Casi todos los cuentos que aquí se presentan no fueron concebidos como tales sino que son fragmentos de distintos tratados alquímicos, sin embargo, su modo de contar las metamorfosis de la materia filosófica recuerda la narración de los cuentos tradicionales.

blanc.1 - copia2Los cuentos que vienen a continuación no se  concibieron como unas historias completas en sí mismas, sino que todos ellos, menos uno que es actual, forman parte de distintos tratados de alquimia tradicionales. Sus autores eran filósofos por el fuego que se preocupaban poco por el estilo de sus escritos, pues lo que les importaba era aludir con palabras veladas al misterioso drama que le ocurría a la materia contenida en su matraz. Sus temas se refieren de una forma más velada a las operaciones que se suceden en el transcurso de su Gran Obra y por eso hablan de muerte y resurrección, de sacrificios y desmembramientos y de purificación. De los colores que aparecen tras el cristal de su atanor. De las metamorfosis de la materia, que ellos enmascaran en forma de extraños animales. Todo ello crea un sentimiento de extrañeza en el lector que al poco, si tiene la paciencia de continuar leyendo, se transmuta en una certeza, la de estar ante unas palabras que siendo aparentemente incomprensibles le han puesto en contacto  con un misterio, un mysterium tremendum, que  tiene que ver con su esencia más profunda.

 

contes.L.alquimia

SELECCIÓN DE CUENTOS

“La visión de Ripley”. Atribuida a Ireneo Filaleteo.

Cierta noche, estando ocupado con mis libros, apareció ante mi confusa mirada la visión que describo aquí.

Vi un sapo rojo que bebía el zumo de unos racimos de uva con gran avidez hasta llegar a sobrecargarse con este licor y reventar. De su cuerpo emponzoñado brotó un veneno mortal; el dolor que sentía hizo que empezara a hincharse todo su cuerpo. Se aproximó a su caverna secreta, repugnante a causa de un sudor infecto, y con los vapores apestosos y humeantes de su aliento infectó toda su guarida. De dichos vapores se formó un humor dorado que, en aquel espacio y después de algún tiempo, empezó a gotear desde lo alto de la bóveda y manchó la tierra con un rocío de color rojizo. Cuando su cuerpo empezó a recobrar las fuerzas, el aliento vital le faltó. Y aquel sapo moribundo se volvió primero parecido al carbón, a causa de su color negro, y sumergido en el diluvio emponzoñado de sus propias venas se estuvo asando durante ochenta días. Intenté eliminar aquel veneno y a tal efecto puse su esqueleto sobre un fuego suave, lo que produjo una cosa sorprendente de ver pero aún más de contar. Aquél sapo fue penetrado por toda clase de colores raros y, cuando aquella diversidad de colores pasó, apareció el blanco. Seguidamente se tiñó de color rojo y permaneció para siempre en este estado. A continuación hice una medicina con el veneno así preparado; con el mismo veneno que mata y que cura a quien se aventura a tomarlo.

Gloria a quien otorga estos secretos, honor y alabanzas eternas con acción de gracias. Así sea.

(Citado por J.J. Mangetus, Bibliotheca Chemica Curiosa)

 

La serpiente Uroboros. Anónimo

He aquí el misterio: la serpiente Uroboros; es la composición que en su conjunto se devora, se funde, se disuelve y se transforma por la putrefacción. Se vuelve de un verde oscuro y del color del oro a la deriva. De ella proviene el rojo, llamado color del cinabrio. Es el cinabrio de los filósofos. Su vientre y su espalda son de color azafrán, su cabeza, verde oscuro, sus cuatro pies constituyen la tetrasomia, sus tres orejas representan los vapores sublimados.

El Uno proporciona al Otro su sangre; el Uno engendra al Otro. La naturaleza alegra a la naturaleza; la naturaleza encanta a la naturaleza, y no nos referimos a una cierta naturaleza enfrentada a tal otra, sino a una sola y única naturaleza, que procede de sí misma por el procedimiento (alquímico), con grandes penas y esfuerzos. ¡Oh, tu, querido amigo! Aplica tu inteligencia respecto a estas materias y no te equivocarás; al revés, trabaja seriamente y sin negligencia hasta que veas el final (de tu búsqueda)

Una serpiente extendida guarda este templo, quien la doma comienza por sacrificarla después le quita la piel y, tras haber tomado su carne hasta los huesos, construye una grada a la entrada del templo; sitúate encima y encontrarás el objeto buscado. Pues el sacerdote, al principio un hombre de cobre, ha cambiado de color y de naturaleza y se ha convertido en un hombre de plata y, si quieres, pocos días después lo encontrarás cambiado en un hombre de oro.

