Arthur Rimbaud (Charleville 1854 – Marsella 1891). Poema recogido en el libro «Illuminations».

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Es el afecto y el presente pues ha hecho la casa abierta al invierno espumoso y al rumor del estío, él, que ha purificado las bebidas y los alimentos, él, que es el encanto de los lugares huidizos y la delicia sobrehumana de las estaciones. Es el afecto y el porvenir, la fuerza y el amor que nosotros, de pie entre las rabias y los hastíos, vemos pasar por el cielo de tempestad y por las banderas de éxtasis.

Es el amor, medida perfecta y reinventada, razón maravillosa e imprevista, y la eternidad: máquina amada por las cualidades fatales. Todos nosotros hemos tenido el espanto de su concesión y de la nuestra.

¡Oh gozo de nuestra salud, ímpetu de nuestras facultades, afecto egoísta y pasión por él, él que nos ama en su vida infinita…¡

Y nosotros lo recordamos y él viaja… y si la Adoración se va, suena, su promesa suena: “Atrás esas supersticiones, esos antiguos cuerpos, esas domesticidades y esas edades. ¡Es esta época que ha zozobrado!”

No se irá, no bajará otra vez de un cielo, no cumplirá con la redención de las cóleras de mujeres y de las alegrías de los hombres y de todo este pecado: eso ya está hecho, siendo él, y siendo amado.

¡Oh sus soplos, sus cabezas, sus carreras: la terrible celeridad de la perfección de las formas y de la acción!

¡Oh fecundidad del espíritu e inmensidad del universo!

¡Su cuerpo! ¡El desprendimiento soñado, el rompimiento de la gracia cruzada por violencia nueva!

¡Su vista, su vista! todos los arrodillamientos antiguos y las penas levantados tras su paso.

¡Su día! la abolición de todos los sufrimientos sonoros y móviles en la música más intensa.

¡Su paso! las migraciones más enormes que las antiguas invasiones.

¡Oh él y nosotros! el orgullo más benévolo que las caridades perdidas.

¡Oh mundo! ¡y el canto claro de las desdichas nuevas!

Nos ha conocido a todos y a todos nos ha amado. Sepamos, en esta noche de invierno, de cabo a cabo, del polo tumultuoso al castillo, de la multitud a la playa, de mirada a mirada, fuerzas y sentimientos cansados, llamarlo y verlo, y despedirlo, y bajo las mareas y en lo alto de los desiertos de nieve, seguir sus miras, sus soplos, su cuerpo, su día.