Narraciones que se refieren a los dioses que habitan los distintos panteones celestes, a sus aventuras y a sus relaciones con los mortales. Edición y selección de Raimon Arola y Lluïsa Vert

blanc.1 - copia2La mitología y los cuentos que a ella se refieren, describen a los dioses de las distintas tradiciones que habitan en sus cielos particulares. Explican cómo nacieron o cómo se decidieron a crear nuestro mundo. También muestra  las relaciones, muchas veces complicadas pero siempre estrechas, entre los dioses y los hombres y por último, pero no por ello menos interesante, la mitología y sus narraciones se refieren a cómo los hombres, no todos evidentemente, sino solo los llamados héroes, es decir, aquellos que descienden a los infiernos y consiguen salir de él, pueden convertirse, ellos mismos, en dioses.

La mitología explica cómo los hombres, evidentemente no todos, solo los llamados héroes, pueden convertirse en dioses.

Esta extraña relación entre la divinidad y el ser humano es lo que hace que la mitología continúe interesando al hombre moderno pues en estas aventuras pervive un fondo mistérico y atemporal que es el mismo que subuyace en cada ser humano, sea de la época que sea.

contes.L.mito

 

SELECCIÓN DE CUENTOS

“Odín”. Jorge Luís Borges y Delia Ingenieros

Se refiere que a la corte de Olaf Tryggvason, que se había convertido a la nueva fe, llegó una noche un hombre viejo, envuelto en una capa oscura y con el ala del sombrero sobre los ojos. El rey le preguntó si sabía hacer algo; el forastero contestó que sabía tocar el arpa y contar cuentos. Tocó en el arpa aires antiguos, habló de Gudrun y de Gunnar y, finalmente, refirió el nacimiento de Odín. Dijo que tres parcas vinieron, que las dos primeras le prometieron grandes felicidades y que la tercera dijo colérica: “El niño no vivirá más que la vela que está ardiendo a su lado”. Entonces los padres apagaron la vela para que Odín no muriera. Olaf Tryggvason descreyó la historia; el forastero repitió que era cierta, sacó la vela y la encendió. Mientras la miraban arder, el hombre dijo que era tarde y que tenía que irse. Cuando la vela se hubo consumido, lo buscaron. A unos pasos de la casa del rey, Odín había muerto.

(Antología de la literatura fantástica)

«La luna y la muerte». Anónimo africano

Había una vez un hombre muerto y la claridad de la luna caía sobre él. El anciano reunió alrededor del cadáver un gran número de animales y les dijo: «Hay que pasar al muerto y a la luna al otro lado del río. ¿Quién quiere ocuparse de ello?»

Una tortuga cogió a la luna entre sus patas y la llevó al otro lado del río. Otra tortuga, que tenía las patas más cortas, cogió al muerto. Pero no pudo transportarlo y se ahogó. He aquí por qué la luna reaparece cada día y el hombre muerto no regresa nunca.

(Recogido por J. C. Carrière, El círculo de mentirosos)

“El mundo”. Eduardo Galeano

Un hombre del pueblo Neguá. En la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo. A la vuelta, contó. Dijo que había contemplado, desde allá arriba, la vida humana. Y dijo que somos un mar de fueguitos.

El mundo es eso –reveló-. Un montón de gente, un mar de fueguitos.

Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento. Y gente de fuego loco, que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear y quien se acerca, se enciende.

(El libro de los abrazos)

El elefante Gajendra, el dios Vishnú y el cocodrilo”.

Un día, el elefante del dios Indra, Gajendra, fue a bañarse en el río. Y aunque el elefante es símbolo de fuerza y poder, esta vez Gajendra tuvo problemas pues un cocodrilo del río se había acercado sigilosamente, había apresado con mucha fuerza su pata delantera y lo estaba empujando hacia la corriente en las aguas profundas.