(Citado por M Berthelot, Collection des anciens alchimistes grecs)

 

“La visión de Demócrito”. Pseudo Demócrito

Después de recoger las nociones de nuestro maestro y conociendo la diversidad de la materia, nos esforzamos en hacer que concordasen las naturalezas. Pero, al morir nuestro maestro antes de que fuéramos iniciados, mientras aún nos ocupábamos del conocimiento de la materia, se nos dijo que sería necesario intentar evocarlo desde el Hades.

Y yo me esforcé en lograrlo invocándolo directamente mediante estas palabras: ¿Por medio de qué dones, recompensas lo que he hecho por ti? Tras decir estas palabras, guardé silencio. Como lo invoqué repetidas veces y le pregunté cómo podría hacer concordar las naturalezas, me dijo que le era difícil hablar sin el permiso del daimon, por lo que sólo pronunció las siguientes palabras: Los libros están en el Templo.

Al volver al Templo me puse a buscar, por si podía hacerme con la posesión de dichos libros, puesto que no me había hablado de ellos mientras estaba vivo y murió sin haber hecho ninguna disposición testamentaria, pues, según se decía, había tomado un veneno para separar su alma de su cuerpo; o bien, según su hijo, había tomado el veneno por descuido.

Su voluntad antes de morir era la de mostrar sus libros solamente a su hijo cuando éste hubiera llegado a la edad adulta. Ninguno de nosotros sabía nada de dichos libros. Como, tras muchas pesquisas, no encontramos nada, nos esforzamos mucho (por saber) cómo se unían y se confundían las substancias y las naturalezas. Cuando hubimos operado las composiciones de la materia, se celebró una ceremonia en el Templo e hicimos un festín en común.

Entonces, cuando estábamos en la nave, cierta columna se abrió de pronto, pero no vimos nada en su interior, pues ni su hijo, ni nadie, nos había dicho que los libros de su padre estuvieran depositados allí. Pero, él avanzó y nos condujo hasta la columna; nos inclinamos y vimos con sorpresa que nada se nos había escapado excepto esta fórmula preciosa que encontramos dentro: «La naturaleza se alegra en la naturaleza, la naturaleza triunfa sobre la naturaleza, la naturaleza domina a la naturaleza». Fue una gran sorpresa para todos nosotros que en tan pocas palabras hubiera recogido el conjunto de sus escritos.

(Citado por M Berthelot, Collection des anciens alchimistes grecs)

 

La estatua viva”. Anónimo

Después de tomar la palabra, Ostanés y sus compañeros le dijeron a Cleopatra: En ti se oculta la totalidad del misterio terrible y extraordinario. Dinos como las aguas benditas descienden de lo alto para visitar a los muertos caídos, encadenados, oprimidos en las tinieblas y la obscuridad del Hades.

Entonces, dijo Cleopatra: el espíritu y el alma se alegran de que las tinieblas se hayan alejado del cuerpo, y el alma llama al cuerpo que se ha vuelto luminoso y le dice: “¡Despierta desde el fondo del Hades, resucita fuera de tu tumba, levántate y sal de tus tinieblas! Pues has recibido la espiritualización (pneumatosis), la divinización (theiosis), puesto que la vía de la resurrección ha venido hacia ti y que el filtro de la resurrección ha penetrado en ti.»

Y  los tres se han unido en el amor, el cuerpo, el alma y el espíritu,  y se han vuelto uno, y en este uno está oculto el misterio. Mediante el hecho de su reunión, el misterio se ha cumplido: el templo ha sido marcado con un sello, una estatua se ha levantado llena de luz y de deidad.

