Las montañas simbolizan el lugar del encuentro entre el cielo y la tierra, del hombre con Dios. Discurso visual de Raimon Arola

Introducción. En la cima de las montañas es donde la tierra se sutiliza y se reúne con el cielo. Es también el lugar donde el cielo se condensa y toma cuerpo. Por eso, en casi todas las tradiciones, las montañas han simbolizado el lugar del encuentro del hombre con Dios. Sin embargo, esta reunión sagrada no se produce en cualquier montaña sino sólo sobre una montaña mágica, un lugar secreto al que únicamente pueden acceder los puros que han sido iniciados en los misterios. En la tradición judeocristiana el prototipo de estos personajes es Moisés que subió, el sólo, al monte Sinaí para ir al lugar de su encuentro con Dios como se explica en el Éxodo: “El Señor bajó al monte Sinaí, a la cumbre del monte; llamó el Señor a Moisés a la cima de la montaña y Moisés subió.” (Ex. 19, 20 y 21). Por otra parte, en las entrañas de la montaña se hallan las minas de donde extraen los metales preciosos formados por las influencias del cielo y es justamente allí donde los alquimistas van a buscar el germen de la luz celeste, antes de que se especifique en un metal concreto. La pintura de Joan Miró sugiere magistralmente el encuentro entre lo sutil, representado por la estrella, y lo corpóreo, representado por la mujer-montaña que contiene un secreto, los trazos blancos, en sus entrañas. Joan Miró, “Mujer ante la estrella”, 1974.

1 de 12. El compás creador. William Blake representó al demiurgo como la proyección de un punto luminoso aparecido en medio de la noche increada. De este punto surge el Anciano de los días que crea los universos por medio de un compás. El vértice de dicho compás, que con sus dos lados representan la imagen de la montaña, permanece inmóvil mientras que en su base se origina la creación. William. Blake, “Europa”, 1794.

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2 de 12. El lugar de la pureza. La montaña donde se halla el castillo de Montsegur es el prototipo de los lugares elevados y puros que unen la tierra con el cielo. Su pureza proviene del fuego que las montañas guardan en su interior. Así, al igual que el fuego del atanor purifica los metales impuros, el fuego que arde dentro de las montañas digiere sus impurezas. Quizá por eso, los cátaros construyeron en una de ellas su santuario-fortaleza. Ruinas de Montsegur, s. XIII.

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3 de 12. Exterior-Interior. La catedral de Notre-Dame simboliza el lugar elevado que, contemplado desde el exterior sólo muestra sus osamentas de piedra, mientras que en su interior se manifiesta la gloria divina en forma de luz y color. “Examinadas desde fuera, los rosetones de las catedrales sólo dejan ver su osamenta, pero, vistos desde dentro, su resplandor ilumina al creyente. Así, la palabra de vida oída desde fuera sólo deja ver el hueso de su verdad, mientras que esta misma palabra percibida desde dentro hace saborear la médula nutritiva del creador de todas las cosas” ( El Mensaje Reencontrado XXI, 16).

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4 de 12. La búsqueda del tesoro. Es sabido que en el interior de las montañas se forman los metales preciosos. Por eso, el hombre siempre ha buscado la manera de penetrar en ellas. Sin embargo no es tan fácil acceder al interior de la montaña misteriosa donde se halla la mina del oro filosófico. Tal como aparece en la ilustración alquímica, hay que atravesar el mar de los filósofos y dejar atrás el mundo sublunar. Ilustración del libro “Splendor Solis”, s. XVI.

 

5 de 12. La danza del cosmos. En el interior del templo, al igual que en el interior de la montaña, se halla el fuego que engendra la creación y la destruye. En la imagen del templo hindú, esta energía fija e inmutable está representada por el falo o lingam de Shiva, el núcleo central del templo, alrededor del cual se organizan las diversas partes del conjunto. Como en una danza cósmica en la que las partículas volátiles bailan y son atraídas por un centro fijo. Un momento de la representación del Mahabharata – Sección del alzado de un templo clásico hindú.

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6 de 12. El tránsito entre distintas realidades. Por su verticalidad la montaña es un lugar de tránsito, un espacio sagrado que, al igual que el templo, religa la realidad visible con la invisible. La mezquitas (número 2 en el esquema superior) son un ejemplo perfecto del paso del mundo profano (número 1 en el esquema superior) hacia el centro sagrado, representado en la tradición islámica por la piedra cúbica de la Kaaba (número 2 en el esquema superior). Mezquita de Córdoba – Esquema de tránsitos hacia la Meca.