El elefante se resistía  pero sin éxito. El agua no era su punto más fuerte y resbalaba en el barro, aumentando el dolor producido por los dientes del cocodrilo que le enfurecía cada vez más. Gajendra tiraba hacia atrás con toda su alma, quería salvar la vida y seguir dominando el reino, puesto que era el habitante más fuerte de toda la selva.

Tiro con fuerza nuevamente, pero el cocodrilo le ganó aún más terreno. Viendo entonces que pronto iba a morir en las aguas y no quedaría ningún rastro de él, cambio súbitamente su táctica,  invocó a Dios y rezó. “No puedo salvarme por mis propias fuerzas, me hundo cada vez más”.

En aquel mismo instante apareció el dios Vishnu, montado en su gran águila Garuda y salvó a Gajendra de los dientes del cocodrilo y  el elefante entendió que el dios divino apareció cuando reconoció su limitación, pues es necesario abandonar la soberbia para acercarse a Dios.

(Bhāgavata Purāna)

«El árbol del orgullo». G. K. Chesterton

Si bajan a la Costa de Berbería, donde se estrecha la última cuña de los bosques entre el desierto y el gran mar sin mareas, oirán una extraña leyenda sobre un santo de los siglos oscuros. Ahí, en el límite crepuscular del continente oscuro, perduran los siglos oscuros. Sólo una vez he visitado esa costa; y aunque está enfrente de la tranquila ciudad italiana donde he vivido muchos años, la insensatez y la trasmigración de la leyenda casi no me asombraron, ante la selva en que retumbaban los leones y el oscuro desierto rojo.

Dicen que el ermitaño Securis, viviendo entre árboles, llegó a quererlos como a amigos; pues, aunque eran grandes gigantes de muchos brazos, eran los seres más inocentes y mansos; no devoraban como devoran los leones; abrían los brazos a las aves. Rogó que los soltaran de tiempo en tiempo para que anduvieran como las otras criaturas. Los árboles caminaron con las plegarias de Securis, como antes con el canto de Orfeo. Los hombres del desierto se espantaban viendo a lo lejos el paseo del monje y de su arboleda, como un maestro y sus alumnos. Los árboles tenían esa libertad bajo una estricta disciplina; debían regresar cuando sonara la campana del ermitaño y no imitar de los animales sino el movimiento, no la voracidad ni la destrucción.

Pero uno de los árboles oyó una voz que no era la del monje; en la verde penumbra calurosa de una tarde, algo se había posado y le hablaba, algo que tenía la forma de un pájaro y que otra vez, en otra soledad, tuvo la forma de una serpiente. La voz acabó por apagar el susurro de las hojas, y el árbol sintió un vasto deseo de apresar a los pájaros inocentes y de hacerlos pedazos. Al fin, el tentador lo cubrió con los pájaros del orgullo, con la pompa estelar de los pavos reales. El espíritu de la bestia venció al espíritu del árbol, y éste desgarró y consumió a los pájaros azules, y regresó después a la tranquila tribu de los árboles. Pero dicen que cuando vino la primavera todos los árboles dieron hojas, salvo este que dio plumas que eran estrelladas y azules. Y por esa monstruosa asimilación, el pecado se reveló.

(Los árboles del orgullo)

Leyenda de la serpiente de colores. Anónimo argentino

Por estas tierras se cuenta que, hace mucho tiempo, hubo una serpiente de colores, brillante y larga. Era de cascabel y para avanzar arrastraba su cuerpo como una víbora cualquiera. Pero tenía algo que la hacía distinta a las demás: una cola de manantial, una cola de agua transparente. Sssh sssh… la serpiente avanzaba. Sssh sssh… la serpiente de colores recorría la tierra. Sssh sssh… la serpiente parecía un arco iris juguetón, cuando sonaba su cola de maraca. Sssh sssh…

Dicen los abuelos que donde quiera que pasaba dejaba algún bien, alguna alegría sobre la tierra. Sssh sssh… ahí iba por montes y llanos, mojando todo lo que hallaba a su paso. Sssh sssh… ahí iba por montes y llanos, dándoles de beber a los plantíos, a los árboles y a las flores silvestres. Sssh sssh… ahí iba por el mundo, mojando todo, regando todo, dándole de beber a todo lo que encontraba a su paso.  Hubo un día en el que los hombres pelearon por primera vez. Y la serpiente desapareció. Entonces hubo sequía en la tierra. Hubo otro día en el que los hombres dejaron de pelear. Y la serpiente volvió a aparecer. Se acabó la sequía, volvió a florecer todo. Del corazón de la tierra salieron frutos y del corazón de los hombres brotaron cantos.

