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Significados
La palabra verde proviene del latín viridis, de la raíz «vir» que significa ‘fértil’, está asociada a la idea de fecundidad, juventud, vigor y virilidad. Verde es también el despertar de la vida. Equidistante entre el azul celeste y el rojo infernal, el verde es un valor medio, el que media entre el calor y el frío, lo alto y lo bajo, la luz y la oscuridad.
Según el experto en colores Michel Pastou, el verde es un color, mediano, no violento como aparece en los textos medievales, y añade que los teólogos que codificaron los colores litúrgicos fueron seguramente de la misma opinión, pues el verde fue instituido para los domingos ordinarios.
En su explicación, Pastou sigue a Goethe que era de la misma opinión, para él el verde era el resultado de un equilibrio entre el amarillo, color luminoso, activo y cálido y el azul, oscuro pasivo y frío, por eso lo veía como un color mediano de armonía y reposo.
Frédéric Du Portal en su obra Los colores simbólicos ahonda un poco más en el simbolismo de este color y señala que, según los profetas, de Dios emanan tres esferas que llenan los tres cielos, la primera es la esfera del amor, que es roja, la segunda es la de la sabiduría y es azul, por último, la tercera es la esfera de la creación donde lo oculto se manifiesta y es de color verde.
También explica que los tres grados de regeneración corresponden a las tres esferas celestes con sus consiguientes colores y a los elementos: la tierra, el aire y el fuego, traducidos al lenguaje de los colores como verde, azul y rojo. En realidad, se atribuyen cuatro colores a los elementos, el rojo que representa el fuego, el azul, el aire, el verde, el agua, y el negro, la tierra.
El primer grado de iniciación se obtenía tras el bautismo de agua, sin embargo, antes, el neófito había atravesado la muerte espiritual, marcada por las tinieblas y el color negro, por eso los símbolos de este primer grado eran el verde y el negro, el negro representaba las aguas primitivas o el caos, así como el verde representaba la creación. En cuanto al elemento tierra también tenía los mismos colores como símbolos, a la materia caótica y oscura se le atribuía el negro, y al principio de vegetación de aparecía en ella, el verde.
El bautismo era el símbolo del misterio de la creación, el profano representaba a la materia inerte y oscura, las aguas vertidas sobre su cabeza representaban el principio fecundador que debía regenerarlo.
En el Apocalipsis se ordena a las langostas que no dañen ninguna cosa verde, solo a los hombres que no tienen el sello de Dios en la frente.
Este contraste entre lo verde y lo profano, dice Du Portal, muestra que el verde era el símbolo de los regenerados.
Añade este autor que Venus y Minerva, el amor y la sabiduría, eran los símbolos de este primer grado, como lo indica el color verde de estas dos divinidades. Los griegos solían distinguir entre la Venus celeste, que representaba el amor divino y tenía relación con el verde y la Venus terrestre que representaba el amor humano y se relacionaba con el negro. Esta última simbolizaba el estado que precede a la regeneración mientras que la otra, nacida del mar representa el comienzo de la iniciación que empieza por el bautismo.
El sinople o verde del blasón, que viene del bajo latín sinopis, significaba a la vez rojo y verde, por lo que la virtud secreta del verde procede de que contiene al rojo, del mismo modo que, según el lenguaje de los alquimistas, la fertilidad de toda la obra proviene del hecho de que el principio ígneo, caliente y macho, anima al principio húmedo, frio y hembra.
En las diferentes mitologías, las verdes divinidades de la primavera invernan en los infiernos donde el rojo ctónico las regenera. Por ello son exteriormente verdes e interiormente rojas, Osiris el verde, resucita gracias a Isis que porta el sol rojo entre sus cuernos de vaca.
San Juan en el Apocalipsis 4, 3 describe su visión, que, como la de Ezequiel, es una epifanía de luces, sin forma ni rostro, y escribe:
El que preside es como una piedra de jaspe verde o de cornalina (rojo profundo) o sardónice (rojo anaranjado); el nimbo que rodea el trono es como una visión de esmeralda.
En esta visión, el rojo y el verde aparecen como aspectos de una misma esencia. Algo que podría estar en el origen del Grial, el vaso de esmeralda que contiene la sangre del salvador. Otra vez la unión de los dos colores.
