A principios del s. XX, el arte se convirtió en un refugio de la búsqueda espiritual. Raimon Arola

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El surgimiento, a principios del s. XX, de nuevas teorías espirituales tales como el teosofismo, la antroposofía, etc., originó una búsqueda artística estrechamente ligada con la espiritualidad. El arte adquirió un papel relevante, más allá de la estética, como refugio de la búsqueda espiritual. El paradigma de este movimiento fue la obra de Kandinsky “De lo espiritual en el arte” (1912) , basada en las teorías del teosofismo. Este texto anunciaría la nueva función que habría de caracterizar a la obra de arte en el siglo XX y también después. Las imágenes artísticas, que con el nacimiento de la abstracción adquirieron una nueva potencia, reemplazaron la debilidad del discurso religioso para expresar el misterio. Tradicionalmente la manifestación espiritual posee dos caras: una interior y la otra exterior. Lo exterior, exoterismo, recoge las devociones y fórmulas rituales encaminadas a conducir al hombre hacia la salvación. Lo interior, o esoterismo, es secreto y sólo se conoce por la experiencia a partir de una iniciación. En el medallón de Notre-Dame aparecen estos dos aspectos simbolizados por los dos libros que el personaje sostiene en su mano derecha, uno de ellos aparece abierto y el otro cerrado. Medallón de la catedral de Notre-Dame de París (c. 1245).

En 1723 un pastor anglicano llamado Anderson, publicó por primera vez unas “Constituciones” de la Masonería especulativa, que hasta entonces habían permanecido siempre en secreto. La Masonería se convirtió así en una sociedad con una función esotérica, pero con una estructura exterior. En la imagen, un iniciado está a punto de ver la luz que ilumina el templo y que hasta entonces había permanecido oculta a sus ojos profanos, esta ceguera se representa por la venda que le cubre los ojos, símbolo de la ignorancia. Escena masónica de “The Iconographic Encyclopaedia” (1851)

Miembro de la Sociedad Teosófica, Rudolf Steiner llegó a ser el secretario de Elena Blavasky, su fundadora, hasta que, desencantado, creó su propio sistema filosófico al que denominó Antroposofía. Se apartó así del orientalismo preconizado por la Blavasky y se centró en la tradición occidental, sobre todo en el cristianismo. Como visionario, quiso representar el aura de los antiguos dominadores de la tierra, mostrando así la evolución de las almas ligadas a los pueblos: las que permanecen apegadas a la tierra y las que la abandonan hacia, según la opinión de este antropósofo, otros procesos evolutivos. Rudolf Steiner, “El aura de los pueblos persa y egipcio” (1914).

Kandinsky hizo tres versiones de esta obra. En ella plasmó las ideas de Steiner respecto a la “acción paralela” o doble visión. En el plano material aparece una dama en medio de la calle, en el otro plano, el espiritual, una mancha negra parece viajar a través del campo de la visión. También aparece el aura de la mujer y una forma-pensamiento de color rosa a su lado. Se trata claramente de la visión de una “acción paralela”. El artista había leído en los artículos de Steiner, que la vida aparece al visionario como emanaciones cromáticas. Sentimientos y pensamientos flotando alrededor de las personas como nubes coloreadas, o según su propia percepción: “manifestaciones de seres que nos envuelven todo el tiempo”  Si la “Dama en Moscú” tiene el número de catálogo 152, la “Mancha negra I” tiene el 153, o sea que fueron consecutivas. Kandinsky dedicó mucho esfuerzo a esta composición, meticulosamente preparada. La “Dama en Moscú”, es un ejemplo de representación paralela de la realidad material, con un ocasional influjo de la atmósfera espiritual, mientras que en la “Mancha negra” sólo se representa la atmósfera espiritual. La mancha es el primer paso hacia el punto con el que, según Kandinsky, empieza toda obra plástica: “El punto, escribió, se instala sobre la superficie y se afirma indefinidamente. De tal modo representa la afirmación interna más escueta…” Wassily Kandinsky, “Dama en Moscú”, (1912). Wassily Kandinsky, “La mancha negra I”, (1912).

