Fragmento del prólogo de Raimon Arola que abre el volumen de la Biblioteca La Puerta titulado “Creer lo increíble o lo antiguo y lo nuevo en la historia de las religiones” con textos de Emmanuel y Charles d’Hooghvorst.

 

Video introductorio

 

Presentación

A primera vista, este libro podría oarecer un compendio de reflexiones y presentaciones sobre la obra de Louisa Cattiaux, pero en el fondo se trata de algo más simple, es el relato de una amistad. Una amistad como las narradas en las epopeyas históricas y que era el origen de las grandes gestas que los mortales realizaban en compañía de los dioses. Una proposición de Kant sobre la amistad dice: «La amistad presenta principalmente el carácter de lo sublime; el amor de lo bello». Pues bien, la amistad que se intentará describir aquí fue tan sublime que parecería haber sido originada por los dioses más que por los méritos de sus protagonistas . Por eso debe hablarse de una amistad ejemplar, casi simbólica, que merece ser recordada. Una amistad que no se fundamenta en un sentimiento humano, sino en el contenido de la misteriosa obra de Louis-Ghislain Cattiaux. El Mensaje Reencotrado. «los verdaderos amigos -está escrito en este libro- permanecen siempre unicos en el Señor dorado».

Este libro podría oarecer un compendio de reflexiones sobre la obra de Louisa Cattiaux, pero se trata de algo más simple, es el relato de una amistad.

La manera cómo se cultivó la amistad que aquí se narra fue, en cierto sentido, la continuación de dicha obra.  (…)

Cattiaux dejó este mundo sin que su obra alcanzara ningún éxito. Tampoco hizo nada para lograrlo, pues se dedicó en cuerpo y alma a escribir un libro insólito: Le Message Retrouvé, una obra extraña y terriblemente enigmática, fuera de cualquier contexto intelectual o artístico de su época. Charles d’Hooghvorst, escribió respecto a este libro: «Lo que caracteriza Le Message Retrouvé es, ciertamente, su originalidad. No puede incluirse en ninguna de las corrientes del pensamiento espiritual de nuestra época».

La creación artística

En un breve ensayo titulado Physique et Métaphysique de la Peinture, Cattiaux se dedicó a reflexionar acerca de «lo nuevo» en la creación artística, aunque, como veremos más adelante, su intención no se agotaba ni se limitaba al mundo de las vanguardias artísticas, sino que abarcaba el conjunto del espíritu humano; pues como él mismo escribió:

La pintura, como las demás artes, también es un medio para descubrir los mundos que gravitan en nosotros y alrededor nuestro. Poner en circulación una obra de arte es una señal de reconocimiento destinada a reunir en una misma comunión a individuos que tienen una cultura y sensibilidad idénticas. El destino de la obra de arte es, pues, permitir que la humanidad media entre en relación con la esencia oculta de los seres y de las cosas.

En este fragmento, Cattiaux, se refiere a la obra de arte creada por un artista auténtico, que contempla directamente los mundos que “gravitan en su interior y a su alrededor”. Una realidad “otra” que sólo él contempla y que, por lo tanto, es el único que puede dar testimonio de su existencia. Cada vez que un genio alcanza a observar aquello que normalmente no es percibido y lo manifiesta al exterior, está generando algo “nuevo”, pese a que lo que observa sea tan antiguo como el mundo mismo.

La pintura, como las demás artes, también es un medio para descubrir los mundos que gravitan en nosotros y alrededor nuestro

Hablamos de un conocimiento, el de los artistas y de los santos, más próximo al saber inductivo y a la analogía que al saber lógico y deductivo. El saber del verdadero creador no nace de la inteligencia que especula, sino de la que sabe por su experiencia o, más exactamente, por la conciencia de su experiencia. Desde el pensamiento lógico no es posible explicar esta sabiduría y dicha imposibilidad confirma la evidencia de que el objeto de conocimiento es distinto. Como si se percibieran visiones diferentes mirando lo mismo. Tampoco la perspectiva de la visión es igual. Así, lo que para uno es motivo de estudio y análisis, para el otro es motivo de alabanza.

