Prólogo de Raimon Arola al libro de Julio Zarco, médico y humanista, LOS DIOSES QUE NOS HABITAN. LA SABIDURÍA PERENNE: CLAVES PARA UN CAMBIO DE MIRADA. Reproducimos el índice general y algunos fragmentos.

Tabla de contenidos

Julio Zarco presentando el libro junto a José Luis Carrasco catedrático de psiquiatría del hospital Clínico de Madrid y Pedro Ruiz responsable de calidad del hospital 12 de octubre.

El libro

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Prólogo 

Sinceramente, creo que Julio Zarco ha logrado desarrollar y dar forma comprensible a la intuición que menciona en su presentación. No es tarea fácil, pues los campos del conocimiento tienden a fragmentarse cada vez más con el avance de las especialidades. La tendencia natural de la ciencia contemporánea es la separación, la delimitación de territorios y la multiplicación de lenguajes técnicos. Sin embargo, Julio Zarco consigue —y lo hace de manera brillante— tender un puente entre la medicina, el mundo de las ideas y el ámbito de lo sagrado. O, mejor dicho, nos invita ea reconocer que forman parte de un mismo sujeto: el ser humano en toda su complejidad.

En primer lugar, debo felicitarlo sinceramente. Algunos podrán poner en duda ciertas afirmaciones poco concretas en relación con las distintas disciplinas que aborda este libro. Pero creo que quienes lo hagan no habrán comprendido el verdadero sentido de la obra y, además, habrán olvidado el título que la encabeza: Los dioses que nos habitan. La sabiduría perenne: claves para un cambio de mirada. Ese “cambio de mirada” es, en sí mismo, una forma de medicina humanista de la que conviene volver a hablar.

Acompañado a menudo por las ideas de James Hillman, aunque también por las de otros grandes pensadores, Zarco nos habla de medicina. No de cualquier medicina, sino de la Medicina de Familia y Comunitaria, que constituye su especialidad. Es decir, nos habla de una práctica que entiende la curación del ser humano en toda su extensión: no solo en su dimensión corporal, sino también en su vertiente psicológica, emocional y espiritual.

Su ambición más íntima —aunque él la exprese con discreción— es la de ser un chamán o un cura, en el sentido originario del término: “aquel que cura”. Pero lejos de recurrir a fórmulas arcaicas, Julio Zarco emplea las herramientas propias del mundo contemporáneo, sin renunciar por ello a una mirada amplia, simbólica y trascendente. Argumenta con los recursos más sólidos que tiene a su alcance, pero, en el fondo, su corazón late por algo más grande: la curación completa del ser humano, el despertar de esos dioses que nos habitan.

Julio Zarco es médico, y ejerce como tal. Sin embargo, y lo digo con cierta cautela, creo que en sus deseos más profundos aspira a ser un iatros, término griego que designa al médico y que, según Homero, describe a “un hombre que vale por muchos”, socialmente reconocido como demioergós, es decir, servidor público. No sería extraño imaginarlo como un nuevo Hipócrates, dispuesto a escribir —o reescribir— con él el célebre juramento que compromete al médico en su labor ética. O incluso como un moderno Quirón, el sabio centauro que transmitió a Asclepio el arte de sanar. Toda esa herencia mítica y filosófica, sin embargo, requiere traducirse al lenguaje del siglo XXI, y esa es justamente la tarea que Zarco se impone.

Su trayectoria académica y profesional es, por sí sola, impresionante: licenciado y doctorado por la Universidad Complutense de Madrid, presidente de la Sociedad Española de Médicos de Atención Primaria, Viceconsejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid, presidente de la James Hillman, académico de número de la Real Academia Nacional de Medicina —siendo el primer especialista en Medicina de Familia en acceder a dicha institución—, profesor universitario y, ante todo, médico. Y, sin embargo, ninguna de estas distinciones agota lo esencial de su pensamiento.

Porque lo que realmente le preocupa y ocupa es algo más profundo: la búsqueda de una medicina humanista, capaz de acompañar al ser humano en su totalidad. En este camino, Zarco encuentra en Jung y Hillman dos referentes decisivos. Sobre el primero afirma: «El Libro Rojo se convierte en el renacimiento de la imagen de Dios en el alma del ser humano». Y sobre Hillman destaca su convicción de que la psicología profunda debe ir más allá de la terapia individual para conducirnos a una experiencia vital que devuelva al corazón y al alma su antigua dignidad.

