Consideraciones temerarias de Raimon Arola sobre la vacuidad a partir del libro «El Diálogo del diamante seguido del Diálogo del corazón», publicado por Atalanta. con traducción de Luis Ó. Gómez y edición de Juan Arnau.

 

La forma es el vacío, el vacío es la forma, afirma el clásico budista titulado, ‘El diálogo del diamante’, (ca. siglos II-V).  Juan Arnau en el prólogo a la edición de Atalanta (2023) acertadamente escribe lo siguiente:

La vacuidad es una opinión delicada, sutil, tomada con alfileres. No puede uno afirmarse en ella, ni utilizarla como arma arrojadiza, ni hacer de ella un ídolo, un dogma o una ideología. Si así fuera, la vacuidad se convertiría en nihilismo.

Llegar a la vacuidad permite al ser humano no volver a nacer, pero porque ya no hay dónde volver. El retorno a las raíces budistas va más allá de una filosofía y de una religión, invita a una aprehensión del mundo y de la existencia que atraviesa la muerte y va más allá. La vacuidad.

Llegar a la vacuidad permite al ser humano no volver a nacer, pero porque ya no hay dónde volver.

El diálogo del diamante’ termina con la siguiente conversación que se refiere a lo que acabamos de decir y que, a nuestro entender, muestra el sentido de la vacuidad:

El Bienaventurado dijo:

—¿Qué opinas, Subhuti? ¿Acaso se le ocurre pensar al que ya no ha de volver: «He logrado el fruto del que ya no ha de volver»?

Subhüti dijo:

—No, Bienaventurado, en absoluto. Porque al que ya no ha de volver no se le ocurre pensar: «He logrado el fruto del que ya no ha de volver». ¿Y por qué no? Porque no existe factor alguno que pueda constituir el estado del que ya no ha de volver. Por eso se le llama «el que ya no ha de volver».

Las enseñanzas de Siddhārtha Gautama, el Buda histórico, se basaban en encontrar la vía del medio y apartarse de las innumerables prescripciones a las que se había llegado en el hinduismo. Pero debido a la gran difusión que tuvieron se instituyeron otras prescripciones y ritos y en parte se abandonó la gran aportación de Siddhārtha a la historia de las religiones.  Ahondar en la vacuidad es un retorno al origen de las enseñanzas de Siddhārtha Gautama que, tácitamente, se han transmitido de generación en generación. En el budismo zen existe una expresión para referirse a esta transmisión: Ishin denshin, que podría traducirse como de corazón a corazón o de alma a alma.

La puerta a la vacuidad se abre por sí misma, la voluntad, el esfuerzo y la inteligencia del ser humano no sirven para alcanzarla, al contrario, la obstaculizan pues dan un valor comprensible a aquello que es incomprensible y sin nombre. Se confunde la vacuidad con el reposo, la paz, el contacto con la naturaleza, el ayuno con no ingerir alimentos, cosas todas ellas importantes, pero que muy poco tienen que ver con el alimento del alma, el amor santo. En general son modos de vida que atañen al cuerpo y al espíritu, pero no al alma.

Se confunde la vacuidad con el reposo, la paz, el contacto con la naturaleza, el ayuno con no ingerir alimentos,  que muy poco tienen que ver con el alimento del alma, el amor santo. En general son modos de vida que atañen al cuerpo y al espíritu, pero no al alma.

La vacuidad o es completa o no es, y si es completa es el espejo limpio donde se encuentran el universo interior del ser humano y el universo exterior. Es la noche final, en la que el yo se pierde y nada se refleja, es un orgullo y un absurdo pensar que con el esfuerzo de uno se puede alcanzar el no-ser-uno mismo.

Hablar de aquello que no se conoce del todo es una temeridad, pero hablar de lo que no se puede hablar es una insensatez temible. El budismo mahāyāna ofrece la vacuidad como la vía para llegar al despertar, pero la vacuidad no se puede aprehender, ni entender, no es algo ni es nada. Sin embargo, por lo menos en la cultura occidental, se habla y se escribe una y otra vez sobre esta vacuidad budista. Es triste pues se fuerza al lenguaje a hacer algo que no le es propio. La vacuidad no es un reto intelectual ni un acercamiento apofático a Dios, ni mucho menos un nihilismo.

El lenguaje, los comentarios lógicos o poéticos permiten aprehender el sentido de la realidad y comprenderla, como el cuerpo digiere los alimentos para convertirlos en una sustancia asimilable por el organismo. Sin embargo, la vacuidad no necesita ninguna digestión. Escribió Louis Cattiaux (‘El Mensaje Reencontrado’):

El amor, que es el alimento del alma, no necesita ser digerido como la gracia y como la comida, que son los alimentos del espíritu y del cuerpo, pues ya es como el fuego divino: realizado y perfecto.

De la afirmación de Cattiaux nos sorprende en primer lugar que la gracia, como alimento del espíritu, deba ser digerida. Pero es por medio del lenguaje que el espíritu madura sus experiencias. En cambio, el alimento del alma no necesita esta digestión.

El amor, que es el alimento del alma, no necesita ser digerido como la gracia y como la comida, que son los alimentos del espíritu y del cuerpo, pues ya es como el fuego divino: realizado y perfecto.

Cattiaux se refiere al amor como el alimento del alma y nos parece íntimamente relacionado con la vacuidad. Es difícil definir el alma, el alma aparece, es una epifanía que en el lenguaje oriental se llamaría iluminación. El amor realizado y perfecto es el mismo fuera del ser humano como en su interior. Para alimentar lo interior con lo exterior no se necesita de una digestión como sucede con el cuerpo y el espíritu. A veces, el amor se esconde en los sentimientos, pero éstos pertenecen al espíritu. En el Evangelio según san Juan se enseña claramente: Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado…, si se tratara de un amor sentimental Jesucristo no habría añadido: como yo os he amado.

…como yo os he amado: un amor que es mejor no intentar explicar, quizá solo puedan utilizarse los ejemplos que aparecen en las santas Escrituras; en el Evangelio según san Lucas se narra una historia extraordinaria que se refiere a los discípulos de Emaús, quienes se encuentran con Jesús resucitado, pero no lo reconocen, hablan con él de pasajes bíblicos y siguen sin reconocerlo, pero cuando se marcha:

Los dos se dijeron: «¿No es verdad que, cuando él nos hablaba en el camino y nos explicaba la Biblia, sentíamos como que un fuego ardía en nuestros corazones?».

El pensamiento y el lenguaje occidental especula con los significados y no parece dispuesto a penetrar en la simplicidad de los discípulos de Emaús.

Ishin denshin

 

INFOMACIÓN LIBRO: ATALANTA EDITORIAL, https://www.edicionesatalanta.com/catalogo/el-dialogo-del-diamante/