Pero todavía hubo otro día en el que los hombres armaron una discusión grande, que terminó en pelea. Esa pelea duró años y años. Fue entonces cuando la serpiente desapareció para siempre. Cuenta la leyenda que no desapareció, sino que se fue a vivir al fondo de la tierra y que ahí sigue. Pero, de vez en cuando, sale y se asoma. Al mover su cuerpo sacude la tierra, abre grietas y asoma la cabeza. Como ve que los hombres siguen en su pelea, sssh… ella se va. Sssh sssh… ella regresa al fondo de la tierra. Sssh sssh… ella hace temblar… ella desaparece.

(Versión de A. Ramírez Granados).

Mahungu. Un mito kongo

En aquel tiempo, en el universo vivía un ser único llamado Mahungu, es decir: el Ser completo en sí mismo, total, perfecto, acabado. Efectivamente, Mahungu representaba la cumbre de la perfección. Vivía en perfecta armonía con todas las cosas creadas, solo conocía la alegría y la felicidad permanentes, ignorante, incluso de la existencia del sufrimiento y el dolor.

Muhungu, poseía todos los poderes, todas las fuerzas contrarias, con su violento soplo podía provocar la tempestad y el huracán; con su soplo ligero, levantar una dulce y apaciguadora brisa. Ser de una síntesis perfecta, Mahungu no era ni hombre ni mujer. Pero en su calidad de Ser completo, contenía al hombre y a la mujer. Era hermafrodita.

Un día, Muhungu vio, no lejos de su morada, a un árbol conocido con el nombre de Árbol-divino o Árbol-de-Dios. Lo que hoy en día se conoce como “palmera”. El Ser supremo le prohibió acercarse al árbol y aún menos que lo rodeara. Durante un cierto tiempo Muhungu obedeció. Pero un día, llevado por una curiosidad irresistible, se acercó al árbol y lo rodeó. Al momento, el Ser completo se dividió en dos y se convirtió en dos entidades distintas: Lumbu, el hombre y Muzita, la mujer

En aquel momento se instaló el sufrimiento dentro del hombre y de la mujer, el sentimiento de no ser completo. El hombre quería reencontrar sus atributos femeninos que le habían abandonado y la mujer quería reencontrar sus atributos masculinos. Así que se dijeron: volvamos a dar la vuelta al árbol en sentido inverso, quizá lleguemos a reencontrar nuestro estado inicial.

Volvieron a rehacer su camino en sentido inverso, pero cuando llegaron al punto de partida, constataron que seguían siendo dos y no habían logrado ser una sola persona. El sufrimiento, la inquietud, la imperfección y el sentimiento de ser incompletos se instalaron definitivamente en ellos, al tiempo que la nostalgia de la unidad perdida. Así, sintieron con infinita fuerza la necesidad uno del otro, cuando más se acercaban, más se dulcificaba el sentimiento de ser incompletos pero también más aumentaba la necesidad de estrecharse el uno con el otro, hasta el día en que las partes diferentes de sus cuerpos encajaron, se armonizaron, devolviéndoles, por un instante, al estado primordial de Mahungu.

Varias veces repitieron este acercamiento sin poder conseguir que durase ni poder mantener aquel momento de unidad perfecta. De esta unión nació otro ser, parecido a ellos, es decir, incompleto e imperfecto, el cual, desde entonces se ha convertido en el símbolo de la tentativa siempre renovada por el hombre y la mujer de reencontrar su unidad esencia.

