Vídeo de Gozilah. The Babylon Museum of Art and Anthropology 2012
Marcel Griaule fue un conocido etnógrafo de principios del siglo pasado que se sintió fascinado por la cosmogonía que escuchó directamente de un anciano dogón, habitante de los barrancos de Bandiagara. El pueblo dogón pertenece a una antigua tribu que emigró del antiguo imperio de Wagadu o Ghana, que correspondería a la actual Mauritania o Mali, a causa de la gran sequía que asoló la región en el s. XI. Abandonaron entonces las zonas de influencia del río Senegal para instalarse cerca del río Níger. Allí resistieron a la islamización que ya empezaba a dominar en el Sahel pues escogieron para vivir un lugar muy poco accesible que es donde residen en la actualidad, los barrancos de Bandiagara, por eso pudieron conservar su antigua cosmogonía y su visión simbólica del universo.
Los dogon son una antigua tribu del imperio Wagadu que se estableció en los barrancos de Bandiagara donde pudo conservar su antigua cosmogonía y su visión simbólica del universo.
En ella destaca un conocimiento astronómico muy preciso sobre la existencia del sistema estelar de Sirio, la estrella que da nombre a una de sus ceremonias más importantes llamada Sigui que se celebra cada sesenta años y en la que se festeja la renovación del mundo a partir de los antepasados. El conocimiento astronómico es el rasgo que más ha llamado la atención de la cultura del pueblo dogón, incluso existe cierta controversia académica respecto de si se trata de una sabiduría muy antigua y propia de este pueblo o bien sería un conocimiento moderno que habrían adoptado en sus primeros contactos con la civilización occidental, pero no es este el tema que nos ocupa.
Los dogón poseen cuatro cultos principales, el Wagen, relacionado con los ancestros, el Lebé, asociado al ciclo agrícola, el Binu, que es un culto totémico, y el de la sociedad Awa, que rige las celebraciones del Sigui, el nombre que los dogones dan a la estrella Sirio. Los sacerdotes de Wagen y Awa se consideran impuros, por su relación con la muerte y por eso se les llama los «hombres muertos», mientras que los Lebé y Binu son puros y se conocen como los «hombres vivos», estas categorías se heredan según el clan familiar al que pertenece cada dogón. Sin embargo, no parece haber ningún desprecio de los unos hacia los otros, como no puede haberlo entre la maleza y la tierra habitada o los campos cultivados, así como tampoco existe ninguna diferencia cualitativa entre el caos y el orden, el uno necesita del otro para la economía del universo.
De entre todas las enseñanzas relatadas por el anciano Ogotemmeli a Griaule y que se recogen en el libro “Dios de agua”, la relación que se muestra entre el sacrifico sangriento y la aparición de la palabra nos parece especialmente interesante, porque es algo común a otras tradiciones y demuestra el conocimiento de una antigua sabiduría que se habría manifestado a lo largo de los tiempos en distintos lugares pero que originalmente se referiría a las mismas realidades. Se trata del misterio de la palabra, del verbo que procede de Dios, pero que solo puede ser pronunciado por el ser humano, y sobre este punto, crucial para resolver el misterio del hombre, creemos que se puede aprender mucho de las enseñanzas del anciano dogón y de su tradición.
La relación entre el sacrifico sangriento y la aparición de la palabra nos parece especialmente interesante, porque es algo común a otras tradiciones y demuestra el conocimiento de una antigua sabiduría que se habría manifestado a lo largo de los tiempos.
Según Ogotemmeli, todo empezó cuando el dios Amma creó la Tierra con un trozo de barro, la moldeó y la extendió: “la tierra se estira y llega hasta el norte, que es lo alto y se alarga hasta el sur, que es lo bajo, aunque todo ocurre horizontalmente”,[1] y después, Amma se unió con ella. Pero algo salió mal, una confusión entre lo masculino y lo femenino, y se engendró al chacal, “símbolo de las dificultades de Dios”.[2] Pero volvieron a unirse y surgió el Nommo, un ente doble, masculino y femenino, símbolo de la perfección, que se usa indistintamente en singular y plural. Dios lo creó como el agua, de color verde y con cabeza y mitad del cuerpo como una persona y el resto como una serpiente. Los Nommo conocían la sabiduría de su padre y eran de esencia divina puesto que fueron creados con el semen de Dios. Esta fuerza doble se manifiesta como el agua y también como el cobre que fluye y que representa la materialización de la luz del sol.