Ya desde el pitagorismo, la geometría ha estado estrechamente ligada al conocimiento del mundo y de Dios. En el grabado alquímico de Michael Maier, la geometría sirve para explicar el proceso de la Gran Obra de los filósofos, de la que a veces se ha dicho que consiste en ordenar el caos: Ordo ab chao. En este emblema está escrito: “Haz con el macho y la hembra un círculo, de ahí un cuadrado, de él un triángulo; haz luego un círculo y tendrás la Piedra filosofal”. También Kandinsky comprendió que existía un orden, “cosmos”, que regía los mundos espirituales, del cual el número es la última expresión. El artista ruso se interesó por la geometría sagrada y plasmó sus propias teorías en una obra titulada “Punto y línea sobre el plano” y en los cursos que impartió en la Bauhaus. El esquema que se presenta pertenece a estos cursos. En él aparecen tres ángulos coloreados de modo distinto. El ángulo agudo está pintado de amarillo, el recto de rojo y el obtuso de azul. Michael Maier, “Atalanta Fugiens”, emblema XXI, (1618). Esquemas de Wassily Kandinsky para la Bauhaus.

También de Kandinsky, esta obra titulada “Composición VIII” recoge las teorías expresadas por su autor en Punto y línea sobre el plano. En la composición aparece a la izquierda una mancha o círculo negro a partir del cual se ordenan las tensiones geométricas originadas a partir del punto, origen de todo. Se trata de una búsqueda de una geometría activa y creativa que refleje el movimiento cósmico o la música de las esferas. Wassily Kandinsky, “Composición VIII”, (1923).

En este grabado de Robert Fludd, aparece representada una auténtica teoría teosófica. Se describe la creación completa del universo en la que el número y las correspondencias aluden al “día y la noche de Dios”. En la parte inferior aparecen las tinieblas, o “tierra ignota y vacía” en cuyo centro está el Alef tenebrosum, la raíz de la creación, el vacío ue todo lo contiene en potencia, como la mancha negra de Kandinsky. Robert Fludd, “Utriusque cosmi Historia”, Oppenheim 1617-19.

En el interior de las tumbas reales egipcias se representaban imágenes del viaje del alma después de su separación del cuerpo. El libro de los muertos es en realidad una guía para este viaje al más allá, como lo demuestra su autentico nombre: “Libro para salir a la luz del día”. Se trata de un arte propiamente oculto pues estaba destinado a no ser visto por ningún humano, sólo por los dioses que acompañaban el alma del muerto en su viaje a través de las sombras hasta llegar a “la luz del día” o el sol de la resurrección. Tumba de Ramsés VI en el Valle de los Reyes.

En ambas imágenes aparece representado un desdoblamiento astral, o la separación del cuerpo-espíritu. En la pintura de Munch, la mujer, o espíritu, se separa con tristeza de su cuerpo, o parta masculina. El desdoblamiento podría compararse a una especie de muerte temporal en la que el espíritu, separado del cuerpo, viaja por los mundos ocultos y sutiles. A principios del s. XX, los ocultistas creyeron que la fotografía serviría para captar el espíritu astral. En realidad, pretendían crear una ciencia de lo espiritual no separada del mundo profano. Eduard Munch, “Separación”, (1896). Jean Moreau, “Fotografía de una danza” (1906).

