El aspecto femenino de la divinidad representa el medio para unir lo superior con lo inferior, o dicho de otro modo, el gran todo con lo particular. Raimon Arola

Los alquimistas se refieren a «nuestra agua» para enseñar el aspecto femenino de la divinidad. Así, el agua de estos filósofos no debe ser confundida con el líquido elemental. Para mostrar tal distinción hemos escogido una imagen del Ganges, el río sagrado de la India. La segunda imagen no es esencialmente distinta, pero el río está «representado» por medio de una estatua de la diosa Ganga. Las dos imágenes nos acercan a la distinción entre el río exterior y el río divino. Según los antiguos textos sagrados, quien bebe de las aguas de este último recibe la sabiduría que proviene del cielo y alcanza la unión con el Único.

 

La personificación de la madre universal se remonta a las primeras creaciones humanas y se le ha otorgado un poder mágico. Los hombres del paleolítico tallaban pequeñas efigies femeninas que consagraban a la diosa para que ésta las habitara y beneficiarse de este modo de su poder salvador. El aspecto femenino de la divinidad representaría el medio para unir lo superior con lo inferior, el gran todo con lo particular. En la miniatura de finales del siglo XVIII, influida por la filosofía rosacruz, se mantiene el sentido simbólico primitivo de la madre generadora. El título de esta imagen que representa a la virgen de la sabiduría es Eva celeste y terrestre, Madre de todas las creaciones y sobre la tierra. De ella emanan los distintos círculos de la creación formando un auténtico mandala para la meditación. Es la imagen de la santa naturaleza coronada por la estrella de los magos de Oriente, representada aquí por el símbolo del mercurio.

 

Del mercurio vulgar o volátil se ha dicho que es como una nube negra que yerra perdida en espera de un lugar donde poder fijarse. Pero cuando encuentra su hogar se convertirá en el oro filosófico, tan alabado por los alquimistas.

 

Para el pueblo de los huicholes, la primera aparición de la lluvia significó el origen de un mundo nuevo. La lluvia acudió cuando el héroe de la tribu, Kauyumar, invocó con cantos su nombre secreto. Por medio de la lluvia, el alma del mundo, que es el alimento que necesita la Piedra de los filósofos para llegar a la perfección, desciende sobre la tierra. Una imagen de la relación entre el cielo y la tierra la hallamos en el mito de Osiris, quien, durante su viaje post mortem, se encontró con la diosa Isis, su hermana, que lo alimentó con la leche y la sangre universal a fin de que pudiera llegar hasta la nueva luz de vida. Para representar la «educación», los egipcios pintaban un cielo que dejaba caer lluvia o rocío, pues igual que el agua ayuda al crecimiento de las plantas, la luz divina genera el despertar de la conciencia particular.

 

Louis Cattiaux escribió en El Mensaje Reencontrado: «¿Pensáis hacer algo bueno sin el sol, sin la luna, sin las estrellas, sin el aire, sin el agua y sin la tierra? Entonces, ignoráis la agricultura, que es la ciencia de Dios» (23, 48). La alquimia, al igual que la agricultura, permite que la vida oculta en las semillas se manifieste, pero no sólo en el reino vegetal o animal, sino que actúa también sobre las semillas minerales, por eso es capaz de cultivar el oro. En una de sus pinturas titulada El juicio final, se muestra la germinación de está semilla bajo el influjo de la madre naturaleza quien actúa desde el interior del sol de medianoche. La conjunción de los complementarios, el agua y la tierra, aparece representada en las dos partes que conforman el escudo de los aborígenes Nueva Guinea.

 

Dios creó las dos grandes luminarias en el firmamento, su función era la de iluminar pero también la de ser: «señales para las estaciones, los días y los años» (Génesis 1, 14). Los movimientos del sol y de la luna son el reloj de aquello que gira sin principio ni fin, es decir, el «uni-verso». Cuando Kasimir Malevitx concibió una obra en la que la sensibilidad pura tuviera una total supremacía, tal vez estuviera expresando el impulso primero de la vida y del movimiento sutil. La suave inclinación de los cuadrados es un bello ejemplo del movimiento y del reposo de dos fuerzas complementarias. Los amores de Marte y Venus descritos por la mitología clásica simbolizaban la unión de la fuerza del amor, Venus, con la de la destrucción, Marte. De esta unión nació una diosa llamada Armonía, pues conjugaba perfectamente los dos polos de la creación.

 

En el libro del Azoth, Basilio Valentín propone un símbolo nuevo: una coronada mujer-sirena con doble cola nada en «su mar», mientras que de sus pechos emanan leche y sangre. El texto comienza afirmando que es «una diosa nacida de nuestro propio mar que rodea toda la tierra». Representa a la madre universal, proveedora de todas las manifestaciones de la creación. Alquímicamente se la conoce como el volátil, es decir, el alma del mundo o el medicamento celeste que salva de la muerte. A veces se esconde en un lugar secreto en el interior la tierra, como en una cueva.