La poesía del monte Fuji en las imágenes de Katsushika Hokusai (1760-1849). Acompañadas de un cuento tradicional que trata sobre esta montaña sagrada. Edición, R. Arola y L. Vert

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El autor de las imágenes del monte Fuji que presentamos fue Katsushika Hokusai, conocido simplemente como Hokusai. Pertenecen a dos series que realizó sobre la montaña sagrada del Japón. La fijación que Hokusai sentía por el Fuji se relaciona con las dos principales corrientes espirituales dominantes en el Japón, el budismo y el sintoísmo, para los que el monte Fuji se ha relacionado tradicionalmente con la vida eterna.

El monte Fuji se ha relacionado tradicionalmente con la vida eterna

Esta relación fue, quizá la que llevó a Hokusai a dedicar una multitud de trabajos a la representación del monte Fuji desde distintos puntos de vista. “El viejo loco por la pintura”, como Hokusai se definía, murió a los 89 años, sin haber llegado a cumplir un deseo que mucho tenía que ver con esa inmortalidad a la que aspiraba, y que expresó en el prefacio a la publicación de las Cien vistas del Monte Fuji: “[…] a la edad de cinco años tenía la manía de hacer trazos de las cosas. A la edad de 50 había producido un gran número de dibujos, con todo, ninguno tenía un verdadero mérito hasta la edad de 70 años. A los 73 finalmente aprendí algo sobre la verdadera forma de las cosas, pájaros, animales, insectos, peces, las hierbas o los árboles. Por lo tanto a la edad de 80 años habré hecho un cierto progreso, a los 90 habré penetrado más en la esencia del arte. A los 100 habré llegado finalmente a un nivel excepcional y a los 110, cada punto y cada línea de mis dibujos, poseerán vida propia […]”.

El sintoísmo, llamado también «el camino de los dioses», considera los fenómenos naturales como manifestaciones de la divinidad; estas manifestaciones se convierten en kami, unos fenómenos o poderes de la naturaleza que fueron personalizándose hasta adquirir una entidad sobrenatural. Más que de un dios creador, en el sintoísmo se habla de un mediador que comunica los kami terrestres con otras divinidades superiores que viven en el cielo, en vista a la consecución de un orden a partir de un caos inicial. Esta ordenación se inicia con un proceso físico y una sucesión de dioses, hasta que de ellos nace una pareja que desciende a la tierra y se inicia la ordenación de la misma. Esta función de ordenador y mediador entre la tierra y el cielo fue ejercida durante siglos por el Emperador.

El monte Fuji se considera una montaña sagrada desde el siglo VII, en ella tienen lugar multitud de mitos. Su nombre Fujisan, podría traducirse por “deidad del fuego” o “inmortalidad” y la verdad es que esta montaña ha estado tradicionalmente ligada al elixir de la inmortalidad que una princesa llamada Kaguya, hija de la luna, depositó en la cima de la montaña.

Otra leyenda cuenta que un emperador ordenó destruir la parte superior de la montaña para conseguir el elixir de la inmortalidad, el humo que se escapa a veces por su cima, se explica que procede de la bebida que se está consumiendo. Es la morada de los dioses sintoístas como Kunitokotachi, el Señor de la Tierra Eterna, invisible deidad original que surgió en forma de caña del caos del océano primigenio. Otra de las deidades que habitan en el Fuji se conoce como Sengen, la diosa del Fuji, o Ko-no-hana-saku-ya-hime (Radiante-floreciente como las flores de los árboles). Su templo está en la cima del monte y se dice que antiguamente estaba en una nube y sus sirvientes invisibles expulsaban a todos los peregrinos de corazón impuro.

El monte Fuji se considera una montaña sagrada desde el siglo VII, en ella tienen lugar multitud de mitos.

Acabamos de referirnos al mito de la princesa Kaguya, la hija de la Luna, que fue quien trajo desde el cielo el elixir de la inmortalidad. Su historia se recoge en el cuento El cortador de bambúes o Taketori Monogatari, que abarca demasiadas páginas para reproducirlas aquí y que podría resumirse del modo que siguiente.

El cuento del cortador de bambúes

Erase una vez un anciano cortador de bambú llamado Taketori no Okina (‘el anciano de las cosechas de bambú’) que mientras paseaba por el bosque en busca de hermosos tallos de bambú con los que ganar su sustento vio que algo brillaba a lo lejos. El anciano empujado por la curiosidad se acercó hasta el fondo del bosque para encontrar un hermoso tallo de bambú hecho enteramente de plata que resplandecía con un extraño resplandor. “Si vendo este tallo en el mercado, pensó, podré retirarme de esta vida tan cansada para mi avanzada edad y ofrecer a mi esposa una vida un poco más holgada y tranquila, sin duda lo llevaré conmigo”.

Pero cual no fue su sorpresa cuando nada más partir en dos el tallo, en su interior apareció una niña del tamaño de un dedo pulgar, envuelta en finos ropajes, que brillaba con un resplandor plateado. El anciano la tomó entre sus manos y la llevó a su casa donde él y su esposa la criaron como a su propia hija, puesto que el destino no les había concedido ninguna descendencia. La llamaron Kaguya-hime (‘la princesa resplandeciente’) pues desprendía aquel extraño y maravilloso fulgor.

