Texto corregido y ampliado para la segunda edición de «Física y metafísica de la pintura» de Louis Cattiaux (1998). Raimon Arola.

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Louis Cattiaux y su época

Al analizar la biografía de Louis Cattiaux redactada por Bernard Dorival con motivo de la primera exposición que se realizó de su obra completa, encontramos un dato que llama la atención: «1936- Un periodo de búsqueda se abre para él: a las preocupaciones técnicas se une una orientación hacia la Alquimia y Búsqueda de lo Absoluto que renovará sus temas»[1].

A partir de esta fecha sus pinturas reflejan directamente esta inquietud, atrás queda el periodo formativo y experimental, del que destaca la creación, en 1933, de una galería de arte vanguardista, llamada Gravitations y la fundación, junto con un pequeño grupo de pintores y poetas, de un efímero movimiento artístico que se llamó Transhylisme[2]: intentos de compartir la agitada búsqueda del arte de su siglo. Pero, a partir de 1936, su pintura se vuelve más personal y es difícil incluirla enteramente en cualquiera de las tendencias pictóricas contemporáneas. Algunos críticos la englobaron dentro del surrealismo, pues no debemos olvidar que Cattiaux vivió y trabajó en el centro físico y temporal de este movimiento abanderado por André Breton.

Las pinturas de Louis Cattiaux tienen, ciertamente, algo de surrealismo. En sus telas vive un mundo extraño, mágico, distinto del que ven nuestros ojos cotidianamente. Algo parecido a lo que buscaban los surrealistas al indagar en zonas del espíritu humano poco conocidas, alejadas de la lógica y del raciocinio. André Breton escribió en el Segundo manifiesto del surrealismo: «Todo induce a creer que existe un cierto punto del espíritu donde la vida y la muerte, lo real y lo imaginario, el pasado y el futuro, lo comunicable y lo incomunicable, lo alto y lo bajo cesan de ser percibidos contradictoriamente. Así, es vano buscar en la actividad surrealista otro móvil que la esperanza de determinar este punto».[3]

El surrealismo abrió la puerta del arte hacia las zonas oscuras del espíritu humano, pero, que duda cabe, una vez atravesado este umbral, la mayoría de los artistas de la época sólo supieron extraer unos estilos personales, sin duda muy interesantes estéticamente, pero pocos alcanzaron a distinguir la luz del espíritu que germina en medio de las zonas de penumbra  y oscuridad. Como si una vez fuera del mundo racional, en el “punto del espíritu donde la vida y la muerte” se encuentran, la búsqueda se disolviera en un inevitable crepúsculo, en espejismos de ideas y sentimientos.

En relación a los pintores surrealistas, Cattiaux escribía: «han utilizado el engaño y parecen inspirarse en las escenas de locura de la cámara subterránea de la Gran Pirámide»[4]. Con ésta afirmación seguramente apuntaba al problema expresado por la Sibila al piadoso Eneas, cuando éste quiso bajar a los Infiernos: «Es fácil bajar al Averno, día y noche permanece abierta la puerta del negro Dite, pero volver de allí y escapar de nuevo hacia las luces de arriba, ahí está la obra, ahí está el trabajo. Pocos pudieron conseguirlo»[5]

En la obra de Cattiaux las imágenes provenientes del mundo apartado de la conciencia no son imágenes oníricas, ni automáticas, ni paranoicas, ni naif, ni sentimientos exacerbados, ni permiten una expresividad de belleza sugerente y exótica, sino que más bien son símbolos del mundo luminoso que se engendra en la oscuridad, que «brota de las tinieblas del ser  oculto»[6].

Analizando los temas de la pinturas de Louis Cattiaux, a partir del cambio mencionado en 1936, nos percatamos que, junto a la disolución de la realidad aparente -como hacen los surrealistas-, surge un mundo de símbolos que recogen el legado del arte sagrado de Occidente. Esa característica distingue claramente su pintura de las tendencias surrealistas, por ello, el mismo Cattiaux escribe en una carta: «los aficionados a la pintura clasifican mi producción de surrealismo, que para ellos es el término vertedero de todo lo que no entienden»[7].

Arte hermético

Las imágenes simbólicas que más destacan en la obra pictórica de nuestro autor son aquellas que mantienen una estrecha relación con el arte hermético. René Guénon lo confirmó, pues escribió sobre Le Message Retrouvé, de Louis Cattiaux (opinión que vale igualmente para sus pinturas): «las tendencias que en él están expresadas son, de forma general, las del hermetismo y, más concretamente, las del hermetismo cristiano»[8].