(Recogido por C. Faïk-Nzuji, Le Miroir d’Isis)

“Sobre la creación del mundo”. Pueblo uitoto, Colombia.

Al principio no había nada más que una mera apariencia, nada exis­tía realmente. Era un fantasma, una ilusión que tocó nuestro pa­dre; algo misterioso fue lo que palpó. Nada existía. Mediante un sueño, nuestro padre, “el que es sólo apariencia”, Nainema, apretó el fantasma contra su pecho y se sumió en sus pensamientos.

Ni siquiera existía un árbol para sostener a este fantasma, y sólo mediante su aliento mantuvo Nainema sujeta esta ilusión al hilo de un sueño. Trató de descubrir qué había en su fondo, pero nada encontró. “Estoy sujetando algo que es un puro no existir”, dijo. No había nada. Lo intentó de nuevo nuestro padre y rebuscó en el fondo de aquello y sus dedos removieron el fantasma vacío. Ató el vacío al hilo del sueño y prensó sobre él la papilla mágica. Así, gracias al sueño, lo sostuvo como la pelusilla del algodón silvestre.

Tomó el fondo del fantasma y pisó sobre él repetidas veces, con lo que pudo finalmente descansar sobre la tierra que había soñado. Ya era suyo el fantasma de la tierra. Escupió entonces varias veces para que surgieran los bosques. Se acostó sobre la tierra y puso sobre ella la cubierta del cielo. De la tierra alzó los cielos blanco y azul y los puso encima.

(Recogido por M. Eliade, Historia de las creencias y de las ideas religiosas)

El canto de la creación”. Rig Veda

Entonces no había ni lo que hay ni lo que no hay.  No había firmamento, ni ningún cielo más allá del firmamento. ¿Qué poder existía? ¿Dónde? ¿Quién era este poder?  ¿Existía un abismo de aguas insondables?

Entonces no existían ni muerte ni inmortalidad. Ningún signo de noche ni de día. El Uno respiraba por su propia fuerza, en absoluta paz. Sólo estaba el Uno; no había nada más allá. La oscuridad estaba escondida en la oscuridad. El todo era fluido y sin forma. En este momento, el Uno surgió del vacío por el fuego del fervor. Y del Uno surgió el amor. El amor es la primera simiente del alma. La verdad de eso la encontraron los sabios en sus corazones, buscando en sus corazones con prudencia, los sabios encontraron está unión entre el ser y el no ser.

¿Quién lo conoce en verdad? ¿Quién puede decirnos de dónde y cómo surgió este universo? Los dioses son posteriores a su origen: ¿quién sabe pues de dónde viene esta creación? Sólo aquél dios que observa desde el cielo superior: sólo él sabe de dónde procede este universo y si fue creado o no creado. Sólo él lo sabe, o quizá no lo sabe.

(Rig Veda X, 129)

“Las siete cosas creadas antes de la creación del mundo”. Talmud

Nos han enseñado que siete cosas fueron creadas antes de la creación del mundo: la Torah, el arrepentimiento, el Jardín del Edén, la Gehena, el Trono de Gloria, el Templo y el Nombre del Mesías.

La Torah precedió a la creación del mundo. He aquí un pasaje que lo prueba: “El Eterno me creó primicias de su camino, antes  que sus obras más antiguas”. (Proverbios 8, 2). Para probar la antigüedad del arrepentimiento se cita lo siguiente: “Antes de que los montes fueran engendrados, antes de que naciesen tierra y orbe…Tú al polvo reduces a los hombres, diciendo: ¡Tornad! (en hebreo shub, que significa volver, darse la vuelta, de aquí teshuba, arrepentimiento)”. (Salmos 90, 2. Para probar la del Jardín del Edén, se cita: “Luego plantó el Eterno un jardín en Edén, mi kedem (se puede traducir, desde oriente, o desde antes)”. (Génesis 2, 8). La de la Gehena se prueba por el siguiente pasaje: “Porque de antemano está preparada una hoguera” (Isaías 30, 33). La del Trono de Gloria, por el pasaje: “Desde el principio tu Trono está fijado, desde siempre existes tú”. (Salmos 93,2), La del Templo, por el pasaje: “Trono de Gloria, excelso desde el principio, es el lugar de nuestro Templo”. (Jeremías 17, 12)

