Este estudio pertenece al primer volumen de la obra de EMMANUEL D’HOOGHVORST “El Hilo de Penélope” y se refiere al pasaje en el que Ulises evoca al ciego Tiresias de entre los muertos.

 

No hay duda de que los grandes poemas de la Antigüedad no eran obras literarias en el sen­tido moderno, sino revelaciones poéticas de la Gran Obra, que también es un Gran Arte. La Odisea no escapa a esta definición. Tal es el punto de vista que hemos propuesto al princi­pio de este estudio. El héroe principal del poema, Ulises, cuyo nombre significa ‘el irri­tado’, no es otra cosa, hemos dicho, que el mercurio vulgar, que no es el del termómetro, sino el oro volátil en busca de su tierra, Ítaca y permanece vagabundo e irritado mientras no la encuentra. En esto se parece a la diosa Juno de los romanos que la Eneida nos muestra colérica y celosa de Eneas, hijo de Venus o la belleza de los cuerpos. También hemos aso­ciado a Ulises uno de los grandes nombres sagrados de los misterios de Eleusis, Hue, ‘llueve’; nos parece que es el nombre que mejor corresponde a este mercurio vagabundo.

Tras numerosas aventuras, Ulises y sus compañeros, definidos como los alquimistas vulgares, abordan la isla de la famosa maga Circe. Allí, con la ayuda de una droga elaborada por ella, convierte en cerdos a una parte de sus compañeros, que recobrarán su aspecto pri­mero gracias a la intervención de Ulises, poseedor de la célebre planta moly, revelada por Hermes.

Por último, dejamos a Ulises y sus compañeros viviendo en casa de Circe, ya reconciliada, disfrutando de los placeres y banquetes. Ulises se convierte en su amante, pero esta unión, como bien podemos imagi­nar, no será definitiva, pues nuestro héroe conserva siempre la nostal­gia de su tierra natal, la pedregosa Ítaca, la única que podrá fijarlo definitivamente junto a su padre Laertes y a su esposa Penélope.

 

LOS CONSEJOS DE CIRCE

Ahora abramos la Odisea. Cuando, al año cumplido en casa de Circe, vuelve la primavera, la nostalgia del país natal vuelve a invadir a los compañeros:

Al ponerse el sol […] –dice Ulises– al suntuoso lecho de Circe subí y, supli­cante, abracé sus rodillas; atenta la diosa, me escuchó: «Tiempo es ya de que cumplas, ¡oh Circe! tu palabra y ayudes a mi regreso a la patria: ya todo mi deseo me impele hacia ella» […]. (X, 478-484)

Al punto repone la diosa Circe con el siguiente consejo:

[…] Primero habréis de hacer ruta hacia las moradas de Hades y de la temi­ble Perséfone, a fin de pedir consejo a la sombra del ciego adivino Tiresias, el tebano, que guarda entera su sabiduría, pues Perséfone quiso que solo él conservara incluso en la muerte, sentido y razón,[1] entre el revoltijo de las sombras. (X, 490-495)

Y a Ulises, preocupado por la manera de alcanzar la morada de los muertos, Circe responde:

No te tome ninguna ansiedad por el guía de tu nave: ¡zarpa! y cuando erijas el mástil y tiendas el blanco velamen, en el barco sentado confíate a los soplos del bóreas que os llevará. (X, 505-507)

Circe prosigue sus instrucciones y descubre a Ulises la ruta que deberá seguir en la morada de los muertos después de haber cruzado el océano. No nos extenderemos en las precisiones de esta topografía, iremos directamente a la evocación de los muertos propiamente dicha.

