Reflexión de Raimon Arola sobre el versículo 25 del libro 11 de ‘El Mensaje Reencontrado’ de Louis Cattiaux.

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La zarza y el malvado se apartan con el bastón; quien mete ahí la mano se enreda y se desgarra inútilmente.

La sabiduría última es como la inocencia primera, con esta única diferencia: que una se conoce y la otra se ignora.

 

Hacemos observar que todos los comentarios de las palabras inscritas en el Libro son incompletos, pues los reflejos de la cosa no son la cosa misma (El Mensaje Reencontrado 24, 46).

 

Lo que viene a la mente al reflexionar sobre el versículo es que se refiere a una sabiduría que tiene que ver con el espíritu y que es inocente, es decir, y según la etimología de inocente: que no es nociva.

Existe también, y es fácil comprobarlo, una sabiduría maliciosa y perversa. Solo la inocencia reencontrada –está escrito en otro lugar del Mensaje– puede reconciliar a los hombre con Dios, con la naturaleza y con ellos mismos. [1] La inocencia que no dañina sería el retorno a un estado original, es decir, la reconciliación de lo que se separó por la caída de los primeros padres. En aquel momento, lo que era el atributo esencial del ser humano, la inteligencia, se convirtió en algo nocivo puesto que en vez de servir a la unidad consciente entre Creador y criatura, ésta la utilizó para  su propio beneficio.

Otro versículo del Mensaje advierte: La inteligencia nos ha sido dada para que la cabalguemos y sirva a nuestra liberación y no para que nos aplaste y nos encadene en este mundo mezclado. [2] El ser humano es inteligente, pero esta inteligencia, separada de Dios, se convierte en un desastre y genera una sabiduría que encadena al hombre a este mundo en vez de liberarlo. El intelecto –también está escrito en el Mensaje– es la espada llameante y giratoria que nos prohíbe la entrada del jardín de Edén, [3] el intelecto separado es lo que impide que seamos hombres completos, pero es también lo que hace que no seamos solo animales. La inteligencia separada del bien original se convierte en astucia,  al igual que la serpiente que provocó la caída de Adán y Eva: Pero la serpiente era astuta, más que todos los animales del campo que Jehová Dios había hecho; la cual dijo a la mujer: ¿Conque Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto? […], sabe Dios que el día que comiereis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como dioses sabiendo el bien y el mal. [4]

La inteligencia separada del bien original se convierte en astucia, al igual que la serpiente que provocó la caída de Adán y Eva

Al mal no le gusta que el hombre sea el compañero y el espejo de Dios y que ambos compartan la famosa gnosis, saber-que-es-el-mundo. Su estrategia es la separación, quiere enmarañar el saber y colocarlo en un lugar indefinido, lejos del saber-que-es-el-mundo. En el Mensaje se lee: Las ciencias que los hombres profesan exigen sutileza y muchos esfuerzos para ser parcialmente poseídas. La ciencia que Dios enseña requiere simplicidad y paciencia para conocerse en su totalidad. [5] La ciencia de Dios es simple, como un juego de niños. En su “Física y metafísica de la pintura”, Cattiaux explica lo siguiente: La orgullosa creencia en nuestra supuesta civilización y en nuestra pseudo-ciencia, por desgracia, nos impide considerar el misterio de la creación a partir de la simplicidad primera, donde el instinto unido a la intuición reemplazarían brillantemente nuestra rastrera razón razonadora. [6]

Parce evidente que la rastrera razón razonadora tiene que ver con la astucia de la serpiente que sedujo a Eva y la condenó a ella y a su descendencia a una vida fuera del Paraíso y a la pérdida de la inocencia primera. Emmanuel d’Hooghvorst escribió un largo artículo sobre la serpiente del Génesis en el que se preguntaba: ¿Cuál era la naturaleza de este seductor y en qué consistió dicha seducción?, y citaba las palabras de un comentador judío llamado Ets Josef para explicar el sentido de la astucia de la serpiente: En realidad, la obra de la serpiente de la que aquí se habla, no era verdaderamente una obra sino una maquinación, puesto que se suele hablar de obra cuando se refiere a un trabajo corpóreo, y se habla de maquinación cuando se refiere a un deseo en espíritu, ésta es la razón por la cual el cebo es llamado maquinación.[7] La serpiente utilizó la astucia para  unirse a Eva, pero no fue una obra sino una maquinación, sólo en espíritu, que se transmitió a toda su posteridad.  A causa de esta extraña unión se perdió el estado edénico, la inocencia primera. Así puede entenderse que en el Mensaje se compare la sabiduría última con inocencia primera pues la sabiduría última sería un retorno al estado edénico o, quizá mejor dicho, mesiánico.

