabio representado en los sellos de la Obra médica-química, ha explicado el misterio de la alquimia a su manera. Lo que uno silencia, el otro lo muestra, y al revés. Unos utilizan imágenes mitológicas, otros pasajes bíblicos, otras alegorías, otros esquemas geométricos, pero siempre se refieren a la misma operación, puesto que solamente existe una, aunque pueda incluir distintas fases.

Una de las características de la literatura alquímica es la ambivalencia del discurso, si se puede hablar de discurso como tal. Ha sido dicho y repetido que el orden de las operaciones descritas en los tratados alquímicos no es el pertinente, sino que hay un desorden deliberado, y lo que debería estar al principio puede encontrarse al final o mezclado entre otras operaciones. Así, el discurso es sólo aparente y prevalece la fórmula de repetir las sentencias de los antiguos, sin pretender ordenarlas. En muchos casos se trata de fragmentos clásicos reunidos pero cuyo orden, en sí mismo, no tiene valor, pues cada fragmento contiene el conjunto, es decir, es su propio principio y su propio fin, como sucede con las imágenes. En los sellos de la Obra médica-química no existe ningún orden procesal, sino que se entremezclan las distintas series que concurren. Los grabados recogen las imágenes del Rosario de los filósofos, del Libro de la santísima Trinidad, del Esplendor del Sol, del Alzamiento de la aurora, del Azot de los filósofos, entre otros, y también otras que proceden de las obras de Maier, tanto de la Atalanta como de Los símbolos de la mesa áurica. En definitiva, los emblemas de Mylius son el compendio más completo de la imaginaría alquímica y con esta intención fueron realizados; para mostrar el valor de los símbolos visuales junto al de los aforismos.

Los sellos son una prolongación de la Filosofía reformada de Mylius, que, también fue convertida en una obra de emblemas por Stolcius bajo el título de El jardín químico. Ambas son una continuación natural de la Atalanta de Michael Maier, el gran maestro rosacruz y genio recopilador de las enseñanzas de los antiguos. Este autor ordenó dichas enseñanzas por temas mitológicos en su obra Los secretos muy secretos, por personajes históricos en Los símbolos de la mesa áurica y por emblemas, en la Atalanta.

En las obras de Maier, Mylius y Stolcius lo nuevo y lo antiguo confluyen en el conocimiento alquímico. Pues, según ellos, el misterio debía repetirse una y otra vez en la historia de la humanidad para actualizarse. Tal era el objetivo del afán reformador de los movimientos afines a los rosacruces. Cuando Maier desarrolla su “historia” de la alquimia en su obra titulada Los símbolos de la mesa áurica, escribe en el subtítulo: “Símbolos de la mesa áurea de las doce naciones. Es decir, la fiesta hermética o de Mercurio, celebrada conjuntamente por doce héroes en virtud de la costumbre, la sabiduría y la autoridad del arte de la química, […] para restituir a los Artistas el honor y la fama debidos a sus merecimientos; donde se demuestran la permanencia del Arte y su invicta veracidad ”. Según el pensamiento de los alquimistas de la escuela de Paracelso, como lo fue el propio Maier, cada vez que alguien pudiera experimentar la verdad de la obra alquímica, es decir, el Opus Dei por excelencia, participaría de su “invicta veracidad”.

Al referirse a Hermes Trimegisto, Maier comenta que “todas las naciones del mundo contemplan con agrado” al fundador de la alquimia, pues a partir de él, la bendición se habría transmitido de mano en mano hasta llegar a los rosacruces. Sin embargo, los nombres de esta cadena iniciática jamás hubieran debido hacerse públicos, pues eran el depósito secreto de la Iglesia interior. Es decir, formaban parte del esoterismo que aunaba las diferencias exteriores pero que no debía manifestarse “exteriormente”.

El hecho de que a principios del siglo XVII, los rosacruces expusieran públicamente la existencia de la “verdad” original, fue una consecuencia de la propia dinámica de la espiritualidad europea, que estaba siendo atacada y desterrada por un afán racionalista y empírico totalmente excluyente. La cadena del esoterismo hermético estaba a punto de romperse y esa fue la causa de que se diera a conocer. Las consecuencias de esta acción se reflejan en las luces y sombras que han llegado hasta nuestros días, cuando todo aparece mezclado y es casi imposible seguir el hilo de la auténtica tradición.