Sucedió que Nommo, desde el cielo, vio a su madre la Tierra, desnuda y sin la palabra, entonces los gemelos descendieron portando unas fibras de plantas celestes que trenzaron para vestirla. Estas plantas estaban llenas de la esencia del Nommo y fueron trenzadas en espiral, símbolo de las aguas y del vaho que el Nommo emite cuando habla. Las espirales que formaban el ropaje de la madre Tierra eran el camino perfecto para la palabra que el Nommo quería revelar a la Tierra: “A través de estas fibras llenas de agua y de palabras, el Nommo estaba continuamente presente en el sexo de su madre”.[3]
Sucedió que Nommo vio a su madre la Tierra, desnuda y sin la palabra, entonces descendió del cielo con unas fibras de plantas celestes llenas de la esencia del Nommo, trenzadas en espiral, símbolo de las aguas y del vaho que el Nommo emite cuando habla.
El chacal deseó entonces poseer a su madre y tras una lucha con ella lo logró, con lo que el orden de la creación se rompió, pues con su acción el chacal tuvo acceso a la palabra, que a partir de entonces pudo usar, pero no para crear sino para corromperla, un incesto destruye el orden y compromete el nacimiento de gemelos, que es la creación perfecta según el pensamiento dogón. He aquí el drama que reflejan casi todos los relatos creacionales, un elemento extraño se inmiscuye en la creación, la corrompe y destruye el orden que la había regido hasta entonces.
Después de los primeros Nommo aparecieron nuevas generaciones de Nommo hasta llegar al último, el Lebé, conocido como el antepasado, el poseedor de la palabra:
“Siete -dijo Ogotemmeli- es el rango del señor de la palabra. Se suma uno a siete y es ocho el octavo rango es el de la palabra en sí. La palabra está fuera del Séptimo que la enseña. Ella es el Octavo antepasado. El Octavo es el soporte de la palabra que poseían los siete primeros y que enseña el Séptimo. Por el hecho de pertenecer a la octava familia es el hombre vivo más anciano, su nombre era Lebé, el antepasado”.[4]
Por último, fue necesario que el Lebé muriese, es decir que se sacrificase, para poder entrar así en el mismo mundo que el Séptimo, pero su muerte fue solo en apariencia y a partir de este hecho empieza un complejo relato que se refiere al simbolismo de todos y cada uno de los elementos de la cultura dogón, desde la fragua hasta la astronomía, desde las pinturas hasta la adivinación y, sobre todo, a la importancia del Verbo, de la palabra, en el buen orden de la creación: “La palabra está en este mundo para todos, hay que intercambiarla, que vaya y que venga, porque es bueno dar y recibir las fuerzas de vida”.[5]
«La palabra está en este mundo para todos, hay que intercambiarla, que vaya y que venga, porque es bueno dar y recibir las fuerzas de vida”
La palabra va y viene con el sacrificio, con esta ceremonia se crea un sofisticado movimiento de fuerzas dentro de un circuito formado por el sacrificador, la víctima, el altar y el poder invocado. Mientras el altar es alimentado y se renueva su poder gracias al aporte del reciente sacrificio, el Nommo, alertado por las palabras que se pronuncian, viene a saciarse, a fortificarse, y a buscar el sustento de su vida. Por eso la palabra dogón que designa el sacrificio proviene de una raíz que significa “hacer revivir”.[6]
Al investir el altar, el Nommo deja en él un flujo que es un aporte fresco, una humedad o un vapor vivificante, del que nace una emulsión que se dividirá en dos corrientes, una es captada por el Nommo y se beneficia de ella, mientras que la otra penetra en la garganta de la víctima por el flujo de sangre y se almacena en el hígado. El sacrificador que consume el hígado de la víctima, adquiere una parte de la fuerza del Nommo, y cierra así el ciclo de la palabra que, procede precisamente del hígado del Lebé, el Antepasado.
