En una conferencia de 1936, Martin Heidegger reflexionaba sobre la poesía a partir de los versos de Hölderlin. Una pintura de Johan Christian Dahl sirve para introducirnos en la “noche sagrada” del poeta. Edición, Raimon Arola.

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Presentación

El 2 de abril de 1936 y en al auditorio del Instituto de Cultura italo-alemán de Roma, Martin Heidegger pronuncló una conferencia titulada: “Hölderlin y la esencia de la poesía” (Hölderlin und das Wesen der Dichtung). La editorial Fondo de Cultura Económica publicó el texto traducido al castellano por Samuel Ramos y titulado Arte y poesía[1] En dicha conferencia, Heidegger explica por qué, a su juicio, la obra de Hölderlin representa la esencia de la esencia de la poesía, un arte sobre el que afirma lo siguiente: “La poesía es la instauración del ser con la palabra”, su unión.

 “La poesía es la instauración del ser con la palabra”

Otra idea fundamental de este autor es que la poesía está en la historia, pues pertenece a un tiempo determinado, pero también se halla fuera de ella, es anterior al tiempo, ya que, como explica Hölderlin : “Lo que dicen los poetas es instauración, no sólo en sentido de donación libre, sino a la vez en sentido de firme fundamentación de la existencia humana en su razón de ser” [2]

Recogemos aquí el planteamiento introductorio de Heidegger, donde razona el motivo que le lleva a escoger un poema de Hölderlin para explicar la poesía. También incluimos el texto final de su conferencia. Los fragmentos intermedios corresponden a cinco reflexiones relacionadas con lo que el filósofo denomina palabras-guías en la poesía, y que son las siguientes:

  1. Poetizar: la más inocente de todas las ocupaciones.
  2. Y se le ha dado al hombre el más peligroso de los bienes, el lenguaje… para que muestre lo que es…
  3. El hombre ha experimentado mucho. Nombrado a muchos celestes, desde que somos un diálogo y podemos oír unos de otros.
  4. Pero lo que queda, lo instauran los poetas.
  5. Pleno de méritos, pero es poéticamente como el hombre habita esta tierra.

Sin duda, Heidegger apuesta por la poesía para mostrar el futuro de la humanidad ligado a su principio que es el lenguaje. Mas de ochenta años después de que Hedegger escribiera este estudio, en plena contradicción entre la inocencia y el peligro de la palabra frente al mundo globalizado y la merma del poder del lenguaje, tal y como no se cansa de advertir el filósofo Byung-Chul Han,  [3]  compartimos ilusionados (palabra antiacadémica pero imprescindible en nuestro planteamiento) su pensamiento.

.El texto de Heidegger

¿Por qué se ha escogido la obra de Hölderlin con el propósito de mostrar la esencia de la poesía? ¿Por qué no Hornero o Sófocles, por qué no Virgilio o Dante, por qué no Shakespeare o Goethe? En las obras de estos poetas se ha realizado la esencia de la poesía tan ricamente o aún más que en la creación de Hölderlin, tan prematura y bruscamente interrumpida.

Puede ser. Sin embargo, sólo es Hölderlin el escogido. Pero ¿es posible deducir de la obra de un único poeta, la esencia general de la poesía? Lo general, es decir, lo que vale para muchos, sólo podemos alcanzarlo por medio de una reflexión comparativa. Para esto es necesario la muestra del mayor número posible de la multiplicidad de poesías y géneros poéticos. La poesía de Hölderlin es sólo una entre muchas. De ninguna manera basta ella sola como modelo para la determinación de la esencia de la poesía. Por eso nuestro propósito ha fracasado en principio, si entendemos por «esencia de la poesía» lo que se contrae en el concepto que vale igualmente para toda poesía. Pero esto general que vale igualmente para todo particular es siempre lo indiferente, aquella «esencia» que nunca puede ser esencial. Buscamos precisamente lo esencial de la esencia que nos fuerza a decidir si en lo venidero tomamos en serio la poesía y cómo; si junto obtenemos los supuestos para mantenernos en el dominio de la poesía y cómo.

