Hans van Kasteel, autor del volumen «Questions homeriques. Physique et metaphysique chez Homère», trata sobre el significado del mito y el valor de la mitología. Un artículo dirigido principalmente a los jóvenes.

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Etimología de Mythos

2- Mythos y thymos
3. Itinerario mitológico
4. Reflexión final. Sobre las lenguas clásicas

 

1. Etimología de Mythos
En la Ilíada, Ulises forma parte de aquéllos que «tejían palabras (mythos)». (III, 212) A Eustacio, la imagen le suscita el siguiente comentario: «Es una expresión metafórica relativa al funcionamiento complejo del telar. En efecto, combinando la trama y la urdimbre, se realiza un tejido. Igualmente, combinando las palabras, se produce un relato. También se constatará que en base a esta analogía, la tela de Penélope en la Odisea, representa las palabras de los filósofos» (t. I, p. 328).

También se puede leer en el Hilo de Penélope: «La Biblia de los Griegos no tiene sentido sin el hilo dejado por nuestra Penélope. Sólo ella, en efecto, ve la trama con que están tejidas las fábulas» (39).

Aún más, leamos la continuación del comentario de Eustacio: «Hay que saber que la expresión homérica: “tejer relatos” incitó a algunos de entre los autores posteriores a componer versos según el modelo de una tela, les daban el nombre de “telas”. Cada verso desarrollaba el mismo número de letras; a lo ancho se leía una cosa, pero en profundidad, otra, de modo a obtener distintos sentidos. En este tipo de versos, se tenía, en cierto modo, la urdimbre por una parte y la trama por otra» (t. I, p. 328).

Según la antigua exégesis rabínica, se aplica el mismo procedimiento de composición a algunos versículos bíblicos en el texto original hebreo. También aparece en los famosos cuadrados mágicos, compuestos por números, o incluso palabras que constituyen frases. El acróstico es otra forma, relativamente simple y aún utilizado actualmente. Finalmente, el palíndromo, palabra o frase que se puede leer al revés, también es una ingeniosa variante. ¿Acaso no está dicho acerca de Penélope: «Es la esposa fiel que espera en casa, “la que ve la trama”; dicho nombre es muy apropiado a esta tejedora que desteje (o del revés)» (40).

Y en el verso ya citado, ¿no hemos visto a Ulises «tomar la palabra (mython) al revés»? (XIII, 254). Así pues, al aplicar este procedimiento de origen homérico a la palabra mythos, y escribiéndola al revés, se obtiene thymos. Homero, por otra parte, asocia estas dos palabras desde el comienzo de la Ilíada, cuando el sacerdote Crises suplica a Agamenón: «Pero el hijo de Atreo, Agamenón, experimentaba desagrado en su espíritu (thymo): lo despachaba de malas maneras, añadiendo una ruda palabra (mython)» (I, 24-25).

Eustacio hace notar: «A causa de la relación anagramática que se manifiesta entre thymos y mythos, se produce un falso eco, como se indicará más adelante» (t. I, p. 26).

Aparece el mismo comentario respecto a la Odisea: «Ya hemos indicado en otra parte que una cierta elegancia aparece con la relación anagramática entre thymos y mythos» (t. I. p. 290).

En la obra homérica, son innumerables los pasajes en los que las dos palabras aparecen una al lado de la otra y esto confirma la relación etimológica, en el sentido antiguo del término, que el poeta establece entre ellas.

1. Mythos y thymos

¿Qué significa exactamente la palabra thymos? Emparentada al vocablo latino fumus, ‘humo’,designa primeramente un soplo: el espíritu, el almaExpresa tambiéneldeseo del corazón, el mismo corazón, el valor. Finalmente, significa la cólera. La palabra está ligada al verbo thyo: ‘lanzarse, precipitarse con furor’, hablando del viento o del mar, y también: ‘desear ardientemente’.