El saber del creador y del poeta se expresa por medio de las obras de arte, a través de su belleza, de su magia y de su misterio. Cattiaux utilizó una cita de William Blake para manifestar lo que pretendía explicar: «La poesía, la pintura y la música son los tres poderes que el hombre tiene para conversar con el paraíso», identificando el paraíso con la «otra» realidad, que es el objeto del conocimiento, del saber y de la alabanza de los artistas.

«La poesía, la pintura y la música son los tres poderes que el hombre tiene para conversar con el paraíso»

Pero el caso de este autor es curioso y paradójico, puesto que cuando redactó la Physique et Métaphysique de la Peinture, poco tiempo antes de dejar este mundo, la pintura prácticamente no le interesaba. Así aparece explicado en una de sus cartas escrita en aquella época:

Me doy cuenta con terror de que las cosas del mundo ya no me interesan mucho, e incluso nada de nada y que sólo Dios y su misterio de vida me apasionan verdaderamente; digo con terror, pues incluso la pintura se ha vuelto una carga para mí y sólo la contemplación del Único me atrae y me proporciona el descanso y la alegría; es cierto que ya ni siquiera puedo pintar […] ¿Cómo puedo decir esto a mis parientes o a mis amigos sin escandalizarlos por completo? Ya es bastante terrible sentir sobre mí el peso de su reprobación muda u oír sus reproches o sufrir sus consejos. Me gustaría complacerles trabajando como todo el mundo y triunfando, como dicen, pero mi naturaleza se opone a ello absolutamente y no tengo valor para violentarme en este mundo lleno de violencia y de muerte. No es que crea que la búsqueda del Señor se antepone a todo lo demás: lo siento, lo sé y lo veo con mis ojos abiertos en el mundo que me rodea, y él está aquí y me responde a través del velo delgadísimo que aún me separa de su secreto; es enloquecedor, la tentación se vuelve loca y hay que ser como el diamante para no ser pulverizado.

Corría el año 1950, Cattiaux estaba terminando su obra cumbre, Le Message Retrouvé, en el que, en tres o cuatro páginas, condensó las ideas básicas de la Physique et Métaphysique de la Peinture.] Sus antiguos amigos, poetas y pintores, desaparecieron poco a poco de su entorno, pues su vida se hallaba entonces totalmente abocada a la búsqueda de la contemplación del Único, lo que Blake había denominado «conversar con el paraíso». Su arte encontró lo que buscaba… ¡pero aquello tenía muy poco que ver con la estética!

Cattiaux encontró lo que buscaba… ¡pero aquello tenía muy poco que ver con la estética!

Creer lo increíble

Un poco antes, a mediados de 1949, Cattiaux había entablado nuevas amistades. Entre ellas, la que sin ningún genero de dudas se convertiría en la más importante, casi exclusiva, fue su relación con la familia de Pallandt, es decir, con la familia van der Linden d’Hooghvorst.] La relación de Cattiaux con los d’Hooghvorst fue breve, pero de una inusitada intensidad. Se desarrolló a lo largo de poco más de cuatro años, pues en el verano de 1953, el pintor y poeta abandonó súbitamente este mundo, «desapareció un día, como Merlín disuelto por el hada Viviana». Se fue, pero no dejó solos a sus nuevos amigos, les legó Le Message Retrouvé donde se albergaba su espíritu generoso y se revelaba su saber «loco».

Los textos que aquí presentamos pretenden desarrollar el amplio sentido de la frase que abre Le Message Retrouvé: «Creer lo increíble». Increíble no es o, al menos, no debería ser, sinónimo de imposible. Lo imposible es una negación objetiva, lo increíble, es subjetiva, pues no desdice la posible existencia ni la verdad de lo que se postula, simplemente se cuestiona el origen del universo imaginario del sujeto que cree. Lo increíble no puede ser inferido a partir de una reflexión, sino que aparece inesperadamente en la conciencia; no procede de la mente, por lo que jamás es el fruto de una deducción. Obligatoriamente, lo increíble es algo que «es dado». El barón d’Hooghvorst lo aclara cuando precisa que “creen porque han recibido el don del cielo de poder creer lo increíble”. El mismo Cattiaux escribió lo siguiente: “incluso los creyentes han dejado de creer que Dios aún es capaz de hablar directamente a sus hijos” (MR 19, 48). Pero, el hombre del siglo XXI, ¿qué atención puede prestar a algo que no emane de su voluntad ni de su inteligencia?