 

LA EVOCACIÓN DE LOS MUERTOS

Ulises y sus compañeros emprenden la ruta con el navío y la «terri­ble Circe, dotada de habla humana» (XI, 7) manda a los navegantes del Hades «un valeroso compañero, una brisa propicia que henchirá sus velas…» (XI, 8), de forma que, sentados en la nave, no deben hacer nada más que «dejar su rumbo al piloto y al viento…» (XI, 10). Aquella misma tarde, los compañeros llegan al país de los cimerios:

[…] Este pueblo vive siempre envuelto en nubes y en bruma, que el sol desde arriba jamás con sus rayos atraviesa […] pues sobre estos desafortu­nados se cierne una noche de muerte. (XI, 15-19)

Los ocultistas conocen bien estas tinieblas cimerias próximas al reino de los muertos y más allá del cual se halla el país de los hiperbó­reos, que viven en un estado de felicidad perfecta bajo el reino de Apolo: este lugar, donde el sol siempre brilla, se encuentra más allá del viento del norte; por ello es denominado hiperbóreo. Pero aquí no vamos a tra­tar el tema de los altos hiperbóreos rubios. El bóreas no puede condu­cir a Ulises y a sus compañeros sino al umbral del reino de los muertos, el Hades, el mundo oculto de la noche eterna, y allí tendrá lugar la famosa evocación del adivino Tiresias.

Tras haber arribado a la orilla del Hades, los viajeros del oculto siguen el itinerario señalado por Circe. Una vez en el lugar prescrito, Ulises excava una fosa cuadrada de un codo, liba allí mismo tres veces al común de los muertos derramando leche con miel, vino dulce y, por último, agua pura; luego, esparcida la cándida harina en la fosa, ruega e implora a los muertos, «cabezas sin brío» (XI, 29). Finalmente, coge las víctimas animales, les corta el cuello «encima de la fosa donde se desparrama la sangre en sombríos vapores» (XI, 36). Del fondo del Érebo se reúnen entonces «las sombras de los difuntos que duermen en la muerte» (XI, 37). Esgrimiendo su espada sobre la sangre esparcida, Ulises contiene a las sombras sin dejarles llegar a la sangre mientras Tiresias no se haya manifestado.

Aquí tenemos la descripción de una evocación, de una operación necromántica, tal y como los intrépidos ocultistas podrían todavía practicarla hoy en día: se evoca, se esparce la sangre cuya emanación, «los sombríos vapores», gusta a los espíritus de los muertos, los reanima y sirve de vínculo entre dos mundos, y, para contenerlos, sin dejar que se aproximen, se utiliza una punta metálica. Por razones fáci­les de comprender, no nos extenderemos más de lo necesario sobre este peligroso episodio. Los misterios de la muerte eran conocidos y experi­mentados en la antigüedad mucho mejor que hoy en día, en que la gente se conforma con revelaciones llamadas científicas, consoladoras e inconsistentes, como, por ejemplo, La vie après la vie[1] o Les morts nous parlent,[2] literatura que anestesia al lector y que no instruye en nada sobre los terribles misterios del más allá, cuya experimentación exigiría una determina­ción y un saber poco frecuente.

Pero los episodios de la Odisea son una relación figurada de la Gran Obra y la Nékuia no escapa a esta regla. Dado que los antiguos conocían perfectamente el saber que despierta a los muertos dormidos y las sangrientas prácticas evocatorias, no habría ninguna revelación en esta pasaje. Por tanto, el sentido profundo de este episodio deberá buscarse en otra parte. Conduciremos, pues, nuestra investigación por los enigmas de la mitología, y el personaje del adivino Tiresias, escogido por Homero, nos aportará la solución.

TIRESIAS, EL CIEGO ADIVINO

Observemos ante todo que Tiresias es presentado como tebano. Aquella famosa ciudad, capital de Beocia, fue, junto con Atenas y Esparta, una de las tres ciudades más poderosas de la Hélade; en el año 371 a. C., tras la batalla de Leuctras, incluso llegó a adquirir la hegemonía sobre Grecia entera. Su origen mitológico atraerá toda nues­tra atención. Parece ser que fue fundada por el fenicio Cadmos, inventor del alfabeto y gracias a él fue cómo el uso de las letras se introdujo en Grecia. Fue la cuna, según la leyenda, no sólo de Tiresias sino también de Dioniso y de Hércules. Dioniso era el dios del vino y el vino incita a hablar: el hombre ebrio entrega su secreto. En cuanto a Hércules, fue, por sus famosos trabajos, una figura del Adepto de la Gran Obra. Tebas tenía siete puertas y estas puertas eran de eléc­trum. Siendo siete el número del alma del mundo, o alma creadora, no es difícil sospechar que estas siete puertas no eran más que una sola, cuyo misterioso eléctrum era el más bello ornamento.