(Del “Diálogo de la reina Cleopatra con los filósofos y sus discípulos”. Citado por H. Corbin, Libro de las siete estatuas)

 

“La parábola del dragón envenenado”. Thomas Vaughan

Soy un dragón envenenado, que está presente en todas partes pero que es tenido por nada; mi agua y mi fuego disuelven y coagulan. De mi cuerpo, extraerás el león verde y el rojo, pero si no me conoces con exactitud, destruirás tus cinco sentidos con mi fuego. Un veneno muy peligroso y muy rápido sale de mis narices, que ha causado la destrucción de muchos. Separa, pues, artificialmente lo espeso de lo sutil, a menos que te complazcas es una extrema pobreza. Te doy las facultades del macho y la hembra y los poderes celestes y terrestres. Los misterios de mi arte deben realizarse con magnanimidad y con un gran coraje, si es que quieres dejar que sobrepase la violencia del fuego en la prueba en la que muchos han perdido sus trabajos y su sustancia. Soy el huevo de la naturaleza, que sólo conocen los sabios, los que son piadosos y modestos, que de mí hacen un pequeño mundo. Fui ordenado, por Dios todopoderoso para los hombres, pero si bien muchos me desean, sólo me doy a muy pocos, a fin de que puedan ayudar a los pobres con mis tesoros, y que no apliquen su espíritu al oro que perece. Los filósofos me llaman “Mercurio”, mi esposo es el oro filosófico. Soy el viejo dragón presente en todas partes sobre la superficie de la tierra. Soy padre y madre, joven y viejo, débil y no obstante muy fuerte, vida y muerte, visible e invisible, duro y blando, que desciende a la tierra y se eleva a los cielos, altísimo y bajísimo, ligero y pesado. En mí, el orden de la naturaleza a menudo se invierte en color, número, peso y medida. Tengo en mí la luz de la Naturaleza. Soy oscuro y brillante, surjo de la tierra, vengo del cielo, soy muy conocido, y no obstante soy una simple nada. Todos los colores, todos los metales brillan en mí por los rayos del sol. Soy el carbunclo del sol, una tierra noble y clarificada mediante la cual podrás cambiar el cobre, el hierro, el estaño y el plomo en oro muy puro.

(Oeuvres complètes)

 

“La extraña historia de un león verde” R. Arola y L Vert

En primer lugar quisiera disculparme por presentarme yo mismo pero las circunstancias me obligan a ello: soy el león verde y lo que más me gusta es devorar al ardiente Sol. Si me he decidido a dar este paso es porque desde hace mucho tiempo no tengo amigos y, lo que es más terrible, en la actualidad apenas me quedan conocidos. La indiferencia de los filósofos, la ignorancia de los artistas, la arrogancia de los científicos, la mediocridad de los difusores de las ciencias ocultas y el fanatismo de los religiosos me han encerrado en una jaula apartada del devenir del mundo. Angustiado y solo, he decidido aprovechar estas páginas para dar fe de mi existencia. Aquí concluye mi pretensión, no quiero reivindicar mi utilidad, ni siquiera reanimar la búsqueda de que la era objeto en la antigüedad, pues aunque mi naturaleza sea profundamente orgullosa e iracunda, el olvido en el que he caído me obliga a ser humilde. Pero no puedo dejar pasar la ocasión que me brinda este cuento mágico para presentarme a quien tenga a bien leerlo.

Procedo de un antiguo linaje pues la primera constancia de mi existencia la dio un eremita cristiano conocido como Morieno, que vivió en Siria a finales del siglo séptimo. En la soledad de su retiro alcanzó a conocer la raíz del cielo y la tierra y logró realizar la Piedra filosofal. A nadie explicó su saber salvo a un rey omeya, Jâlid ibn Mu’awiyya era su nombre, aunque en Occidente lo llamaron Calid. Precisamente nací durante el diálogo entre el eremita y el rey. El sabio solitario enseñaba al rey la manera de hacer la Piedra filosofal por medio de extrañas imágenes que, a modo de alegorías, describían las operaciones del arte. Fue en una de ellas cuando apareció mi nombre: “Toma el humo blanco y el león verde, la almagra roja y la inmundicia. Disuelve todas estas cosas y sublímalas, y después únelas de tal manera que en cada parte del león verde haya tres partes de la inmundicia del muerto…”. Ante la extraña explicación que dio lugar a mi nacimiento, la mayoría de los humanos han creído que no existo, que sólo soy un símbolo, pero, ¿cómo no voy a existir, si formo parte del hombre?

