Emblema rosacruz de R. Fludd relacionado con unos fragmentos del libro “La vida de las abejas” de M. Maeterlinck, en los que el autor describe la vida de las abejas regida por el llamado “el espíritu de la colmena”. Edición R. Arola y L. Vert

blanc.cFludd_summum_bonumRobert Fludd (1574 – 1637) dibujó y grabó los misterios de los rosacruces; en este grabado la rosa mística se abre espléndida a la vida, sosteniéndose sobre la cruz llena de espinas, como se dice en el Cantar de los Cantares: “Como una rosa entre los cardos es mi amada entre las jóvenes” (2, 2). Las abejas, como los hombres sabios, van a buscar la miel de esta rosa, pues ella es el Alma del Mundo corporificada y el enjambre vive y se rige por ella.

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abelles.AG-1«Ser abejas de lo invisible y libar trémulamente la miel de lo visible en la gran colmena de oro de lo invisible». Rainer María Rilke

Texto de Maeterlinck 

Maurice Maeterlinck (1862 – 1949) fue premio Nobel de literatura en 1911. Además de una obra poética y dramática excepcional (especialmente conocida es su obra teatral El pájaro azul),  este autor escribió una serie de ensayos sobre diversos aspectos de la vida natural: La vida de las abejas, 1901; La inteligencia de las flores, 1907; La vida de las termitas, 1927; y La vida de las hormigas, 1930. Lo que importa aquí, es señalar que estos ensayos no son la obra de un científico sino de un artista que comprende la vida y el universo no como algo mecánico sino más bien como un poema, sus obras son un canto al espíritu que ordena y anima cada detalle de la naturaleza; la ciencia es un soporte del alma. De esta manera, Maeterlinck recupera o reencuentra el spiritus mundi de los clásicos. Un espíritu que los alquimistas a lo largo de los tiempos  se han esforzado en fijar pues, como explica E. d’Hooghvorst, es la base de su obra: “La obra de la alquimia consiste en fijar este espíritu universal, madurarlo y hacerlo hablar. Cuando este mercurio vulgar se fija en mercurio fluido se convierte en el espejo transparente que revela al discípulo todo lo que quiere saber”.

 Maeterlinck recupera o reencuentra el spiritus mundi de los clásicos.

Nos centramos en el primero de los ‘ensayos’ de Maeterlinck, La vida de las abejas, una joya que enseña a mirar y admirar a la naturaleza desde la observación más atenta y también la más poética, por eso el autor empieza el libro advirtiendo al lector que su obra no es un tratado de apicultura o de cría de abejas. Lo que él desea es “hablar simplemente de las rubias avecillas de Ronsard, como se habla a quienes no las conocen de un objeto conocido y amado” (p 11). Pero no quiere hacerlo de forma complaciente o imaginaria sino a partir de la verdad pues como él dice: “hace mucho tiempo que renuncié a buscar en este mundo una maravilla más interesante y más bella que la verdad o, al menos, el esfuerzo del hombre por conocerla. Nos empeñamos en encontrar la grandeza en las cosas inciertas, todas las cosas muy ciertas son muy grandes y hasta ahora no hemos dado la vuelta a ninguna de ellas”. (p 12)

Esta verdad el autor la descubre en una fuerza, un poder oculto que ordena la vida de los pequeños insectos, pero también la vida de todo lo creado. En el caso de las abejas, Maeterlinck lo denomina el espíritu de la colmena y lo descubre por ejemplo en todo lo que sucede en una colmena al comenzar la primavera: “Una inquietud sacude a todo el pueblo: la vieja reina se agita. Ésta comprende que un nuevo destino se prepara. Ha hecho religiosamente lo que le imponía el deber de buena creadora, u del deber cumplido salen ahora la tristeza y la tribulación […]. No es reina en el sentido en que lo entenderíamos entre los hombre. No da órdenes sino que se encuentra sometido, como el último de sus súbditos, a ese poder oculto y soberanamente sabio que llamaremos espíritu de la colmena”. (pp. 29 y 30)

A ese poder oculto y soberanamente sabio que llamaremos espíritu de la colmena

Ante esta fuerza, este poder, Maeterlinck se pregunta: “El espíritu de la colmena, ¿dónde está? ¿En quién se encarna? No se parece al instinto del pájaro que sabe construir su nido con habilidad y buscar otros cielos cuando llega el día de la migración. Tampoco es una especie de costumbre maquinal de la especie que sólo aspira ciegamente a vivir y tropieza con todos los ángulos del azar tan pronto como una circunstancia imprevista desbarata la serie de los fenómenos de los fenómenos habituales. Al contrario, sigue paso a paso las circunstancias todopoderosas, como un esclavo inteligente y ágil sabe sacar partido de las órdenes más peligrosas de su amo. Dispone sin piedad, pero con discreción, y como sometido a un gran deber, de las riquezas, del bienestar, de la libertad, de la vida de todo un pueblo alado”. (p. 30)

Ante esta fuerza, este poder, Maeterlinck se pregunta: “El espíritu de la colmena, ¿dónde está? ¿En quién se encarna?

