Devolver a la alquimia el sentido que tenía en la edad media y el Renacimiento «es una ardua tarea». Así lo piensa Raimon Arola (Tarragona, 1956), doctor en Historia del Arte que desde hace más de quince años imparte la asignatura de Simbolismo en la facultad de Bellas Artes de la UB. «Lo que nos llega hoy de la alquimia son las migajas», se lamenta el profesor. «Se ha llegado a utilizar como adjetivo de una transformación misteriosa, sin explicación aparente… perdiendo el conocimiento que entrañaba en la antigüedad.» Arola lleva media vida dando a conocer los símbolos de la alquimia, a través de una obra ensayística orientada a reencontrar su sentido espiritual y filosófico original.
Su último ensayo, Alquimia y religión. Los símbolos herméticos del siglo XVII, explica cómo la concebían los reformistas cristianos de la Europa moderna, poco antes de que la alquimia quedase marginada por el racionalismo que ya empezaba a imponerse. Y da cuenta de ello a través de los símbolos herméticos que estos utilizaron para transmitir su experiencia interior en busca de la eternidad, de la unión de lo material y lo espiritual, de lo fijo y lo volátil.
La primera referencia sobre la alquimia que tuvo Raimon Arola fue el libro Herreros y alquimistas, del filósofo e historiador de religiones Mircea Eliade. Su segundo encuentro fue mucho más poético, cuando cayó en sus manos El mensaje reencontrado, del también contemporáneo Louis Cattiaux. De hecho, algunos aforismos de este libro dan pie a la novela que Arola publicó en el 2003, obra que este año ha vuelto a imprimirse. El buscador del orden es una historia de amor, muerte y vida cuyo relato, lleno de referencias simbólicas, es en sí mismo un símbolo de la alquimia. Para la portada de la segunda edición, Arola eligió un grabado que también aparece en el amplio anexo de su reciente ensayo. Esta imagen forma parte de Atalanta fugiens, libro alquímico del siglo XVII que contiene partituras, poesías e imágenes, es decir, «el arte total, el arte completo». También es transversal la perspectiva que Arola reivindica para el estudio de los símbolos alquímicos. El problema actual, según el autor tarraconense, es que cada especialista se encierra en su propio ámbito académico, cuando lo interesante sería encontrar los lugares comunes de las diferentes tradiciones artísticas y espirituales. Politeístas y monoteístas escribieron sobre arte hermético, y «la alquimia intentaba aunar el conocimiento completo de las distintas disciplinas».
Atenea, diosa de la sabiduría, dirigía la obra de los alquimistas como a Ulises en sus viajes. Arola dirige y coordina la web Arsgravis (www.arsgravis.com) que, si bien nace en el marco de su asignatura, abre sus puertas al diálogo con otras iniciativas y estudios similares. La web quiere recuperar el estudio de los símbolos en relación con la creación artística, entendidos como imágenes universales del inconsciente colectivo independientemente de su movimiento artístico y su contexto.
El buscador del orden permitió al autor expresar las claves de la alquimia «de una forma más libre». Y sin abandonar su pasión por la simbología, Arola también se aleja del enfoque académico en el poemario Belleza secreta (2003) y el libro de cuentos Pequeñas alegrías (2006), este último escrito con Luisa Vert, su esposa. Ahora está preparando una nueva novela. Un respiro en su extensa bibliografía ensayística, en la que destacan Simbolismo del templo (1986), Las estatuas vivas. Ensayo sobre arte y simbolismo (1995), El tarot de Mantegna (1997), Los amores de los dioses. Mitología y alquimia (1999), La cabala y la alquimia en la tradición espiritual de occidente, siglos XV-XVII (2002), Images cabalistiques et alchimiques (2003) y Creer lo increíble, o lo antiguo y lo nuevo en la historia de las religiones (2006).
La obra de Arola lucha contra la reducción de la alquimia a una simple preciencia. Pues hoy es a menudo estudiada «como una prequímica, o como un esoterismo mágico sin ningún interés filosófico». Por eso Arola echa en falta más autores que se esfuercen en «reencontrar la intención de los textos alquímicos» en vez de hacer de la alquimia «un escaparate». Sin embargo, admite la dificultad de los crípticos lenguajes de la alquimia, y por eso cree que la clave en su estudio es la paciencia. Ya lo decía Cattiaux en El mensaje reencontrado: «Todo lo que es pacientemente deseado es fácilmente obtenido. Basta con escoger bien al comienzo, a fin de no recriminar nada al final». La misma paciencia con la que, en el citado grabado de Atalanta fugiens, «el alquimista sigue los pasos de la santa naturaleza con el cayado de la razón, las lentes de la experiencia y la luz de sus lecturas».
Raimon Arola. Universidad Barcelona. Cattiaux. Simbología. Arte. Alquimia.