En resumidas cuentas, el thymos es un alma, un soplo, un espíritu agitado como por una tempestad, sometido a un deseo furioso y a la cólera. En el capítulo precedente, hemos evocado «este alma del mundo vagabunda, celosa y siempre insatisfecha, parecida a la Juno de la Antigüedad» (41). Añadamos alguna cita relativa a este tema: «En cuanto a la volátil Juno, es aquel aire tan rebelde y tan errante que los discípulos del Arte tienen tanta dificultad en fijar. La errante Juno está perpetuamente celosa de lo que no posee» (42). «Ulises, cuyo nombre significa el irritado […] se parece a la diosa Juno de los romanos que la Eneida nos muestra colérica y celosa de Eneas, hijo de Venus o la belleza de los cuerpos. También hemos asociado a Ulises uno de los grandes nombres sagrados de los misterios de Eleusis, Hue, ¡llueve! es el nombre que mejor corresponde a este mercurio vagabundo» (43). «De acuerdo con el lenguaje de sus antiguos misterios, los griegos dieron a este mercurio que se encierra en el odre, el nombre sagrado de Hue, es decir, ¡Llueve! Es el nombre más adecuado para este espíritu vagabundo, siempre irritado e insatisfecho, que busca perpetuamente corporificarse en un lugar adecuado. El adepto del arte químico es el único que puede ayudarle, por eso es el más preciado de los hombres» (44). «He aquí el oro de la vida o mercurio vulgar, errante y no fijado, suspendido en el gran Océano que envuelve nuestro globo. Ya hemos visto que uno de los nombres del oro volátil, en los misterios de Eleusis, era Hue ¡llueve! En este estado, que corresponde al mundo platónico de las ideas, el genio de Hue piensa el mundo sin tener su peso. Es un mago sin magia, mudo, errante, en perpetua búsqueda de un lugar, de un habitáculo terrestre y fijo, pues este pensamiento desea hablar, decirse, definirse, pesar como cuerpo y tener medida, ya que el logos platónico está definido como la medida de todas las cosas. Este errante no puede realizar su gran deseo: formar su fruto en el Arte, por eso se llama Ulises, el irritado»  (45). En efecto, «el deseo de Hue», es «el deseo de hablar» (46). «Todos buscan aquello que podría fijarles, tal como la palabra fija el pensamiento y le da peso» (47). «¡Oh cocer el viento en una palabra! » (48).

Menelao es uno de estos adeptos del Arte: «Llegó a fijar este espíritu universal, madurarlo y hacerle hablar. Este mercurio vulgar, cuando es fijado en forma de mercurio fluido, se convierte en el de los filósofos y […] por esto se supone que habla. Mercurio era el dios de los ladrones y de los oradores»  (49).

A la luz de esta enseñanza, se comprende que un tipo de conversión es necesaria para obtener las metamorfosis de thymos en mythosFijar las ideas, concentrar el pensamiento ligero en un decir grávido de sentido, dar la palabra a este espíritu mercurial, cogerle la palabra, hacer hablar este Mercurio o Hermes: he aquí el objetivo del hermetismo.

Homero no cesa de atestiguarlo: «El benéfico Hermes meditaba en su espíritu (thymon)…y le dijo esta palabra (mython)» (Ilíada, XXIV 679-682). «Tras haber retomado su aliento y concentrado su espíritu (thymon) en su corazón, contestó con estas palabras (mythosin)» (Odisea, XXIV 349-350). «Fijó estas ideas en su espíritu (thymo)… y hablando en voz baja, me dijo esta palabra (mython)» (Odisea, XIV, 490-492) «Concibió un proyecto en su espíritu (thymo)… y le dijo esta palabra (mython)» (Ilíada, VII 44-46). «Ella dijo esta palabra (mython): ¡Oídme! Os diré aquello que los dioses inmortales me ponen en el espíritu (thymo)» (Odisea, XV, 171-173).

«El Padre de los hombres y de los dioses empezaba diciéndoles estas palabras (mython), ya que se había acordado en su espíritu (thymon)» (Odisea, I, 28-29).

Se hallarán decenas de ejemplos de este género en los poemas de Homero. Demuestran que el thymos es el origen del mythos, es decir, de la palabra dicha y, en definitiva, de la mythologia.

