Primero de una serie de artículos de RAIMON AROLA en los que se busca la relación entre la poesía y la gnosis, entendiéndola como una realidad básica de conocimiento y no como el movimiento herético de los primeros siglos, como lo presenta por ejemplo, Yves Bonnefoy en ‘La poésie et la gnose’ de 2016.

“La isla de la vida»

Pintura de Arnold Böcklin, 1888.

Sobre la `poesía

 

En una entrevista, Jorge Luis Borges comentó lo siguiente:

—Sí, bueno, se ha tratado de quitar la poesía de todas partes, la semana pasada me han preguntado en diversos ambientes… dos personas me han hecho la misma pregunta; la pregunta es: ¿para qué sirve la poesía? Y yo les he dicho: bueno, ¿para qué sirve la muerte?, ¿para qué sirve el sabor del café?, ¿para qué sirve el universo?, ¿para qué sirvo yo?, ¿para qué servimos? Qué cosa más rara que se pregunte eso, ¿no?

Los espíritus sombríos, nacidos en el mundo de la mezcla, marginan la poesía de lo cotidiano. Será necesario apartarlos para que la poesía penetre en los corazones y sea la parte compleja del universo simple. Los versos pueden ser o no ser poesía. José Asunción Silva escribió que confiaba en que su amada sabría encontrar la poesía que reposa en los recintos sagrados, en lugares no pisados por humanos pies, donde se oculta el silencio, en la voz de los follajes, en las tristezas profundas, pero: …jamás en los malos versos

Quien busque saber qué es la poesía en los malos versos concluirá que la poesía no le sirve, por eso, no es de extrañar que Borges concluyera como sigue: Qué cosa más rara que se pregunte eso. La existencia de la vida y la muerte, del café y del universo poseen su ser en esta existencia, sin embargo, para aprehenderlo es necesaria la poesía, la auténtica poesía.

La poesía sería la vida, representada como una mujer desnuda, que enseña a los humanos a madurar. Poesía: fruto maduro, suculento, silencio del tiempo en existencia completa. Fuego sin consumir, iluminación final, así lo escribió Miguel de Cervantes:

La excelencia de la poesía es tan limpia como el agua clara, que a todo lo no limpio aprovecha; es como el sol, que pasa por todas las cosas inmundas sin que se le pegue nada; es habilidad, que tanto vale cuanto se estima; es un rayo que suele salir de donde está encerrado, no abrasando, sino alumbrando.

La poesía surge de este rayo misterioso que en una noche muy oscura brillará y viajará hasta el lugar secreto y oscuro donde está encerrada y la liberará. Viaje secreto de la gnosis. Virgilio y Dante no viajan al centro del infierno por un capricho literario del poeta, el poeta sabe que para llegar al cielo primero se ha de cruzar la oscuridad de la ciudad prohibida.

Allí reside la poesía, que, como continúa explicando Cervantes por boca de Don Quijote:

…es como una doncella tierna y de poca edad, y en todo extremo hermosa, a quien tienen cuidado de enriquecer, pulir y adornar otras muchas doncellas, que son todas las otras ciencias, y ella se ha de servir de todas, y todas se han de autorizar con ella; pero esta tal doncella no quiere ser manoseada, ni traída por las calles, ni publicada por las esquinas de las plazas ni por los rincones de los palacios. Ella es hecha de una alquimia de tal virtud, que quien la sabe tratar la volverá en oro purísimo de inestimable precio…

Oculta en el fondo de un profundo pozo, como la verdad, esta doncella debe ser tratada con la sabiduría del alquimista que es capaz de transformar la vida potencial en vida manifestada e inmortal. El oro de los alquimistas no es ni más ni menos que la maduración de una doncella tierna y de poca edad.

 

El doble origen de la belleza

El espíritu sin nombre del poeta se revuelca en el polvo negro de una extraña locura, donde habita la ciencia. La gran ciencia que incita la vida y le da forma. Los versos, rebeldes a la razón, surgen de la raíz del mundo donde habita el fuego salvaje y la belleza prohibida. Allí impera la irreflexión, próxima al único instinto. Si se tiene en cuenta esto, es posible comprender las extrañas preguntas que Charles Baudelaire formuló en sus versos:

Viens-tu du ciel profond ou sors-tu de l’abîme,

O Beauté? …

Que tu viennes du ciel ou de l’enfer, qu’importe,

Ô Beauté! monstre énorme, effrayant, ingénu!

Si ton oeil, ton souris, ton pied, m’ouvrent la porte

D’un Infini que j’aime et n’ai jamais connu?

De Satan ou de Dieu, qu’importe? Ange ou Sirène,

Qu’importe….

 [¿Has bajado del cielo o eres hija de abismos, / oh, Belleza? […] / ¿Qué me importa que salgas del Infierno o del Cielo, / oh, Belleza, monstruosa, toda espanto y candor, / si tus ojos, sonriendo, van a abrirme la puerta / de un ansiado infinito que jamás conocí? / De Satán o de Dios, ¿qué más da? Ángel, Sirena / ¿Qué más da?… Traducción de Carlos Pujol.]

