Reflexión de Juan Garal Boscán sobre el simbolismo de una hornacina vacía.
«Dios es la Luz de los cielos y de la tierra. Su Luz es comparable a una hornacina en la que hay un pabilo encendido…» (Corán)

 

Mirando una hornacina vacía

Cuando miro una hornacina vacía – perdóneme el lector, podría decir ‘nicho’ pero para lo que se ha de tratar me resulta una palabra un tanto lúgubre- mi cabeza siempre quiere imaginarla con la figura que tal vez en un tiempo cobijara. Sé que no siempre fue así, que muchas de ellas por decisión del destino jamás fueron habitadas, y que otras ni siquiera se idearon para albergar una estatua, un jarrón o una cruz, porque no son el marco de nada, sino una herida en la tersa superficie del muro, una invitación a la profundidad, un contraste de sombra arrojada. Da lo mismo. Mi imaginación siempre las quiere poblar con alguna forma extraviada.

El eminente esoterista Titus Burckhardt reconoce en la hornacina una de las formas básicas del santuario, imagen en pequeño de lo que denomina “la caverna del mundo”. Se inspira, como no podía ser de otra manera, en las prescripciones de René Guénon, su maestro, desgranadas con su apretado estilo en diversos artículos dedicados al simbolismo de las formas cósmicas y arquitectónicas. Pero aunque vuelvo a contemplar las hornacinas mudas y reconozco que sus sumidades, ya sea el dosel gótico o la bóveda esférica, son cielos de piedra, se me escapa lo de la cúpula, la caverna, la montaña, el cosmos en definitiva. Si la hornacina es una forma asimilable a la estancia cupulada (al-qubba), está por el contrario abierta al mundo, si la caverna, sería sólo su entrada; si es una imagen de la Gran Montaña no resulta la cúspide ni el centro ni es mole, sino más bien un hueco de la misma. Extraño símbolo cósmico es éste, que es y no es. Siendo uno y todo el Universo, esta forma resultaría ser su imagen sólo en parte al tratarse de una forma necesitada: un contorno que pide que lo habiten, una localización dependiente de lo localizado, que es esa figura, esa existencia que mi entendimiento evoca cuando miro una hornacina vacía.

En el dominio del simbolismo hay que convenir que existen formas tan cósmicas como menesterosas. La hornacina se parece mucho a, y es esencialmente lo mismo -un marco- que la mal llamada mandorla, la superficie de perfil biconvexo en la que los artistas medievales nos presentan habitualmente la figura del Hijo Todopoderoso y, en ocasiones, de su Santa Madre. Digo que mal llamada porque el italianismo mandorla (almendra, porque su forma la recuerda) en este asunto conlleva una contradicción tanto visual como conceptual. De cierto que Cristo está contenido en una almendra, como germen eterno de la Creación (hyranyagarbha), pero dentro de ella no es visible ni reconocible, mientras que el pintor y el imaginero románicos nos están mostrando dicho principio en su plenitud. Existe otra denominación de esta figura, vejiga del pez o vesica piscis, cuyo origen parece hundirse en la noche de los misterios pitagóricos y que se nos antoja más apropiada. En todo caso esta forma geométrica es tan subsidiaria de su contenido que resulta dolorosamente incomprensible cuando se nos muestra muda, incompleta, sin habitar, como las hornacinas vacías. Retengamos por último que al dibujarse la vesica piscis mediante la intersección de dos círculos iguales, se suele interpretar como un espacio entre el Cielo y la Tierra, un lugar intermedio de encuentro, significado que comparte con la hornacina cuando está asociada a la puerta del templo, ya que aquí participa de un doble ámbito; el exterior y el interior, el terrenal y el celestial, lo sagrado y lo profano.

Intento mirar mi hornacina con un pie en cada orilla del mundo y así empiezo a no percibirla tan vacía, Veo su arquitectura, porque es de este mundo; intuyo a su habitante, que está oculto en el otro.  Pobre de mí, ahora que mi imaginación desmiente a mis ojos. ¿Qué es aquello que debería mostrarse en su cobijo y sin embargo está oculto en ella? ¿O es mi imaginación la que desvaría y si la percibo vacía, es que está vacía?