2. Itinerario mitológico
La literatura mitológica es apasionante, pero vasta. A los lectores deseosos de abordarla, sugerimos algunos autores escogidos. Los que escribieron en griego:
HOMERO: la Ilíada y sobre todo la Odisea; los Himnos Homéricos.
HESIODO: los Trabajos y los días y sobre todo la Teogonía.
PINDARO: las Odas; autor difícil, pero mitólogo ilustrado.
ESQUILO, SÓFOCLES Y EURIPIDES: sus tragedias desarrollan detalladamente un número considerable de mitos conocidos.
PLATON: este filósofo inventó varios mitos que son famosos, por ejemplo, en la República (el mito de la caverna, el mito de Er), en el Banquete, etc.
APOLONIO DE RODAS: demasiado poco conocido, autor de las Argonauticas.
PLUTARCO: su Isis y Osiris es fundamental.
Los que escribieron en latín:
VIRGILIO: la Eneida, perla de la literatura latina.
OVIDIO: los Fastos y sobre todo, las Metamorfosis, obra clásica básica, que reúne casi toda la mitología antigua.
ESTACIO: la Tebaida.
APULEYO: autor del Asno de oro, o Metamorfosis.

Entre los comentadores antiguos citemos a: PORFIRIO y EUSTACIO (para Homero) y a SERVIO (para Virgilio).

La verdadera «clave de las fábulas», se halla, hoy en día, en El Hilo de Penélope I de Emmanuel d’Hooghvorst. A lo largo de un centenar de páginas, el autor revela el sentido fundamental de la mitología, no sólo homérica y virgiliana, sino de su totalidad.

3. Reflexión final. Sobre las lenguas clásicas

Sin embargo, estos autores antiguos pierden gran parte de su sabor, de su fuerza y de su precisión, cuando no son estudiados en su lengua original. Solicitamos aquí particularmente la atención de los jóvenes lectores.

El estudio del latín y del griego ya no está de moda, al menos de momento. En toda Europa, estas dos lenguas sagradas vivas, tras haber merecido ser el honor de la humanidad durante dos milenios y medio aproximadamente, son eliminadas de la enseñanza estatal, profana y moribunda. La iniciativa, sin precedentes en la historia de Occidente, pero ejecutada con deliberación fría, e incluso agresiva, proviene de una elite política tecnócrata y bárbara. Sus representantes, mentes débiles y mediocres se apoyan en la pasiva complicidad de una multitud penosamente ignorante, alimentada por la televisión, ordenadores e internet, incapaz de tener sentido crítico y sin visión de futuro.

Nos hallamos al fin de una civilización. ¿Implica esto que nuestros jóvenes, o al menos los más inteligentes de entre ellos, estén irremediablemente condenados a perder su herencia?

Durante la turbia época que siguió la caída del Imperio romano, hombres preclaros, cuyos nombres, algunos, perduraron, reunieron discípulos en los escasos monasterios o escuelas que resistieron a la oleada bárbara. Les transmitieron los conocimientos tradicionales y seculares, salvando así del olvido, para las futuras generaciones, la herencia antigua de Europa. Sin ellos, las luces de la Edad Media y del Renacimiento serían impensables.

En este finalizado siglo XX, algunas valerosas escuelas, dispersas, desafiando el conformismo, sobre todo aquél que caracteriza la enseñanza nacional, que atonta y embrutece, siguen transmitiendo una ciencia sin la cual el vocablo humanidades sólo es un inmenso engaño: la ciencia del griego y del latín.

A los jóvenes que aún tengan una mínima preocupación por su porvenir, el sentido de la formación humanista y científica, la intuición de los valores estables y reales, el valor y la independencia de sus opiniones, a éstos, nos permitimos aconsejarles que se entreguen a fondo, con amor y entusiasmo, a lo que hace al humanista, u hombre verdadero: el estudio del latín y del griego.

El autor del presente artículo no ignora los prejuicios que circulan sobre ambas lenguas; prejuicios difundidos por aquéllos que intentan justificar su ignorancia, y por los envidiosos. En su adolescencia, él también sufrió las críticas extrañadas o enojadas de aquéllos que no comprendían la ventaja de dedicarles incluso sus estudios universitarios. ¿Acaso su utilidad social, profesional o económica no es casi nula?

