Artículo de Emmanuel d’Hooghvorst que trata sobre la famosa frase de Cervantes y que forma parte del volumen «El hilo de Penélope I» de este mismo autor.

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¿Adónde has tú hallado, –dijo don Quijote– que los alcázares y palacios reales estén edifi­cados en callejuelas sin salida? Señor –respon­dió Sancho– en cada tierra su uso: quizá se usa aquí en el Toboso edificar en callejuelas los palacios y edificios grandes […] podría ser que en algún rincón topase con ese alcázar, que le vea yo comido de perro[…] 

M. de Cervantes (Quijote II, 9)

 

No es bueno que el hombre esté solo» (Génesis II, 18), dijo el Señor Dios considerando al ser que había creado. Éste es el origen cabalístico de una caballería andante, la cual no logra su reposo sin el dichoso encuentro de una dama bienhe­chora. Pero se trata de un misterio que vuelve locos a los ignorantes y sólo contenta a los sabios.

Tal fue el destino de Don Quijote: “que acreditó su ventura / morir cuerdo y vivir loco”. (II, 74)

Muy a menudo leemos el Quijote igno­rando la cábala, como el mismo Quijote leía sus novelas de caballerías. Una explicación completa y detallada de los misterios del Qui­jote excedería el ámbito de este estudio. Nues­tra intención es más humilde. Quisiéramos llamar la atención del lector a propósito del famoso soneto del Caballero del Bosque (II, 12).

Muy a menudo leemos el Quijote igno­rando la cábala, como el mismo Quijote leía sus novelas de caballerías

Recordemos en pocas palabras de qué se trata. El bachiller Sansón Carrasco, queriendo devolver la razón a su amigo Don Quijote, inventa una estratagema y se disfraza a su vez de caballero andante: es el Caballero del Bosque. Se acerca de noche a nuestro héroe y se lo lleva a un lugar apartado: “[…] donde la soledad y el sereno les hacen compañía, naturales lechos y propias estancias de los caballeros andantes”. (II, 12)

Según su propio testimonio, nuestro bachiller era muy versado en los usos y costumbres de la caballería andante y de la poesía cortés: “[…] como ya todo el mundo sabe, yo soy celebérrimo poeta y a cada paso compondré versos pastoriles o cortesanos”. (II, 12). Ya veremos que Sansón Carrasco era digno de sus pretensiones.

Este Caballero del Bosque hace pensar, tal como su nombre indica, en la apariencia hirsuta y salvaje de la naturaleza no desbastada; el caballero busca en su dama la gracia y la belleza que le faltan, o sea, la curación de su rudeza original.

El Caballero del Bosque hace pensar en la apariencia hirsuta y salvaje de la naturaleza no desbastada

San Jerónimo, comentando para el papa Dámaso un pasaje del Cantar de los Cantares, dice lo siguiente: “[…] «¡Que me bese con los besos de su boca!» (I, 2) No quiero que me hable a través de Moisés, no quiero que se dirija a mí a través de los profetas. Que Él mismo asuma mi cuerpo, que Él mismo bese mi carne. De manera que podamos adaptar esta frase al pasaje de Isaías: Si quieres buscar, busca y ven a vivir a mi lado en el bosque (Isaías XXI, 12). En el mismo sitio, la Iglesia en llantos recibe la orden de gritar desde Seir, puesto que Seir se traduce por ‘velludo’ o ‘erizado’. Se trata de expresar el antiguo erizamiento de los gentiles […]” (EpXXI Ad Damasum, 21).

Este pasaje traduce claramente la búsqueda esencial del cabalista, cuya imagen, en la poesía cortés, parece ser el caballero andante. He aquí pues lo que se refiere al Caballero del Bosque.

Vayamos ahora a este soneto del capítulo II, 12; no tememos afirmar que es uno de los más bellos de la literatura occidental. Veamos ante todo el primer cuarteto:

“Dadme, señora, un término que siga

conforme a vuestra voluntad cortado

que será la mía así estimado

que por jamás un punto de él desdiga.”

