Fragmento del «Convite» de Dante Alighieri, con el comentario a este texto de Raimon Arola. Del libro «Textos y glosas sobre el arte sagrado» .

blancEl amor

a) Texto del Convite de Dante 

(Este texto se encuentra al principio del tercer tratado del “Convite”. En él su autor le canta a una dama que representa a la Filosofía al tiempo que desarrolla una interesante teoría del amor.)

El amor que en mi mente, con gran deseo, razona sobre mi dama, me trae frecuentemente cosas que hacen desvariar a mi entendimiento. Su hablar suena con tanta dulzura, que el alma, que lo escucha y siente, exclama: “¡Oh pobre de mí, que no soy capaz de expresar lo que oigo de mi dama!” Cierto es que he de dejar previamen­te, si quiero exponer lo que oigo de ella, todo aquello que mi entendimiento no comprende y, además, gran parte de lo que éste entiende, porque no sabría expresarlo  Por eso, si mis rimas resultan deficientes al entonar la alabanza de esta dama, cúlpese al débil entendimiento y al habla humana, que no es capaz de expresar todo lo que dice el amor.

Si mis rimas resultan deficientes al entonar la alabanza de esta dama, cúlpese al débil entendimiento y al habla humana

No ve el sol, que alrededor de todo el mundo gira, cosa tan bella como en aquella hora en que luce allí donde mora la dama de la cual me hace hablar el amor. Todas las inteligencias de allá arriba la miran, y cuantos aquí abajo se enamoran la encuentran siempre en su pensamiento cuando, en medio de su paz, el amor se hace sentir. Su ser agrada tanto a Aquel que se lo dé, que éste le infunde siempre su virtud por encima de las exigencias de nuestra naturaleza. Su alma pura, que de Dios recibe esta salud, se evidencia en aquel que ella conduce, pues su belleza física muestra tales prendas, que los ojos de aquellos que están donde ella luce envían mensajeros al corazón lleno de deseos, que al respirar el aire se convierten en suspiros.

Desciende sobre ella la virtud divina, como desciende sobre el ángel que la ve. Y si alguna bella dama no lo cree, vaya con ella y observe sus acciones. Pues donde quiera que ella habla adviene un espíritu del cielo que certifica cómo el alto valor que ella posee sobrepasa las comunes conveniencias de nuestro ser. Las acciones suaves  que hacia los demás muestra, van llamando al amor, como lo prueban todos con voz que hace sentir al amor. De ella puede decirse: es bello en cualquier dama todo lo que en ella se halla, y es bello en tanto y cuanto a ella se asemeja. Y puédese decir que su semblante ayuda a creer lo que parece maravilla; por eso nuestra fe se ve ayudada, porque ella fue ordenada así desde la eternidad.

Donde quiera que ella habla adviene un espíritu del cielo que certifica cómo el alto valor que ella posee sobrepasa las comunes conveniencias de nuestro ser.

Cosas aparecen en su aspecto que muestran el placer del paraíso en sus ojos y en su dulce sonrisa, pues allí los trae el amor como a propio lugar suyo. Son cosas que deslumbran a nuestro entendimiento, como un rayo del sol a la débil mirada; y como no puedo mirarla con fijeza, me debo contentar con decir poco. Su belleza despide lenguas de fuego animadas de un espíritu recto, creador de todo buen pensamiento, que rompen como un trueno los vicios que a los hombres envilecen. Por eso, la dama que vea su belleza censurada por no pare­cer quieta y humilde, mire a ésta, que es ejemplo de humildad. Ésta es aquella que humilla a todo perverso; a ésta pensó el que creó el universo.

Canción, pareces decir lo contrario de lo que dice una hermana tuya, pues ésta llama altiva y orgulloso a la dama que tú llamas humilde. Tú sabes que el cielo es siempre luminoso y claro y cómo en sí nunca se enturbia; sin embargo, nuestros ojos, por muchas razones, llaman a la estrella a veces tenebrosa. Por eso, cuando tu hermana la llama altiva, no considera a aquella dama según la realidad, sino según las apariencias, porque el alma temía y todavía teme tanto, que me parece altivo todo cuanto veo allí donde ella me oye. Excúsate así si lo has menester y cuando luego te presentes a mi dama le dirás: “Señora, si os es grato yo hablaré de vos en todas partes”.

El cielo es siempre luminoso y claro y cómo en sí nunca se enturbia; sin embargo, nuestros ojos, por muchas razones, llaman a la estrella a veces tenebrosa

Como hemos explicado en el tratado precedente, mi segundo amor tuvo su origen en el misericordioso sem­blante de una dama. Este amor, al encontrar mi vida dispuesta para su ardor, se convirtió después, a manera de fuego, de pequeña en gran llama; hasta tal punto, que no sólo despierto, sino incluso durmiendo, la luz de esta dama aparecía en mi cabeza. Ni podría decirse ni podría entenderse la grandeza del deseo que el amor me daba de ver a esta dama. Y vivía deseoso no solamente de ella, sino de todas aquellas personas que tenían algu­na proximidad con ella, ya por trato, ya por parentesco. ¡Cuantas noches pasé en las que, mientras los ojos de las demás personas reposan durmiendo, los míos miraban fijamente a la mansión de mi amor! Y como el incendio creciente desea mostrarse también al exterior, porque le resulta imposible quedar escondido, me vino el deseo de hablar sobre el amor; deseo que no podía contener del todo. Y aunque poco era el poder que yo podía tener sobre mis propósitos, sin embargo, ya sea por voluntad del amor, ya sea por mi presteza, me acerqué al tema varias veces, hasta que deliberé y comprendí que en ma­teria de amor no hay conversación más bella ni más provechosa que aquella en la que se alaba a la persona querida.

