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Arnold Böcklin, “Villa junto al mar, versión II”, 1865.
Texto
Haikús
A principios del siglo XX, la literatura europea se revolucionó cuando valoró como realidad literaria y espiritual los famosos haikús japoneses. Este hecho hizo tambalear los planteamientos de la poesía occidental. En aquellos años, en la segunda decena del siglo, Guillaume Apollinaire compuso sus famosos caligramas. Entre los haikús y los caligramas, la poesía declamatoria se enfrentaba a nuevas formas expresivas y a otra manera de concebir los contenidos de los poemas.
En los haikús la naturaleza no está descrita por sus detalles, ni tampoco muestran los sentimientos de quienes los escriben, en los breves poemas japones la realidad es aquello que no está escrito. Lo natural, lo humano y lo divino no se evidencia, se deja en espera. Como un volcán inactivo que debe despertar en cada lector. El universo está en latente, oculto, con la esperanza de ser atrapado por la consciencia, pero los haikus nunca lo muestran. ¡Está!
El poeta evoca la completitud de la realidad desde una parte o desde una anécdota, desde un instante que conduce al todo, al igual que un fragmento de una cerámica rota podría unirse al otro fragmento formando de nuevo una unidad, como un símbolo. Los haikús, en realidad podría decirse lo mismo de todo el pensamiento zen, están en las antípodas de las religiones abrahámicas, el trascendentalismo fundamental de estas desaparece casi completamente en el budismo zen, sin embargo, la comparación es una herramienta excelente para ahondar en qué es la experiencia decisiva del espíritu humano.
Oriente y Occidente
El Dios de la trascendencia es un Dios complejo que comienza en la simplicidad de la fe, después se acumulan explicaciones y deducciones que buscan una razón que sólo se puede encontrar en la primera fe. Pero en la fe, y sólo en ella, está incluida la revelación. Es un como un ‘ouroboros’ filosófico y espiritual en el que, con demasiada frecuencia, se supone una separación del hombre y Dios. Decimos se supone porque no es algo intrínseco de las tradiciones monoteístas, sino el resultado de una manera de entender la Alianza de Dios con Abraham. El zen no comienza ni termina con una fe, sin embargo, reencuentra la unidad de Dios en la simplicidad intelectual y espiritual. En el budismo japonés, la cuna de los haikus, no existe la revelación de un único Dios, de hecho, la idea de Dios se disipa casi completamente y tan sólo se puede considerar como una cierta inmanencia.
El contraste entre ambas tradiciones provoca el interés y la curiosidad, y gracias a ellos, Kitarō Nishida (1870-1945), precursor de la Escuela de Kioto, protagonizó un acercamiento entre el budismo y las religiones monoteístas. En una de sus obras leemos lo siguiente (“La indagación del bien”)
De manera que la religión más profunda se basa en la unidad de Dios y de los seres humanos y la auténtica significación de la religión se encuentra captando la significación de esa unidad, trascendiendo la propia conciencia y experimentando el elevado espíritu universal que obra en la base de la conciencia. La fe no debería ser algo concebido desde afuera por obra de una leyenda o una teoría, sino que debería cultivarse desde el interior de uno. Como dijo Jacob Böhme, llegamos a Dios a través del más profundo nacimiento interno. En este renacimiento interno vemos a Dios directamente y creemos en Dios; al mismo tiempo hallamos nuestra vida verdadera y sentimos una fuerza infinita. La fe no es mero conocimiento; es una intuición y una fuerza vital en el sentido que acabamos de decir. Nuestra fuerza unificadora obra en la base de toda nuestra actividad mental y llamamos a esa fuerza nuestro yo o personalidad. Las cosas subjetivas como los deseos, así como las cosas en alto grado objetivas, como el conocimiento, toman su color de esta fuerza unificadora y tal es la personalidad de cada individuo. Esa fuerza es la que establece tanto el conocimiento como el deseo.
Si tomamos como ejemplo los haikus, la forma propia del pensamiento zen, quizá comprendamos mejor la idea de Nishida: fe “es una intuición y una fuerza vital…”. La simplicidad formal de los haikus oculta el nacimiento interior. La simplicidad es completa en sí misma y también en la parte del universo que le corresponde. En esta completitud nace Dios, en su inmanencia y en su trascendencia; en su inmanencia pues es completo en sí mismo, y en su trascendencia al ser la parte del universo que le corresponde.
El ciruelo de mi cabaña
Este magnífico haiku de Kobayashi Issa (1763-1827) expresa lo que deseamos dar a entender:
El ciruelo de mi cabaña;
No pudo evitarlo,
Floreció.
Cuesta poco hablar del Absoluto, aunque, en general, no se sepa de lo que se habla, pero la imagen de Issa lo abraza en sin necesidad de explicaciones. La imagen del ciruelo siendo lo que es y haciendo lo que sabe hacer conduce al encuentro cognoscitivo del orden absoluto. Escribió Cattiaux en este sentido (‘El Mensaje Reencontrado’): El Absoluto es incognoscible en su totalidad, pero es posible acercarse a sus partes, que son como imágenes del todo. La creatividad de Issa está en la fuerza y ternura de la imagen.