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7 de 12. La apertura de los cielos. Una vez alcanzado el lugar secreto o centro del mundo, simbolizado en este caso por la Kaaba, los cielos se abren y puede contemplarse la visión de la gloria divina. Por eso, la montaña es el lugar de las visiones y las teofanías tal como aparece representado en la miniatura que muestra el viaje de Mahoma desde la Meca hasta el cielo. La montaña simbolizaría esta ascensión visionaria por el “axis mundi” que religa el cielo con la tierra. Foto de la Kaaba en la Meca – Miniatura que representa el viaje sagrado de Mahoma hacia el cielo.

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8 de 12. La residencia de los dioses. El grabado alquímico de Michelspascher representa la montaña mágica donde se realiza la conjunción del cielo y la tierra, por eso «Coniunction» es el título de la lámina. Una escalera con siete escalones, en los que están inscritos los nombres de siete operaciones alquímicas, asciende hasta el templo que cobija la unión sagrada del rey y la reina. Bajo un techo coronado por un fénix, que ostenta los símbolos del sol y la luna, se hallan los esposos. El lugar se encuentra en el interior de la montaña, que a su vez se levanta en una isla en medio del mar del mundo. En esta montaña sagrada residen los siete dioses planetarios, símbolos también de los siete metales alquímicos, con Mercurio en su cumbre. Una corona zodiacal la rodea, en ella se muestran las correspondencias de las influencias celestes con los sellos de los metales. Cuatro círculos con los nombres de los elementos sellan las cuatro esquinas del grabado. Para penetrar en la montaña y alcanzar la visión de la tan deseada conjunción, el adepto deberá seguir a la liebre, animal que según Horapolo simboliza el conocimiento de los secretos. El profano, con los ojos vendados, permanece ignorante de lo que sucede dentro de la montaña. S. Michelspascher, “Cábala, espejo del arte y la naturaleza en alquimia” 1616.

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9 de 12. La entrada imposible Las stupas nepalíes aparecen como montañas impenetrables en cuyo interior se guarda alguna reliquia de un santo asceta. Su acceso está vedado al fiel que sólo puede dar vueltas a su alrededor. Asimismo, la stupa se muestra como una montaña antropomorforizada, es decir, la imagen del hombre regenerado, el auténtico lugar de unión entre lo más alto y lo más bajo. En la fotografía puede observarse la forma piramidal del conjunto, desde el círculo que forma la base de la stupa, imagen del cielo terrestre, hasta la corona que culmina la piedra cúbica donde están situados los ojos del hombre primordial. Stupa nepalí.

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10 de 12. La piedra de coronación. La conversión de la piedra cúbica, o piedra de fundación en piedra piramidal, imagen del cuerpo perfecto, que culmina y corona la Gran Obra de los filósofos, se ha simbolizado de diversas maneras a lo largo de la historia del arte. La montaña es uno de ellos, pero también el mito que narra del nacimiento de Palas Atenea de la cabeza de Zeus, o la coronación de la Virgen, imagen de la materia pura, sublimada. Cerámica con representación de Palas Atenea surgiendo armada de la cabeza de Zeus. s.IV a. C, – Fra Angelico, “Coronación de la Virgen”, Florencia, 1440.

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11 de 12. El gran viaje. Como hemos dicho, el acceso a la montaña sagrada sólo es posible para el iniciado que conoce el camino. Eso lo saben muy bien los chamanes huicholes que, en su dibujo, han representado el viaje astral de un maestro y su discípulo hacia el lugar mágico de la unión del cielo y la tierra. Para ellos la montaña secreta es el lugar de encuentro con sus ancestros. Tapiz de los indios huicholes.

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12 de 12. El cielo terrestre o la tierra celeste. Cuando el cielo desciende sobre este lugar purificado sobre la tierra para residir en él se produce la unión del espíritu con la materia pura. A este misterio se le llama el cielo terrestre o la tierra que en alquimia se denomina la piedra piramidal: «Luego vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra desaparecieron y el mar ya no existía. Y vi a la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, de junto a Dios engalanada como una novia ataviada para su esposo. Y oí una fuerte voz que decía desde el Trono: “Esta es la morada de Dios con los hombres” (Apocalipsis 21, 1-22). Miniatura del monte Sión como aparece en el Apocalipsis, s. XI.

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