Increíble no es o, al menos, no debería ser, sinónimo de imposible. Lo imposible es una negación objetiva, lo increíble, es subjetiva, pues no desdice la posible existencia ni la verdad de lo que se postula.

Tal y como se refleja en la historia de las religiones, o en la historia del arte, en general cuesta de admitir en el presente lo que parecía creíble en tiempos pasados. Comentar un milagro ocurrido en la Edad Media, incluso una visión, parece menos controvertido que referirse a uno acaecido ayer, como si su ubicación temporal los hiciera distintos. Por otro lado, lo «increíble» se acostumbre a relacionar con lo «nuevo». El libro de Cattiaux parece «increíble» porque es «nuevo»; su credibilidad se cuestiona esencialmente por este hecho. El propio título del libro incide en este aspecto: Le Message Retrouvé, es decir, «el mensaje encontrado de nuevo», aunque quizá sería más correcto variar las señas tipográficas de la manera siguiente: «el mensaje encontrado de nuevo»; a fin de resaltar la importancia del mensaje como tal y no su novedad.

Sin embargo, la «novedad» vivifica el «mensaje», pues lo contrario significaría un mensaje muerto en la letra y clavado en el tiempo. Lo «nuevo» en la historia de las religiones no es otra cosa que lo más «antiguo», encontrado de nuevo, es decir, el retorno a las fuentes originales para enderezar lo que se había torcido y «reencontrar» aquello que se había perdido. Y esto es lo que, al mundo actual, admirado con los nuevos descubrimientos de la ciencia, le parece increíble. ¿Cómo se puede considerar nuevo algo antiguo? Sin ni siquiera pensar en que la novedad consiste en el descubrimiento de un mensaje, de una sabiduría que permanece oculta tanto ahora y en la antigüedad, porque se trata de algo interior que no pertenece a la realidad cotidiana sino a otra realidad. La tradición hebrea, habla del “este mundo” y “el mundo por venir” pues bien, lo nuevo consiste en penetrar en el “mundo por venir”. Descubrir el nuevo mundo.

El hermetismo

En sus escritos, Emmanuel y Charles d’Hooghvorst insistieron siempre en que el mensaje de Cattiaux no era otro que el mensaje de Hermes, el mítico inventor de la alquimia, la agricultura y la escritura. En la mitología griega, el dios Hermes personificaba el mensaje de los dioses; Eustacio explica la etimología del nombre del dios de la siguiente manera: «Hermes: aquel que dice, es decir, el que aporta el mensaje de los dioses». El hermetismo sería pues «la palabra o el mensaje» de los dioses, siempre el mismo, pero siempre «nuevo»; es decir, reencontrado en cada época y en cada contexto.

El hermetismo sería pues «la palabra o el mensaje» de los dioses, siempre el mismo, pero siempre «nuevo»; es decir, reencontrado en cada época y en cada contexto.

Al estudiar las influencias del hermetismo antiguo en los escritos del gran místico persa Sohravardî, Henry Corbin se dio cuenta de que la cuestión a dilucidar era, una vez más, la relación entre lo «antiguo» y lo «nuevo», de manera que sus reflexiones se centraron en el siguiente presupuesto:

Se abusa con demasiada facilidad del término «sincretismo», utilizado con frecuencia a modo de argumento para desautorizar algún generoso proyecto de poner de nuevo en presente doctrinas que se suponían pertenecían a un «pasado irrecuperable». Ahora bien, nada es más fluctuante que esa noción de «pasado», que depende en realidad de un presupuesto o una decisión siempre susceptible de ser superada por otra que vuelva a dar porvenir a ese pasado. Ésta es un poco, a lo largo de los siglos, la historia de la gnosis. La instauración por Sohravardî, en el siglo XII, de una «teosofía oriental» no ha escapado a este juicio tan sumario como superficial, dictado por quienes sólo pudieron tener un conocimiento precario y superficial de la obra de Sohravardî. De hecho, como en cualquier otra sistematización personal, se encuentran en ella elementos materialmente identificables […]. Pero la ordenación de estos materiales en una estructura nueva está regida por una intuición central tan original como constante.