Poesía más allá de la cultura, el despertar o el encuentro con la divinidad. Se podría hablar, desde Occidente, del instante de Dios, es decir, el instante en el que lo humano y lo divino se encuentran. Los haikus dejan latente la totalidad, pero esta latencia irrumpirá en la consciencia como el Dios que es.
Keiji Nishitani (1900-1990) fue un filósofo perteneciente a la Escuela de Kioto, que una y otra vez explicó que era la realidad en sí misma, más allá de todas las categorías de sustancia, cualidad, cantidad, etc., es decir, en el campo de la nada absoluta; este autor escribió lo siguiente:
Es un modo de ser que no tiene nada que ver con nuestras representaciones o juicios; pero no es el lado oscuro o la cara oculta de las cosas. Tales expresiones ya implican una visión de las cosas desde el lugar donde nosotros estamos situados. Una cosa, en su terruño, no tiene anverso ni reverso. Es pura y simplemente ella misma tal como es en su mismidad y nada más. Al mismo tiempo, por supuesto, cuando nos referimos a su modo de ser autónomo no tenemos’ en mente una subjetividad como un ego autoconsciente. (“La religión y la nada”)
Nishitani plantea un concepto de existencia distinto al usual que, en principio no interroga al ser humano en su vida cotidiana, pero al que los filósofos habrían de tener en consideración, y como ejemplo cita un haiku del poeta Matsuo Bashō (1644-1694), uno de los maestros tradicionales más relevantes que escribe:
El asunto del pino
apréndelo del pino,
y el del bambú
del bambú.
Y después añade que el poema no pide observar el pino o el bambú científicamente ni con una atención especial, sino que, en su opinión:
significa llegar al modo de ser donde el pino sea el pino mismo, y el bambú el bambú mismo, y desde ahí examinar el pino y el bambú. Nos llama a dirigirnos a la dimensión en la cual las cosas se manifiestan tal como son, a que armonicemos con la mismidad del pino y del bambú. La palabra japonesa para “aprender” (narau) contiene el sentido de imitar algo, de hacer un esfuerzo para situarse esencialmente en el mismo modo de ser que la cosa de la que se quiere aprender… El modo de ser de las cosas en su mismidad consiste en el hecho de que las cosas adoptan un punto de vista fundamentado en sí mismas y se afirman en esa posición. Se centran en sí mismas y no se dispersan.
A partir de estas consideraciones, Nishitani utiliza la palabra japonesa samádhi (recogimiento) para designar lo que aquí nos importa: el estado en el que un ser humano trasciende su mente consciente y la focaliza en un punto central: “por lo que se extiende más allá del campo de la mente consciente cotidiana y autoconsciente y, en este sentido, olvida su ego”.
En este momento el Dios de Oriente y el Dios de Occidente se encuentran.
El zen
El texto fundacional del zen soto, basado en práctica de la postura búdica o za-zen, el Fukanzazengi de Eihei Dogen (1200-1253) se refiere a este encuentro de Dios sin Dios y sin ego, donde el Dharma, que en budismo designa la ley universal o ley cósmica predicada por Buda, se convierte en una realidad universal; respecto a ello escribió el maestro Dogen:
La Vía es fundamentalmente perfecta. Lo penetra todo. ¿Cómo podría depender de la práctica y de la realización? El vehículo del Dharma es libre y está desprovisto de obstáculos. ¿Para qué es necesario el esfuerzo concentrado del ser humano? En verdad, el Gran Cuerpo está más allá de la polvareda del mundo. ¿Quién podría creer que hay modo de desempolvarlo? Nunca es distinto de nadie, siempre está exactamente allá donde está.
[…] El za-zen del que yo hablo no es el aprendizaje de la meditación, no es otra cosa más que el Dharma de la paz y de la felicidad, la práctica-realización de un despertar perfecto. Za-zen es la manifestación de la última realidad. Las trampas y las redes del intelecto no lo pueden atrapar.
[…] Os lo ruego, honorables discípulos del zen, desde hace mucho tiempo estáis acostumbrados a tantear al elefante en la oscuridad, no temáis ahora al verdadero dragón. Consagrad vuestras energías a la Vía que apunta directamente a lo absoluto. Respetad a los que han llegado más allá y están libres de esfuerzos; armonizaros con la iluminación de todos los Budas; suceded a la dinastía legítima de los patriarcas. Conduciros siempre así y seréis como ellos son. La cámara que conduce al tesoro se abrirá por ella misma y podréis utilizarla como mejor os plazca.
El ciruelo de mi cabaña florece, no puede evitarlo. También los honorables discípulos del zen se convierten en buda, no pueden evitarlo.
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