No es fácil resumir aquí qué significa el arte hermético, así como tampoco concretar sus límites[9], aunque sin duda, y esto es lo que interesa, está emparentado directamente con la alquimia. En la obra de Cattiaux hallamos constantes referencias al arte alquímico, al que denomina «el antiguo Arte Real de los Sabios»[10]. En sus pinturas y dibujos se encuentran por doquier signos alquímicos que enseñan los elementos con los que trabaja este arte y que describen sus operaciones; pinta personajes recibiendo el rocío del cielo, atanores y matraces, cuerpos germinando de sus tumbas, magos sosteniendo la piedra, tigres coronados con el sol, etcétera.

La alquimia es, según Cattiaux, la llave de oro para interpretar todos los símbolos y, lógicamente, la de sus pinturas.  E. y C. d’Hooghvorst explican que este arte «une el cielo con la tierra y hace referencia al misterio de Dios, de la creación y del hombre», de manera que el significado alquímico une los sentidos terrestres: moral, filosófico y ascético, con los celestes: cosmogónico, místico e iniciático[11]. Cattiaux lo expresa de la manera siguiente: «la alquimia no es el yoga de Occidente; es la ciencia primera y última, la ciencia de la renovación de la creación, el misterio de los misterios […]. Pero también contiene una trampa para los codiciosos y los groseros»[12]. La trampa consiste en confundir los símbolos que explican los secretos de la Naturaleza con los propios secretos, pues, como escribió el alquimista Geber: «Los antiguos ocultaron los secretos de la Naturaleza no sólo en los escritos, sino también mediante numerosas imágenes, caracteres, cifras, monstruos y animales representados y transformados de diversas maneras. Y dentro de sus palacios y templos pintaron estas fábulas poéticas, los planetas y los signos celestes, con muchos otros signos, monstruos y animales. Y no eran comprendidos sino por quienes tenían conocimiento de tales secretos»[13].

El arte hermético, como la pintura de Cattiaux, enseña, pero también esconde, da mil nombres y figuras a su única materia: el don del cielo sin el cual la obra alquímica no puede empezar. Sobre esta primera materia escribió H. C. Agrippa: «Hay una cosa creada por Dios, sujeto de toda admiración, que está en la tierra y en los cielos, existe en el acto animal, vegetal y mineral, se halla por todas partes, no se la conoce, nadie la llama por su nombre, pero está oculta bajo los nombres, figuras y enigmas, sin la cual no podrían haberse impuesto la Alquimia ni la Magia natural»[14].

La Primera Materia también es conocida con el nombre de Mercurio, el dios de la palabra. Cattiaux dedicó una pintura a este tema, Le Mercure champêtre (ver figura 16); en el dorso de la tela el autor escribió la siguiente dedicatoria: «Para C.H., este Mercurio que conduce al Sol nacido de nuevo, que se celebra en esta Navidad de 1952». El cuadro representa a Mercurio entre el Sol y la Luna, pues, como está escrito en la famosa Tabla de Esmeralda de Hermes Trismegisto, «el Sol es su padre y la Luna su madre»; en el mismo sentido Horapolo del Nilo explica que los egipcios «para indicar eternidad dibujan un sol y una luna porque son elementos eternos»[15]. La figura de Mercurio lleva un gran sombrero, lo que indica que es algo oculto, con sus manos cubiertas por guantes, símbolo de pureza. Sostiene una vara en la que están engastados el Sol y la Luna, símbolos de la eternidad, con la otra sostiene una figura alegórica de la Piedra Filosofal. El hecho de ser llamado campestre, podría estar relacionado con el aspecto de la primera materia que es una cosa «tosca y cruda»[16], que debe cultivarse y madurar para convertirse en la Piedra Filosofal.

En la obra pictórica de Cattiaux abundan, así mismo, los grandes temas del cristianismo: la Anunciación, la Virgen, el Nacimiento de Jesús, imágenes de la Crucifixión, los discípulos de Emaús, el Juicio final…  Cada una de estas pinturas es una reflexión profunda y una enseñanza sobre la iconografía cristiana, tal como fue en su origen. Las enseñanzas evangélicas son tratadas desde el conocimiento del secreto que encierran, ya que «gracias a la luz de la santa ciencia de Hermes -explicaba Cattiaux a un amigo- penetrarás poco a poco en el misterioso y oculto significado de la vida y pasión del Señor-Cristo»[17]. La tela titulada Le vraie mystère de la passion (ver figura 18) es, a nuestro entender, un ejemplo magnifico de ello, representa la crucifixión, pero completamente diferente de las imágenes convencionales: la figura del crucificado sólo está delimitada por un hueco en el interior del madero, la parte que correspondería a la cara deja ver el sol, que a su vez está coronado por la luna. La unión de la cruz, el sol y la luna forman el símbolo jeroglífico del Mercurio de los sabios. Según Pernety los Filósofos Herméticos, el Mercurio de los sabios «es a la vez la medicina de los tres reinos, o su panacea universal que resucita a los muertos»[18].