Kupka escribió la experiencia que originó esta pintura: le parecía “que estuviera observando a tierra desde fuera. Estaba en un vasto espacio vacío y veía a los planetas dar vueltas lentamente”. Kupka, en su juventud, se formó junto a un espiritista que dirigía una sociedad secreta. Sus experiencias visionarias las trasladó a la pintura, creando unas imágenes que estaban más allá de la percepción habitual, en ellas el color y el espacio aparecen en un constante fluir. Para Kupka, como para los teósofos, la naturaleza se manifestaba por una rítmica fuerza geométrica. Sorprende la semejanza de la pintura de Kupka con esta representación del nacimiento de Eva. Según las Escrituras, Eva nace después de un sueño, éxtasis, del costado de Adán. Según las enseñanzas cabalísticas, se trataría de su cuerpo astral. Franktisek Kupka, “El sueño”, (1906). Lorenzo Ghiberti, “La creación de Eva”, detalle de la puerta del baptisterio de Florencia, (1425-1447).

Según la concepción actual, el hombre está formado de cuerpo y alma. En el camino del progreso hemos perdido una parte esencial del compuesto que sería el espíritu o la presencia divina que debería habitar en el hombre. En la primera imagen aparecen el cuerpo, representado por la serpiente que envuelve al alma, representada en este caso por la figura de Lilith, a primera mujer de Adán, según la tradición. Lilith, es un espectro nocturno, enemigo de los partos y de los recién nacidos”, pues en su unión con el cuerpo no engendra nada. Se trata de una unión pasajera, que se deshace con la muerte. En la otra imagen aparece el tercer compuesto que viene a animar la primera unión, la mujer y la serpiente son fijados en la vida eterna por medio del tigre-sol. La unión armónica de estos tres principios, representados por el mercurio, el azufre y la sal, es la base de la Gran Obra alquímica, como se lee en un texto alquímico de 1612: “En cuanto a la virtud que anima, ésta no es otra cosa que un medio entre el espíritu y el cuerpo, puesto que siendo esta virtud como la liga del mundo es el vínculo entre éstos dos: el cual realmente consiste en el azufre que está en forma de un aceite rojo transparente como el sol en el gran mundo y como el corazón del hombre en el pequeño mundo”. (Aforismos vasilienses. 1612) John Collier, “Lilith”, (1892). Louis Cattiaux, “La selva filosófica”, (c. 1942).

Las visiones de un auténtico artista pueden conducir a una realidad de unión completa, a veces sin que él sea plenamente consciente de ello. La percepción del artista visionario no deja de ser un depósito de lo sagrado, pues como decía Kandinsky, autor de esta composición en la que es difícil negar que se refleja la unión a la que antes nos hemos referido: “Al final quisiera añadir que nos acercamos cada vez más a la época de la composición consciente y racional […], que ya estamos en el tiempo de la creación útil y, finalmente, que este espíritu de la pintura está en relación orgánica directa con la ya iniciada construcción del nuevo reino espiritual, ya que este espíritu es el alma de la época de la gran espiritualidad” (De lo espiritual en el arte, p. 108) Wassily Kandinsky, “Concentración fría”, (1930).

Podíamos preguntarnos ¿Qué relación, además de plástica, existe entre esta miniatura del Apocalipsis del Beato de Liébana con la imagen anterior y con el nuevo reino espiritual que buscaba Kandinsky? ¿Realmente el arte de lo oculto reencuentra lo sagrado, o bien es sólo un inicio de un camino que deberá seguirse hasta llegar “a la luz del día”. Cristo es el símbolo de la bendición que provoca la apertura de los ojos interiores y que permite conocer el sentido oculto de la Palabra. Así, la Parusía, que los hombres de la época medieval vivían como algo inminente, podría denominarse también el “reino del Espíritu Santo”.“Vi una puerta abierta en el cielo, y oí aquella voz como de trompeta que me había hablado al principio y que me decía: Sube aquí y te mostraré las cosas que han de acaecer después de éstas. Acto seguido fui arrebatado por el Espíritu, y vi un sitial en medio del cielo, y en el sitial, a alguien ocupándolo.” (Apocalipsis 4, 1-3). Comentario al Apocalipsis del Beato de Liébana, Códice San Severo, (s. XI).