Debo decir que hubo un tiempo en el que las mentes más privilegiadas creían en mi existencia y emprendían mi búsqueda con el deseo de conocerme. Los que lo lograron, hablaron de mí, e incluso me hicieron retratos, el primero fue en blanco y negro y se grabó en el siglo dieciséis para ilustrar un célebre libro de alquimia atribuido a Arnau de Vilanova. Se llamaba El Rosario de los filósofos. Junto al dibujo se podía leer el lema siguiente: “Soy aquel que fue el león verde y dorado: en mí está encerrado todo el secreto del arte”. Al darse a conocer mi imagen empezó mi fama. Filósofos, médicos, matemáticos, pastores, místicos, poetas, políticos me reconocieron y solicitaron… Durante casi un siglo se habló de mí, y aunque pudiera parecer extraño, todos me alababan y buscaban mi compañía. Pero con el tiempo, los hombres cultos comenzaron a no ponerse de acuerdo sobre mi identidad. Algunos me defendieron, otros me atacaron maliciosamente, y al final me olvidaron, o como mucho utilizaron mi nombre para designar un ideal, una metáfora de algo imposible.

Cuando conocí el éxito, me deje querer. Mi vanidad se sentía recompensada. Pero cuando pasó, rugí desaforadamente y procuré demostrar mi existencia, pero ¿cómo se puede mostrar lo que es evidente? Lo que está más cerca de la mirada es lo que menos se ve. Mis intentos se contaron por fracasos y mi nombre se utilizó fraudulentamente para designar no sé qué tipo de sal química. Desesperado, intenté hacerme notar a los místicos y más de uno llegó a contemplarme, pero me negaron, quizá porque les di miedo. Todos ellos siguieron buscando a su Dios en el cielo sin considerar el Sol terrestre que brillaba en mis entrañas.

Más tarde, fueron los artistas quienes intuyeron mi presencia, a alguno me manifesté abiertamente, pero, como ya nadie sabía cómo debía ser tratado ni recordaban mis modos de mostrarme al mundo, no me reconocieron, confundiéndome con un trance creativo.

Lo he dicho al comienzo, no pretendo reivindicar mi fama, ni que nadie conozca mi naturaleza, pero… ¡admitir que no existo y que soy un mero símbolo, me parece excesivo! Soy el león verde, el metal de Hermes Trismegisto, el mercurio filosófico, la sangre de la Piedra filosofal, el viento que sopla en el corazón de los elegidos.

(Pequeñas alegrías)

 

«Wei Po-Yang”. De un antiguo tratado alquímico chino titulado «Tsan Tung Chi»

Wei Po-Yang fue hacia la montaña para preparar unas medicinas eficaces. Se llevó a tres discípulos, pero creía que dos de ellos no tenían una fe completa en él. Una vez hecha la medicina, les puso a prueba. Les dijo: “La medicina del oro ya está hecha, pero hay que probarla en un perro. Si el perro la soporta sin ningún daño, entonces podremos tomarla; pero si muere, entonces tendremos que renunciar a ella”. Po-Yang había traído con él un perro blanco. Sólo con que la medicina no hubiera estado tratada el número de veces requeridas o que la mezcla harmoniosa de sus elementos no hubiera alcanzado el nivel necesario, contendría un poco de veneno y provocaría una muerte temporal. Po-Yang dio la medicina al perro, que murió allí mismo. Entonces dijo: “La medicina no está lista aún. El perro ha muerto. ¿Nos muestra esto que la luz divina no ha sido alcanzada? Si la tomamos, me temo que nos ocurrirá lo mismo que al perro. ¿Qué hacemos?” Sus discípulos le preguntaron: “¿La tomareis vos mismo, señor?” Po-Yang replicó: “He abandonado las vías de este mundo y he abandonado mi casa para venir hasta aquí. Me avergonzaría el volver sin haber alcanzado el hsien (la inmortalidad). Vivir sin tomar la medicina sería exactamente como morir al tomarla. Tengo que tomarla” Después de estas palabras, puso la medicina en su boca y murió allí mismo.

Al ver esto, uno de sus discípulos dijo: “Nuestro maestro no era una persona ordinaria. Ha tomado la medicina y ha muerto. Tiene que haber obrado así con una intención secreta”. Este discípulo tomó también la medicina y murió. Entonces los dos otros discípulos se dijeron: “Si se hace la medicina es para tratar de obtener la longevidad. He aquí que la medicina provoca la muerte. Vale más no tomarla y vivir algunas décadas más”. Los dos juntos se alejaron de la montaña sin tomar la medicina, con la intención de procurarse lo necesario para enterrar a su maestro y a su condiscípulo. Cuando los dos discípulos se hubieron marchado, Po-Yang resucitó. Puso en la boca de su discípulo y en la del perro un poco de medicina bien preparada. Y en pocos instantes los dos volvieron a la vida. Después, con su discípulo, llamado Yu, y el perro, siguió el camino de los inmortales. Por medio de un carnicero que encontraron, enviaron una carta de agradecimiento a los dos discípulos, que se llenaron de remordimientos al leerla.