Difícilmente se podría expresar mejor el sentido de la «re-novación» o estructura «nueva», pero al lector de este filósofo de las religiones le correspondería hacerse la siguiente pregunta, ¿a qué se refiere Corbin con una «intuición central»? ¿qué muestra y qué esconde con estas palabras? A menudo, al leer este fragmento u otros parecidos de Corbin, nos asalta la tentación de creer que ocultan mucho más de lo que explican. Quizá sea la historiografía del arte la que más haya profundizado en el misterio de la «intuición central», puesto que el arte no puede existir sin ella. La «intuición central» es el origen de toda creación genial.

La «intuición central» es el origen de toda creación genial.

 

El arte de Dios

Hemos apuntado que al final de su vida Cattiaux casi abandonó la pintura para dedicarse en cuerpo y alma a la redacción de Le Message Retrouvé, pero no hemos dicho que renunciara al arte, sino todo lo contrario, sin embargo, el arte que le ocupaba no es el que puede verse colgado de las paredes de los museos. El arte que había seducido el corazón de Cattiaux, incluía todas las artes particulares y se unía con lo más profundo de la tradición sagrada.

Siguiendo la vía del arte sería posible llegar hasta el origen del saber y este camino estaría descrito en Le Message Retrouvé con las siguientes palabras: «Hay que tener un don genial para ejercer las bellas artes en este mundo. Y hay que tener un don angelical para rogar y alabar al Señor del cielo y de la tierra. Pero hay que tener un don divino para prac­ticar el gran ARTE del Todopo­de­roso aquí aba­jo» (MR 35, 43).

«Hay que tener un don genial para ejercer las bellas artes en este mundo. Y hay que tener un don angelical para rogar y alabar al Señor del cielo y de la tierra. Pero hay que tener un don divino para prac­ticar el gran ARTE del Todopo­de­roso aquí aba­jo»

En un breve poema, que sirvió para introducir la tercera edición del Message Retrouvé, Emmanuel d’Hooghvorst se preguntaba: «¿Qué es este mensaje en este mundo aloja­do?» y a continuación, respondía: «el Arte leído en este siglo». ¿De que arte se trata? Podríamos cuestionarnos. Y sin dudar responderíamos que se trata del Arte de Dios. Arte que el mismo autor describió admirablemente en un artículo dedicado a la poesía de Virgilio:

Esta poesía anuncia un arte todavía más noble que sólo encuentra su justificación en sí mismo en la gratuidad de un eterno reposo: es la fiesta en la que el rey púber se divierte y ríe en su Olimpo, tal es el Gran Arte al que aspiran, mediante las operaciones de la Gran Obra, los sabios quymicos.

En Le Message Retrouvé está escrito: «Las artes de los hombres bien pueden distraernos y consolarnos aquí abajo. Sólo el Arte de Dios puede liberar­nos de la infamia putrefacta del pecado de muerte» (MR 22, 48). Cuando Cattiaux alude al Arte de Dios se refiere a la sabiduría hermética o alquimia. En su obra no menciona estas palabras, aunque siempre están presentes. En cambio, en sus apuntes personales están explicadas con claridad:

La palingenesia es el término más elevado de la alquimia, como la crisopeya es el más bajo. Es la llave de oro que abre el secreto tradicional, que es la regeneración de la creación caída […]. No hay que confundir la alquimia con la crisopeya, pues la alquimia, que es la práctica del hermetismo, es la ciencia total del ser, mientras que la crisopeya no es más que la parte que concierne a los metales.

El hermetismo es el nudo mismo de la tradición, por eso se puede incorporar a todos sus aspectos, representados por las diferentes religiones, y a alquimia trata de una sabiduría que irradia al exterior una experiencia interior y secreta, que no existe sin la conciencia especifica de la existencia particular, es decir, sin que sea constantemente renovada.

 

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