Hölderlin no se ha escogido porque su obra, como una entre otras, realice la esencia general de la poesía, sino únicamente porque está cargada con la determinación poética de poetizar la propia esencia de la poesía. Hölderlin es para nosotros en sentido extraordinario el poeta del poeta. Por eso está en el punto decisivo.

Hölderlin es para nosotros en sentido extraordinario el poeta del poeta.

Sólo que poetizar sobre el poeta ¿no es la señal de un narcisismo extraviado y a la vez la confesión de una carencia de plenitud del mundo? ¿Poetizar sobre el poeta no es un exceso desconcertante, algo tardío, un final?

La respuesta es la siguiente: es indudable que el camino por el que logramos la respuesta es una salida. No podemos aquí como sería necesario, exhibir cada una de las poesías de Hölderlin en un recorrido completo. En vez de esto, sólo reflexionaremos en cinco palabras-guía del poeta sobre la poesía. El orden determinado de estos motivos y su conexión interna deben poner ante los ojos la esencia esencial de la poesía. [4]

[…]

La poesía parece un juego y, sin embargo, no lo es. El juego reúne a los hombres, pero olvidándose cada uno de sí mismo. Al contrario, en la poesía los hombres se reúnen sobre la base de su existencia. Por ella llegan al reposo, no evidentemente al falso reposo de la inactividad y vacío del pensamiento, sino al reposo infinito en que están en actividad todas las energías y todas las relaciones. La poesía despierta la apariencia de lo irreal y del ensueño, frente a la realidad palpable y ruidosa en la que nos creemos en casa. Y, sin embargo, es, al contrario, pues lo que el poeta dice y toma por ser es la realidad. Así lo confiesa la Panthea de Empédocles en su clarividencia de amiga (III, 78).

.»..ser uno mismo.

Eso es la vida, y nosotros, los otros, somos

ensueños de aquélla».

Así parece vacilar la esencia de la poesía en su apariencia exterior, pero, sin embargo, está firme. Es, pues, ella misma instauración en su esencia, es decir, fundamento firme. Ciertamente toda instauración queda como una donación libre, y Hölderlin oye decir: «Sean libres los poetas como las golondrinas». Pero esta libertad no es una arbitrariedad sin ataduras y deseo caprichoso, sino suprema necesidad. La poesía como instauración del ser tiene una doble vinculación. En vista de esta ley íntima, aprehendemos por primera vez de un modo total su esencia.

Poetizar es el dar el nombre original a los dioses

Poetizar es el dar nombre original a los dioses. Pero a la palabra poética no le tocaría su fuerza nominativa, si los dioses mismos no nos dieran el habla. ¿Cómo hablan los dioses?

«…Y los signos son,

desde tiempos remotos, el lenguaje de los dioses». (IV, 135)

El dicho de los poetas consiste en sorprender estos signos para luego transmitirlos a su pueblo.

El dicho de los poetas consiste en sorprender estos signos para luego transmitirlos a su pueblo. Este sorprender los signos es una recepción y, sin embargo, a la vez, una nueva donación; pues el poeta vislumbra en el «primer signo» ya también lo acabado y pone audazmente lo que ha visto en su palabra para predecir lo todavía no cumplido.

«… vuela el espíritu audaz

como el águila en la tormenta,

prediciendo sus dioses venideros». (IV, 135)

La instauración del ser está vinculada a los signos de los dioses.

La instauración del ser está vinculada a los signos de los dioses. La palabra poética sólo es igualmente la interpretación de la «voz del pueblo». Así llama Hölderlin a las leyendas en las que un pueblo hace memoria de su pertenencia a los entes en totalidad. Pero a menudo esta voz enmudece y se extenúa en sí misma. No es capaz de decir por sí lo que es propio, sino que necesita de los que la interpretan. El poema que lleva por título «La voz del pueblo» se nos ha trasmitido en dos versiones. Ante todo, las estrofas finales son diferentes, aun cuando se complementan. En la primera versión dice la conclusión:

«Por eso, porque es piadosa y ama a los celestes,

venero la voz del pueblo, voz reposada.