Las maravillosas cualidades del verde indican que este color simboliza un conocimiento secreto que se abre cuando el verde se manifiesta.
Hildegarda de Bingen y su viriditas
A partir de sus visiones, Hildegarda de Bingen habla de viriditas, del latín viridis “verde”, “vigoroso”. Ella lo usa para describir la fuerza vital de Dios presente en toda la creación —la energía divina que hace crecer, florecer y regenerar.
Dios es la fuente del verdor, la viriditas que da vida. El alma humana, cuando está en gracia, participa de ese verdor divino. El pecado, en cambio, es sequedad (ariditas), una pérdida de la savia espiritual.
Así, la visión en verde expresa la experiencia de la vitalidad divina en el alma y el cosmos. En una de sus visiones, Hildegarda describe al Espíritu Santo como un viento verdeante, que “hace florecer todas las cosas” y renueva lo marchito.
Precisamente uno de los pasajes más bellos de Hildegarda de Bingen sobre la “visión en verde” proviene del Liber divinorum operum (I, 3), donde describe cómo el Espíritu Santo llena el cosmos de vida.
“Yo, la llama viva del Espíritu,
ardo en la belleza de los campos,
resplandezco en el agua,
brillo en el sol, la luna y las estrellas,
soplo en el aire de una vida que todo lo mantiene.
Con vida verdeante, yo enciendo toda chispa de existencia;
nada mortal tiene vida sin mí.
Yo soy el verdor que germina y florece,
el rocío que hace crecer las hierbas.
Yo respiro en la hierba y en las flores,
y cuando las aguas fluyen, es por mí;
el aire vive por mí,
y también la llama de las estrellas.”
La línea verde de los cabalistas
En un tratado dedicado a los hermanos de la Rosa-Cruz [1], Eugenio Filaleteo, el alias de Thomas Vaughan, quien, además de practicar la alquimia, estudió profundamente la cábala, se refiere al color verde y lo identifica con una sefirah: Malkut, el reino, la décima sefirah del árbol sefirótico, que, como un recipiente, recibe todas sus influencias. Estas son sus palabras:
Y aquí podríamos decir algo de la línea verde de los cabalistas, un misterio que no todos los cabalistas antiguos sabían y los modernos nada. Es la última midah, o sefirah, pues ella recibe e incluye todas las influencias del orden sefirótico, comprende el cielo y la tierra como un arco iris verde, o una vasta esfera de verdor donde se depositan estas influencias divinas, como la lluvia a través del éter en las órbitas de las estrellas fijas, pues lo que el aire es a la esfera de la tierra, el éter lo es a la esfera de las estrellas y aquí se encuentra un secreto de los cabalistas, pues nos dicen que se encuentra una Venus doble en un aire doble.
Pico de la Mirándola en su séptima Conclusión cabalística se refiere también a “la línea verde que todo lo rodea”:
Cuando Salomón dijo en su oración del libro de los Reyes: Escucha cielo, hemos de entender por cielo una línea verde que rodea todo el universo.
Pico quizá no traduce la frase literal del Sefer Yetzirá, pero asume su contenido, porque él tenía acceso a los comentarios geónicos y a materiales cabalísticos proporcionados por los judíos conversos de Florencia y Roma. Pues antes que Pico de la Mirandola y Eugenio Filaleteo, en comentarios medievales asociados al sobre Sefer Yetsira, considerado el primer escrito en el que aparecen los nombres de las sefirot relacionados con las veintidós letras del alfabeto hebreo, se menciona esta línea verde y se vincula con el tohu y el bohu bíblicos, sobre todo en el Pirush Ha-Geonim y que después fue retomado por cabalistas como Rabí Eliezer de Gerona y la escuela de los Hasidei Ashkenaz.
Estos comentarios describen tohu como una energía primordial, y añaden: “Una línea verde que rodea el mundo entero” (קו ירוק מקיף את כל העולם)
En las primeras ediciones del Sefer Yetzirá no aparecía este comentario, pero posteriormente en algunas ediciones como la de Mantua de 1562, fue incorporado este concepto:
En tercer lugar, creó el agua del aire, trazó y talló con ella, el tohu y el bohu, el limo y la arcilla, hico como un parterre, los talló como un muro, los cubrió con una especie de tejado. Hizo que por debajo corriera el agua que se convirtió en tierra, como está escrito: “Pues le dijo a la nieve: Sé tierra”. Tohu es la línea verde que envuelve el mundo entero. Bohu son las piedras agujereadas y hundidas en el océano, de dónde sale el agua, como está dicho: Por encima extenderá la línea de tohu y las piedras de bohu, lodo y arcilla.