El sacrificador que consume el hígado de la víctima, adquiere una parte de la fuerza del Nommo, y cierra así el ciclo de la palabra que, procede precisamente del hígado del Lebé, el Antepasado.
Ogotemmeli añade que al llevar en su hígado la fuerza del hígado del Lebé, el octavo Nommo, el sacrificador se vuelve como el Lebé, se vacía de su propia vida para llenarse con la del Antepasado, y como la palabra nace del hígado todo lo que dice el sacrificador a partir del sacrificio y durante mucho tiempo es como si fuera dicho por el Lebé. Así, por el rito del sacrificio se aseguraba la continuidad del orden establecido tras la resurrección acaecida en el campo primordial y el sacrificador, llamado Hogon, es el hombre “vivo” por excelencia, que al hablar comunica el buen Verbo al pueblo: “En todo sacrificio, el efecto es el mismo que en el caso del Lebé. En primer lugar se nutre a si mismo, se fortifica; luego por la palabra entrega la fuerza a todos los hombres”.[7]
En un nuevo encuentro Ogotemmeli se refiere poder del verbo humano. “Por la voz, el hombre advierte a Dios, prolonga la acción divina”.[8] Dios mismo, por mediación del Nommo, su hijo, reorganizó el mundo en tres ocasiones por medio de tres palabras, progresivamente más explicitas y más difundidas entre los hombres. También por la palabra se regeneraron los ocho hombres que renacieron como genios del agua, los Nommo siguientes, pero, ¿de dónde procedían estas palabras que se desarrollaban en entre las espirales del aliento? El Nommo, explicó el anciano, que es agua y calor, entra en el cuerpo con el agua y comunica su calor a la bilis y al hígado. La fuerza vital que transporta la palabra, sale de la boca en forma de vapor y es agua y palabra. Pero la palabra no solo es fuerza vital, sino que también es generativa, pues penetra por la oreja y va directamente al sexo donde se enrosca alrededor de la matriz, como el cobre lo hace alrededor del sol y es la causa de la generación.
La palabra no solo es fuerza vital, sino que también es generativa, pues penetra por la oreja y va directamente al sexo donde se enrosca alrededor de la matriz, como el cobre lo hace alrededor del sol y es la causa de la generación.
Esta palabra buena aporta y mantiene la humedad necesaria para la procreación, y por medio de ella, el Nommo introduce en la matriz un germen de agua. Transforma en germen el agua de la palabra y le confiere el aspecto de un humano pero dotado de la esencia de un Nommo. Por tanto, añade Griaule, “en el origen del hombre se encuentra un germen celeste que yace, latente, en toda matriz de mujer fecunda. Está formado por el Nommo pero son los hombres quienes le confieren la materia viva que los compone”. La causa es que este germen celeste no puede desarrollarse según su esencia, estancado permanece en el alba de sí mismo. Entonces es cuando interviene el hombre, sin embargo, el viejo ciego advierte a su interlocutor de que es necesario pronunciar la palabra “de día”, es decir, con luz, para que sea buena. La palabra pronunciada en la noche, es decir, sin luz, es nefasta y es el origen de todos los desórdenes:
Con las palabras y la simiente femenina, explica Ogotemmeli, el Nommo forma un ser de agua a su imagen. La simiente del hombre entra en este germen como un hombre… Y el ciego comparaba a la mujer encinta con la espiga de mijo que empieza a hincharse en la espiral de la hoja. Se dice de esta espiga que “ha tomado su voz” quizá por analogía con la mujer fecundada que, ella también, ha tomado una voz.[9]
Se dice de esta espiga que “ha tomado su voz” quizá por analogía con la mujer fecundada que, ella también, ha tomado una voz.