Pero, por los Dioses y los Hombres,

que no sé complazca demasiado en su reposo». (IV, 141)

Y he aquí la segunda versión:

«…En verdad

son buenas las leyendas, si son en memoria

del Altísimo, sin embargo, es preciso

uno que interprete lo sagrado». (IV, 144)

El poeta está entre los dioses y los hombres

Así, la esencia de la poesía está encajada en el esfuerzo convergente y divergente de la ley de los signos de los dioses y la voz del pueblo. El poeta mismo está entre aquéllos, los dioses, y éste, el pueblo. Es un «proyectado fuera», fuera en aquel entre, entre los dioses y los hombres. Pero sólo en este entre y por primera vez se decide quién es el hombre y dónde se asienta su existencia, «Poéticamente el hombre habita esta tierra». Ininterrumpidamente, y cada vez más seguro en medio de la plenitud desbordante de imágenes, Hölderlin ha consagrado su vocabulario poético, con la mayor sencillez, a este reino intermedio. Esto nos fuerza a decir que es el poeta de los poetas.

¿Pensaríamos ahora que Hölderlin se haya engolfado en un vacío y exagerado narcisismo por la falta de plenitud del mundo? o ¿reconoceremos que este poeta ha penetrado poéticamente el fondo y el corazón del ser con un excesivo impulso? Para Hölderlin mismo valen las palabras que dice Edipo, en aquel tardío poema, «En amable azul florece…».

«Quizá el rey Edipo tiene un ojo de más». (VI, 2G)

Hölderlin poematiza la esencia de la poesía, pero no en el sentido de un concepto de valor intemporal. Esta esencia de la poesía pertenece a un tiempo determinado. Pero no conformándose a este tiempo como algo ya existente. Cuando Hölderlin instaura de nuevo la esencia de la poesía, determina por primera vez un tiempo nuevo. Es el tiempo de los dioses que han huido y del dios que vendrá. Es el tiempo de indigencia porque está en una doble carencia y negación: en él ya no más de los dioses que han huido, y en él todavía no del que viene.

El poeta se mantiene en pie, en la nada de esta noche

La esencia de la poesía que instaura Hölderlin es histórica en grado supremo, porque anticipa un tiempo histórico. Pero como esencia histórica es la única esencia esencial. El tiempo es de indigencia y por eso muy rico su poeta, tan rico que, con frecuencia, al pensar el pasado y esperar lo venidero, se entumece y sólo podría dormir en este aparente vacío. Pero se mantiene en pie, en la nada de esta noche. Cuando el poeta queda consigo mismo en la suprema soledad de su destino, entonces elabora la verdad como representante verdadero de su pueblo. Esto anuncia la séptima estrofa de la elegía «Pan y vino» (IV, 123). .En ella se dice poéticamente lo que sólo se ha podido pensar analíticamente. Pero ¡amigo! venimos demasiado tarde.

«En verdad viven los dioses

pero sobre nuestra cabeza, arriba en otro mundo

trabajan eternamente y parecen preocuparse poco

de si vivimos. Tanto se cuidan los celestes de no herirnos.

Pues nunca pudiera contenerlos una débil vasija,

sólo a veces soporta el hombre la plenitud divina.

La vida es un sueño de ellos.

Pero el error nos ayuda como un adormecimiento.

Y nos hace fuertes la necesidad y la noche.

Hasta que los héroes crecidos en cuna de bronce,

como en otros tiempos sus corazones son parecidos en fuerza a los celestes.

Ellos vienen entre truenos.

Me parece a veces mejor dormir, que estar sin compañero

Al esperar así, qué hacer o decir que no lo sé.

Y ¿para qué poetas en tiempos aciagos?

Pero, son dices tú, como los sacerdotes sagrados del Dios del vino,

que erraban de tierra en tierra, en la noche sagrada.» [5]

NOTAS

[1] F.C.C., México, 1999.

[2] Ídem, p. 138.

[3] Cf.: La salvación de lo bello: https://bit.ly/2wpjhRE

[4] Ídem, 127.

[5] Ídem, pp. y 143-148.