El poeta, el poeta maldito, debe convertirse en santo, en aquél que, gracias a sus manos purificadas, pueda sostener el amor transparente. Satán y Dios se aparecen en los versos del poeta. Satán no es comparable a Dios, sino que es una forma creada por Él a fin de que los humanos desciendan hasta lo más bajo del universo y puedan volver a elevarse purificados por el fuego que allí reside. El poeta que ha viajado a este lugar es propiamente un gnóstico. En palabras de Hans Jonas, es aquél en quien:

la moralidad neumática queda determinada por la hostilidad hacia el mundo y el desprecio de todos los lazos mundanos. A partir de este principio, sin embargo, podrían extraerse dos conclusiones contrarias, representadas ambas por dos posturas extremas: la del ascetismo y la del libertinaje (La religión gnóstica).

El poeta o el gnóstico son los buscadores del alma donde se reúnen el cuerpo y el espíritu, por eso no debería confundirse la palabra gnosis con ciertas tendencias filosóficas y religiosas de los primeros siglos de la era cristiana. Hablamos de la gnosis tal y como se usa en el Nuevo Testamento.

Desde la ascesis o el libertinaje, el gnóstico busca su alma. Si es capaz de buscar en los dos aparentes extremos de la vasta geografía de su espíritu es porque sabe que ella está en un lugar escondido, oscuro y salvaje, donde ninguna razón alcanza. El gnóstico se perderá en esta tierra ignota para después reencontrarse en ella. Los ataques a los gnósticos desde el origen del cristianismo no tienen ningún sentido pues olvidan que, como afirma el Tao Te Ching de Lao Tse: lo puro parece cubierto de vergüenza.

 Y es que, en lo más hondo de lo existente, en el centro del infierno, el dios ―lo puro― que jamás se ha mezclado con las impurezas que lo cubren, espera su llegada. Un dios latente que ofrece la vida nueva a quien lo libera, un renacimiento desde la nada. Un dios que no está determinado por formas idolátricas, que no responde a intereses, que no pertenece a ninguna ideología. Una simiente que, en la oscuridad, desea germinar, este dios oculto en la nada está a la espera de poder convertirse en el gran árbol de vida.

 

Orfeo

Para reunir el mundo de la vida y el de la muerte, los poetas deben viajar a un lugar oculto llamado infierno donde habita la muerte, como ya sucedía con los antiguos héroes griegos. Tal es la propuesta que François Chang desarrolla en sus Cinco meditaciones sobre la muerte.

La auténtica creación artística, tanto en Occidente como en otros, lugares, pasa por la vía órfica, esa que lleva la huella de Eurídice desaparecida, esa a través de la cual Orfeo intenta alcanzarla en lo sucesivo por medio de otro tipo de encantamiento.

En este sentido, Chang propone en la actualidad la antigua la idea del contacto entre los vivos y los muertos usando unas palabras que Victor Hugo dirigió a su hija muerta a temprana edad: “Iré a través del bosque, iré a través de la montaña, no puedo permanecer lejos de ti por más tiempo…”

El mito de Orfeo y Eurídice es lo bastante conocido como para repetirlo, pero se refiere precisamente a este contacto. La desaparición de Eurídice desencadena la gran poesía del hijo de Apolo. Gracias a la muerte de su amada, Orfeo viajó al Hades y contempló lo invisible. Penetró en la noche y conoció el origen de los dioses, pues, no en vano, la Noche fue su primera madre.

Emmanuel d’Hooghvorst (El Hilo de Penélope) se refiere al misterio del saber que contiene el inframundo desde el punto de vista de la alquimia y explica el sentido del desenlace del mito órfico, que sería el siguiente: cuando Orfeo se da la vuelta para ver a su amada, aparentemente, impide que Eurídice pueda seguirle fuera del Hades, pero, según D’Hooghvorst, los sabios antiguos hablaban con palabras encubiertas y este hecho significaría: “la separación del oro vivo de su ganga mineral, donde se encontraba congelado y como muerto”. La palabra poética está enterrada en nuestro infierno, como una semilla en su tierra, y deberíamos actuar como Orfeo, descubrirla y dejar que germine en la oscuridad hasta su debido tiempo.

D’Hooghvorst continúa explicando este misterio con una terminología alquímica:

Cuando el bello mercurio bruto aparece fluyendo en el vaso bien dispuesto, es necesario que el discípulo, deslumbrado, vele inmediatamente el atanor. La luz es abiótica, y el oro puro y vivo ha de germinar en la más oscura de las tinieblas. He aquí la prueba de la fe, la fe del carbonero, que mantiene el calor exterior del atanor sin contemplar jamás el adelanto de la obra, a la espera paciente de los signos demostrativos que indican el momento en que el huevo va a romperse por sí mismo, desde el interior. ¡Son Orfeo y su Eurídice! Este discípulo, pues, se vuelve ciego, después de no haber visto nada más que fuego. ¡He aquí la ciencia!

La ciencia de la gran poesía, la ciencia del saber, es dejar al tiempo que realice su trabajo, abandonar cualquier intento de intervenir en el devenir del universo. Orfeo es necesario, pero solamente para desvelar la vida oculta y, después, debe cubrirla con un velo y esperar a la gestación de la palabra.

Más allá de los posibles simbolismos, el viaje de Orfeo, como el de Ulises, Eneas, Pitágoras, Dante, Jesús, etc., son necesarios para vivir y para conocer la vida, pero también para conocer el lugar oculto, para conocer la muerte, al igual que las raíces de un árbol, enterradas en la tierra, son imprescindibles para que el árbol pueda crecer. También la muerte.

 

Artículo de la serie

Segunda  parte de las reflexiones sobre la Belleza y la gnosis

Belleza y gnosis. Segunda parte