El león verde
Por otro lado, sabemos que las fases de la obra alquímica comienzan con la nigredo u obra al negro, que significa la muerte, disolución o putrefacción de la materia, justo después aparece el verde, que indica la animación y la vegetación de la materia, el renacimiento de la vida, una fase pasajera pero muy significativa, posteriormente el blanco, que indica la purificación de la materia, el citrino al que llaman su oro, y finalmente el rojo o rubedo, que marca la aparición de la flor de este oro, su corona real, la perfección de toda la obra.
Los alquimistas hablan de un fuego secreto, espíritu vivo y luminoso, como un cristal translúcido, verde, fundible como la cera. Este fuego es justamente el que resuelve los contrarios, de él se dice que “es árido, pero hace llover, que es húmedo pero que siempre deseca”.
Para ellos, el león verde es también el símbolo de su primera materia. El león, junto con el águila son los actores de la Gran obra, el águila, dicen, representa al agua, pues es volátil y se eleva en nubes como un ave. Evidentemente, no hablan del agua común, al igual que al hablar de la tierra ígnea representada por el león tampoco se refieren a una tierra vulgar, sino a una tierra mágica y fija con la que se deben cortar las alas al águila, es decir, con la que se debe fijar la humedad volátil para conseguir la unión de los dos. Todo ello se alcanza gracias a un fuego secreto, contenido en la tierra y del que ellos se reconocen discípulos.
Paracelso habla del verde como fuerza vital universal, la energía que permite a las cosas crecer y regenerarse. Para Paracelso, el verde no es sólo un color físico: es una cualidad espiritual, una energía que surge cuando el espíritu penetra la materia y también un elemento alquímico: el vitriol. Y eso es lo que se dice en el Diccionario Mito-Hermético de Dom Pernety respecto del vitriol:
Podemos decir en general que el vitriol verde de los filósofos es su materia cruda, su vitriol blanco es su magnesia al blanco y su vitriol rojo, o su colcotar, es su azufre perfecto al rojo.
Michael Maier en la Atalanta Fugiens, en el Emblema XXI, representa a un león verde que devora al sol y, quizá siguiendo a Paracelso, escribe lo siguiente:
El león verde es nuestro vitriolo, que devora el oro hasta hacerlo invisible.
Aquí, el vitriol sería el disolvente del sol u oro que lo liberaría de su forma original y grosera. Por último, en el Rosario Philosophorum está escrito respecto a esta figura:
Y habéis alimentado y disuelto el verdadero león con la sangre del león verde. Porque la sangre fija del León Rojo ha sido hecha de la sangre volátil del León Verde; por lo tanto, son de una naturaleza, y la sangre sin fijar otra vez hace lo que es fijo volátil, y la sangre fija a su vez fija lo que es volátil, como fue antes de su solución.
Y esto es lo que resume Basilio Valentin En su obra Las Doce Claves de la Filosofía donde escribe al “león verde” devorando al sol y comenta:
El león verde devora al sol y lo transforma en su propia sangre; de esta sangre se extrae el rojo más puro.
La sal verde
En otro de sus tratados titulado “Aula Lucis”, Filaleteo, habla del verde como si fuera una sal, que, al igual que el cielo recibe la claridad del mundo espiritual y la tierra, del cielo visible, puede recibir en la tierra la claridad y la potencia de estos dos mundos superiores. Según el filósofo, este sujeto sería el cuerpo del espíritu universal:
Es el cuerpo espíritu universal, el vehículo y el cuerpo etéreo de la palabra creadora, es el esperma de la Naturaleza que ella se prepara para ser su propia luz como si nosotros preparásemos el aceite para una lámpara. Es una sustancia extraña, pero muy común y ciertos filósofos la han denominado una “sal verde admirable” (salina virens et mirabilis).