Hay una hornacina de la que se dice que nunca ha querido tener habitante. Se llama mihrâb. Podemos verla en casi todas las mezquitas, y el casi es que a veces el mihrâb no es un nicho, sino una marca, una lámpara u otro tipo de señal. Este hueco vale meramente para indicar detrás de cuál de las cuatro paredes del oratorio está el horizonte de los Santos Lugares. Su nombre no significa propiamente ‘hornacina’ y vale para designar una habitación apartada, un oratorio, el lugar preeminente de un palacio, un santuario. El imam de la oración del viernes recita la plegaria delante del mihrâb, a veces en su hueco se coloca -a modo de recipiente solemne- un ejemplar del Libro. Eso es todo. Y no es poco: la figura que buscamos en la vacía hornacina no sería una forma, sino una Palabra. Dicen que vale más una imagen que mil palabras, pero no nos engañemos: hay ‘una sola palabra’ dicha que vale más que el mundo y todas sus imágenes (Evangelio de Mateo, 8:8). ¡A quién le fuera dado el escucharla!

Siempre que Zacarías entraba en el Templo (al-mihrâba) para verla [a María], encontraba alimento junto a ella. Decía: “¡María!, ¿de dónde te viene eso?”  Decía ella: De Dios. Dios provee sin medida a quien Él quiere. (Corán, 3:37, trad, Julio Cortés)

Hagamos un pequeño alto que es a la par una llamada para los que se dan de topetazos en el bosque, buscando el camino del Monte Salvaje: Dentro del mihrâb de María hay un alimento inagotable que procede derechamente de Dios. El alimento es claramente el ‘pan de la vida’ (Evangelio de Juan, 6:35). Entonces ¿tendremos dudas de cuál es su recipiente, su vaso?

Tal ausencia de simbolismo arquitectónico asociado al mihrâb no debe desorientarnos (¿o debería decir: ‘perder la alquibla’?), puesto que el Islam tiene su hornacina, que dista mucho de estar oscura y desocupada: Dios es la Luz de los cielos y de la tierra. Su Luz es comparable a una hornacina en la que hay un pabilo encendido. El pabilo está en un recipiente de vidrio, que es como si fuera un astro fulgurante. Se enciende de un árbol bendito, un olivo que no es del Oriente ni del Occidente, y cuyo aceite casi alumbra aun sin haber sido tocado por el fuego. ¡Luz sobre Luz! … (Corán, 24:35, trad, Julio Cortés)

En este hermosísimo versículo, que hace estremecer a los hombres espirituales no sólo musulmanes sino de todo credo, se habla de una hornacina real que contiene una lámpara y cuya luz es como si fuera Dios mismo. Ríos de tinta y de lágrimas de amor inalcanzado ha hecho correr este texto de profundidades abismales, y temo que a partir de este instante no podré volver a mirar mi hornacina vacía sin que se me humedezcan los ojos y sin exclamar:  “¡Luz, más luz!”.

¿De qué se trata exactamente?  ¿Y quién podría expresarlo?  El gran Ibn ‘Arabî, editó una escogida selección de dichos divinos, de frases que el propio Dios profiere en boca de Muhammad, su Profeta y la tituló La hornacina de las luces. Evidentemente, aquí las luces son la Palabra así transmitida, de donde necesariamente su lámpara es el propio Profeta. En cuanto a la hornacina, no encontraremos acuerdo, o mejor sí, un consenso por aproximación. Para ‘Abd al-‘Aziz al-Mahdawî, amigo y mentor tunecino de Ibn ‘Arabî, la hornacina es el Trono de Dios (ha de entenderse el sostén del Universo), la luz es la Luz de Muhammad y el recipiente de vidrio el cuerpo de los profetas, a través del cual aquélla brilla. Esto en escala macrocósmica, porque este mismo autor afirmará que la parábola se refiere a Muhammad: la hornacina es su cuerpo, la mecha su corazón, el vidrio su entendimiento, el astro su secreto, etc. El propio Ibn ‘Arabî le dará otro enfoque: el nicho es también una imagen de la envoltura externa del corazón humano, una membrana que protege contra las pasiones cuando el corazón ha alcanzado el estado de pureza. Cuanto más transparente es este vidrio del corazón, con más fuerza brilla la lámpara, cuyo grado superno es el ejemplo del Profeta. El genio de nuestra lengua ha transmitido algo de este misterio cuando al nicho de la pared lo ha llamado ‘hornacina’: ¡es un horno pequeño, como el corazón! Pero seamos honestos: tras leer estas explicaciones nos queda un regusto de que hemos comprendido algo, cuando en realidad no hemos entendido nada.