Pero, ¿quién era Tiresias y por qué se había quedado ciego? Su leyenda nos ha sido transmitida por Ovidio en el tercer libro de sus Metamorfosis. La citamos íntegramente:

[…] Cuentan que casualmente Júpiter, aliviado por el néctar, había dejado de lado sus pesadas preocupaciones y se había entregado a dulces entrete­nimientos con la despreocupada Juno y había dicho: «Verdaderamente, es mayor vuestro placer que el que corresponde a los varones». Ella lo niega; les pareció bien investigar cuál era la opinión del sabio Tiresias pues éste tenía conocimiento de los placeres de ambos sexos. En efecto, con un golpe de bastón había golpeado los cuerpos de dos grandes serpientes que se apareaban en un verde bosque y, convertido de hombre en mujer, ¡oh hecho admirable!, había vivido siete otoños; en el octavo, vio de nuevo a las mismas y dijo: «Si es tan grande el poder de vuestra herida que cambia la condición del que ha golpeado en lo contrario, también ahora os voy a herir». Golpeadas las mismas serpientes, volvió su figura anterior y apare­ció el aspecto con el que había nacido. Tomado por tanto éste como árbitro de la burlesca contienda, confirma las palabras de Júpiter; se dice que la hija de Saturno se enfadó más de lo justo y en proporción inversa al motivo, y condenó a una noche eterna los ojos de su juez. Pero el padre todopoderoso, pues no está permitido a ningún dios invalidar las acciones de otro dios, en compensación de la luz de la que había sido privada le con­cedió el don de conocer el futuro y suavizó el castigo con tal honor.[3]

¿Por qué era necesario que Ulises fuera a consultar el decir de Tire­sias? El Hue, uno de los nombres del alma del mundo, ¿no tiene que bajar al infierno mineral para liberar la simiente del oro que se encuen­tra allí enterrada? Ciertamente, el alma del mundo no es otra cosa que el famoso disolvente quymico que tantos buscadores se empeñan vana­mente en inventar. Es la sustancia misma del oro que se ha hecho pal­pable en el eléctrum; éste es el famoso secreto ancestral, el fundamento de la obra, que disuelve el oro vil tan simple y suavemente como el hielo se funde poco a poco en agua templada. ¿Quién podría creer que una sencilla moneda de oro pueda ser disuelta por el alma del mundo? Sin embargo, éste es el primer secreto de la filosofía, una locura para la mayoría y una maravillosa revelación para algunos en el transcurso de los siglos: «Y respecto a esta sustancia por la cual el oro y la plata son disueltos natu­ral y filosóficamente, nadie debe imaginarse que sea otra cosa que el alma general del mundo extraída de los cuerpos superiores y atraída por los imanes y medios filosóficos, pero sobre todo de los rayos del Sol y de la Luna […].[4] Y también: «Nuestra agua es un agua celeste que no moja las manos, no vulgar, y es casi como agua de lluvia; el cuerpo es el oro que proporciona la semilla».[5 ]

A partir de aquí comprenderemos el significado profundo de aquel descenso de Ulises o Hue, a fin de evocar a Tiresias, palabra de Arte que ha callado en el oro vulgar, convertido en el infierno mineral. Era necesario que el Hue bendito, es decir, descendido, limpiara allí el vicio que había como paralizado y congelado a este oro. La idea del Arte es el Hue celeste; a través de Tiresias se expresa, pues en la simiente se encuentra el programa o idea expresada de toda creación. El medio es el eléctrum o el Hue bien alojado.

Veamos de nuevo el texto del sabio Ovidio que nos dice la natura­leza del coagulante Tiresias. Nos esforzaremos, en la medida en que lo hayamos comprendido nosotros mismos, en proponer su explicación.

En primer lugar, se leerá Tiresias el ciego en ese pote que selló Juno, o el aire que fluye en dote de oro. Tengo negrura, dice este pote, pues su contenido no puede ser contemplado antes del tiempo del Arte: éste es el color negro tan descrito en los libros. Sin embargo, es como una mancia ciega, como una pre-dicción, pues en esta admirable con­junción, el discípulo puede contemplar en un relámpago el genio de la Obra.