Nos parece ciertamente extraordinaria la relación entre la creación y la palabra que aquí aparece expresada de un modo explícito y que en tantas tradiciones se intuye o se oculta, pero que existe igualmente. La palabra celeste que debe ser pronunciada por el ser humano para que se convierta en creación, pero no cualquier momento sirve ni cualquier palabra, ninguna palabra impura restablecerá el orden que se perdió en el origen y sí en cambio la buena palabra pronunciada en el momento oportuno.
Las imágenes que se presentan pertenecen a la ceremonia del Sigui, una fiesta que como hemos apuntado al principio tiene lugar cada 60 años. En ella se celebra la renovación del mundo y el advenimiento de una nueva generación masculina, a la que los ancestros y los ancianos dan a luz. Se trata de un ritual itinerante, pues se desplaza de este a oeste, y que puede extenderse a lo largo de 4 a 8 años. En cada uno de estos años se representa un aspecto distinto del ritual y también, como descubrió el cineasta Jean Rouch que filmó un Sigui completo de 6 años, se dramatiza una parte del mito creacional de los dogones. La sociedad Awa es la que es la que gobierna la ceremonia y la que usa un lenguaje secreto conocido como “siguismo”, que los ancianos transmiten a los iniciados de la siguiente generación. El jefe de esta sociedad, es el maestro de este lenguaje de la maleza y el jefe de los “hombres impuros” o los hombres muertos.
En la fiesta del Sigui se celebra la renovación del mundo y el advenimiento de una nueva generación masculina, a la que los ancestros y los ancianos dan a luz.
Así, en el primer Siguí que filmó Rouch se representa la caída del yunque celeste a la tierra, el yunque golpeado por el primer herrero crearán el ritmo de la resurrección después de la muerte del Ancestro. Se talla una máscara a partir del tronco de un gran árbol que preside las ceremonias, pero que no danza. En el segundo Sigui se ejecuta el baile de la máscara que se talló en el año anterior y que no había bailado, representando los funerales del Ancestro. En el tercer año, la máscara se pinta. Es la llamada fiesta del Dama y se muestran todas las máscaras anteriores que simbolizan a los ancestros. En el cuarto año aparece la palabra y se baila la danza de la serpiente, ya que como hemos visto, ambos representan la procreación y la preparación para la nueva generación.El camino ondulante simboliza el del Nommo, como un río lleno de agua que fluye. En el quinto Sigui se representa el nacimiento de la nueva generación. Después de la noche en la que todos los hombres desaparecen del pueblo para ir a enterrarse en unos agujeros en la maleza, al día siguiente los hombres surgen de la placenta de la duna, se lavan y danzan en fila. En el sexto año los hombres se visten y llevan las joyas de sus mujeres, se representa la maternidad y la dualidad del sexo perfecto. Por fin, en el séptimo, se celebra la circuncisión y el sacrificio, la sangre se vierte, la palabra se alimenta y el ciclo se cierra. La serpiente ha mordido la cola y se podrá empezar de nuevo dentro de sesenta años.
En el séptimo año se celebra la circuncisión y el sacrificio, la sangre se vierte, la palabra se alimenta y el ciclo se cierra. La serpiente ha mordido la cola y se podrá empezar de nuevo dentro de sesenta años.
«El Sigui ha venido del Este, ha venido con las alas del viento”, se canta y todos los hombres se giran hacia el este, después hacia el oeste, para volver a mirar hacia el este pues el Sigui ha llegado a su límite occidental donde ya rigen otras creencias.
NOTAS
- [1] M. Griaule, «Dios de agua», ed. Altafulla, Barcelona, 1987, p. 21.
- [2] Ibídem, p. 22.
- [3] Ibídem, pp. 24 y 25.
- [4] Ibídem, p. 50.
- [5] Ibídem, p. 132.
- [6] Ibídem, p. 127.
- [7] Ibídem, pp. 130 y 131.
- [8] Ibídem, p. 132.
- [9] Ibídem,, pp. 135 y 136.