Al final de su trayectoria pictórica dedicó una especial atención a la representación de la Virgen; decía Cattiaux al respecto: «pinto Vírgenes Eternas de las que nadie conoce el verdadero nombre excepto el que las desposa»[19]. Según Cattiaux, el misterio marial, tan ignorado y desprestigiado en nuestra época, es el lugar por el cual se debe pasar imprescindiblemente para llegar al sol filosófico, y sus creaciones artísticas sobre este tema, lejos de preocupaciones estéticas, son enseñanzas  concretas sobre este misterio: La fécondation de la Vierge, Vierge noire, Maria Paritura, Vierge solaire, etcétera.

En los últimos años de su vida, cautivado cada vez más por las maravillas de la realidad sagrada que conocía, su pensamiento y sus creaciones se alejaron definitivamente del mundo y la actualidad que consideramos artística. Sus obras, apartadas del devenir del mundo cotidiano, son un testimonio de aquel «que es, el que vive, el que permanece inmutable en sí mismo por la eternidad»[20].

La técnica como fundamento del espíritu

Al margen de planteamientos históricos, estéticos y temáticos, en la obra de Cattiaux es fundamental la materialidad. Según E. d’Hooghvorst, Louis Cattiaux «pintaba utilizando una materia rica, densa, coloreada en extremo. Afirmaba haber reencontrado el secreto de la antigua materia pictórica de los hermanos Van Eyck, este secreto de oficio que los pintores de antes se trasmitían de boca a oreja y de maestro a discípulo»[21]. El secreto de su técnica se centraba en la confección de un medium, cuerpo inalterable y transparente, que vehiculara sus pigmentos, embalsamándolos para protegerlos de la oxidación y separándolos para permitir el paso de la luz hasta los fondos blancos, desde donde se iluminará la masa de color, produciéndose el vibrato del que habla en su tratado[22]. De esta manera aparece lo sobrenatural oculto en la realidad natural[23]. Por ello, seguramente, su tratado sobre la pintura lleva por título Física y Metafísica de la pintura; es decir: a partir de la realidad física se llega a la realidad metafísica. Su arte nace en las entrañas de este mundo y se eleva hacia el otro mundo. En un lugar de su tratado escribe: «Corrientemente se dice que el genio es sublime, nosotros precisamos diciendo que es sublimado»[24]. La precisión parece indicar que la obra de arte emerge de la oscuridad del mundo para llegar a la luz celeste. En la pintura de Cattiaux la materia llega a ser como viva y se convierte en la raíz necesaria donde el espíritu florece.

El medium utilizado por Cattiaux, para componer sus serenas y enigmáticas pinturas, también tenía por finalidad la captación mágica del espíritu viviente del universo, pues sin él, explicaba nuestro autor, no es posible que aparezca la luz sobrenatural escondida en lo natural[25]. En sus pinturas y escritos encontramos constantes referencias a la magia, pues sin ella el arte no existiría; Cattiaux explica en su tratado: «El origen del arte no es resultado de una necesidad estética, como generalmente se cree, sino de una necesidad de dominación mágica»[26].

Gracias a la influencia del cielo, captada mágicamente, las pinturas de Louis Cattiaux no se quedaron encerradas en el mundo del subconsciente surrealista, sino que reflejan los secretos de la vida; en este sentido escribió: «me gusta sobre todo pintar personajes imaginarios dentro de paisajes inventados, pero por encima de todo la búsqueda mágica tan inquietante a causa de la expresión muy secreta de la vida»[27].

En una pequeña pintura titulada La force des pentacles o la Venus celeste, la Mere des Mondes,  Cattiaux resume el sentido profundo de la magia. El cuadro representa a una mujer esférica de color rojizo, sugiriendo el movimiento cíclico del fuego universal, en medio de la cual se hallan unos caracteres mágicos que significan Venus. En la parte superior de la imagen y con los mismos caracteres, está escrito Sol, en la parte inferior está escrito Saturno, a su derecha, Luna y a su izquierda, Mercurio[28]; en los cuatro extremos de la pintura se encuentran las figuras de los cuatro elementos, arriba el agua y el aire, abajo la tierra y el fuego. Se puede deducir que la mujer es la Quintaesencia, llamada Madre de los mundos o Venus Celeste, que anima las metamorfosis de los cuatro elementos y, con ellos, a toda la creación. Es una representación del Alma del mundo, causa del movimiento de la gran fábrica de la creación; la magia consiste en ponerse en comunicación con ella. Pudiera ser por este motivo, que Cattiaux titulase la pintura, La force des pentacles, como queriendo expresar que es ella, la Quintaesencia, la que da todo el poder a los pentáculos, la figura mágica por antonomasia.