Tabla de contenidos
El poema de Fernando Pessoa
En primer lugar presentamos el poema de Fernando Pessoa,´traducido por Ángel Crespo, que comentaremos a continuación
A veces, en días de luz perfecta y exacta,
en que las cosas tienen cuanta realidad pueden tener,
me pregunto a mí mismo despacio
por qué siquiera atribuyo
belleza a las cosas.
¿Una flor tiene acaso belleza?
¿Tiene acaso belleza una fruta?
No: tienen color y forma
y tan sólo existencia.
La belleza es el nombre de algo que no existe,
que yo doy a las cosas a cambio del placer que me producen.
No significa nada.
Entonces, ¿Por qué digo de las cosas: son bellas?
Sí, incluso a mí, que sólo vivo de vivir, invisibles,
vienen a hablarme las mentiras de los hombres ante las cosas,
ante las cosas que simplemente existen.
¡Qué difícil es ser consecuente y no ver sino lo visible! [i]
Video
Reflexión sobre el poema
Quizá no debería ser así, pero es evidente que los poetas no piensan como los filósofos y, a su vez y en general, los filósofos no piensan como los poetas. Sin embargo y a pesar de lo que acabamos de decir, esta norma a veces se rompe y el efecto es turbador, Se pretende comprender la poesía restringiéndola a consideraciones estéticas, cuando el único camino natural sería releer a los poetas para encontrar un contenido que fuera más allá de pretensiones artísticas, para situarnos en una opción intelectual según la cual la poesía no sería solo un género literario sino un camino abierto a una epifanía de la realidad.
La poesía debería ser un camino abierto a una epifanía de la realidad
Pessoa muestra en su poema que ciertas cuestiones de estilo carecen de sentido aunque se hallen firmemente enraizadas en el pensamiento del ser humano. Así. Pessoa plantea lo contrario de lo que se considera normal y afirma que “una flor no es bella”. Pessoa, como poeta, reflexiona la realidad y muestra el sinsentido del lenguaje. No es la flor sino el ser-flor lo importante, pues es en este ser-flor donde estaría la belleza sin atributos.
Creemos que por eso Pessoa se pregunta en el poema: “¿Una flor tiene acaso belleza?”, y su contestación es un rotundo “no”, es decir, una flor no es bella. Y precisa: “tienen color y forma y tan sólo existencia”. La belleza no forma parte de su ser-flor, es un añadido del pensamiento mentiroso del propio poeta, que, por hábito, la confunde con la existencia; por eso, el poeta afirma: “No significa nada”.
La reflexión poética no es una deducción, sino un encuentro, una epifanía con la que el artista (o el espectador) se enfrenta en lo más profundo de su ser. Una fuerza se adueña de su espíritu y su imaginario se llena de palabras para describirla, no las busca, sino que aparecen ligadas a la propia epifanía. Pessoa denomina a este estado, la percepción de lo invisible, y su fuerza de aprehensión del mundo se basa en esta percepción que substituye la verdad lógica. Sin duda, el pensamiento poético es paradójico y de este modo puede profundizar en la realidad desde unos ojos distintos.
Una fuerza se adueña del espíritu del poeta y su imaginario se llena de palabras para describirla
También el filósofo japonés, Kitarō Nishida (1870 – 1945), precursor de la Escuela de Kioto, se refiere a este estado y lo describe como una cosa “que simplemente existe”, una concepción muy semejante a la que aparece en el poema de Fernando Pessoa (1888 – 1935). Nishida escribió lo siguiente:
A veces la gente aprecia superficialmente la verdad lógica y rechaza la verdad intuitiva como si fuera un mero capricho de poetas. Sin embargo, en mi opinión, esta verdad intuitiva se alcanza cuando nos distanciamos del apego al propio ego y nos hacemos uno con la realidad. Dicho con otras palabras, se trata de una verdad percibida con los ojos de Dios» [ii]
Es bien conocido la relación de Pessoa con distintas versiones del esoterismo occidental y esa familiaridad puede tener que ver con la insistencia del poeta respecto a la importancia de la visión interior y la fuerza del espíritu. En el artículo Esoterismo y ocultismo en Fernando Pessoa, leemos lo siguiente:
En cuanto a la “visión etérica”, Pessoa la describió como la capacidad de ver, repentina e involuntariamente, el aura de las personas, ese cuerpo ectoplasmático o astral que supuestamente rodea a todo ser vivo y cuyas propiedades dependen de la energía espiritual de este. Pessoa decía que si bien esta habilidad era todavía básica, en ocasiones podía leer en este éter luminoso números y signos, extrañas figuras inscritas en dichas “auras magnéticas”.