Zarco recoge y desarrolla esta antigua sabiduría desde la filosofía griega y, de manera particular, desde la llamada filosofía perenne. En este terreno sigue con especial atención a pensadores como Frithjof Schuon, Titus Burckhardt o Martin Lings, sin olvidar la influencia decisiva de René Guénon, verdadero fundador del tradicionalismo.

A través de Jung, Julio Zarco llega al círculo Eranos, creado por Olga Fröbe-Kapteyn, donde convergieron figuras fundamentales de la espiritualidad moderna como Mircea Eliade, Gershom Scholem, Martin Buber o Henry Corbin. De este último toma Zarco su concepción de la imaginación activa, entendida como un medio de acceso a lo absoluto. En este sentido, la imaginación se convierte en órgano de lo divino, pues el mundo entero puede ser visto como un espejo en el que se refleja la luz de Dios.

Asimismo, la influencia de Pierre Hadot resulta esencial. Este filósofo, especialista en el mundo clásico, concibió la filosofía como un arte de vivir y como un ejercicio espiritual de purificación y transformación. Zarco lo cita con entusiasmo: «La filosofía es un arte de amar, ver, entender y vivir. Es un método de purificación y de ascensión espiritual que requiere de una transformación radical de uno mismo».

No obstante, el autor de este libro se reconoce, sobre todo, discípulo de James Hillman, cuyo pensamiento imaginal se inscribe en la larga tradición occidental del simbolismo y la filosofía participativa.

James Hillman

En definitiva, este libro es mucho más que un ensayo: es una meditación profunda, una invitación a reconocer que los dioses dormidos en el corazón de cada uno de nosotros pueden despertar y devolvernos a nuestra condición más genuina: la de ser plenamente humanos y, al mismo tiempo, compañeros de los dioses.

El lector que se adentre en sus páginas encontrará pronto la confesión del propio autor: «Mi vida siempre ha estado perseguida por esta insistente idea, por ese “hay algo más” que el mundo físico y material que es tangible y nos rodea. Lo curioso es que no puedo llegar a vislumbrar de dónde me viene esa idea. Es una intuición». Esa intuición es, precisamente, el motor de esta obra y la semilla de un pensamiento que se atreve a unir la ciencia, la filosofía y lo sagrado en una sola mirada.

El índice

  • Prólogo
  • Introducción
  • Breve biografía “daimónica”
  • Un ancestral linaje que se pierde en el tiempo
  • El verdadero sentido de la filosofía: rito de renacimiento
  • Un gran chamán llamado Parménides
  • Sophia perennis, la recuperación de los orígenes
  • Carl Gustav Jung, el último gnóstico
  • Breve historia de lo imaginario
  • James Hillman, artista de la imaginación
  • Imágenes y patología
  • La Pistis Sophia de James Hillman
  • De la psico patología a la mito patología
  • El alma y sus códigos: la teoría de la bellota
  • La ontología del corazón La ontología del corazón
  • La ontología del corazón
  • Sueños, muerte e inframundo
  • Claves para un cambio de mirada
  • Agradecimientos
  • Bibliografía

 

Fragmentos

La mayoría de las personas son como una hoja que cae, se mueve y gira en el aire, revolotea y cae al suelo; pero algunas otras son como estrellas que recorren un camino definido: ningún viento las alcanza, ellas tienen dentro de sí mismos su guía y camino (Hermann Hesse).

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El libro rojo se convierte en el renacimiento de la imagen de Dios en el alma del ser humano.

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El alma nace y se alimenta de la belleza, de la belleza de psique, y por ello la verdadera psicología, una psicología con alma parte de la estética. Recuperaremos el alma al recuperar el sentido de la belleza. La belleza no debe ser tomada como embellecimiento y ornamentación, por ello debe ser desligada del arte. Platón y Plotino afirman que la belleza no es bella y no debe estar ligada al arte y lo atractivo visualmente. Su verdadero origen es la aisthesis, que ahora veremos detalladamente.

