Reflexión de Raimon Arola sobre el versículo 9 del libro 23 de ‘El Mensaje Reencontrado’ de Louis Cattiaux.

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Quien ha reconocido la unidad de la vida no se avergüenza de socorrer un gusano, pues sabe sin ninguna duda que se ayuda a sí mismo socorriendo a cualquier ser vivo.

Abre la mano, abre el espíritu, abre el corazón y la vida te bañará por todas partes. Cierra la mano, cierra el espíritu, cierra el corazón, y la muerte te estrechará por todos los lado.

Hacemos observar que todos los comentarios de las palabras inscritas en el Libro son incompletos, pues los reflejos de la cosa no son la cosa misma (El Mensaje Reencontrado 24, 46).

Reconocer la unidad de la vida es el modo de crear un diálogo entre el hombre y la naturaleza a partir del cual se manifiesta el ser-Dios, tal como reza otro versículo: La única vía que conduce a la posesión de Dios es el conocimiento de la naturaleza y del hombre.[1]

Dialogar con un gusano o con una hormiga es amar: Cuando temamos por nuestras vidas –afirma el Mensaje en otro lugar– como tememos por la de una hormiga, estaremos a punto de ser instruidos;[2] es decir, entonces sabremos que el universo responde a un saber que no juzga ni distingue entre lo preciado y lo que no tiene un valor aparente, por eso la experiencia del hombre en el mundo debería ser una prolongación de su propio sí-mismo en la interioridad de la naturaleza; creemos que este es el sentido del versículo prima que estudiamos: Abre la mano, abre el espíritu, abre el corazón, y la vida te bañará por todas partes.

Al abrirnos conoceremos que la vida, la nuestra y la del gusano, son inseparables en la conciencia divina tal como reza el siguiente versículo del Mensaje: La libertad y la potencia primeras son como la salida de la conciencia individual y como la inmersión en la conciencia divina, donde Dios actúa y reposa eternamente.[3] Reconocer la unidad de la vida sería, por consiguiente, penetrar en la conciencia divina.

Otro sentido de: Quien ha reconocido la unidad de la vida no se avergüenza de socorrer un gusano (en francés: ver de terre), es el que apuntaba Emmanuel d’Hooghvorst, al explicar que a partir de este pequeño animal es posible acercarse al significado que se daba a la metamorfosis o la transformación en la Antigüedad; en el Mensaje se afirma lo mismo del siguiente modo: ¿Quién podría creer, sin haberlo visto, que un gusano (en francés: ver), despreciable y oscuro se transforma en una mariposa resplandeciente de luz?[4]

Por eso, y siguiendo igualmente a D’Hooghvorst, el versículo podría relacionarse con la profecía mesiánica que se encuentra en el versículo 7 del Salmo 122, cuando David canta: Mas yo soy gusano, y no hombre; oprobio de los hombres, y despreciado del pueblo, y que se enmarca dentro de las profecías que hablan del dolor y el menosprecio a Cristo, sobre todo cuando está en la cruz.[5] Sin embargo, el hombre injuriado y vejado[6] se transformará en el glorioso resucitado.

Transformación o metamorfosis sería la expresión más adecuada para referirse a la gran obra alquímica en tanto que ésta explica cómo los metales viles se convierten en oro puro y resplandeciente. D’Hooghvorst se refirió a este proceso de purificación en su comentario a la sexta Bucólica de Virgilio. El artículo empieza con la descripción del escenario, cuando dos jóvenes sátiros, Cromis y Mnasilo, descubren a Sileno ebrio y dormido en un antro silvestre. Se esmeran en atarlo con guirnaldas y Egle, la más hermosa de las náyades, les proporciona su ayuda. Seguidamente Sileno despierta y les pide a los dos jóvenes que le libren de sus ataduras; a cambio, Sileno les ofrecerá un canto. Dicho canto es –escribe D’Hooghvorst–, en realidad, la revelación de la gran obra o Metamorfosis, tal como se llamaba entonces.[7]

