Raimon Arola. Los poetas que concibieron los mitos explicaban los secretos con los que Zeus ordenó el universo, Primero descendiendo del cielo, después ascendiendo de la tierra. Versión con flash demanda esperar el proceso de las imágeens.

blanc.eI. El mito del descenso

 Introducción  

Según la tradición, los creadores de los mitos fueron los grandes poetas de la Antigüedad quienes recibieron por medio de las musas los secretos con los que Zeus ordenó el universo. Lo cierto es que nadie sabe de donde ni cuando surgieron los mitos, aquello que se dice, que se pronuncia, bajo la forma de unos ritmos concretos, de un tiempo. Pues, así como el templo simboliza la ordenación del espacio, el mito, con sus cadencias, nos habla de la noche y del día cósmicos y de sus sucesivos tránsitos. Los mitos ordenan el tiempo sagrado de modo que podría decirse que son el reloj de la noche y del día de Dios.

El caos y el sueño  

Según Hesiodo, la genealogía divina surgió del Caos. Con él aparecieron la Noche y sus hijos, las Tinieblas, la Muerte y el Sueño. También los alquimistas han dicho que la búsqueda de su oro, su sol terrestre, comienza a partir de un caos. Eso significa que todo parte de un desorden, de una confusión, de una naturaleza imperfecta, para alcanzar por fin la creación perfecta, armónica y ordenada por medio de las metamorfosis.

Saturno fue el padre de los dioses olímpicos. Según explica Varron, su mismo nombre lo indica pues: “Dado que el cielo es el origen de todo, Saturno recibió su nombre de la actividad germinadora (satus)”. Según la astrología, Saturno es el planeta más alejado de la tierra, sin embargo, entre los metales ocupa el lugar inferior. Con ello se enseña que el principio universal que representa Saturno, reside en el lugar más bajo así como en el más elevado. Saturno simboliza el fuego que habita el Alma del mundo y también el que está en el interior de cada semilla. El mito de Saturno devorando a sus hijos, es explicado por Pérez de Moya, quien añade que por esos hijos: “no se entienden los años, sino las cosas que en

Los grados entre el cielo y la tierra  

Según la Teogonía de Hesiodo, a Saturno-Crono le sucedieron tres de sus hijos, quienes se repartieron el universo en tres reinos. Zeus reinó en el cielo, Poseidón fue el señor de los mares y Hades se contentó con la parte del universo situada debajo de la tierra, el mundo infernal.

Sin embargo estas tres divisiones no se refieren a una realidad estática, sino que continuamente están en movimiento, interrelacionándose. Mark Rotkho intuyó estos tránsitos y los plasmó en sus lienzos.

Las figuras del I Ching, o Libro de las mutaciones, muestran los distintos tránsitos entre la luz y la oscuridad. “El Libro de las Mutaciones contiene la medida de Cielo y Tierra.[…] Al contemplar con su ayuda, inteligentemente, dirigiendo la mirada hacia arriba, los signos del cielo, y dirigiendo la mirada hacia abajo, los alineamientos de la tierra, de reconocen las relaciones de los oscuro y de lo claro. Retrocediendo hacia los comienzos y siguiendo el curso de las cosas hasta su fin, se conocen las enseñanzas de nacimiento y muerte. La unión de simiente y fuerza efectúa todas las cosas”. (I Ching, libro segundo)

La luz en el interior de la tierra  

Al repartirse los dioses los tres reinos a Hades-Plutón le correspondieron las profundidades de la tierra, un reino tenebroso pero lleno de riquezas, tal como indica el nombre del dios. Se trata de una tierra sin agricultura y sin arte que necesita de la ayuda celeste para que salgan a la luz sus tesoros, por eso Plutón se enamoró de la bella y virgen Proserpina y se la llevó a su reino. Hija de Júpiter, el cielo, y Deméter, la tierra, Proserpina representa la potencia seminal que dará nueva vida la oscuro mundo de Plutón. Según Porfirio, su rapto simboliza la siembra, representada en el emblema de la Atalanta Fugiens de Maïer. Sin embargo, es necesario que la simiente sea la adecuada a los frutos que se deseen. Así en la leyenda que acompaña el emblema se lee: “Sembrad vuestro oro en la tierra blanca foliada”.

La simiente, plantada en la tierra tiene que morir, disolverse, para que la virtud germinativa pueda actuar: “¿Quién ha visto la luz de Dios brillar sobre la tierra de los muertos? ¿Quién ha visto el oro del Señor fecundar la tierra de los hombres? ¿Quién ha visto al Salvador perfectísimo multiplicarse en la tierra de los vivientes?” (El Mensaje Reencontrado XVIII 70’).

La unión secreta  

El amor de Dios es la fuerza unitiva que se manifiesta en el hombre para alcanzar la unión de los opuestos. Cuando esto sucede, origina un lugar en el que se celebran las hierogamias o uniones sagradas entre el cielo y la tierra. En la imagen se puede contemplar el lugar de la unión de Perséfone y Plutón: el templo.

Todas las mitologías sólo tratan de las historias de amor entre los dioses y los mortales.