Y en su “Lumen de Lumine” dedica un apartado a la “sal verde” en el que explica que esta sal es:
Es una tintura de la mina de zafiro…, es el aire de nuestro pequeño mundo de fuego invisible. La sal verde produce dos nobles efectos la juventud y la esperanza. Por doquiera que aparezca es un signo infalible de vida, como veis en la primavera cuando todo es verde… Proviene de la tierra celeste, pues el zafiro es como un esperma que inyecta sus tinturas en el éter donde son transportadas y manifestadas a la vista.
Muerte y resurrección
Pero, ¿por qué se insiste en el color verde como color de vida, de juventud y conocimiento?, pues, el verde es también el color de los cuerpos en descomposición, es de decir, de la muerte, y quizá sea precisamente porque la vida nueva nace de la muerte o de la putrefacción, como nos muestra la tierra después del invierno, cuando toda ella se recubre de un verde esplendoroso, por lo que pueda decirse que el verde, aunque sea el color de la muerte es también y, sobre todo, el color que indica la resurrección y la regeneración..
También Satanás aparece a veces con la piel verde y grandes ojos verdes, y como explica Frederic Du Portal, el ojo simboliza la inteligencia, la luz intelectual que el ser humano puede orientar hacia el bien o hacia el mal. Por eso Satán y Minerva, la locura y la sabiduría se representaban con ojos verdes.
La verde Talía
En una pintura de Herculano se representa a Venus con un ropaje flotante de color verdoso, y sus acompañantes, las tres gracias, parecen ser los símbolos de las tres esferas celestes que hemos mencionado y de los tres grados de la regeneración. La primera, Talía preside la vegetación y su color es el verde. Eufrosina, reina sobre el imperio del aire y es azul, mientras que Aglae, domina sobre el fuego y su color es el rojo.
Emmanuel d’Hooghvorst en su estudio sobre Virgilio, se ocupa de las Bucólicas, concretamente del Canto de Sileno. En este fragmento aparece Talía, la musa de la comedia y de la risa, “que no se sonrojó por habitar en los bosques” (IV, 1-2) lo cual, según d’Hooghvorst, alude al aspecto aún grosero de la primera materia, pues contaba los misterios de la filosofía aún verdes y no maduros.
En el mismo “Lumen de Lumine” que hemos citado con anterioridad, Filaleteo relata una experiencia visionaria en la que se encontró, sin saber cómo, en un desconocido jardín nocturno que se iluminó de pronto con unos maravillosos reflejos verdosos. Esta luz anunciaba la aparición de Talía vestida con un precioso vestido verde. Como acabamos de ver, Talía es la musa que habita en el Templo de la naturaleza, ella es quien lo ilumina por vez primera y hace que florezca con su luz pura.
Según Platón, Talía es la “conductora en el conocimiento y contemplación de los dioses”[2] Por eso, esa luz verde ha sido tan buscada por todos los viajeros del absoluto, pues es la única que puede darles el acceso a los secretos de la divinidad.
La tierra verde
También los visionarios del islam chií aluden a una tierra verde, a la que ellos llaman el mundo de Hûrqalyâ, el mundus imaginalis según la afortunada expresión de Henry Corbin. Un lugar donde los cuerpos se espiritualizan y los espíritus toman cuerpo, donde se percibe el sentido oculto de las cosas y se suceden los acontecimientos de la historia espiritual del hombre. A esta tierra se la conoce también con el nombre de Malakut, el reino, mencionado en el Corán como “el reino del cielo y la tierra”. Corbin, citando a Ibn Arabi, explica que esta tierra fue creada con un pequeño resto de la arcilla con la que fueron creados Adán y su “hermana” la palmera. De este pequeño resto, Dios hizo una tierra inmensa que “encierra maravillas y sorpresas que somos incapaces de enumerar, y ante las que la inteligencia queda impresionada”.
Al-Khadir
La terra lucida que acabamos de ver, contiene todas las bellezas de nuestro mundo, pero en un estado sutil, luz pura sin sombra. En ella reina un personaje legendario llamado Al-Khadir o Kidr, que realiza las mismas funciones iniciadoras que Gabriel en la tradición cristiana o Hermes en la tradición hermética. Al-Khadir posee y transmite la ciencia divina. Simboliza tanto al iniciador como al maestro interior. Su figura se confunde con la de Elías.