Florilegio pessoano
Otras consideraciones sobre la belleza escritas por Fernando Pessoa (o sus heterónimos) y recopiladas por el Círculo de Bellas Artes de Madrid en Atlas Pessoa y que nos parecen relacionadas con el tema que planteamos:
Idea y fuerza
Llamo estética aristotélica a la que pretende que el fin del arte es la belleza o, por decir mejor, la producción en los otros de la misma impresión que la que nace de la contemplación o sensación de las cosas bellas. Para el arte clásico ―y sus derivados: el romántico, el decadente y otros tales― la belleza es el fin; divergen sólo los caminos hacia ese fin […] Creo poder formular una estética basada no en la idea de belleza, sino en la de fuerza, tomando, está claro, la palabra fuerza en su sentido abstracto y científico, pues, si fuese en el vulgar, se trataría, en cierto modo, sólo de una forma disfrazada de belleza. [iii].
Creo poder formular una estética basada no en la idea de belleza, sino en la de fuerza
La nada
Ver todas las cosas hasta el fondo… / ¿Y si las cosas no tuvieran fondo? / ¡Ah, qué bella es la superficie! / Tal vez la superficie sea la esencia/ y lo que es más que la superficie sea lo más que todo, / y lo más que todo nada es [iv].
Aquiescencia espiritual
Ya que no podemos conseguir belleza de la vida, busquemos al menos conseguir belleza de no poder conseguir belleza de la vida. Hagamos de nuestro fracaso una victoria, algo positivo y el pie, con columnas, majestad. [v].
Ser una obra de arte
Y si no procuro vivir, actuar, sentir, es ―podéis creerlo― para no perturbar las líneas dibujadas de mi personalidad supuesta. Quiero ser tal como quise ser y no soy. Si viviera, me destruiría. Quiero ser una obra de arte, del alma por lo menos, ya que del cuerpo no puedo serlo. Por eso me esculpí en calma y en extrañamiento y me coloqué en invernadero, lejos de los aires frescos y de las luces claras ―donde mi artificiosidad, flor absurda, pueda florecer en lejana belleza. [vi].
Quiero ser una obra de arte, del alma por lo menos, ya que del cuerpo no puedo serlo.
El opio en el alma
Soy un ascético de la religión de mí mismo. Una taza de café, un cigarrillo y mis sueños sustituyen cumplidamente al universo y sus estrellas, al trabajo, al amor, incluso a la belleza y a la gloria. No tengo casi necesidad de estímulos. El opio lo tengo yo en el alma. [vii].
Dios es el alma de todo
Me golpea entonces, siempre que así siento, la vieja frase de no sé qué escolástico: Deus est anima brutorum, Dios es el alma de los brutos. Así entendió el autor de la frase, que es maravillosa, que podía explicarse la certeza con que el instinto guía a los animales inferiores, en los que no se adivina inteligencia, o se adivina apenas un bosquejo de ella. Pero todos somos animales inferiores ―hablar y pensar no pasan de ser nuevos instintos, menos seguros, por nuevos, que los otros. Y la frase del escolástico, tan justa en su belleza, se me ensancha y digo: Dios es el alma de todo. [viii].