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Mi vida siempre ha estado perseguida por esta insistente idea, por ese «hay algo más que el mundo físico y material que es tangible y nos rodea». Lo curioso es que no puedo llegar a vislumbrar de dónde me viene esa idea. Es una intuición y no me viene dada de mi entorno, ni de mi familia, viene de otro lugar, pero no puedo llegar a saber a ciencia cierta ni qué lugar, ni dónde está y cómo llega a mí. No es una idea inculcada por la religión, pues no es una idea religiosa, podríamos decir que es una idea ontológica, existencial y formó parte de mi existencia desde que yo era un niño. Este libro es el producto de esta intuición que hace más de cincuenta años, formaba parte de mí y yo, por aquel entonces, no sabía darle forma.

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Podríamos decir que Hillman es el último discípulo de Jung, y además recupera la tradición perennialista para reactualizar una antropología y una ontología en la que el protagonismo y el acento se pone en el alma. En este gran árbol genealógico que hemos trazado, Hillman es el heredero de una tradición perennialista que ha emergido en muchos momentos de la historia con gran fuerza y que se pierde en los confines de los tiempos.

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Nuestro interés se centra en estudiar el pensamiento de James Hillman y su pensamiento imaginal, que pertenece a una larga tradición occidental y que se enmarca dentro del pensamiento tradicionalista y de la filosofía participativa.

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Volviendo a esta visión espiritual e inicial de la filosofía, decía Plotino: «Nuestro interés no está en librarnos del pecado, sino en ser dioses». Por ello Pitágoras no vino a enseñar, sino a curar, a sanar el alma transformándola. Debemos ser imagen de Dios (imago dei) y para ello debemos asumir una función, lo que los egipcios llamaron neteru y los griegos, dioses.

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Según Platón, el cosmos está animado por un demiurgo, los neoplatónicos le denominan agalamtopoios tou kosmou. Según refiere Platón en el Fedón, el verdadero filósofo se denomina filósofo perfecto, y este es el que supera la iniciación: «El verdadero filósofo hace del morir su verdadera profesión»; luego para Platón la filosofía es una preparación a la muerte, y por ello la tumba es la escuela de sabiduría.

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El sí mismo apoya y ayuda al yo a través del amor y la compañía. Por ello yo y sí mismo se necesitan y apoyan. En la alquimia espiritual, el yo en unión con el sí mismo es capaz de crear, desarrollar y trasformar la vida. El sí mismo se activa completamente y se une a lo divino, y produce esta divinización humana, el llamado hombre del paraíso.

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Aquí viven las imágenes, las figuras arquetipales, los cuerpos sutiles y la materia inmaterial. Corbin no habla como Bachelard de imaginario, sino que acuña el termino imaginal. Para Corbin, el órgano de este mundo era la imaginación activa o creadora, que nos permite ponernos en contacto con lo absoluto, con la realidad divina. Dios se manifiesta a través de una imaginación teofánica. El mundo sería un reflejo de Dios en un espejo. Esta fisiología sutil establece que la energía espiritual creadora (teofánica) se concentra en el corazón y que la imaginación es su órgano.

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En este pensamiento de Hillman, el hombre es un hacedor de imágenes. Somos un ser imaginal, una existencia en la imaginación. No somos un mundo interior o exterior, todo es imagen y vivimos en una imagen. Hacer imágenes es un camino fundamental para hacer alma. Estar en contacto con el alma es imaginar y vivir y experimentar estas imágenes, es estar en el alma. Estas imágenes se estructuran en arquetipos que dirigen sus imágenes hacia caminos mitológicos, que pueden ser motivos concretos, es decir, mitologemas, o hacia constelaciones de personas en acción, es decir, mitemas.

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En esencia patologizar es una forma de mitologizar, es decir, cuando patologizamos hacemos que nuestra conciencia vuelva a un mundo mítico. La psicología de Hillman se basa en el método ideado por Plotino hace muchos siglos, en el que se afirma que todo conocimiento llega por semejanza y todas las cosas desean regresar a los originales arquetípicos de los que proceden y son copias. A esto último Plotino le dio el nombre de epistrophe y Hillman lo denomina reversión.

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Paracelso comentaba la afirmación del mismo, que decía: «El médico debe conocer la otra mitad del hombre, esa mitad de su naturaleza que está vinculada a la filosofía astronómica; de lo contrario no será realmente médico del hombre. ¿Qué es un médico que desconoce la cosmografía?». Aquí cosmografía es el reino imaginal, los poderes arquetípicos.