Se le representa siempre con un manto de color verde, su propio nombre significa «el que verdea», y una leyenda cuenta que con su sola presencia hizo reverdecer, es decir, devolver la vida, un desierto. Al khadir “el hombre verde”, el patrón de los viajeros que encarna la providencia divina. Un día, encontró una fuente en el desierto mientras caminaba con un pescado seco, hundió en el agua este pescado y revivió, Al-Khadir comprendió entonces que había alcanzado la fuente de la vida, se bañó en ella y se volvió inmortal mientras su manto se coloreaba de verde.
La montaña de Kaf
Es el centro escondido del mundo. Su polo. En la cosmología musulmán Kaf es el nombre dado a la montaña que rodea el mundo terrenal, pues pensaban que la tierra tenía la forma de un disco plano, separado de la montaña por una región infranqueable. Es también donde reside el ave mítica Simurg, y, como explica el relato del Viaje de los pájaros, solo cuando llegamos, si es que llegamos, es cuando nos damos cuenta de que a quien buscábamos es a nuestro verdadero ser. Como ʿAṭṭār señala: “Tenemos que viajar lejos para descubrir la cercanía, para descubrir nuestra propia nada y descubrir lo que realmente somos”.
Al parecer la montaña, su cima o su base, están hecha de esmeralda verde y de su reflejo proviene el verde (para nosotros azul) del cielo[3]
Rūmī escribió lo siguiente respecto a ello:
Ḏū l-Qarnayn se fue hacia el Monte Qāf: vio que estaba hecho de pura esmeralda, y que se había convertido en un anillo que rodea todo el mundo.
Proteo
El verde simboliza el secreto de los filósofos: un verdor bendito que puede verse y tocarse aquí abajo y que da paso a los misterios de la alquimia. Filaleteo en el tratado dedicado a la Fraternidad de la Rosa Cruz dice que es el Proteo de los antiguos poetas, un espíritu de oro verde que, si estuviera en libertad, cosa que no pasa en tanto esté ligado con el cuerpo, pondría al descubierto todas las esencias del centro universal. Y añade sobre esta materia multiforme.
…yo por mi parte afirmo que esta tierra clarificada es el teatro de todas las formas que se manifiestan como imágenes sobre un espejo y cuando termina el tiempo de su manifestación se retiran al centro de donde proceden. De ella provienen todos los vegetales, todos los minerales y todos los animales del mundo, así como el propio hombre, con todo su desorden y su principado. Esta arcilla blanda es la madre de todo ello.
Recordemos la cita de Ibn Arabi en la que se habla de que la tierra de Hûrqalyâ procede de un pequeño resto de arcilla que sobró después de la creación de Adán y su hermana la palmera.
La esperanza, la vida y la juventud que se simbolizan por el color verde tienen que ver, dice Filaleteo, con un bálsamo astral, un húmedo radical elemental que, estando compuesto de superiores e inferiores, restaura el cuerpo y el espíritu. Y en el “Lumen de lumine” afirma que la piedra de los filósofos es una sustancia extremadamente pesada y húmeda pero que no moja las manos. Que brilla por la noche como una estrella, que está animada por la manifestación de su propia luz, aunque está envuelta de tinieblas y nubes y oscuridad y que cuando nace esta cubierta por un manto verde y húmedo.
Para ser una quimera, como tanta gente considera a la alquimia, es sorprendente la coincidencia entre las explicaciones de los soñadores que dicen practicarla…
Para terminar podría decirse que verde es el color del paraíso perdido y reencontrado por los cabalistas judíos, de la piedra tan buscada por los filósofos por el fuego, del espejo que instruye a los visionarios de distintas tradiciones, de la sal de la vida anhelada por todos y del manto del sabio viajero que puede proporcionarla.
NOTAS
[1] Los fragmentos de Eugenio Filaleteo traducidos aquí, pertenecen a la edición de sus obras completas realizada por Arthur Edward Waite y publicada por Kessinger Publishing’s. Rare and Mysthical Reprints.
[2] Diccionario de los símbolos, Chevalier y Gheerbrant, p. 722.
[3] Diccionario de música, mitología, magia y religión. Ramon Andrés.
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