Dos o tres decenios más tarde, este mismo autor, gracias a Dios, aún está bien. Y, si vive, trabaja, come, bebe y duerme como la mayoría de los hombres, se considera, por otra parte, extremadamente privilegiado.

En efecto, si ningún precedente a lo largo de la historia permite afirmar la perennidad de una sociedad que se fía de la máquina, es decir del artificio y del engaño, la experiencia demuestra, al contrario, que todo aquello que tiene realmente valor y peso acaba por imponerse y revelarse y, en este momento, ya no tiene precio. Sin embargo, quienes lo adquirieron jamás podrán ser separados o despojados de ello. Meditemos, a este respecto, la advertencia de Cicerón, orador, filósofo y hombre político formado: «Las demás actividades no convienen en toda ocasión ni en todo momento, ni en todo lugar. En cambio, los estudios humanísticos de los que hablo, son un alimento para los adolescentes y un éxtasis para la gente mayor; realzan una vida apacible, y protegen y consuelan en la adversidad; proporcionan placer en la vida privada y jamás son un obstáculo en la vida pública; nos hacen compañía durante la noche, de viaje, en el campo» (Pro Licinio Archias, 16).

El estudio de latín y del griego debe comenzarse cuando se es joven. Luego, generalmente, es demasiado tarde. En este sentido, el mito de Heracles muestra la irreversibilidad de la elección del adolescente.

«Hace ya treinta años, nuestro amigo Louis Cattiaux decía: Ya nadie puede oponerse a las tinieblas que van espesándose sobre el mundo. Se refería, por supuesto, al espesor de los necios. El olvido nos amenaza, y nuestros hijos, si no tenemos cuidado, al no tener herencia, tampoco tendrán porvenir. Al abolir las lenguas clásicas, nos abandonamos a nosotros mismos, y al no tener antepasados, tampoco tendremos verdadera descendencia, es decir, herederos. Dentro de pocos años ya nadie leerá a Virgilio, ni a él ni a nadie, excepto a los cómics. Como sucedió en Egipto, que tanto brilló en el mundo, el mensaje antiguo también se perderá en las arenas del olvido. Así es como los pueblos pierden su alma”. ¿Cómo podríamos resignarnos? ¿Se callará para siempre en el corazón de los hombres, aquel que fue el mayor poeta de nuestro Occidente? Era hermoso, sin embargo, cual mensajero de los dioses olímpicos. Una humanidad entera se borraría con él, pero ¿quién lo siente todavía así?» (50).

«Decenas de miles de turistas, beneficiarios de la instrucción obligatoria, recorren cada año la bahía de Nápoles. ¿Pero, cuántos han ido a recogerse ante la tumba del mayor poeta de Occidente? […] Pero, ¿quién lee todavía a Virgilio como poeta del Arte quymico?» (51).

«¿Dejaremos dormir aún por mucho tiempo, sepultadas en la ignorancia, las antiguas revelaciones cuyos herederos deberíamos ser? ¿Permaneceremos todavía mucho tiempo en la indigencia intelectual, sin pasado y sin recuerdo, es decir, sin educación? El hermetismo es una vieja historia, una historia que comenzó con el mundo; ¿acaso creemos poder obrar útilmente sin haber reconocido a nuestros antepasados?» (52).

«En este siglo volcado en lo técnico, el progreso económico y la producción, muchas luces se han apagado. ¿Ya no hay entre nosotros más que rumiantes y bestias salvajes? ¿Quien encenderá su linterna al espíritu del sol para ir al encuentro del Hombre?» (53).

 

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NOTAS

39. E. d’Hooghvorst, El Hilo de Penélope I, cit., p. 117p. 43.

40. Ibídem, p. 20.

41. Ibídem, p. 148.

42. Ibídem, p. 118.

43. Ibídem, p. 79.

44. Ibídem, p. 63.

45. Ibídem, pp. 70-71.

46. Ibídem, p. 92.

47. Ibídem, p. 71.

48. Ibídem, p. 86.

49. Ibídem, p. 31.

50. Ibídem, pp. 113-114.

51. Ibídem, p. 105.

52. Ibídem, p. 57.

53. Ibídem, p. 24.