En realidad, la obra de la serpiente de la que aquí se habla, no era verdaderamente una obra sino una maquinación

La inocencia primera es tanto la de Adán y Eva en el jardín de Edén, como la de los niños que todavía no maquinan en su propio existir, pero también es la inocencia reencontrada de los sabios. Según Paracelso, los tiempos mesiánicos vendrán cuando los juegos inocentes de los niños habrán reemplazado las astucias de los viejos. La penúltima de Las profecías o pronósticos de Paracelso lo explica claramente: Se producirá tal renovación y cambio que serán como niños que nada conocen de la astucia y las intri­gas de los adultos[8] El último pronóstico, donde se describe la llegada del nuevo mundo, va acompañado de la imagen de unos niños jugando como si fueran unos ángeles pintados por Rafael. La sabiduría última en ningún caso es nociva, el Mensaje lo expone de la manera siguiente: Es necesario ser muy instruido y muy poderoso para volverse sencillo y humilde como un niño pequeño. [9]

En la traducción francesa de 1622 del libro alquímico de Salomon Trismosin titulado La Toison d’Or de 1598, se muestra a unos niños jugando, Ludus puerorum, y  se alude al proceso de la Gran Obra alquímica con estas palabras: Esta ciencia se compara muy a propósito y de manera excelente, al juego de los niños porque cualquier arte es justamente denominado juego […], en los cuales los buenos espíritus se deleitan y los doctos obtienen el mismo placer sin ninguna preocupación o enojo como los niños gustan de las cosa frívolas de acuerdo a su modo de ser, y que les hace pasar el tiempo fácilmente sin temer ninguna contrariedad. [10]

En el Mensaje se habla de la sabiduría última, y que ésta, a diferencia de la inocencia de los niños, se conoce y es consciente de sí misma. Los niños son inocentes pues aun no conocen lo propio de la vida encarnada, el deseo y las pasiones. Así, este conocimiento, imprescindible para alcanzar la regeneración de toda la Creación, se convierte en el mayor desafío para el hombre, pues se compara con un viaje por el mundo infernal, donde no penetra la luz divina. Si se supera esta prueba, el error ligado a las pasiones y al ego ya no volverá a perturbar ni invadir la consciencia, por eso el Mensaje afirma en otro lugar: La inocencia reencontrada puede contemplarlo todo, pues solo ella no se extraña de nada, no juzga, ni profana nada.[11]

La inocencia reencontrada se convierte en la sabiduría última que es el empeño natural de todas las tradiciones espirituales. Es un conocer sin interés, sin astucia, generosamente, tal como escribió Emmanuel d’Hooghvorst en uno de sus aforismos: El verdadero candor del hombre vuelto niño, es una gnosis que se guarda. [12]

La inocencia reencontrada es un conocer sin interés, sin astucia, generosamente

El ser humano pretende suprimir las tinieblas no-creadas que lo habitan con su astucia pero el Mensaje advierte una y otra vez de que esto es un sin sentido, al que precisamente se refiere la primera parte del versículo que estudiamos: La zarza y el malvado se apartan con el bastón; quien mete ahí la mano se enreda y se desgarra inútilmente.

No se alcanza la sabiduría última con apaños propios del mundo caído, sino retornando al Paraíso tras haber conocido las miserias físicas y espirituales propias de dicho mundo. Así lo explica el Mensaje: Es absolutamente preciso que los astutos, los orgullosos y los violentos experimenten la absurdidad de sus sistemas. Por desgracia, esto se hace primero a costa de los inocentes antes de volverse contra ellos. Cesemos, pues, de ser tan inteligentes en el mundo, a fin de volvernos cada vez más sencillos en Dios. “El peor engaño es tener las manos limpias y el corazón sucio”. [13]  Los sistemas de los muy inteligentes son los intentos de arreglar aquello que no puede ser arreglado, pues no pertenece a la creación. Es una ilusión que se debe atravesar para encontrar la conciencia de lo-que-no-es; en este sentido se trata de una ilusión fecunda. [14] En otro apartado veremos como en el Mensaje se enseña que en las tinieblas de lo-que-no-es se encuentra algo valioso.

Los intentos de arreglar aquello que no puede ser arreglado, es una ilusión que se debe atravesar para encontrar la conciencia de lo-que-no-es

Lo que aquí nos importa es reconocer que la inocencia primera y la sabiduría última se refieren a la unión del Hombre con Dios, que en el Mensaje se define como la alegría de Dios puesto que su creación se ha completado; he aquí un ejemplo: La alegría de Dios está en la unión de los sabios y en la plegaria de los santos, como está en la inspiración de los artistas, en el juego de los niños y en los cantos de toda la naturaleza. [15]

Cuando comentemos una Escritura santa, un rito o un símbolo, añadamos para los oyentes y para nosotros mismos: “He aquí una de las numerosas interpretaciones de la verdad Una. Dios es el único dueño de la vestidura y de la desnudez(El Mensaje Reencontrado 15, 4).

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INFORMACIÓN LIBRO

NOTAS

  • [1] El Mensaje Reencontrado, § 23, 45.
  • [2] El Mensaje Reencontrado, § 18, 8.
  • [3] El Mensaje Reencontrado, §  12, 2.
  • [4] Génesis 3, 1 y 5
  • [5] El Mensaje Reencontrado, §  2, 57.
  • [6] Física y metafísica de la pintura, Arola, Tarragona 2012, p. 45.
  • [7] Hilo de Penélope I, Arola, Tarragona 2000, p. 294.
  • [8] Paracelso, Tres tratados esotéricos, Luis Cárcamo editor, Madrid 1977, p. 69; fig. 31.
  • [9] El Mensaje Reencontrado, § 2, 62.
  • [10] Salomon Trismosin, La Toison d’Or ou La fleur des trésors, Retz, Paris 1975, fig. 20, p. 114.
  • [11] El Mensaje Reencontrado, § 15, 26
  • [12] El Hilo.., cit., p. 84.
  • [13] El Mensaje Reencontrado, § 13, 23.
  • [14] Ver el epílogo de Òscar Pujol a su libro La ilusión fecunda. El pensamiento de Śamkara, Pretextos, Valencia 2015, pp. 243-246.
  • [15] El Mensaje Reencontrado, § 11, 8.