La unión de lo superior y lo inferior se realiza cuando la semilla celeste penetra en la tierra preparada. Entonces se produce la sagrada cópula que los alquimistas conocen bien y que da origen al comienzo de la obra, la putrefacción.

 

II. El mito del ascenso

Introducción  

Después del descenso de la luz al reino de la oscuridad, los mitos relatan el retorno de esta semilla luminosa a su lugar de origen, cosa que se produce gracias a una ayuda celeste, simbolizada por el rayo o por la lluvia, que viene a fecundar y a vivificar la semilla enterrada en la tierra. Muchas historias mitológicas se refieren a la unión de dos contrarios, el cielo y la tierra, el fijo y el volátil, el agua y el fuego, que marca el inicio del proceso de retorno. Al ascender, esa luz se corporifica en las obras de arte más sublimes que el espíritu humano pueda concebir.

 El fuego y el agua  

Un sabio taoísta muestra el resultado de su operación, la unión de los contrarios, simbolizados por dos de los diagramas del I Ching que representan el agua y el fuego. Igualmente en el grabado de Robert Fludd, que lleva por título “La dualidad primigenia”, aparecen representados los dos polos de la creación, la luz y las tinieblas, y sus posibles combinaciones. En uno de círculos inferiores aparece Dionisos en medio de la oscuridad, él representa los misterios vegetativos, el descenso al reino de las sombras. En el otro círculo aparece Apolo, el sol, en medio de los rayos que iluminan la resurrección de los muertos. La reciente producción de Bill Viola, “The crossing” (1996) también combina los dos elementos antagónicos, no como fuerzas de destrucción, sino, como él mismo explica, “como fuerzas purificadoras, transformadoras y regenerativas” De su unión armónica surgirá un universo nuevo. En las fotografías que forman este montaje se pueden apreciar los dos movimientos opuestos, ascendente y descendente, propios del fuego y del agua.

El rayo de la bendición. La rectificación  

El rayo penetra en la tierra como un semilla de fuego penetra en la materia que quiere fecundar, después, una vez rectificado y atemperado con su agua, producirá los frutos de la creación perfecta. Esta fecundación sucede también en el hombre. En el cuadro de Cattiaux, titulado “Cristo después de los 40 días de ayuno” se ve al sabio que sostiene en su mano una vara luminosa como la que utilizó Moisés para conducir a su pueblo a través del desierto. Esta vara de fuego alude a los misterios de INRI, la naturaleza ígnea fijada en su lugar y renovada íntegramente.

El sello alquímico que aparece en imagen contiene diversos símbolos bordeados por una franja con la famosa máxima alquímica: Visita Interiora Terrae Rectificando Invenies Occultum Lapidem, “Visita el interior de la tierra y rectificando encontrarás la piedra oculta”. Las iniciales forman el acrónimo V.I.T.R.I.O.L., nombre con el que los alquimistas denominaban a su materia y al proceso que permitía la realización de la Piedra filosofal.

La pareja infernal formada por Perséfone y Plutón tenían a su servicio a Hermes-Mercurio, el dios viajero, quien acompañaba a la diosa en sus viajes de vuelta hacia el cielo. Así mismo, el dios psicopompo era el encargado de acompañar a las almas de los elegidos en sus visitas al interior de la tierra para encontrar la piedra oculta, la auténtica medicina, que les permitiría triunfar sobre la muerte. Según otro mito, Mercurio fue quien le proporcionó a Ulises el remedio contra los prestigios de la maga Circe. (cf. Odisea X, 302 y ss., Metamorfosis XIV, 291 y ss., El hilo de Penélope p. 74).

El árbol cósmico, el hombre divino  

Mercurio representa también la lluvia celeste que desciende sobre la tierra para que ésta pueda producir sus frutos. El mito de Dafne metamorfoseada en laurel describe este misterio, pues, según Boccaccio, por Dafne debe entenderse la humedad terrestre y por Apolo el calor de los rayos solares que aman a Dafne. Huyendo de este calor, Dafne penetra en el interior de la tierra y hace brotar la semilla del laurel. Ovidio también se refiere a este proceso al escribir lo siguiente: «cuando la humedad y el calor han conseguido un equilibrio, conciben, y de estos dos nacen todas las cosas». (Metamorfosis I, 430 y ss.).

Las múltiples uniones y separaciones de los elementos, sus putrefacciones o sublimaciones, no son algo estático sino que se repiten constantemente. La luz y la oscuridad se mezclan y se separan y hacerlo se crean y se descrean los mundos. Los mitos explican estos procesos de distintas maneras y desde diferentes puntos de vista. La pirámide de Hilma af Klint representa plásticamente este proceso de purificación y sublimación.

De la reunión de los dos principios representados por el fuego y el agua o el cielo y la tierra, nace un tercero que contiene en sí mismo a su padre y a su madre y que resume y completa sus perfecciones. Esta materia pura hija del cielo y la tierra recibe el nombre de Apolo, el dios de la armonía y la belleza, además de la poesía. Como hemos dicho antes la virtudes apolíneas reemplazan a las dionisíacas. El orden y la medida suceden a los excesos báquicos, por eso el obelisco representa el cuerpo perfecto del dios que se levanta hacia el cielo como un rayo de luz petrificado.