“Este espíritu es prudente y económico, pero no avaro. Conoce, al parecer, las leyes fastuosas y algo locas de la Naturaleza en lo tocante al amor […]. El mismo espíritu dispone el trabajo de cada una de las obreras […].  En fin: el espíritu de la colmena es el que fija la hora del gran sacrificio anual al genio de la especie –es decir, la enjambrazón–, en el que un pueblo entero, llegado al pináculo de su prosperidad y de su poderío, abandona de pronto a la generación futura todas sus riquezas, sus palacios, sus moradas, el fruto de su trabajo, para ir a buscar lejos la incertidumbre y la penuria de una patria nueva. Es un acto que consciente o no, supera ciertamente la moral humana. Arruina, a veces, y empobrece, siembra, dispersa con seguridad a la población feliz para obedecer a una ley más alta que la colmena. ¿Dónde se formula esa ley que, como veremos, dista mucho de ser fatal y ciega, según se cree? ¿Dónde, en qué asamblea, en qué consejo, en qué esfera común reside un espíritu al que todos se someten y que está sometido, a su vez, a un deber heroico y a una razón que mira siempre al porvenir?” (pp. 31-32)

¿Dónde, en qué asamblea, en qué consejo, en qué esfera común reside un espíritu al que todos se someten y que está sometido, a su vez, a un deber heroico y a una razón que mira siempre al porvenir?

Para terminar estos extractos quisiéramos reproducir un fragmento que por su épica nos parece extraordinario: el que describe el momento en que se prepara la enjambrazón que antes se ha citado, cuando las abejas con su vieja reina se preparan para abandonar la colmena como sacrificio a la joven reina y se arriesgan hacia una nueva e incierta patria. También aquí es el espíritu de la colmena el que decide según una sabiduría misteriosa y superior el momento, el cómo y también el por qué de esta ceremonia anual.

“Todo indica que no es la reina, sino el espíritu de la colmena, quien decide la enjambrazón. Le sucede a esta reina lo que a los jefes de los hombres: parecen mandar, pero obedecen a órdenes más imperiosas y más inexplicables que las dadas por ellos a los que les están sometidos.

Todo indica que no es la reina, sino el espíritu de la colmena, quien decide la enjambrazón

Cuando el espíritu ha fijado el momento, es preciso que desde la aurora, quizá desde la víspera o desde la antevíspera, haya dado a conocer su resolución, pues apenas ha bebido el Sol las primeras gotas de rocío, se observa en torno del zumbante pueblo una agitación insólita, respecto a la cual raramente se equivoca el apicultor. Hasta diríase a veces que hay lucha, vacilación, retroceso. Sucede, en efecto, que durante varios días seguidos, el revuelo se levanta y se calma sin razón aparente. ¿Fórmase en aquel instante en el cielo una nube que nosotros no vemos y que las abejas ven, o se alza un pesar parecido al arrepentimiento en su inteligencia? Se discute en un ruidoso consejo la necesidad de la partida? No lo sabemos, como no sabemos de qué manera el espíritu de la colmena hace saber su resolución a la multitud…

No sabemos de qué manera el espíritu de la colmena hace saber su resolución a la multitud…

Se creyó durante mucho tiempo que, al abandonar los tesoros de su reino para lanzarse así a la vida incierta, las sabias abejas, habitualmente tan económicas, tan sobrias, tan previsoras, obedecían a una especie de locura fatal, a una maquinal impulsión, a una ley de la especie, a un decreto de la Naturaleza, a esa fuerza que para todos los seres se encuentra en el tiempo que transcurre.

Tanto si se trata de la abeja como de nosotros mismos, llamamos fatal a cuanto aún no comprendemos. Pero la colmena ha revelado ya dos o tres de sus secretos  materiales, y se ha observado que el éxodo no es instintivo ni inevitable. No es una emigración ciega, sino un sacrificio que parece razonado de la generación presente a la generación futura. Basta que el apicultor destruya en sus celdas a las jóvenes reinas todavía inertes, y que al mismo tiempo, si las larvas y las ninfas son numerosas, agrande los almacenes y los dormitorios de la nación para que inmediatamente todo el tumulto improductivo caiga como las gotas de oro de una lluvia obediente, el trabajo habitual se extiende sobre las flores, y, vuelta a ser indispensable, no esperando o no teniendo ya sucesora, tranquilizada respecto al porvenir de la actividad que va a nacer, la vieja reina renuncia a ver por aquel año la luz del sol. Reanuda tranquilamente en las tinieblas su tarea materna que consiste en poner, siguiendo una espiral metódica, de celda en celda, sin omitir una sola, sin detenerse jamás, dos o tres mil huevos cada día.

No es una emigración ciega, sino un sacrificio que parece razonado de la generación presente a la generación futura.

¿Qué hay de fatal en todo eso, sino el amor de la raza de hoy por la raza de mañana? Esta fatalidad existe también en la especie humana, pero su fuerza y extensión son menores. Nunca produce esos grandes sacrificios totales y unánimes. ¿A qué fatalidad previsora obedecemos que reemplaza a aquella? Lo ignoramos y no conocemos al ser que nos mira como nosotros miramos a las abejas” (pp. 35-38).

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Información libroM. Maeterlinck, La vida de las abejas, Madrid, 1980 (Traducción de P. de Tornamira).

El artista Wolfgang Laib crea sus obras con el polen que con tanta dedicación recolectan las abejas. El polen representa para Laib el comienzo de la vida tras las múltiples experiencias de la muerte que vivió como médico. «Así de simple y así de complicado».