El término «cortado» viene muy a propósito para expresar la medida que la cábala introduce en su obra. Si la dama y su amante deben tener un mismo destino, ninguna unión les será posible sin esta medida común. Sin embargo, es la dama quien debe dar esta medida, pues sin ella, el amante nunca conocerá su propia estatura; soñará continuamente con lo indefinido.

“Si gustáis que callando mi fatiga

muera, contadme ya por acabado;

si queréis que os la cuente en desusado

modo, haré que el mismo Amor lo diga.»

¡Cuántas fatigas y esfuerzos por el honor de la dama de sus pensa­mientos! Según el testimonio del mismo Quijote: “[…] Los daños que nacen de los bien colocados pensamientos antes se deben tener por gracias que por desdichas […]”. (II, 12)

Pero ¿quién las dirá, sino «el mismo Amor»? El amante no se expre­sará sin la voluntad de su dama y su silencio es para él una muerte. La benevolencia de esta dama lo resucitará y entonces, será «el mismo Amor» quien hablará en él, «el mismo» y no el otro. «En desusado modo»: es un Arte excepcional, bendito y muy antiguo; es el tesoro de los tiempos.

“A prueba de contrarios estoy hecho

de blanda cera y de diamante duro

y a las leyes del Amor el alma ajusto.”

En griego, este diamante se llama “adamas” y puede hacerse una comparación con el hebreo “adam” que significa ‘hombre’. Es el núcleo de cada hombre y no cede ni se ablanda como la cera sin su complemento que es también su contrario.

Este diamante se llama “adamas” y puede compararse con el hebreo “adam” que significa ‘hombre’

El tercer verso expresa toda la obra de la cábala: ajustar a las leyes del Amor esta alma del mundo vagabunda, celosa y siempre insatisfe­cha, igual que la Juno de la antigüedad, mientras no haya encontrado su lugar de amor. El «¿pueden tener tanta ira las almas divinas?» (Eneida I, 11) del bello Virgilio expresa adecuadamente la ira que experimenta aquella alma universal, insatisfecha y envidiosa del héroe Eneas, hijo de Venus, la belleza del cuerpo, lo que justamente no tiene el alma incor­pórea: «a las leyes del Amor el alma ajusto».

“Blando cual es, o fuerte, ofrezco el pecho,

entallad o imprimid lo que os dé gusto

que de guardarlo eternamente juro.”

Cuando el sabio amor imprime en este objeto su huella cual ara­ñazo de fuego, entonces, recibido este primer testimonio por parte de su dama, el amante puede exclamar: “Que de guardarlo eternamente juro”.

El sabio amor imprime en este objeto su huella cual ara­ñazo de fuego

Aquí termina el hermoso soneto, en el sentido en que es a este último verso al que conduce. También en la antigüedad, el famoso Lucio, héroe de la novela de Apuleyo El asno de oro, acaba así la súplica a su dama, la diosa Isis: “Tu rastro divino, tu poder sagrado, establécelos para siempre en los secre­tos de mi corazón, yo los contemplaré” (XI, 25).

El texto latino es más preciso: “Divinos tuos vultus numenque sanctissimum intra pectoris mei secreta condi­tum perpetuo custodiens imaginabor  (los imaginaré)…”.

Pero todo tiene su fin. Incluso la locura de don Quijote: “Durmió de un tirón, como dicen, más de seis horas. Despertó al cabo del tiempo dicho, y dando una gran voz, dijo: […] ¡Bendito sea el poderoso Dios, que tanto bien me ha hecho! […]. Yo tengo juicio ya libre y claro sin las sombras caliginosas de la ignorancia […]. Ya me son odiosas todas las historias profanas de la andante caballería; ya por misericordia de Dios, escarmentado en cabeza propia, las abomino […]”. (II, 74)

Cuando murió, se volvió sabio; es la gracia que deseo, amigo lector, para ti y para mí… por misericordia de Dios, escarmentados en cabeza propia.

(Traducción: J. Lohest-Hooghvorst)

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