La escena de la bucólica virgiliana transcurre en un antro que según el autor del comentario es la caverna de los tesoros, la mina donde se encuentra aquella famosa materia mineral, aquí, Sileno. Sileno, como el gusano, es feo y deforme, no posee ningún atractivo aparente, al igual que la materia mineral. A Sileno se le representa con la frente calva, la nariz plana y chata como Sócrates y, además, gordo y redondo como un tonel, pues Sileno, en realidad –D’Hooghvorst cita aquí a Michael Maier–, no es más que la primera materia, en su estado vil y silvestre, es decir, grosero. Si esta materia fuese tratada con dulzura y humanidad, Baco, el omnipotente dios del oro, surgiría pronto para pagar este favor con un favor múltiple.[8]

Sileno ebrio, grabado de José de Ribera, 1628

La vida, que al final nos bañará por todas partes, primero está encerrada, prisionera en algo que aparece a la vista bajo un aspecto insignificante y despreciable. Cuando el Mensaje propone abrir la mano, el espíritu, y el corazón, anima a buscar sin prejuicios en lo insignificante, lo despreciable, en el caos de este mundo caído para recoger allí la semilla de la nueva vida y regarla hasta que surja el fruto luminoso del mundo por venir. Este proceso de metamorfosis está ejemplarizado por el gusano o por la oruga que se vuelve mariposa; recordemos que en griego, psique, significa tanto alma como mariposa.

Si alguien busca lo luminoso y desprecia lo oscuro, si solo aprecia la mariposa e ignora al gusano es que la ignorancia le ciega y sólo se rige por la razón razonadora que inevitablemente le hace cerrar la mano, el espíritu, y el corazón. Entonces la muerte se apoderará de este hombre en cuerpo, espíritu y alma, por lo que la consciencia divina se desvanecerá sin ni siquiera haber llegado a existir.

No se puede separar la vida de la búsqueda de Dios, y esta búsqueda es para alcanzar la conciencia en alianza con Él; así lo explica otro versículo del Mensaje: Salir de Dios es caer en el número de la muerte. Entrar de nuevo en Dios es renacer a la unidad de la vida.[9] Esta definición valdría también para la obra alquímica: el renacer a la unidad de la vida a partir de aquello cubierto por la muerte. La imagen de un gusano o de una lombriz es exacta.

En uno de los Aforismos del nuevo mundo, Emmanuel D’Hooghvorst resumió su artículo sobre la égloga de Virgilio que acabamos de citar del siguiente modo: Donde el amor tomó palabra, canta la edad de oro. ¡Qué viña, este Marte cocido donde se emborrachó Sileno! ¡Oro del todo puro![10]

Cuando se abren la mano, el espíritu, y el corazón es el presagio de la edad de oro, pues la vida se ha separado de la muerte que hasta entonces la cubría. Ello ocurre en la primavera de los filósofos alquímicos, cuando Marte, que rige al signo de Aries, por una secreta cocción se convierte en un licor que hace que Sileno pueda hablar. En otras palabras, cuando el insignificante gusano de tierra se vuelve mariposa.

Entonces es cuando aparece la unidad de la vida que D’Hooghvorst denomina: ¡Oro del todo puro!

Cuando comentemos una Escritura santa, un rito o un símbolo, añadamos para los oyentes y para nosotros mismos: “He aquí una de las numerosas interpretaciones de la verdad Una. Dios es el único dueño de la vestidura y de la desnudez” (El Mensaje Reencontrado 15, 4).

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INFORMACIÓN LIBRO

 

 

NOTAS

[1] El Mensaje Reencontrado, § 2, 86.

[2] El Mensaje Reencontrado, § 12, 70.

[3] El Mensaje Reencontrado, § 18, 58.

[4] El Mensaje Reencontrado, § 15, 40.

[5] Jean Brierre-Narbonne, Les prophéties messianiques de l’Ancien Testament, Paris, Geuthner 1933; p. 18.

[6] Cf Mateo 27, 39.

[7] El Hilo de Penélope I, Arola, Tarragona 2000, p. 107. Véase también El Mensaje Reencontrado, § 2, 86: Las metamorfosis del mundo enseñan al clarividente y le reconducen al manantial universal de la vida.

[8] Idem, p. 108

[9] El Mensaje Reencontrado, § 5, 84.

[10] El Hilo… cit., p. 346.