Video de Teresa Martín Taffarel sobre el simbolismo en los cuentos tradicionales y su valor, pues gracias a ellos, al ser humano puede recordar cuál es y dónde reside su secreto.

«Había una vez…» es la fórmula mágica para que la imaginación acceda a un tiempo y a un lugar inalcanzables y sin embargo existentes muy dentro del tiempo y el espacio del ser humano. El nacimiento de las primeras narraciones se situaría simbólicamente en un tiempo indeterminado del mundo original, unas historias que en realidad son una, multiplicada en el caleidoscopio de los narradores.

El arte de contar se remonta a los mitos, palabra griega que significa aquello dicho, lo que se dice; así, el mito se mezcla con el logos y la narración se echa a andar. El mito se plantea como una pregunta y una respuesta: ¿Cuál es el origen de todas las cosas? ¿Qué significa la sucesión de los días y de las noches? Cada respuesta es un relato de un orden anterior al mundo actual y que explica la naturaleza de las cosas: la historia de un dios que desde su eternidad habla, engendra, ordena, modela, y crea el mundo; dioses que recorren el cielo con su luz hasta hundirse en la sombra, para renacer con
todo su esplendor después de esa aparente muerte en que dejan paso a un cielo sembrado de señales luminosas… Y héroes que viajan en busca del origen o de un tesoro oculto y, en definitiva del reconocimiento de su propia identidad.

Los mitos se hallan situados en el mundo de las esencias y tienen un carácter sagrado, narraciones simbólicas situadas “en los comienzos”, es decir, en un tiempo original, distinto de la duración en que transcurre nuestra existencia cotidiana, que se manifiesta en la fórmula con que comienzan los cuentos: “había una vez”. La narración transcurre en aquella lejanía que restaura el tiempo sacro, el tiempo profano queda simbólicamente suspendido, mientras que narrador y auditorio se introducen en una especie de representación de la eternidad, que no otra cosa es el tiempo de los cuentos.

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