Inteligencia y sensibilidad
Así el arte de los griegos también es grande según mi criterio, y lo es sobre todo según mi criterio. La belleza, la armonía, la proporción no eran para los griegos conceptos de su inteligencia, sino disposiciones íntimas de su sensibilidad. Por eso eran un pueblo de estetas, buscando, exigiendo la belleza todos¸ en todo, siempre. Por eso emitieron con tal violencia su sensibilidad sobre el mundo futuro que aún vivimos súbditos de la opresión de esa sensibilidad. Nuestra sensibilidad, sin embargo, es ya tan diferente ―de trabajada que ha sido por tantas y tan prolongadas fuerzas sociales― que ya no podemos recibir esa emisión con la sensibilidad, sino sólo con la inteligencia. Ha consumado este desastre estético nuestro la circunstancia de que hemos recibido en general esa emisión de la sensibilidad griega a través de los romanos y los franceses. [ix].
Nuestra sensibilidad es ya tan diferente de los griegos ―de trabajada que ha sido por tantas y tan prolongadas fuerzas sociales― que ya no podemos recibir esa emisión con la sensibilidad, sino sólo con la inteligencia.
Lo particular y personal
Como en política y religión sucede en arte. Hay un arte que domina captando, otro que domina subyugando. El primero es el arte según Aristóteles, el segundo es el arte según lo entiendo y defiendo. El primero se basa naturalmente en la idea de belleza, porque se basa en lo que agrada; se basa en la inteligencia, porque se basa en lo que, por ser general, es comprensible y por eso agradable; se basa en la unidad artificial, construida e inorgánica, y por tanto visible, como la de una máquina, y por eso apreciable y agradable. La segunda se basa naturalmente en la idea de fuerza¸ porque se basa en lo que subyuga; se basa en la sensibilidad, porque la sensibilidad es particular y personal, y dominamos con aquello que en nosotros es particular y personal, porque, si no fuese así, dominar sería perder la personalidad o, en otras palabras, ser dominado; y se basa en la unidad espontánea y orgánica, natural, que puede ser o no ser sentida, pero nunca ser vista o visible porque no está allí para ser vista. [x].
El compañero del hombre
Volviéndome así, cuando menos, un loco que sueña alto; cuando más, no un solo escritor sino toda una literatura, aun si no consigo divertirme, lo que para mí ya sería bastante, tal vez contribuya a engrandecer el universo, porque quien al morir deja escrito un verso bello, deja más ricos los cielos y la tierra y más emotivamente misteriosa la razón de que haya estrellas y gentes. Con una falta tal de literatura como hay hoy, ¿qué puede hacer un hombre de genio sino convertirse él solo en una literatura? Con una falta tal de gente con la que poder convivir como hay hoy, ¿qué puede hacer un hombre de sensibilidad sino inventar sus amigos o, por lo menos, sus compañeros de espíritu? [xi]
♦
Notas
[i] Los poemas de Alberto Caeiro, «El guardador de rebaños», XXVI.
TEXTO ORIGINAL:
Às vezes, em dias de luz perfeita e exacta,
Em que as coisas têm toda a realidade que podem ter,
Pergunto a mim próprio devagar
Porque sequer atribuo eu
Beleza às coisas.
Uma flor acaso tem beleza?
Tem beleza acaso um fruto?
Nao: têm cor e forma
E existência apenas.
A beleza é o nome de qualquer coisa que nao existe
Que eu dou às coisas em troca do agrado que me dao.
Nao significa nada.
Entào porque digo eu das coisas: sao belas?
Sim, mesmo a mim, que vivo só de viver,
Invisíveis, vêm ter comigo as mentiras dos homens
Perante as coisas,
Perante as coisas que simplesmente existem.
Que difícil ser próprio e nao ver senao o visível!
[ii] https://www.arsgravis.com/una-explicacion-sobre-la-belleza-segun-nishida/
[iii] Sobre literatura y arte, «Apuntes para una estética no aristotélica».
[iv] Poesía III. Los poemas de Álvaro de Campos 1.
[v] Bernardo Soares, Libro del desasosiego.
[vi] Ídem
[vii] Ídem
[viii] Ídem
[ix] Sobre literatura y arte, «Apuntes para una estética no aristotélica».
[x] Ídem
[xi] Sobre literatura y arte, «Textos generales sobre la heteronimia»