Kaguya creció feliz con sus padres adoptivos y nunca le faltó nada, puesto que desde que la niña vivía con los ancianos, cada vez que Taketori cortaba un tallo de bambú, encontraba en su interior monedas de oro. Kaguya creció y se convirtió en una bella muchacha, sin duda, la más hermosa de todo el reino. Al principio sus padres intentaron ocultarla de los ojos de los demás, pero su belleza se hizo tan famosa que pronto miles de pretendientes acudieron para verla.

Finalmente cinco príncipes insistieron de tal modo en pedir la mano de su hermosa hija que Taketori dejó esta decisión en manos de su hija, quien puso a prueba a los cinco, enviándolos a buscar cosas imposibles con la esperanza de desembarazarse de ellos: “En primer lugar, dijo, deseo el cuenco con el cual nuestro señor Buda se dedico a mendigar en sus viajes por la India, en segundo lugar quiero una hermosa rama de oro con joyas de los árboles de la isla de Penglai, como tercera petición quiero el legendario vestido de Rata-fuego de China, el cuarto deseo es que recuperéis la joya de mil colores que pende del cuello de un temible dragón y por último deseo la concha de cauri que nació de las golondrinas”.

Tras estas palabras, los príncipes se repartieron los encargos y partieron en su busca. Sin embargo tres de ellos ni siquiera salieron de su casa e intentaron engañar a la bella Kaguya con sus presentes. Los otros dos no lograron alcanzar sus objetivos, perdiendo casi su vida en la empresa. Kaguya-Hime se sintió muy contenta pues no deseaba abandonar la casa de sus padres adoptivos.

Impresionado por las historias de estos príncipes, el propio Emperador de Japón, se interesó por la belleza de la muchacha. Por ello se dirigió a la casa de los ancianos para comprobar si era cierta la leyenda de la bella Kaguya y sucedió que nada más verla quedo prendada de ella hasta el punto de arrodillarse antes su padre para pedirla en matrimonio.

A pesar de que no se sometió a las mismas pruebas que los otros príncipes Kaguya  lo rechazó con tristeza pues el Emperador había conmovido su corazón, por eso le dijo: “Aunque no dudo que vuestro amor sea sincero, jamás podría casarme con vos, pues no pertenezco a este lugar, algún día habré de partir y no quisiera veros sufrir”. A pesar de sus palabras el emperador siguió insistiendo para ablandar el corazón de Kaguya y convertirla en su esposa.

Durante aquél verano, cada vez que Kaguya-Hime contemplaba la luna llena, sus ojos se llenaban de lágrimas y aunque sus padres adoptivos se preocupaban e intentaban averiguar cuál era la causa de su tristeza, ella era incapaz contarles su problema. Hasta que finalmente les confesó que había recibido un mensajero que le había comunicado su origen, el Reino Celestial, y que su vuelta estaba próxima, pues la batalla que allí se había librado y de la que habían querido protegerla, había terminado. Por eso, había llegado el momento de regresar al reino de la Luna. se Kaguya también les confesó que ese era el motivo de no aceptar el matrimonio del Emperador y de su tristeza por tener que abandonarlos.

Tras enterarse de la noticia el Emperador puso a todos sus hombres rodeando la casa de Kaguya-Hime para evitar que vinieran a buscarla los emisarios celestiales.  Una noche, todos los guardias quedaron cegados por una extraña luz que resulto ser el cortejo que venía en busca de la muchacha. Kaguya-Hime lloró amargamente, pero sabiendo que este era su destino, se preocupó por escribir poemas a sus seres queridos para despedirse y al Emperador, además, le mandó como regalo un cántaro con el elixir de la inmortalidad que habían traído sus criados de la Luna. Seguidamente los miembros de la embajada celestial le colocaron sobre los hombros un manto de plumas gracias al cual olvidó la tristeza y el pesar que le producía el separarse de sus seres queridos y partió con su séquito volando hacia la Luna.

El monte Fuji y el cuento de «El cortador de bambúes»

Fragmento del cuento en el que se explica el porqué siempre se eleva humo desde la cima del monte Fuji

«Cuando el emperador leyó el poema de despedida, cayó en una profunda melancolía, perdiendo totalmente las ganas de vivir; buscaba la soledad, rehuía a sus servidores y rechazaba las distracciones que le que le ofrecían para sacarle de tan alarmante estado. La profundidad del amor de la princesa se había desvelado cuando ya era imposible, creyendo que su vida carecía de sentido y abrumado por la pena, el emperador languidecía. Un día, el soberano preguntó a sus sirvientes:

-¿Cuál es el monte de nuestro país que está más cerca del cielo

-Señor, es el monte Fuji –le contestaron sorprendidos ante una pregunta tan obvia.

-Iremos al monte Fuji y en su fuego quemaré los recuerdos de la princesa Kaguya  que me están consumiendo el corazón.

Efectivamente, viajaron al monte Fuji el emperador y su séquito y allí, en el borde del cráter, arrojó el enamorado el poema y el recipiente con la bebida de la inmortalidad. Ardieron con un humo espeso y oscuro que, poco a poco, se fue convirtiendo en una espiral blanca que subía al cielo. Hasta llegar al país de la princesa Kaguya.

Desde entonces la espiral de humo sube desde el Fuji al cielo».

(Luis Caeiro “Cuentos y tradiciones japoneses”)

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