La unión de las dos serpientes expresa el solve y el coagula, que son la mujer para el solve, que se convierte en hombre en la coagula­ción. He aquí a los dos sexos sucesivos de Tiresias; el número siete, como ya lo hemos propuesto, firma la acción creadora del alma del mundo. Añadamos que las serpientes entrelazadas son como la medida dada a lo ilimitado. Dar medida al sin límite es el Arte bajo todas sus formas. Por ejemplo, la palabra da medida y forma al pensamiento… al igual que la pura medida del sueño divino del oro que voló, se fija en un cuerpo admirable y resplandeciente. Es así como el oro vil vuelve a encontrar una naturaleza y un cuerpo celestes. Todo ello se realiza en el atanor donde humeó esta hembra descendida de negro penetrante, purgando el dolo de la edad de hierro.

¡Qué poeta, aquel discípulo del Arte que prepara y dispone este comercio donde Isis y Osiris se conocerán, dos en uno, ¡Pan leído! Es la edad de oro madurando en un pote. Los novios del Arte son, pues, como dos sentidos, el solve y el coagula leídos en uno solo. Sin quymica este oro vil no se regenera.

En cuanto al bastón de Tiresias es el fuego mismo puesto en un pote. Se dice de él que es hembra durante siete años, pues no hay oro sin disolución, y se dice que es macho en la coagulación. Es la fragua de un puro amor. Así pues, dos golpes, uno para el volátil y otro para el fijo, pero un solo bastón, un solo fuego, pesado. El bastón revela lo que mató la ignorancia del vicio; pues el ignorante leyó la química ligando el Eón de este mundo desafortunado, y aquél que predicó una tal obra sacó su fe del sueño sin peso.

Así es cómo se madura el oro quymico, como, de una Dama, el hom­bre del Arte se madura: Tiresias elevándose del infierno mineral.

¡Oh cocer el viento en una palabra!
¡Oh VIVE! ¡Texto de Oro! ¡Sexo puro!
¡Faz de Arte! ¡Quymica pesada!
¡Miel cocida! ¡Eón en sal!
¡Sendero de luz!
¡Sudorosa escuela!
¡Sangre púrpura que fluye en fusión metálica!

Pensamos que la continuación de este episodio de la Odisea no añade nada esencial a esta enseñanza. Quizá se trate de interpolacio­nes: Ulises, tras evocar la sombra de Tiresias, evoca la de su madre Anticlea, y luego a diferentes personajes, como Agamenón, su compa­ñero de combate degollado a traición a su regreso de Troya por su esposa Clitemnestra; luego evoca a Aquiles, asesinado en el sitio de la ciudad…

Habiendo recibido de Tiresias algo así como el programa de su regreso, Ulises reemprende el camino de Ítaca. Sin embargo, se retrasa en varias ocasiones y tiene que afrontar nuevos peligros dispuestos en su camino. Entre ellos se encuentra el episodio de las sirenas y de los monstruos Caribdis y Escila, episodio al que, si Dios quiere, dedicare­mos un próximo estudio.

 

 

NOTAS;.

[1] Dr. R. Moody, La vie après la vie, ed. Robert Laffont, París, 1977. (Existe una traduc­ción al español: Vida después de la vida, ed. Edaf, Madrid, 1999.)

[2] F. Brune, Les morts nous parlent, ed. Le felin, París, 1997. (Existe una traducción al español: Los muertos nos hablan, ed. Edaf, Madrid, 1999.)

[3] Ovidio, Metamorfosis, texto fijado y traducido por G. Lafaye, ed. Les Belles Lettres, París, 1957: III, 318-338.

[4] J. Colleson, L’ idée parfaite de la Philosophie Hermétique, según el texto latino publi­cado en el Theatrum Chemicum, ed. Zetzner, Argentorati, Estrasburgo, 1661, vol. VI, p. 152. (Existe una traducción al español: «La idea perfecta de la filosofía hermética» en La Puerta, n.º 24, 1986.)

[5] Le Cosmopolite ou Nouvelle Lumière Chymique, p. 78.