El alquimista que ha realizado la Piedra filosofal es, según la tradición hermética, el auténtico artista pues crea un Cielo y una Tierra nuevos. Encarna la imagen del artista demiurgo. Propuesta de Raimon Arola.

La imagen que abre este discurso visual pertenece a un libro de alquimia del siglo XVII. Se trata de una representación del titán Atlas que sostiene sobre su espalda el globo terrestre y las esferas celestes. Que Atlas sostenga el cielo y la tierra significa que sin su esfuerzo el universo entero se desmoronaría. Atlas representa al artista demiurgo, al alquimista que ha conseguido realizar la Piedra filosofal. Su creación corresponde a una realidad oculta, velada a la mirada exterior incapaz de percibir el misterio de la vida pura. Por eso, los alquimistas no se cansan de afirmar que su arte y misterio «sólo deben ser revelados en parábolas», o que «los artistas que conocen el final, intentan esconderlo y guardan en secreto este artificio». El alquimista, o el artista demiurgo, crea un cielo y una tierra nueva y los mantiene por la simplicidad y la prudencia que le aporta la experiencia del pasado y el cuidado del futuro. Esta idea está representada en la famosa obra de William Blake que aparece en la imagen.

 

Para profundizar en la figura del artista demiurgo, comenzamos insistiendo en el sentido hermético de los alfabetos que representan el ordo ab chaos, un orden que manifiesta el oro oculto de los filósofos. El mundo que experimentan nuestros sentidos es un reflejo distorsionado del orden sagrado. De A a Z, de Alfa a Omega, o de Alef a Tav, ya sea el en alfabeto latino, griego o hebreo, el universo entero está contenido dentro de este orden. Por eso, hemos escogido una obra sin título de Robert Motherwell, realizada en 1970, que reproduce con extraordinaria fuerza gestual la grafía de una A mayúscula. Acompaña al dibujo de Motherwell la carta número uno del Tarot de Marsella, editado por primera vez en 1761 por Nicolas Conver, fabricante de cartas establecido en dicha ciudad; se titula Le Bateleur o El mago. Él, como el Atlas, representan al artista que realiza la Gran Obra. Durante el siglo XIX, muchos autores herméticos no dudaron en relacionar los arcanos mayores del Tarot con las letras del alfabeto hebreo. La letra A, la letra número uno, y la lámina I del Tarot aluden al artista hermético que se erige en coadjutor, junto a Dios, de una realidad que sólo puede describirse mediante parábolas o imágenes simbólicas.

 

La realidad sagrada no puede ser profanada y los artistas simbólicos han colocado guardianes ante ella, como los antiguos colocaron las temibles esfinges ante las pirámides, para impedir que los pusilánimes y los intrigantes pudieran acercarse. Louis Cattiaux representa el oro oculto de los filósofos, el fin de la obra,  por medio de una esfera dorada que un misterioso personaje guarda en su regazo, el dedo índice de su mano derecha sobre la boca significa el silencio que debe proteger este misterio.Así se representaba a Harpócrates, el hijo de Isis y Osiris, después de vencer a los poderes del mal y permitir la aparición de la luz sagrada.

 

La letra A posee la forma del triángulo de fuego que crea los mundos, desde el origen de la luz hasta el límite de las tinieblas. En el dibujo se relacionan las partes de dicho triángulo, o compás, con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. La otra imagen también representa la letra A como el principio de la creación; se trata de la inicial de una portada medieval del Apocalipsis, o libro de la Revelación; en su interior, Jesucristo sostiene la letra Omega, pues Él y solamente Él es Alfa y Omega, el principio y el fin de toda la revelación.

 

En el fragmento de un grabado de Michelspacher, el primero de una serie de cuatro, agrupados bajo el título de Cabala, espejo del arte y la naturaleza, en alquimia, la A que aparece en el centro es la letra capital de la palabra Azoth. También se visualiza como un triángulo dentro de un cuadrado y éste, a su vez, se halla inscrito dentro de un círculo construido por el caduceo mercurial, rodeado por las cuatro cualidades elementales: caliente, frío, seco y húmedo. Junto a la palabra Azoth, está escrito Vitriol, al igual que en la filacteria que rodea la figura del Atlas. En esta imagen aparecen los distintos elementos que participan en el arte sagrado de la alquimia.La primera carta del Tarot: la del artista hermético que se ha visto antes, se complementa con la última: el Mundo, que simboliza el final de la Gran Obra. En la carta del Tarot más antiguo que se conoce, el Tarot de Visconti, de mediados del siglo XV, dos ángeles niños, poseedores de la inocencia, sostienen la esfera de la creación oculta donde se halla la ciudad utópica tan buscada por los renacentistas. El conjunto de los arcanos mayores del Tarot, al igual que las letras del alfabeto, son un modo de explicar que la realidad sagrada es completa y única.

 

Simbólicamente el arte de la escritura es sagrado. Así aparece en las caligrafías islámicas que reproducen las palabras del profeta o en los pictogramas chinos. Cuenta una leyenda oriental que, en la noche que Cang Jie inventó la escritura, lloraron los espíritus intermedios, tanto los ángeles como los demonios, pues anunciaba el poder del hombre sobre ellos. Según la tradición, la escritura es el medio para conocer las formas y los procedimientos de los mundos ocultos, así como las signaturas de los mundos manifestados. Los hombres sabios son quienes tienen el poder de reunirlos a ambos.

 

La columna vertebral del Bodhissattva se levanta para unir la tierra con el cielo. Su cuerpo forma un triángulo que, como el compás, marca el ritmo del movimiento del cosmos, del sol, la luna y de todos los astros, mientras que su aura ilumina y vivifica toda la creación. En la Edad Media europea, Hildegarda von Bingen tuvo unas visiones que fueron transcritas e iluminadas. Una de estas iluminaciones muestra la gloria divina representada por la luz blanca del Padre, la luz rojiza del Espíritu Santo y la figura azulada del Hijo. Las distintas partes de la creación se conjugan dinámicamente, concentrándose y dilatándose según el acto creador o el reposo del Único.

 

Las danzas sagradas tienen su origen en el deseo del hombre de integrarse en el ritmo del universo. Dos imágenes muy distintas nos enseñan la magia de los movimientos. En las fiestas populares del sur de Europa aparecen representaciones de dragones que danzan arrojando fuego por su boca. Simbolizan a la naturaleza bruta que debe ser gobernada por algún héroe para tornarse dócil y armónica como podría ser la danza de las cinco mujeres de la pintura de Matisse. Su baile exalta la alegría y gratuidad de la creación, puesto que reproduce el propio movimiento del Creador al realizar su Obra.

 

Cierra este discurso la única pintura propiamente emblemática de Tiziano, una alegoría de la prudencia. En ella aparece el siguiente lema: «Con la experiencia del pasado, el presente actúa prudentemente para no echar a perder la acción futura»; así por medio de la prudencia, el tiempo se concentra en el eterno presente. En el grabado de Basilio Valentin que abre el discurso, el emblema de la Prudencia que aparece abajo a la derecha está sobre un libro cerrado que contiene los misterios del Apocalipsis o revelación.