En la «historia de la alquimia» la sombra legendaria se superpone a la historicidad y permite pensar que detrás de sus textos hubo la clara intención de ofrecer al mundo, abocado a la ciencia impía, la sabiduría sagrada de los antiguos. Una sabiduría surgida de la bendición celeste que trasmuta la cólera divina en misericordia. El caso más representativo de las historias o leyendas alquímicas es el de Basile Valentín, un monje benedictino que seguramente jamás existió. Sin embargo, ya desde su aparición, sus obras fueron consideradas tan importantes como las del mismo Hermes Trismegisto, se ilustraron con grabados que son un resumen completo del arte alquímico, se hicieron, y todavía se hacen, múltiples reediciones de ellas y, lo que más nos importa aquí, en el interior de secretos cenáculos se copiaban sus palabras y se reproducían sus grabados a mano, pues era básico que, en ciertos grados iniciales del proceso hasta la maestría, los aspirantes copiaran los textos clásicos del Arte de la alquimia.
El caso más representativo de las historias o leyendas alquímicas es el de Basile Valentín, un monje benedictino que seguramente jamás existió.
Con la digitalización de las bibliotecas, han salido a la luz muchas de estas copias. Aquí presentamos las imágenes que acompañan un tratado atribuido al hermano Basilio Valentín de la orden benedictina, y titulado Schola veritatis o Doctrina verdadera e instructiva, copiado en 1701-1749, aunque en el texto figure 1480. El manuscrito se encuentra en Biblioteca de la Universidad de Hamburgo.[1] Se trata de un largo compendio escrito en alemán que no consta entre las principales obras de nuestro alquimista.
El calígrafo que hizo esta copia no era un dibujante cualificado, pero logró trasmitir los símbolos originales: el dragón o la primera materia, el castillo u horno donde primero se separan los ríos y después convergen, el león o la materia filosófica, primero vegetal, después policroma y, finalmente, roja. Aparecen, junto con la Piedra o Cristo preñado, los metales y planetas naciendo de él, y tantos otros símbolos alquímicos que encantan al espectador por su misterio.
Basilio Valentín fue considerado como el maestro por excelencia, sus argumentos son irrefutables y sus obras se celebran como el prodigio más elocuente de la sabiduría tradicional. Pero a pesar de todo ello, no se sabe casi nada acerca del iluminado autor que las escribió, ni tampoco la época en que vivió. La personalidad histórica no existe, el anonimato consciente y deseado es un símbolo inequívoco de la intención profunda de su autor, de un estado de ánimo que sobrepasa cualquier gloria individual, para que sólo brille la luz oculta y divina que encierran sus palabras. El caso de Basilio Valentin es paradigmático, pero no es ni mucho menos el único, la historia de la alquimia está llena de libros anónimos, o con seudónimos, que extravían a los investigadores que incapaces de ver brillar la luz oculta, pretenden atrapar el humo que la envuelve.
Basilio Valentín fue considerado como el maestro por excelencia, sus argumentos son irrefutables y sus obras se celebran como el prodigio más elocuente de la sabiduría tradicional.
Según la leyenda conocida ya en la época, Basile Valentín habría sido un monje benedictino nacido en 1394, de nacionalidad alemana. Pero lo único cierto es que en 1599 aparece publicado el primer texto atribuido a dicho autor y que el manuscrito más antiguo que se conoce data de diecisiete años antes. Nada más y nada menos que la misma década en la que vieron la luz las obras completas de Paracelso, por lo que algunos autores de la época percibieron un vínculo entre Paracelso y Valentín; Andreas Libavius (1540-1616) escribió respecto a los libros del supuesto monje benedictino: «Su estilo no es ajeno al de Paracelso, en consecuencia, o bien Paracelso lo ha estudiado, o bien alguien le ha añadido sus propios salivazos paracelsistas», y Jean-Baptiste Van Helmont (1577-1644) escribió: «Teophrastus Paracelso un siglo más joven [que Basile Valentín] siguiendo una admirable búsqueda, los erigió [a los tres principios de Basile Valentín] como principios universales de los cuerpos. Así, se habría apropiado de la doctrina de Basile Valentín después de haber suprimido el nombre el nombre de su autor».[2]
Como en la leyenda de Christian Rosenkreutz que originó el frenesí rosacruz, la sombra de Paracelso –admirada por muchos, pero repudiada por otros– está implícita en la aparición de los textos atribuidos a Basile Valentín. El origen de las leyendas que proliferaron entre los siglos XVI y XVII es demasiado parecido para obviarlo. Bajo el nombre y la historia de Basile Valentín o Christian Rosenkreutz, se explicaba que, a finales de la Edad Media, cuando la alquimia cristiana apareció en todo su esplendor, hubo uno o más maestros que crearon una escuela secreta donde se enseñaban los misterios más sublimes de la naturaleza y la gracia divina. Dichas enseñanzas se trasmitieron ininterrumpidamente hasta finales del siglo XVI, pero a partir de este momento, y por los motivos que ya hemos señalado repetidamente, las escuelas iniciáticas que trasmitían los misterios se enfrentaron al cambio de rumbo de la mentalidad occidental, por lo que se hizo imperioso dejar un testimonio del legado de los sabios. Y así, bajo unas fábulas propias del imaginario de la época, salieron a la luz las enseñanzas ocultas de la divina cábala cristiana y la sagrada alquimia. Con independencia de la poco probable existencia de un monje alemán del siglo XV que se dedicara a la alquimia, la figura de Basile Valentín fue ante todo una fórmula para transmitir el legado alquímico de Occidente. Eugenius Philalethes, medio siglo después, cita un fragmento de Basilio Valentin sin revelar su nombre y lo atribuye a «uno de los hermanos de la Rosa-Cruz, cuyo solo testimonio es el mejor de todos y cuya enseñanza es todavía excelente».
La sombra de Paracelso –admirada por muchos, pero repudiada por otros– está implícita en la aparición de los textos atribuidos a Basilio Valentin.
Otro elemento a tener en cuenta, y respecto al que se han barajado muchas hipótesis, es el mismo nombre de Basilio Valentin, con el epíteto monje benedictino. Un nombre demasiado bello para ser verdadero, por eso, para desvelar el misterio que el autor anónimo quiso ocultar con su nombre, se han propuesto múltiples etimologías de dicho nombre. Gottfried Leibniz (1646-1716) recogió las siguientes sugerencias: «Creo que su nombre es ficticio y que se buscará en vano en los catálogos de nuestros monjes: Basile significa [en griego] ‘el Rey’, es decir, el oro; Valentín, ‘la salud’. Así parece que el autor ha querido indicar los dos principales efectos de la Piedra que se le atribuyen comúnmente: el perfeccionamiento del cuerpo humano y el de los metales».
Valentín, ‘la salud’ entendida como derivado de valendo: ‘la potencia que penetra, engendra, nutre, hace crecer, cambia y renueva todas las cosas’. En cuanto al epíteto monje benedictino, sería una referencia al poder de conceder la bendición celeste a sus hermanos indigentes o metales impuros. El ‘oro sano bendiciendo’ o Basilio Valentin, monje benedictino representan al verdadero adepto, quien ha recibido cabalísticamente los arcanos divinos y por medio de la alquimia los ha perfeccionado hasta poder trasmitirlos a sus discípulos.
NOTAS
[1] https://bit.ly/2M0U9JI
[2] Citados por J. van Lennep, Alchimie. Contribution à l’histoire de l’art alchimique, p. 196.
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