«Me gusta tanto que mi obra surja del material. No hay reglas estéticas fijas. El artista crea la obra siguiendo su naturaleza, su instinto. Él mismo queda asombrado con ella, y otros con él. Al pintar, siempre me gustó que los colores se fijaran en la tela —a través de mí, el pintor— con tanta consecuencia como la que emplea la misma naturaleza al crear sus imágenes, como se forman el mineral y las cristalizaciones, como crecen el musgo y las algas, como la flor debe abrirse y florecer bajo los rayos del sol. El pintor mata a los colores o les perdona la vida, los exalta a un ser más alto. Querer y desear, meditación y pensamiento, todo quedaba como excluido: yo era solamente pintor. Y, sin embargo, así surgieron mis cuadros más hermosos».
«Los gritos de angustia y de terror de los animales acosaban el oído del pintor, y muy pronto se condensaban en colores, en un amarillo chillón el grito, en sombríos tonos violeta el ulular de los búhos. ¿No son los sueños como sonidos, y los sonidos como colores, y los colores como música? Yo amo la música de los colores. Uno con otro o contra otro: hombre y mujer, placer y dolor, divinidad y diablo. También los colores se oponen mutuamente: frío y cálido, claro y oscuro, opaco y fuerte. En la mayoría de los casos, sin embargo, después de hacer vibrar un color o un acorde como algo, evidente, un color determinaba la presencia de otro, tanteando con la sensibilidad, y no por reflexión, en la espléndida gama de la paleta, en pura entrega sensual y deleite ante el objeto. La forma quedaba fijada casi siempre en unas pocas líneas estructurales, antes de que el color se desplegara con seguro sentido y continuara la obra».
«Colores, el material del pintor: ¡los colores en su vida propia, con llanto y con risa, sueño y felicidad, ardientes y santos, como cantos de amor y erotismo, como himnos y corales soberanos! Los colores son vibraciones como de campanas de plata y sonidos de bronce; anuncian dicha, pasión y amor, alma, sangre y muerte. Es hermoso que el pintor, guiado por el instinto, pueda pintar con tan segura finalidad como cuando respira o cuando camina… Todos mis cuadros libres y fantásticos surgieron sin ningún ejemplo ni modelo, sin ninguna representación de contornos determinados. Evité de antemano toda reflexión, me bastaba con una vaga representación de ardor y de color… Ser fantástico en la obra es hermoso, querer serlo es estúpido. Cuando, en mi creación de romántica fantasía, parecía alejarme del suelo, mi búsqueda volvía a colocarme ante la naturaleza, con las raíces hundidas en la tierra y una gran humildad en mi contemplación».
«Yo había conocido las obras de van Gogh y de Munch, que reverencié y amé con entusiasmo… En una tentativa constante, seguí trabajando más y más, y a veces algunos colores luminosamente unidos me satisfacían algo, pero todo volvía pronto a quedar a oscuras. Con los recursos del impresionismo me parecía que se había abierto un camino, más no un objetivo que a mí me bastara para captar de otra manera, y más que hasta entonces, lo que yace en lo profundo. Me gustaría tanto que mis cuadros fueran algo más, no una diversión bella pero casual, no: que exaltaran y conmovieran, y dieran a quien los contemple un acorde pleno de la vida y del ser del hombre. Los hombres primitivos viven en su naturaleza, forman una cosa con ella, y son parte del todo».
«Lo absoluto, puro, fuerte era mi alegría dondequiera que lo encontrase: desde el arte primitivo y popular hasta el más alto exponente de una belleza libre. Los cuadros que pinté en las islas del mar del Sur surgieron sin ninguna influencia de la manera exótica de pintar… Todo lo primitivo y primigenio volvía una y otra vez a cautivar mis sentidos. El inmenso mar agitado está todavía en estado primitivo, el viento, el sol, sí, el cielo estrellado siguen casi tal como eran hace cinco mil años».
Walter Hess, ‘Documentos para la comprensión del arte moderno’, Nueva Visión, Buenos Aires, 1978, pp. 63-65.