 

b) Glosa al texto de Dante Alighieri

La realidad que percibimos es un reflejo, más o menos velado, de la realidad trascendente y así podemos verificar que, en la vida de todo mortal, hay momentos que se acercan al proceso del Gran Arte. Por ejemplo, y utilizando una imagen retórica, durante la juventud, ¿quién no ha sentido deseos de escribir unos versos cuando su corazón se ha enamorado? Con el tiempo este impulso desaparece, nos volvemos mayores y responsables, pero es conveniente recordar que, por un momento, hemos experimentado cómo el amor desligaba nuestros labios y una obra de arte brotó de nuestro más profundo interior. Sin amor no hay creación, y los grandes artistas poetas, que se separan de su juventud, se en­cargan de recordárnoslo. Así, la obra de Dante explica perfectamente esta sensación juvenil. En el texto se dice: “Y como el incendio creciente desea mostrarse también al exterior, porque le resulta imposi­ble quedar escondido, me vino el deseo de hablar sobre el amor”.

La realidad que percibimos es un reflejo, más o menos velado, de la realidad trascendente

El Amor cortés de la Edad Me­dia escondía, sin duda, una realidad sagrada y, por eso deberemos acercarnos a este tema desde una clave esotérica. Dante escribe que la bella Dama, la Gentilísima: Despierta el Amor, y no sólo se despierta donde duerme, sino que, allí donde no está en potencia, ella, obrando milagrosamente, lo hace nacer. Eso parece referirse a que esta dama, como una musa celeste o como la ayuda primera que Dios dio al hombre en la Creación, despierta el ser interior oculto y olvidado que dormita en el interior del hombre, la famosa “palabra perdida” de la Ma­sonería, la semilla divina que Adán arrastró en la caída. Cuando esta semilla germina y da frutos aparece la auténtica obra de arte sagrado, que pertenece y nace en Dios por medio de los hombres.

La obra de arte sagrado no puede ser definida por sus representaciones, ya sean religiosas o iniciáticas, pues solamente muestran el aspecto exterior. Se trata de una obra que nace del amor que ha sido despertado, del fuego interior, cuando éste puede manifestarse libremente. Desde el punto de vista tradicional y simbólico el amor no es algo extraño e imprevisible que de vez en cuando aparece en nuestra vida y poco después desaparece, sino que es el motor de toda creación. Barent Coenders van Helpen en su obra La escalera de los sabios, explica que las letras de palabra AMOR podrían ser un acrónimo de la siguiente frase latina: Author Mundi Omnipotens Rex, es decir: El Rey Omnipotente Autor del Mundo.

AMOR.Escalera...

Según los auto­res clásicos, como Parménides, por ejemplo, Amor conci­bió a todos los demás dioses. La crea­ción del mundo y la creación de la obra del arte sagrado son lo mismo, pues tienen el mismo fundamento. Por esta razón escribe el poeta: «Yo soy uno que, cuando el Amor me inspira, escribo, y de este modo voy expresando lo que él dicta dentro de mí» (Purgatorio, 24-25).

Según los auto­res clásicos, Amor conci­bió a todos los demás dioses. La crea­ción del mundo y la creación de la obra del arte sagrado son lo mismo, pues tienen el mismo fundamento

En su obra titulada La Filosofía Oculta, H. C. Agrippa nos proporciona una visión, creemos adecuada, de las palabras de Dante y con ella cerramos esta reflexión:

«El Furor proveniente de Venus, cambia y transmuta el espíritu del hombre en Dios por el ardor del amor y le torna totalmente semejante a Dios, como la propia ima­gen de Dios. Esto hace decir a Hermes: “¡Oh Ascelpios! Es un gran milagro que el hombre, animal honorable y adorable, por tomar la naturaleza de Dios que le con­vierte en Dios, ha conocido la raza de los demonios, de modo que sabe que salió de una fuente parecida a ellos; considera la parte de naturaleza humana en él, fortifica­do por la divinidad de la otra parte”.

El alma, pues, modificada y convertida en semejante a Dios, recibe de él tan grande perfección que conoce todas las cosas por cierto contacto esencial de la divinidad, que la eleva por encima de todo intelecto; por eso Orfeo describe el amor sin ojos, porque está por encima del entendi­miento. Entonces el alma, así convertida en Dios por el amor, y elevada por encima de la esfera intelectual, ade­más de haber adquirido por la pureza de su virtud el espíritu de vaticinio y profecía, efectúa a veces obras más maravillosas y grandes que la naturaleza del mundo, y tal obra se llama milagro. Así como el cielo por su imagen, su luz y su calor realiza cosas que la fuerza del fuego no cumple por su cualidad natural, lo que se apre­cia claramente en las operaciones de alquimia y por la experiencia misma, de igual modo Dios por su imagen y su luz, cumple cosas que el mundo no puede realizar por su virtud innata: la imagen de Dios es el hombre, y quien es semejante a Dios por el furor de Venus sólo vive por el pensamiento, con el corazón lleno de Júpi­ter.