En el templo se dan tres procesos simbólicos fundamentales: creación, destrucción y reconstrucción. Raimon Arola

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En el principio de los tiempos, los hombres y los dioses vivían en armonía y el cielo y la tierra eran una sola cosa. Cuando apareció la discordia, el caos de apoderó de la tierra, el hombre fue expulsado del paraíso y los dioses se retiraron al cielo. Pero a pesar de todo existe un lugar donde siempre ha sido posible el contacto entre el cielo y la tierra. Este lugar sagrado y secreto está simbolizado por el templo.

Existe un lugar donde siempre ha sido posible el contacto entre el cielo y la tierra. Este lugar sagrado y secreto está simbolizado por el templo.

El templo, imagen visible de una experiencia interior, alude a una geografía sutil que, si bien coexiste con las formas exteriores, no pertenece al mismo nivel de realidad. El templo simboliza el lugar oculto que se revela cuando lo superior y lo inferior se unen indisolublemente. Por eso el hombre, el profeta, es el templo vivo por excelencia, pues en él reside la presencia divina en la tierra.

En el simbolismo del templo se contemplan tres procesos fundamentales: el templo primordial, el templo destruido, y el templo reconstruido en la eternidad. La tradición judía relaciona estos procesos con el sueño de Jacob, cuando exclama: «¡Qué terrible es este lugar! Esto es, dicen los rabinos, para enseñar que el Santo, bendito sea, le mostró el templo construido devastado y reconstruido» (Midrash haGadol).

En el simbolismo del templo se contemplan tres procesos fundamentales: el templo primordial, el templo destruido, y el templo reconstruido en la eternidad.

Un proceso similar sucede con el hombre. Primero fue creado a imagen de Dios, después, sobrevino la falta y la consiguiente expulsión del Paraíso, y por último aparece el nuevo Adán, regenerado en su cuerpo glorioso, que viene a juzgar a los vivos y a los muertos. «El templo del Señor es su gracia dentro de nuestro corazón, y el sacrificio es su amor por nosotros y nuestro amor por él» (El Mensaje Reencontrado, 19, 47’). Emblema de la logia francesa, “Las nueve hermanas”, s. XIX

El exilio y el lamento

 

El desierto es la tierra yerma que privada de agua no produce frutos. Allí fue donde se estableció el pueblo de Israel cuando el Templo de Jerusalén fue destruido. Igualmente, la creación, sin la bendición del cielo, se agosta y se transformo en un desierto. Dunas en el desierto del Sahara. El muro de las lamentaciones. Jerusalén

 

La expulsión del paraíso

 

El exilio del pueblo de Israel es comparable a la caída de Adán y Eva cuando, por culpa de la falta original, fueron expulsados del Jardín del Edén y se vieron obligados a habitar entre cardos y espinas. Puertas de la catedral de Hildeshem, 1015. Cactus.

 

El inicio del regreso

 

Al igual que el hombre puede retornar al Paraíso gracias a la redención de su falta, el templo puede ser reconstruido. El lugar de su reconstrucción le fue revelado a Jacob en un sueño. Entonces contempló el locus terrible en el que el cielo y la tierra se unen y lo llamó Beit El, es decir ‘casa de Dios’(Gen. 28, 10). La imagen del Adam Kadmon, muestra al hombre primordial como depositario de las energías del cielo y la tierra, representadas por los triángulos de fuego actuando en armonía dentro de su cuerpo. José de Ribera, “El sueño de Jacob”, 1639. Grabado de Robert Fludd, 1623.

Microcosmos-macrocosmos

 

La energía que hace posible la vida en la tierra es la misma que mueve el universo, palabra que significa que “gira en un mismo sentido”. Esa fuerza también hace que la luz se solidifique dando origen al reino mineral. Macrocosmos y microcosmos son dos partes diferentes de una misma realidad. Macrocosmos y microcosmos.

 

Las medidas del cielo y la tierra

 

Una de las etimologías de la palabra templum sería “aquello delimitado”, el lugar donde lo ilimitado, el cielo, toma forma y se define. Eso es lo que hacían los antiguos sabios: construían en la tierra según una idea o unos esquemas celestes. Ilustración de “Los viajes de Sir John de Mandeville”, 1410-20.

 

El templo y el tiempo

 

Lo ilimitado también puede medirse por el tiempo, una palabra de la misma familia que templo. Al introducir la medida se ordena lo que antes era sólo caos y el calendario se convierte en el reloj de a noche y del día de DiosCalendario azteca.

 

El centro de la creación

 

Construir, delimitar, contar, significan poner orden donde no lo había, ordenar el caos es crear. En el esquema de la planta de un templo cristiano se observa el viaje del fiel del oeste hacia oriente, hacia la luz. Dicha planta está inscrita en una circunferencia que representa el orbe celeste fijado en la tierra. En la construcción del templo deben tenerse en cuenta el movimiento de los astros, las direcciones del espacio y el centro, donde se halla el hombre primordial. Fases sucesivas en el trazado de la planta de un templo cristiano. Miniatura de un manuscrito astrológico del s. XII.

 

El orden

 

En los antiguos yantras hindúes se representaba la reunión de las partes según un orden armónico. En el que presentamos, los colores que forman el todo aluden a los tres estados de la obra alquímica. En la pintura de Mondrian también aparece la representación del orden temporal. Ambas imágenes plasman el orden celeste como representaciones simbólicas de la planta de un templo. Yantra del s. XIX. Pintura de Pier Mondrian

 

Geometría del templo hindú

 

En la India, al hombre primordial se le llama Purusha. En sí mismo incluye toda la creación pues, como explica el mito, el mundo fue creado de las partes del cuerpo de Purusha. En cada una de ellas aparece inscrito uno de los nombres de los distintos dioses que forman el panteón hindú. El esquema del cuerpo de Purusha sirve de patrón simbólico para la gestación del templo. Representación geométrica de Purusha. Distintas plantas de templos hindúes.

 

La piedra de fundamento

 

En el interior del templo se halla la piedra de ángulo, la misma que Jacob utilizó como cabecera. En la India, esa piedra fundamental está representada por el linga de Shiva, su órgano generador. Esta piedra es el axis mundi por el que todo adquiere estabilidad y permanencia. Representación del linga de Shiva. Benarés, India.

 

La elevación, el enderezamiento

 

La energía que representa el linga de Shiva es también la que hace crecer a las semillas de los vegetales. Los artistas visionarios la captan y la representan en sus obras. Así, el impulso secreto que mueve toda la naturaleza es el mismo que anima las formas artísticas. El templo toma forma y se eleva, para reunir la tierra con el cielo. Germinación de una semilla. Antoni Gaudí, una de las chimeneas de la Pedrera, Barcelona.

 

La reconstrucción, el final

 

Buda y todos los sabios que han conocido el misterio simbolizado por el linga de Shiva, son templos vivientes de la divinidad. La imagen de Buda representa el cuerpo áureo del hombre regenerado. En él, como el en templo reconstruido, el cielo y la tierra encuentran un lugar para poder unirse. El oasis es la imagen simbólica que mejor representa la acción regeneradora de la gracia, el agua, en la tierra desértica. Estatua de bronce con un baño de oro, en la que aparecen representados los siete chakras. India, s. XVIII. Oasis en el desierto del Sahara.