(Citado por J. Rebotier- J.M. Agasse, Alchimie, contes et legendes)

 

“La montaña mágica”. Thomas Vaughan

Existe una montaña situada en medio de la tierra, o centro del mundo, que, al mismo tiempo, es pequeña y grande. Es blanda y dura y pétrea más allá de toda medida. Está alejada y, sin embargo, está al alcance de la mano, pero, debido a la Providencia de Dios, es invisible. En ella se hallan escondidos los mayores tesoros que el mundo es capaz de valorar. Esta montaña, a causa de la envidia del diablo, siempre opuesto a la gloria de Dios y a la felicidad del hombre, se encuentra rodeada de bestias muy crueles y otras aves rapaces que hacen el camino difícil y peligroso. Y por esta razón, hasta el día de hoy, porque los tiempos no han llegado aún, el camino que allí conduce no ha podido ser imaginado ni encontrado. Pero ahora, al fin, el camino será hallado por aquellos que sean dignos de él, además de por el trabajo y el propio esfuerzo de cada hombre.

Iréis hacia esta montaña, cuando aquello viene, en el curso de cierta noche muy larga y muy oscura. Cuidad de haberos preparado por la oración. Insistid para conocer el camino que conduce a la montaña, pero no preguntéis a nadie dónde se encuentra. Seguid únicamente a vuestro Guía, que se presentará a vosotros y vendrá a encontraros en el curso del camino. Pero vosotros no le conoceréis. Este Guía os conducirá a la montaña a medianoche, cuando todo está en silencio y oscuridad. Es necesario que os arméis de un valor decidido y heroico, sin lo cual tendréis miedo de las cosas que ocurrirán y caeréis hacia atrás. No necesitaréis ni espada ni otra arma corporal. Tan sólo pedidle a Dios su ayuda, sinceramente y de corazón. Cuando hayáis descubierto la montaña, he aquí el primer milagro que aparecerá. Un viento muy impetuoso y muy grande sacudirá la montaña y hará estallar las rocas a pedazos. También estaréis rodeados de leones, de dragones y de otras bestias terribles. Pero no tengáis miedo de todas estas cosas. Sed resueltos y cuidad de no volveros atrás, porque vuestro Guía, que os ha conducido hasta allí, no permitirá que ningún mal os alcance. En cuanto al tesoro, no está aún descubierto, aunque esté muy cerca. Después de este viento, vendrá un temblor de tierra que derribará todo lo que el viento había dejado y lo allanará todo. Pero estad seguros de que no seréis derribados. Después del temblor de tierra, seguirá un fuego que consumirá toda la mugre de la tierra y descubrirá el tesoro. Pero no podréis verlo aún. Después de todas estas cosas y cerca del alba, habrá una gran calma, veréis como se levanta la estrella de la mañana, la aurora se os aparecerá y percibiréis un gran tesoro. Lo más importante y perfecto que contiene es cierta tintura exaltada, por medio de la cual, si se ha servido a Dios y si se es digno de tal don, el mundo puede ser teñido y transformado en el oro más puro.

Esta tintura, empleada según la instrucción de vuestro Guía, os hará jóvenes si sois viejos y no tendréis ya mal alguno en ninguna parte de vuestros cuerpos. Con la ayuda de esta tintura también encontraréis perlas de una excelencia inimaginable. Pero no os atribuyáis nada de vuestros poderes presentes, contentaos solamente con lo que vuestro Guía os comunicará. Alabad a Dios perpetuamente por éste, su don, y cuidad de no usarlo para gozos mundanos; empleadlo en trabajos que sean contrarios al mundo. Usadlo rectamente y gozad de él como si no lo tuvierais. Llevad una vida templada, sin pecado, de otro modo vuestro Guía os abandonará y seréis privados de esta felicidad. Sabed esto en verdad: aquél que haya abusado de la tintura y no viva de un modo ejemplar, con pureza y devoción ante los hombres, perderá este beneficio y no le quedará ninguna esperanza de encontrarlo de nuevo. He aquí la descripción que nos han hecho de la montaña de Dios, el Horeb místico y filosófico que no es nada más que la parte más elevada y más pura de la tierra.

(Oeuvres complètes)

CUENTOS DE OTRAS TRADICIONES