Levanto la cabeza para mirar por última vez la hornacina. No puedo verla más que a ella, puesto que los ojos de mi cara no son capaces de percibir la luz esencial. No es que no quieran, es que no pueden. Pero al mirarla, no es sino un hueco en el muro por más que se la adorne, como lo es un corazón abierto y despojado en las entrañas de un simio de hombre disfrazado, comprendo que es precisamente por ser ese hueco humilde, vacuo, sin estorbo por lo que la luz de las luces, la palabra divina, puede habitarla :

Has perdido tu vida, decían mirando mis manos vacías, y nadie escuchaba al dios que cantaba en mi corazón. 

(Louis Cattiaux, Poemas del conocimiento)

Referencias

  • Titus Burckhardt, “Yo soy la puerta”, I, en ,Principios y métodos del arte sagrado, Olañeta, Palma de Mallorca, 2000. Idem. El arte del Islam, Olañeta, Palma de Mallorca, 1988, pp.118s.
  • René Guénon, “La salida de la caverna”, en Símbolos fundamentales de la ciencia sagrada, Paidós, Barcelona, 1995.
  • Hyranyagharba. Es un término sánscrito que significa ‘huevo de oro’. Designa en la literatura védica el germen o principio creador que conduce a la manifestación del Universo.
  • Vesica piscises.wikipedia.org/wiki/Vesica_piscis
  • MihrâbEncyclopédie de l’Islam, vol. 7. Brill, 1993.
  • Aleya de la luz (Corán, 24 :35). Hay muchos comentarios de este pasaje. Destacamos, en sentido teológico el de Abû Hâmid al Gazâlî [Algazel] (m.1111) Le tabernacle des lumières (Mishkat al-anwar). Traducción de Roger Deladrière. Paris, Editions du seuil, 1981. En sentido filosófico el de Abû ‘Alî al-Husayn ibn ‘Abd Allâh ibn Sînâ [Avicena] (m.1037) Cf. Avicena, Tres relatos esotéricos.  Introducción de M. Cruz Hernández, y en sentido esotérico el de Mullâ Sadrâ Shîrâzî (m.1636), Le verset de la lumière. Commentaire. Edición de Christian Jambert, Les Belles Lettres, 2009; On the Hermeneutics of the Light of the Qur’ân (Tafsîr Âyat-an-Nûr). Traducción de Latima-Parvin Peerwani, ICAS Press, 2002.
  • “¡Luz, más luz!”. Últimas palabras dichas por el poeta y filósofo Johann Wolgang  von Goethe (1749-1832) antes de morir.
  • Le niche des lumières d’Ibn ‘Arabî.Ediicón y traducción de Muhammad Vâlsan, ëditions de l ‘Oeuvre, 1983 ; Divine Sayings. 101 Hadîth Qudsî. The Mishkât al-Anwâr of Ibn ‘Arabî. Traducción de Stephen Hirtenstein y Martin Notcutt. Anqa publishing, Oxford, 2004.
  • Las interpretaciones de Ibn ‘Arabî y de al-Mahdawî están tomadas del apéndice de la edición inglesa del Mishkât al-Anwâr.
  • Louis Cattiaux, Física y metafísica de la pintura. Obra poética. Traducción de Joan Mateu. Arola editors, Tarragona, 1998.

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