El Nombre del Mesías es igualmente anterior a la Creación, puesto que: “Su Nombre subsistirá para siempre, antes que el sol su Nombre se perpetuará”. (Salmos 72, 17),

(Talmud Nedarim)

“La creación”. Según los indios winnebagos.

No sabemos en qué condición se hallaba nuestro padre cuando empezó a tomar conciencia. Movió su brazo derecho y luego su brazo izquierdo, su pierna derecha y luego su pierna izquierda. Empezó a pensar lo que tenía que hacer y por fin empezó a llorar, las lágrimas fluían de sus ojos y caían ante él. Al poco tiempo miró ante sí y vio algo que brillaba. Aquello brillante eran sus lágrimas, que fluían y forma­ban las aguas que vemos… El hacedor de la tierra empezó a pensar de nuevo. Y pensó: “Es así, cuando deseo una cosa, se hará como yo deseo, del mismo modo que mis lágrimas se han convertido en mares”. Así pensó. Y deseó la luz, y se hizo la luz. Y pensó lue­go: “Es como me suponía, las cosas que he deseado han empezado a existir tal como yo quería”. Pensó entonces y deseó que existiera la tierra, y la tierra empezó a existir. El hacedor de la tierra la contempló y le gustó, pero la tierra no se estaba quieta… (Una vez que la tierra se aquietó) pensó en muchas cosas como empezaron a existir según él deseaba. Entonces empezó a hablar por primera vez. Dijo: “Puesto que las cosas son tal como yo quiero que sean, haré un ser semejante a mí”. Y tomó un poco de tierra y le dio su semejanza. Habló entonces a lo que acababa de crear, pero aquello no le respondió. Lo miró y vio que no tenía entendimiento o pen­samiento. Y le hizo un entendimiento. De nuevo le habló, pero aquello no respondió. Lo volvió a mirar y vio que no tenía lengua. Le hizo entonces una lengua. Le habló otra vez y aquello no res­pondió. Lo volvió a mirar y vio que no tenía alma. Le hizo, pues, un alma. Le habló otra vez y aquello pareció querer decir algo. Pero no lograba hacerse entender. El hacedor de la tierra alentó en su boca, le habló, y aquello le respondió.

(Recogido por M. Eliade, Historia de las creencias y de las ideas religiosas)

“La creación”. Según los indios omaha

Al principio todas las cosas estaban en la mente de Wakonda. Todas las criaturas, el hombre también, eran espí­ritus. Se movían de un lado a otro en el espacio que media entre la tierra y las estrellas. Buscaban un lugar en que pudieran empezar a existir corpóreamente. Subieron hasta el sol, pero el sol no les convenía como morada. Pasaron a la luna y vieron que tam­poco era buena para vivir allí. Descendieron entonces a la tierra. Vieron que estaba cubierta de agua. Flotaron hacia el norte, el sur, el este y el oeste, pero no encontraron tierra seca. Estaban muy apesadumbrados. De repente, entre las aguas surgió una gran roca. Empezó a arder en llamas y las nubes flotaron en el aire en forma de nubes. Apareció la tierra seca; crecieron las plantas y los árboles. Las huestes de los espíritus descendieron y se hicieron carne y sangre. Se alimentaron de las semillas de las hierbas y de los frutos de los árboles, y la tierra vibró con sus expresiones de alegría y gratitud a Wakonda, el hacedor de todas las cosas.

(Recogido por M. Eliade, Historia de las creencias y de las ideas religiosas)

CUENTOS DE OTRAS TRADICIONES

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